12 de diciembre de 2020

Realidad difusa.


Cuando murió Elisa, me obsesioné. Quería saber por qué se rindió desde el primer día a la enfermedad, por qué callaba y me miraba melancólicamente cuando le decía que no podría vivir sin ella. ¿Por qué aceptó sumisa su final, sin aceptar la ayuda de los mejores médicos que yo podría haberle proporcionado?


El funeral fue muy concurrido. Durante un tiempo interminable recibí los pésames de amigos y conocidos, y también de desconocidos. Todas las caras iguales, los gestos y las palabras semejantes. Sólo recuerdo una: una mujer madura, con mirada serena, aún bella, con un vestido blanco cubierto por un velo transparente de color azul mar que caía desde su cabeza, sujeto a su alto moño moreno, parecía la sacerdotisa de un culto antiguo. Los mismos gestos, las mismas consabidas palabras, pero –no me di cuenta hasta que todo termino– depositó en mis manos un pequeño libro.

Horas más tarde, tuve ocasión de leerlo. Era la historia de la Sibila de Cuma. La que acompañó a Eneas a los Infiernos y lo guío hasta llegar a los Campos Elíseos, morada feliz de los virtuosos, donde escuchó la música de Orfeo y encontró a su padre Anquises.

Decidí liquidar mis negocios. Suscribí con varios bancos unas carteras de valores que me permitirían vivir desahogadamente, y alquilé un pequeño apartamento en el barrio EUR de Roma. Desde allí, recorrí Italia buscando en las bibliotecas clásicas los textos que se referían a las sibilas, las mujeres clarividentes de la mitología greco-romana que tenían el don de profecía y que fueron acogidas por la cultura cristiana con la misma consideración que los profetas judíos del Antiguo Testamento.

Visité el Templo de Segismundo Malatesta –actual catedral de Rímini– con sus diez sibilas esculpidas en la capilla de los mártires, y allí pude verla otra vez, con el mismo vestido blanco bajo el velo azul. Intenté acercarme a ella, pero la multitud de visitantes que se interponía entre nosotros retrasó mi avance y cuando llegué a donde la había visto, ya no estaba. Quise llamarla, pero no sabía como hacerlo. Y lo mismo sucedió en la majestuosa catedral de Siena. Siempre llevaba el librito en el bolsillo interior de la chaqueta, junto al corazón. Me encontraba mirando los magníficos mosaicos en mármol de las nueve sibilas, en el pavimento de la catedral. Intentaba descifrar el texto que mostraba la Sibila Cumana cuando la vi al otro extremo de la nave. Sorteando la abigarrada multitud me dirigí hacía ella, pero había desaparecido cuando llegué a su altura.

Siempre ocurría lo mismo: en la Capilla Sixtina, en cuya bóveda Michelangelo Buonarroti había pintado las cinco sibilas más famosas –entre ellas la Cumana– y en la iglesia romana de Santa María de la Paz, donde poco después Raffaello Sanzio pintó las cuatro suyas –la Cumana, a la izquierda–. Ella estaba allí, entre la gente, pero yo no podía alcanzarla, como en esas pesadillas en que uno no puede alcanzar su destino por más que se esfuerce.

Así es que decidí cambiar de táctica. Tenía que reunirme con ella a solas. Me trasladé a Nápoles y estuve varios días rondando el sitio arqueológico de Cuma. Una noche de luna llena –ni siquiera necesitaba linterna–, salté por encima de la cancela metálica. El guarda estaba dormido, haciendo equilibrios para no caerse de la silla, en el interior de la garita de acceso. Recorrí el paseo de laureles y antes de comenzar la ascensión a la colina volcánica llegué al antro de la Sibila, la cueva donde hacía sus profecías.

Fui recorriendo los 130 metros de la galería trapezoidal excavada en la roca. La luna, desde la derecha, iluminaba mis pasos a través de los tragaluces perforados en la bóveda a intervalos regulares. 

Al fondo, en la cámara esculpida en la roca de tufo volcánico, estaba ella. 

-- Quiero hablar con Elisa –dije aparentando una seguridad que no tenía.

-- Mi voluntad no puede imponerse a la voluntad de aquellos a los que presto mis servicios –me contestó, haciendo honor a su naturaleza sibilina.

