23 de marzo de 2019

Diario del Camino. De Logroño a Burgos.


Diario del Camino de Santiago. De Logroño a Burgos.
Caminar y contarlo.

Francisco Javier Aguirre Azaña

17 marzo 2019. (Logroño)

Llego a Logroño desde Zaragoza con el autobús de la tarde. Después de dejar la mochila en el hotel Murrieta, me dirijo a la cercana iglesia de Santiago el Real con intención de sellar la credencial (tarjeta del peregrino en la que se recogen los sellos como prueba de su paso por las diferentes etapas del Camino de Santiago).

Cuando entro en la iglesia, está anocheciendo. Encuentro que se está celebrando la misa y veo un sacerdote en un confesionario manejando una tablet. Me acerco y le pregunto si puedo sellar la credencial. Me contesta amablemente que sí, en la sacristía, al finalizar la misa. Mientras espero observo la magnífica iglesia reconstruida en el 1500; altos muros de piedra que culminan en bóvedas de crucería; una imagen policromado de Santiago peregrino enfrente de la entrada; detrás del púlpito un gran retablo de varios pisos con escenas de la vida del Apóstol. Al finalizar la misa, me dirijo a la sacristía y el mismo cura estampa cuidadosamente el sello en mi tarjeta.


Fuente del peregrino
A continuación voy a ver la cercana Fuente del Peregrino y después a deambular por las calles San Julián y Laurel.

Logroño es una de esas ciudades españolas medianas que en los últimos años han recuperado sus edificios históricos, se han limpiado, iluminado y embellecido, y también han crecido con amplias avenidas y zonas verdes. Aunque ofrecen todas las posibilidades de una urbe grande, no ha llegado a masificarse y deshumanizarse y sus habitantes pasean las tardes y los días de fiesta relajadamente, atienden las preguntas de los foráneos con amabilidad y disfrutan de la oferta de numerosos bares y locales que anuncian en la calle sus tapas y raciones, si no baratas, si ciertamente variadas y de calidad.


Después de tomar un pincho de champiñón y unas patatas, más por necesidad que por disfrute, pues el tapeo en solitario no tiene ninguna gracia, vuelvo al hotel con idea de descansar y preparar la larga etapa del día siguiente: 29 kms. Me preocupa un poco que mis píes no aguanten las cinco jornadas de marcha que me esperan. Me sobra forma física y las piernas están fuertes, pero si me salen ampollas en los píes -como me ocurrió en Navarra- tal vez no pueda culminar mi intento.

18 marzo 2019. (Nájera)

Después de desayunar copiosamente -además de llevarme dos pequeños bocadillos de salchichón y una mandarina, para el camino-, inicio mi marcha recorriendo la avenida Marqués de Murrieta. Un kilómetro de paseo urbano, entre tiendas, peatones que inician su rutina semanal y tráfico que afortunadamente respeta los pasos cebra.

Al poco encuentro a mis píes la primera marca que señala el Camino. El encuentro me alegra como si me hubiera topado con un amigo al que no veía desde hace tiempo. Vamos a estar juntos durante unos días, disfrutando de la libertad de poder hacer lo que queramos, conocer lugares y paisajes antes no visitados y, tal vez, sufrir un poco: frío, lluvia, cansancio.

Atravieso el parque San Miguel y la ciudad empieza a desaparecer. Talleres y naves constituyen la transición entre el paisaje urbano y el rural. La autovía de circunvalación, que se salva mediante un paso elevado, es la frontera entre ambos mundos.


Hasta el embalse de la Grajera -a 5 kms de mi punto inicial- el camino está asfaltado. Repleto de mujeres y hombres, la mayor parte jubilados, andando en ambos sentidos. Alguno camina más deprisa que yo y me sobrepasa. Al llegar al embalse, un hombre echa pan a los patos y a una pareja de resplandecientes cisnes. “Buen camino” me desea. Yo le saludo y continúo mi marcha. A partir de aquí, el camino se vuelve solitario e invita a la introspección. El día continúa frio, un ligero viento refresca la cara y las manos.

Antes de llegar a Navarrete paro para fotografiar los restos del hospital medieval de peregrinos San Juan de Acre. Un cartel advierte que su portada románica se trasladó cuando se demolió el edificio y ahora es la entrada del cementerio del pueblo. Efectivamente, se puede ver una vez sobrepasado el pueblo, a la izquierda del camino y es digna de una parada para contemplarla.