Sin saber que decir, me limité a sacar el librito y enseñárselo.

-- Cuida de obtener lo que deseas, porque puede ser tu desgracia –vaticinó.

Hizo un gesto de ofrecimiento con su mano derecha y dando un paso atrás, se ocultó en la oscuridad. Un rayo de luna iluminó la figura de Elisa.

-- Elisa, mi amor. ¿Por qué me dejaste? ¿Cómo puedo recuperarte?

-- Me perdiste cuando renunciaste a ser tú, cuando el éxito, la ambición y la soberbia te convirtieron en un ser insensible, violento a veces.

Quise resarcir el sufrimiento que había causado. Empleé mis artes de buen negociante y llegué a un acuerdo con la sibila: dejaría volver a Elisa con el yo que fui, aquel extraño que había olvidado hace tiempo. Mientras tanto, yo esperaría su regreso, al final de sus días, deambulando en compañía de la sibila por el lago Averno, junto a Cuma.


Zaragoza, 12 de diciembre 2020.

16 de noviembre de 2020

Microrelatos.

Un microrelato es un mensaje dirigido a lectores sutiles por parte de un escritor perspicaz.

Retorno.
Me siento mal desde hace unos días. Cuando acabe el funeral, iré al médico para que me dé algo para este dolor en el pecho. Estoy aquí por compromiso, era un compañero del trabajo. Departía con él mucho, pero siempre de trabajo, nunca de cuestiones personales.

Cambio de opinión. Siento una necesidad irresistible, casi angustiosa, de dar un beso a mi mujer. Cruzo la puerta de mi casa y la veo sentada en el salón, al fondo del pasillo. Está vestida de negro –luto riguroso–, sus lágrimas caen sobre la fotografía de nuestra boda, que abraza sobre su pecho.


Toda una vida.
Sentados al sol. Componen una pareja adorable. Cincuenta años juntos. Uno de ellos, la mirada brillante, cara luminosa por los recuerdos felices, pregunta: “¿Todavía me quieres?” El otro, la cara de medio lado, boca apretada, los ojos duros, susurra: “¡Todavía no!”


En pocas palabras.
Mi vida es una ironía. De niño, prisa por alcanzar la libertad que suponía ser adulto. Después, añoranza de la infancia: independencia sin responsabilidades. Antes de casarnos tuvimos que esperar varios años: acabar la universidad, preparar oposiciones, conseguir plaza en Zaragoza, ahorrar para el piso. Llegamos cansados al matrimonio. El hastío surgió pronto. Duró poco.

Ahora mato las tardes en el centro cívico. Hacemos solitarios, cada uno con su propia baraja. Apenas hablamos. Después de cenar juego al dominó online con personas lejanas con seudónimos graciosos. Chateamos sobre cómo nos ha ido el día.

La vida es un sarcasmo.


Fusión. (Microrelato metaliterato)
Lo leí después de muerto –yo, no él
. Me gustó. Maté al autor para poder decírselo. Muchos muertos utilizan el tiempo entre dos mundos para lamentarse, algunos intentan inútilmente aferrarse a seres y lugares queridos. Pero yo fui concebido como un personaje de acción.

Se entusiasmó, no por mis alabanzas –un simple personaje de su creación–, sino por mi carácter e iniciativa. Dijo que me resucitaría en su último libro –ya póstumo–, bastarían unos párrafos.

Ahora se lo agradezco interpretando mi papel lo mejor posible. Soy lo que convierte su trama en sublime. He conseguido incluirle en el corto elenco de escritores inmortales.


Zaragoza 16 noviembre 2020.

16 de octubre de 2020

Ucronía con Rosa.

¡Muerte al tirano!, con ese grito terminó la reunión en la que un reducido grupo de patriotas ultimó los detalles del atentado.

Tendría lugar el 15 de agosto de 1811, cumpleaños de Napoleón. José I Bonaparte, después de la celebración oficial de la onomástica en la casa de Correos, se dirigiría al Palacio Real por la calle Mayor, como hacía habitualmente. Salustiano Dalp, subteniente de Artillería, sería el encargado de lanzar la bomba desde el balcón del tercer piso del número 88, la casa de su cuñada. Después, el resto intentarían provocar un levantamiento popular contra el ocupante francés como el que había tenido lugar tres años antes.