Navarrete es el centro alfarero más importante de La Rioja. El pueblo se sitúa en un monte que hay que subir, serpentear sus calles y volver a bajar por el otro extremo. Se pueden ver muchas casonas y palacios, con escudos en sus fachadas, pero en general mal conservados.


En la parte alta, encuentro un bar y entro para tomar un cortado. El café es malo como en la mayor parte de los sitios -nostalgia del café italiano o del napolitano, que no es lo mismo-. Dentro veo los primeros peregrinos: tres japoneses -una mujer y dos hombres, todos jóvenes- y otro hombre con una mochila con la bandera suiza que es atendido atentamente en inglés por la que parece la propietaria. Indudablemente, el inglés es el idioma del Camino.


Vuelvo a caminar. El camino discurre entre viñas y algunas bodegas. Llevo un ritmo superior al que pensaba, poco más de 5 kms a la hora -una aplicación del móvil me informa puntualmente-. Tres horas, he vencido la primera mitad del recorrido y los píes no se resienten. El sol intenta aprovechar los intersticios entre las nubes de color gris, pero el ambiente se mantiene fresco. En algún momento cae una fina lluvia, pero no molesta. No vale la pena parar para sacar de la mochila el gorro o la capa de lluvia.


A la altura del pueblo de Ventosa, sucede algo curioso. En una vuelta del camino veo otro camino que se une por la derecha al que yo llevo siguiendo las indicaciones. También parece un camino seguido por los peregrinos. De hecho alguien viene caminando por él. Continuó y al poco me sobrepasa la figura de una mujer con una larga cabellera pelirroja. “Buen camino” la saludo. Pero ella, huraña, contesta algo inteligible, ni siquiera sé en que idioma, y continúa acelerando el paso. Toma la desviación hacia Ventosa, que luego vuelve al camino principal. Un kilómetro extra. Yo sigo por el camino principal. Mi mente empieza a dar vueltas al reciente encuentro y la idea para un relato empieza a abrirse paso en mi cabeza: una historia truculenta con la pelirroja como protagonista. Tomo nota mental. Tengo que ponerla sobre papel. Podría ser un buen relato.


Roldán y Ferragut
Llego al Alto de San Antón, desde donde ya se divisa Nájera, Alesón y Tricio, la Sierra de la Demanda en la lejanía. Un poco más adelante se encuentra una elevación de terreno denominada el Poyo de Roldán. Según la leyenda, aquí tuvo lugar la batalla entre Roldán, sobrino de Carlomagno, y el gigante Ferragut, un musulmán procedente de Siria, cuya principal característica era su fuerza e invulnerabilidad. Enfrentados en Nájera los ejércitos musulmán y cristiano, Ferragut retó a un combate singular a cualquier cristiano que quisiera luchar con él. Roldán aceptó y combatieron todo el día, rompieron sus lanzas y espadas, los caballos murieron y el combate no estaba decidido. Así es que se fueron a descansar por la noche y continuaron al día siguiente con el mismo resultado. En un descanso en la lucha, los contendientes conversaron caballerosamente y Ferragut confió a Roldán el secreto de su invulnerabilidad: sólo podía ser herido en el ombligo. Al día siguiente continuaba la lucha. Roldán fue inmovilizado por el peso del gigante e iba a morir asfixiado cuando logró coger su daga y clavársela a Ferragut en el ombligo, matándolo. Los musulmanes se retiraron de Nájera.

Un kilómetro antes de entrar en Nájera hay una zona de descanso. Paro allí y me como los bocadillos que llevo en la mochila. Mientras tanto van pasando delante los peregrinos que había visto durante la mañana: los japoneses que saludan educadamente, y la mujer pelirroja. También otra mujer que camina sola y dos hombres más que hablan en inglés.


En Nájera me hospedo en un sencillo hostal, el Hispano, y por la tarde recorro el centro histórico que se extiende paralelo al río Najerilla, de ancho cauce. El monasterio de Santa María la Real -panteón de los reyes de Nájera-Pamplona, antecesor del reino de Navarra- está cerrado por ser lunes. Tampoco puedo acceder a la iglesia de Santa Cruz, así es que me limito a admirar los edificios por fuera. Santa María la Real fue mandada construir en el año 1052 por el rey Don García Sánchez III “el de Nájera”. Su fundación tiene su propia leyenda: El monarca, encontrándose de cacería, siguió a su halcón que a su vez perseguía a una paloma hasta una cueva donde encontró una misteriosa imagen de la Virgen y junto a ella un jarrón de azucenas, una campana y una lámpara. Las dos aves se encontraban allí, quietas, una a cada lado de la imagen. Encima de la cueva se construyó el monasterio.