La situación era desesperada. Tras la derrota del Cuarto Ejército del duque de Alburquerque en Cádiz el año anterior, la toma de la ciudad y el ajusticiamiento de los cinco miembros del Consejo de Regencia, y de muchas de las figuras más destacadas del reino que habían constituido las Cortes que elaboraban la primera Constitución española, Fernando VII -el rey deseado- y su familia habían muerto en su residencia de Valençay, al sur de París. Un trágico incendio decían desde el bando afrancesado, pero todos sabían que la larga mano de Napoleón estaba detrás.

La resistencia en España había acabado. José Bonaparte reinaba con mano de hierro. Con la retaguardia cubierta, su hermano, el emperador, había desembarcado en Inglaterra y sometido Londres y Cardiff. Europa era francesa. Rusia tendría que aceptarlo y firmar la paz con Napoleón, quién había reconsiderado su idea de invadirla: ya no sería necesario.

Salustiano era el único que podía ejecutar la acción. Mientras estuvo destinado en el Parque de Artillería de Monteleón a las órdenes de Luis Daoiz, había ideado una bomba de mano rodeada de resaltes de fulminato de mercurio que explotaban por impacto. Tenía un par de bombas que disimularía en un ramo de flores y arrojaría al paso de la comitiva real.

Durante los últimos meses se había entregado en cuerpo y alma a conspirar contra los ocupantes y aquellos que les apoyaban a cambio de honores y prebendas. Salía y entraba en casa sin avisar, se encerraba en el sótano para preparar las bombas, sin prestar atención a Rosa, con quién se había casado tres años antes. Además, tenía que cuidar a Clara, la mujer de su hermano, fusilado en la montaña de Príncipe Pio los primeros días de mayo de 1808. Clara había tenido un hijo póstumo de su hermano y se encontraba sola, su único sostén era Salustiano.

Rosa, se sentía sola, ni siquiera tenía un bebé al que cuidar. Era lo que más deseaba. Aunque cuando lo pensaba bien, lo que más deseaba era que su marido la tratase como lo hacía al principio, que no pasase tanto tiempo con Clara. ¿Habría algo entre ellos? No quería pensarlo, pero la duda le corroía el alma.

La mañana del 15 de agosto, Salustiano salió de casa y dio varias vueltas, yendo y volviendo, para asegurarse de que no le seguían. Ya había detectado que en ocasiones le ponían vigilancia. Recogió el ramo de flores con las bombas en una portería cercana a la casa de Clara, tal como habían planeado, y se dirigió hacia allí. Había avisado a Clara para que ese día cogiese a su hijo y se fueran a casa de una amiga.

Cuando entró en el portal vio una silueta junto a la garita del portero. Pensó que era la policía, que le habían delatado y lo iban a detener. Vendería cara su vida: usaría las bombas que llevaba. Respiró aliviado cuando vio que la pequeña figura que salía de la sombra era la de Rosa:

-- Rosa, ¿qué haces aquí?

-- No aguantaba más. Quería saber si es verdad que me traicionas con Clara. Ya veo que a ella le traes flores, mientras que conmigo ni siquiera hablas –dijo.

Rosa sacó del bolso la pequeña pistola que él le había dado para defenderse en caso necesario, y perturbada por los celos disparó, alcanzando a Salustiano en el vientre.

-- Rosa, ¡me has matado! Ahora ayúdame. Sube conmigo y ayúdame a abrir la puerta de la casa. Abre el balcón y vete. Mi muerte no será inútil, voy a hacer lo que vine a hacer.

En la calle ya se oían los cascos de los caballos de los húsares de escolta. Salustiano vio que el carruaje real se acercaba. Dio un beso a Rosa. Le dijo: “Eres la única mujer que he amado”. Y saltó por el balcón con el ramo de flores en la mano.



Báguena, 16 Octubre 2020.

1 de octubre de 2020

Vida de velador.

Lo veo cada vez que salgo de casa. Sentado en la terraza de la Carbonera, el bar que está junto al portal. Es alto, hombros anchos, voz potente que se oye a varios metros de distancia. Está siempre allí, desde que abren a las nueve de la mañana hasta las ocho o las nueve de la tarde, menos el rato de la comida. Siempre con una cerveza a medias –excepto a primera hora, que toma café– y un cigarrillo humeante entre los dedos. No es muy mayor, pero debe estar prejubilado o tener alguna pensión por invalidez.