19 marzo 2019. (Santo Domingo de la Calzada)

Amanece nublado. Cae una fina lluvia. El pronóstico es que lloverá a lo largo de la mañana. Después de desayunar en el hostal, inicio la jornada. Hoy, tan sólo 21 kilómetros hasta Santo Domingo de la Calzada. Encuentro el camino prácticamente vacío. Sólo veo tres personas más que caminan delante de mí.

En Azofra entró en un bar y tomo un cortado. Pasado este pequeño pueblo el paisaje ondulado comienza a cambiar, las viñas que desde Logroño eran mayoritarias y se extendían a lo largo de todo el campo visual, comienzan a dar paso a cultivos de cereal. Las plantas apenas levantan un palmo del suelo y son de un fuerte color verde, brillante y luminoso. El terreno ondulado y zigzagueante está parcheado de fincas verdes y otras marrón tierra, perfectamente labradas. Todavía alguna viña, pero cada vez menos.


Cuando llego al pueblo siguiente, Cirueña, comienza a llover fuerte. No puedo fijarme en el pueblo, en el que hay campo de golf junto al camino y urbanizaciones de viviendas muy nuevas. Tengo que sacar la capa de lluvia de la mochila y ponérmela. Continúo andando bajo la lluvia, deprisa, mirando el suelo por el que comienza a correr el agua y en el que empieza a formarse barro. La tierra arcillosa se pega a la suela de las botas y ralentiza el avance. Al cabo de quince minutos, el chaparrón amaina y unos tímidos rayos de sol luchan con las nubes grises. Aparecen algunos intervalos de cielo azul, limpio. Pero las nubes ganan finalmente la batalla, aunque no vuelve a llover. Enseguida veo la torre de la Catedral de Santo Domingo de la Calzada, que se eleva sobre el resto de edificaciones como un faro de peregrinos.


Al comienzo de la quinta hora de marcha, llego a mi destino. Tomo un bocadillo y una cerveza en un bar y me dirijo a la Hospedería Cisterciense, regentada por monjas. La habitación es luminosa, limpia y confortable. En el lavabo hago la colada: calcetines, calzoncillos, camiseta y las perneras del pantalón que están manchadas de barro. También tengo que limpiar el barro de las botas en la ducha. Después coloco todo junto a los radiadores de calefacción para que se seque. Una gratificante ducha de agua caliente me devuelve el calor que la fría y húmeda mañana me había arrebatado.


Campanario
Por la tarde recorro el centro histórico. Veo de cerca la magnífica torre del campanario, separada del edificio de la Catedral. La visita de la Catedral bien vale los tres euros que como peregrino tengo que pagar. Lo más destacable es la tumba del Santo, el retablo mayor -cuyos detalles se pueden apreciar gracias a una gran pantalla táctil que el visitante puede manejar- y por supuesto el gallinero, con un gallo y una gallina, enfrente de la tumba.

Aquí, quizás la más conocida y la más internacional de las leyendas de la ruta jacobea: el milagro del ahorcado y del gallo y la gallina. Un matrimonio alemán y su joven hijo, Hugonell, se dirigen en peregrinación a Compostela. Al llegar a Santo Domingo se hospedan en un mesón. La hija del posadero se enamora del joven, pero al no ser correspondida decide vengarse ocultando una copa de plata en el equipaje del joven. Cuando éste abandona la ciudad la muchacha denuncia el robo. Al ser capturado, se encuentra la copa entre sus pertenencias por lo que es acusado de robo y condenado a la horca. Al día siguiente, sus padres, antes de emprender el viaje, van a ver el cuerpo de su hijo, quien sorprendentemente estaba vivo y les dice: “El bienaventurado Santo Domingo de la Calzada me ha conservado la vida contra el riguroso cordel… dad cuenta de este prodigio”. Los padres acuden a contar el suceso al corregidor de la ciudad, pero éste, escéptico, comenta que el joven está tan vivo como el gallo y la gallina asados que se dispone a comer. Al instante las aves recuperan las plumas y la vida, dando fe del portentoso milagro. De ahí el dicho: “Santo Domingo de la Calzada donde cantó la gallina después de asada”.


San Giacomo (Bolzano)
Exactamente la misma historia se puede leer en la iglesia de San Giacomo en Valgardena, en el Sudtirol italiano (Bolzano). Aunque allí atribuida a unos nobles ladinos en peregrinación a Santiago.

A la hora de cenar tengo dificultades para encontrar un sitio apropiado. Los restaurantes que había visto por la tarde están cerrados. Los dos que están abiertos junto a la Catedral no tienen menú de peregrinos y las cartas amenazan con unos precios que no estoy dispuesto a pagar para cenar solo. Finalmente entro en un bar con comedor donde no hay nadie más y pido unas patatas a la riojana y un filete de ternera con patatas y pimientos. Nada del otro mundo, pero sacian el hambre acumulado en el día.


20 marzo 2019. (Belorado)
El desayuno de la Hospedería me defrauda bastante. Me confirma que eso de que las monjas preparan buenas comidas es un mito injustificado. Café malo -encontrarlo bueno no es fácil, pero éste está por debajo de unas expectativas no muy exigentes-, galletas con sabor a coco y magdalenas con sabor a limón, todo industrial. Jamón de York y queso insípido. Me recuerda un desayuno similar, también en un convento de Florencia. Sin embargo, la monja que me atiende, con una piel tan negra como el humor que me deja la colación, es simpática y parlanchina. Atiende también a otro huésped solitario, que se sienta al otro extremo del salón. Ayer me crucé con él en el ascensor y volveré a encontrarlo más adelante -pero eso llegará a su debido tiempo-. Parece muy reservado, apenas contesta a mis saludos. La risueña monja de hábito blanco y piel oscura me cobra después del desayuno y me desea buen camino.

Puente rio Oja
Inicio la caminata. Salgo de Santo Domingo de la Calzada cruzando el largo puente que se levanta en el lugar donde hace casi mil años el Santo construyó el suyo para permitir a los peregrinos vadear el rio Oja. Al comienzo del puente una pequeña ermita reconstruida en 1917 -la anterior arrasada por una crecida del rio- aloja una imagen del Santo con su inseparables gallo y gallina. El día está frío, pero la ausencia de lluvia hace presagiar una buena jornada para caminar.

Apenas 6 kms más adelante, llego al último pueblo de La Rioja: Grañón. Las indicaciones del camino hacen subir al pueblo, aunque se podría bordear por el norte ahorrando algo de esfuerzo al peregrino. Este peregrino, al menos, se consuela pensando que podrá tomar un café que le quite el mal gusto del desayuno. En la calle Mayor hay varios bares, pero sorprendentemente todos cerrados. Me siento estafado y me consuelo pensando en mi venganza, ya que haré saber a todos los que lean esto la felonía de ese pueblo que desampara al peregrino que hace un esfuerzo suplementario subiendo su empinada cuesta.


Un poco más adelante un cartel informa que se abandona La Rioja y se entra en Castilla y León, en la provincia de Burgos. Su primer pueblo, Redecilla del Camino, si que ofrece la oportunidad de tomar un cortado en un bar atendido por un camarero ecuatoriano, según me parece entender. En el bar, tres peregrinos más: una pareja española y el angloparlante de la mochila con bandera suiza que vi el primer día. Se ponen en marcha antes que yo y luego los vuelvo a encontrar en el hotel de Belorado.


El siguiente pueblo que atravieso es Viloria de Rioja. Un cartel informa qué es aquí donde nació Santo Domingo de la Calzada y que la pila en que fue bautizado se conserva en la iglesia. La iglesia está cerrada y no puedo visitarla.


Belorado
Gran parte del camino corre paralelo y cercano a la carretera nacional que une Logroño con Burgos. La visión y, sobre todo, el ruido de los numerosos camiones que por allí circulan, no lo convierten en un tramo agradable para el peregrino que quiera huir del mundanal ruido. Después de cinco horas y 22,5 kms llego al final de la etapa. En un principio, Belorado me parece un pueblo pequeño, como los que he recorrido hoy, pero por la tarde me doy cuenta que es una población grande y con mucha historia. Lugar estratégico para controlar el camino jacobeo, frontera con los musulmanes primero, entre Castilla y Navarra después. Alfonso I el Batallador le concedió fueros y privilegios para fijar a sus moradores, y se construyeron castillo y murallas. Tiene un curioso museo de radiocomunicación con reconstrucciones de una trinchera de la I Guerra Mundial y el Berlinés checkpoint charlie -con su tanque M60 real-, entre otras, y en sus calles se pueden ver las huellas (29) en bronce de manos y píes de personajes famosos como Espido Freiré, Indurain, Romay o Carlos Herrera.