Cada vez que voy a por el pan o tengo que ir a las tiendas del barrio alcanzó a escuchar algo de lo que dice. Habla con cualquiera que se siente en las mesas de al lado, o con los camareros. A veces, alguno de los conocidos que ha hecho durante las largas horas de velador se sienta con él. Hablan del tiempo: “Mañana empieza el cierzo y tendremos que entrar dentro”; de política: “Yo voto a los del P… –el ruido del autobús que acaba de llegar a la parada no me permite escuchar más–…roban menos, pero son todos iguales”, o de cualquier tema de actualidad: “Qué follón ayer con los del Gran Hermano”; “El coronavirus viene de China”… Otras veces –voz grave–, habla por el móvil: “Aquí estoy, pasando el verano, cogiendo moreno de Carbonera”.

Y así he ido conociendo su vida. El día que pasó un muchacho con una camiseta del Asador el Sarmiento: “Pues anda que no he preparado yo caracoles en el Sarmiento”. Otro día, a la camarera: “Toda la vida trabajando, sábados y domingos incluidos, muchos días más de diez horas, y después te queda una pensión de miseria”.

Un día lo veo serio, sentado con un joven que es su propia imagen con cuarenta años menos. Ralentizo el paso, saco el móvil y hago como que lo miro:

-- Sois unos cabrones. Desde que murió vuestra madre no venís por casa. Claro, como ya no está para haceros la comida. Voy a vender el piso y me lo gasto en cervezas. No vais a ver un euro.

Conmigo también charla:

-- Te veo muchos días por aquí.

-- Es que vivo en el portal de al lado –digo.

-- ¡Joder que suerte! Ya me gustaría a mí. Cuando quieras echamos unas cañas –me contesta.

Con la llegada del invierno, los días en que se monta la terraza son cada vez más escasos. Lo he visto algún día: más flaco, menos dicharachero, mirando fijamente como se consume el cigarrillo. Finalmente dejo de verlo. Tengo que preguntar a su hijo –pienso.

Zaragoza, 1 de octubre 2020.

25 de septiembre de 2020

La Campaña de Teruel. Resumen.


1.- Comienza la Campaña. Conquista republicana de Teruel.

• El 15 de diciembre de 1937, el Ejército de Levante republicano ‒bajo el mando del coronel Hernández Saravia‒, reforzado por el Ejército de Maniobra, con un total de tres cuerpos de ejército (siete divisiones en línea y cuatro más en reserva, 300 piezas de artillería, 104 tanques, dos compañías de vehículos blindados y 130 aviones), a las órdenes del general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor Central, se lanza a la conquista del saliente en el frente que formaba la ciudad de Teruel, cortando sus comunicaciones con Zaragoza a la altura de Concud y San Blas.

• El día 22, el CE. XX ocupa la ciudad desde el sur, sitiando los reductos de Comandancia y Seminario donde resisten unos 4000 hombres y numerosa población civil, bajo el mando del coronel Rey d’Harcourt. Se desarrollan dos batallas concéntricas: por un lado, en el interior de la ciudad, el asedio republicano a los reductos; por otro, las tropas nacionales de los generales Aranda y Varela que intentan liberar a los sitiados, creando situaciones difíciles a los republicanos, pero sin conseguir sus objetivos.

• El 7 de enero de 1938, después de veinticuatro días de defensa y la destrucción de gran parte de la ciudad, el coronel Rey d´Harcourt rinde el reducto de la Comandancia. Al día siguiente lo hace el coronel Barba en el Seminario.


2.- Contraofensiva nacional.

• El día 29 de diciembre comienza la contraofensiva nacional que tiene por objeto romper el cerco y enlazar con la resistencia en el interior de la ciudad. El Cuerpo de Ejército del Norte del Turia (general Aranda), al norte del río Guadalaviar (Turia), avanza por la carretera de Zaragoza, en dirección Concud y Santa Bárbara, para alcanzar la línea Alto de Celadas – El Muletón y posteriormente envolver Teruel por el norte y noreste, protegiendo el flanco del Cuerpo de Ejército del Sur del Turia, pero encuentra una resistencia muy dura. Al sur, el Cuerpo de Ejército del Sur del Turia (general Varela), más potente, avanza desde la Sierra de Albarracín con la misión de liberar Teruel después de ocupar la meseta de La Muela.