El hotel, La Huella del Camino, es completamente nuevo, y ofrece unas instalaciones modernas y confortables. La mejor relación calidad-precio hasta ahora. Como llego temprano, después de ducharme bajo a comer: alubias rojas con morcilla de la región, carrilleras estofadas con vino y leche frita. Recomendable. El vino sigue siendo Rioja y es bueno, lo tomo sólo, sin bautizar con gaseosa, que es como acostumbro a tomar el vino que sirven con los menús.


En el restaurante del hotel vuelvo a ver, sentado en la mesa de al lado, al hombre silencioso de la Hospedería de Santo Domingo de la Calzada. Lo he visto en varias ocasiones, siempre sólo. Dice a la camarera que está esperando a alguien, que le sirva sólo el vino. Unos minutos después aparece la que catalogué como huraña mujer pelirroja de Ventosa, la que me había inspirado la idea de un relato truculento el primer día y que no encuentro tiempo de poner sobre el papel. No la había vuelto a ver. Parecen ser pareja. Él le da la llave de una habitación y ella dice que va a cambiarse. Está vestida con ropa deportiva, seguramente la que utiliza para andar. En efecto, al cabo de cinco minutos vuelve vestida con unos vaqueros y una camisa de cuadros. Se sienta con él y les sirven la comida. Hablan catalán entre ellos y español sin acento con los camareros. Los dos pasan los sesenta. Altos y con porte deportivo. Tuve ocasión de comprobar que ella camina rápido, más que yo. Pero no sé si él le acompaña en las caminatas. Ni ella, aparentemente, va con él, al menos cuando nos hemos cruzado, no estoy seguro, tres o cuatro veces. Pienso que hay materia para otro relato, pero necesitaría conocer más, y lo qué está claro es que ellos no tienen ningún interés en relacionarse con nadie.


21 marzo 2019. (Atapuerca)

Hoy me espera la etapa más dura del tramo Logroño-Burgos: 30 kms; atravesando Montes de Oca, con 500 metros de subida. La afronto con optimismo, los píes en perfectas condiciones, sin ampollas ni rozaduras. Después de desayunar en el hotel, me pongo en marcha antes de las 8,30 -como todos los días-. La temperatura es de dos grados bajo cero, aunque el día está despejado y soleado. La temperatura va subiendo a lo largo de la mañana, hasta alcanzar los once grados a mitad del día. Es el primer día en que me quito el chaquetón para andar. El ambiente fresco, la brisa ligera y los rayos del sol se combinan para proporcionar un ambiente ideal para caminar.

Los pequeños pueblos del camino van pasando como si se tratase de una película en que es el decorado, no el personaje, lo que se mueve: Tosantos; Villambistia; Espinosa del Camino (donde tomo café). Nombres sonoros, pero pueblos pequeños: unas cuantas casas alrededor de una iglesia.


Montes de Oca
Llego a Villafranca Montes de Oca, donde el camino cruza el pequeño rio Oca, e inicio la ascensión hacia la fuente Mojapán. A partir de ahí, casi once kilómetros a una altura de unos 800 metros, entre bosques de robles y pinos. El paisaje es espectacular y el día perfecto para caminar. Mantengo un ritmo de más de 5 kms por hora. Me resulta el tramo más reconfortantes de todo el recorrido.

Esta región era peligrosa para los antiguos peregrinos, dado que sus únicos habitantes eran los bandoleros. También, según algunos esotéricos, es la que dio nombre al famoso juego de la Oca, en el que el caminante está sometido a vicisitudes diversas, muchas de ellas adversas, antes de alcanzar su objetivo.


S. Juan de Ortega
Por fin llego a San Juan de Ortega, con su monasterio e iglesia. Imagino la alegría que debía embargar a los peregrinos cuando alcanzaban este lugar erigido en su beneficio, después de superar los agrestes montes. Aquí, junto a las entradas de la Iglesia y el convento, que forman una bonita plaza, no puedo resistirme a sentarme en la terraza de un bar y pedir un bocadillo de tortilla de atún recién hecha y una cerveza. Dos o tres gorriones se acercan, supongo que muertos de hambre. Se turnan en revolotear muy cerca de mi cabeza y posarse en la mesa, junto al bocadillo. Uno de ellos incluso lo picotea. Les distribuyó equitativamente algunas migas de pan y se van con ellas en sus picos, parece que satisfechos.


Cuando termino el bocadillo continúo la marcha, quedan apenas 6 kilómetros. Hoy veo más gente en el Camino, parece que con el buen tiempo, la cercanía del fin de semana o el simple discurrir de los días, el número de peregrinos se va incrementando. Atravieso el pequeño pueblo de Agés y llego a mi destino, Atapuerca. Menos de seis horas de marcha efectiva. Estoy cansado, pero los píes en perfecto estado, sin problemas de rozaduras o ampollas. Antes de entrar en el pueblo, a mi derecha, veo una gran estructura, como una inmensa nave industrial, y algunos coches que la abandonan. Es el sitio arqueológico, pero está a una distancia suficiente como para hacerme desistir de visitarlo.

La pensión que había reservado es rústica, con muebles viejos, y a falta de una reforma general. El baño fuera de la habitación, la señora me dice que lo tengo para mi sólo, puesto que soy el único huésped en la planta. En fin, una noche se pasa de cualquier manera.

El pueblo no tiene nada que ver. La única atracción, en las afueras, es el sitio arqueológico, donde se encuentran los restos humanos más antiguos de la península ibérica. Hace frío. No hay gente en la calle, sólo dos o tres hombres en un bar junto a la carretera. En cambio, se escuchan ladridos de perros a mi paso, aunque no los veo.

Paso la tarde en la Pensión. En la planta baja, a la entrada, hay una barra de bar y en frente algunas mesas con un televisor encendido, aunque nadie le haga caso. En el centro, un par de sofás alrededor de una estufa catalítica encendida, donde la pareja de propietarios pasan la tarde. Parece que ese espacio es realmente su sala de estar. Pido un café con leche y me acomodo en una mesa y me pongo a escribir estas líneas. También ceno allí: revuelto de ajetes y lomo de ternera. El comedor es bonito, de estilo rústico con decoración recargada: aperos y multitud de objetos, un palomar simulado en una esquina. El conjunto es agradable. Charlo un rato con los dueños que me preguntan por mi viaje y me cuentan también parte de su vida.

22 marzo 2019. (Burgos)

Atapuerca

Después de desayunar, con un contundente par de huevos fritos en aceite de oliva en el coleto, abandono Atapuerca. El día no es tan frio como los anteriores. Está despejado y con un sol luminoso, promesa de un bonito día primaveral.

Al final del pueblo, hay que coger el camino que a mano izquierda se interna en la sierra de Atapuerca. Se sube entre encinas que crecen en un suelo pedregoso. Al llegar al punto más alto, una cruz. La vista es espectacular. Un poco más adelante, cuando el camino empieza a descender, se ve Burgos a lo lejos. Una vez que se inicia el descenso se pierde la visión de la ciudad y enseguida el camino se convierte en carretera asfaltada que ya no se abandona hasta llegar a Burgos. Atravieso Cardeñuela Ríopico y Orbaneja Ríopico. Afortunadamente el tráfico es escaso.


Burgos
Hay que atravesar la autopista por un paso elevado y después bordear el aeropuerto por su parte norte hasta llegar a Villafría. Entre casas adosadas modernas se llega al polígono industrial que hay que recorrer y que se une al polígono de Burgos. De los 20 kms de la etapa, más de la mitad son por asfalto y los ocho últimos discurren entre polígonos industriales y las calles de la propia ciudad de Burgos. Lo que hace de esta etapa, quitando el paso por la sierra de Atapuerca, la más fea de todo el recorrido.

En menos de 4 horas llego ante la escalinata de la Catedral de Burgos, donde pido a una chica que me haga una foto para dejar testimonio de que he finalizado el recorrido que me había propuesto para esta ocasión. Después de sellar la credencial del peregrino en la Catedral doy por finalizado –de momento– mi viaje, y me dirijo a la cercana estación de autobuses para coger el primero que me lleve de vuelta a Zaragoza.


Zaragoza, 23 de marzo de 2019.