• El día 30, el Cuerpo de Ejército del Norte del Turia alcanza la carretera de Celadas (División 150) y por la noche llegan a Concud (División 62). El Cuerpo de Ejército del Sur del Turia ocupa Sierra de los Morrones (División 61), Meseta de Las Pedrizas (División 1 de Navarra), los cruces de carreteras que conducen a Teruel (División 81) y El Campillo (División 82). Las fuerzas republicanas retroceden hasta la línea: Caudé, San Blas, Los Morrones, El Campillo y Villastar.

• El 31 por la mañana los nacionales ocupan Concud (División 62) y San Blas (División 81). La 62 se frena tras entrar en Concud debido a la climatología. La División 150 tampoco puede avanzar frente al Alto de las Celadas y El Muletón, donde los republicanos están bien fortificados. En el sur, la 1ª División de Navarra, después de fuertes combates, se apodera de La Muela, llegando al casco urbano de Teruel, aunque frenan su avance en el puente de hierro sobre el Turia. Las unidades republicanas procedentes de los Llanos de Caudé, Concud y La Muela, ante la potencia de fuego y el empuje de las fuerzas nacionales, huyen en desbandada, arrastrando consigo buena parte de las que se encuentran por el camino. A media tarde miles de hombres confluyen en la carretera de Sagunto. El jefe de la División 40, encargada de sitiar y tomar los reductos nacionales dentro de la capital con las Brigadas 84 y 87, se deja llevar por el pánico y ordena la retirada, aunque el repliegue no es advertido por los nacionales. La 40ª vuelve a ocupar sus posiciones en Teruel por la noche. A partir de las 17 horas cae una intensa nevada que paraliza las operaciones. El temporal y la noche frenaron el avance nacional en la línea que iba desde el sur del Cedrillar, Concud, San Blas, La Muela y diversas alturas al suroeste de Teruel en un arco a poco más de dos kilómetros de Villaespesa y la vega del Turia. Por la noche continúo nevando y la temperatura descendió hasta alcanzar los 18º bajo cero.

• A partir del 1 de enero los republicanos contraatacan con sus reservas: la 47ª División obliga a la 1ª División de Navarra a retroceder en el sector de La Muela, después de encarnizados combates con muchas bajas en ambos lados. La Muela pasaría a ser un sector estable hasta la ofensiva final del 17 de febrero. Desde el norte de la ciudad, la 35ª División Internacional ataca furiosamente al Cuerpo de Ejército del Norte del Turia, entre el 2 y el 9 de enero. Las posiciones republicanas de las estribaciones de Sierra Palomera, Alto de Celadas y Muletón dominan la dirección de avance del Cuerpo de Ejército del Norte del Turia, impidiendo su libertad de movimientos. El temporal paraliza las operaciones entre el 6 y el 16 de enero. Las unidades perfeccionan sus organizaciones defensivas.


2b.- Segunda fase de la contraofensiva nacional.

• Desaparecido el apremio del socorro a las fuerzas sitiadas en la ciudad y vista la dificultad del Cuerpo de Ejército del Norte del Turia de avanzar por el ala izquierda, el general Dávila (jefe del ejército de operaciones nacional) ordena la conquista de las posiciones republicanas en el Alto de Celadas y Muletón. Se concentran cerca de 400 piezas de artillería y más de 100 aviones. El día 17 de enero, el Cuerpo de Ejército del Norte del Turia del general Aranda (de norte a sur: Divisiones 13, 150, 5 y 84, 85 en reserva) asalta la línea de posiciones del Alto de Celadas al Muletón, defendida por la Divisiones 39, 67 y la 35 Internacional. Los combates terrestres son acompañados por combates aéreos entre los cazas italianos y los aviones rusos republicanos. La 5ª División de Navarra ocupa el Alto de Celadas y parte de El Muletón. El 18, la División 35 lanza contrataques infructuosos, acusando grandes pérdidas. A partir del día 19, desecha la resistencia republicana, los nacionales completan la operación: ocupan El Muletón, el día 20, y Las Pedrizas, el día 21, descendiendo de los altos para alcanzar la orilla derecha del río Alfambra.


3.- Asalto de Singra y reacción republicana.

• Entre el 25 y el 30 de enero las tropas republicanas lanzan el asalto de Singra (División 27), desde sus posiciones en el Campo de Visiedo. Con ello pretendían cortar las comunicaciones nacionales, seccionando el valle del Jiloca y forzando su repliegue. La 27 consigue tomar la localidad de Singra, llegando a cortar la carretera Teruel-Zaragoza, pero no puede llegar hasta la vía del ferrocarril. Los nacionales, a punto de quedar embolsados, gracias sobre todo al ataque masivo de la aviación, logran recuperar las posiciones en Singra. El dia 26 reciben refuerzos desde Villafranca y Monreal del Campo, y el 29 los republicanos se retiran hacia sus posiciones iniciales. 

• Mientras tanto, el día 27, también se recrudecen los combates en la zona del Alto de Celadas. Las Divisiones 46 y 66 republicanas lanzan una contraofensiva para recuperar las posiciones perdidas unos días antes. La 46ª División del Campesino tenía como misión recuperar el Alto de Celadas y la cota 1.204, tres kilómetros al norte, partiendo desde La Losilla, para descender después hasta El Muletón; maniobra que recibiría el apoyo de la 66, cuyas fuerzas debían fijar por el fuego a las fuerzas nacionales en sus posiciones del Alto de Celadas. La División 13 frena los ataques republicanos durante los tres días que duraron.


4.- Batalla del Alfambra.

 Entre el 5 y el 7 de febrero tiene lugar la batalla del Alfambra, en el triángulo formado por Vivel del Río, Singra y Teruel. Ataque de flanco a las tropas republicanas en el Campo de Visiedo (CE. XIII), con objeto de desalojar su presencia en Sierra Palomera -desde donde se amenazaba los movimientos por el valle del Jiloca, y la carretera y el ferrocarril que unen Zaragoza y Teruel-, y llevar el frente al río Alfambra para despues recuperar la ciudad de Teruel.

• El Cuerpo de Ejército Marroquí del general Yagüe con tres divisiones en primera línea (de este a oeste: 4, 1 y 82) avanza desde el norte (Portalrubio – Cosa – Bañón) hacia Perales de Alfambra. La Agrupación de Enlace (5ª División Navarra y 1ª División Caballería) al mando del general Monasterio, parte de Rubielos de la Cérida. La 5ª rompe el frente republicano el primer día, abriendo un corredor a la División de Caballería que el día 6, con apoyo de artillería y aviación, realiza cargas sobre el flanco republicano en Argente y Visiedo, provocando desbandadas en las posiciones republicanas. Este hecho se considera como la última gran carga de caballería en combate de la historia militar de España. Al sur, el Cuerpo de Ejército Galicia (anteriormente del Norte del Turia) del general Aranda, partiendo de Villarquemado y norte de Celadas (Divisiones 83 y 84 respectivamente) dirige su ataque en dirección Alfambra, encontrando resistencia menos numerosa, inexperta y desmoralizada. Al día siguiente, la División 13 se une al ataque en dirección norte desde el Alto de Celadas. El día 7 confluyen todas las fuerzas nacionales en Perales de Alfambra.

• La República pierde 14 poblaciones con más de 700 kilómetros cuadrados; 6000 hombres son hechos prisioneros al quedar embolsados en la zona sierra Palomera y unos 10 0000 son bajas de distinto tipo. La 42ª División republicana es la que sufre mayores bajas.

5.- Reconquista nacional de Teruel.

• El 17 de febrero el Cuerpo de Ejército Galicia del general Aranda despliega en los 5 kilómetros que van desde las proximidades de Teruel (Los Baños) al pueblo de Villalba Baja. Se constituyen dos grupos: el de la izquierda (Divisiones 13 y 84) que debe comenzar a pasar el río Alfambra antes de que amanezca, entre Villalba Baja y Tortajada, para avanzar hasta Valdecebro y envolver El Mansueto; y el grupo de la derecha (Divisiones 150 y 83) que partiendo, más tarde, de Las Pedrizas, tras la preparación de artillería y aviación, debe cruzar el río al sur del anterior y ejercer el esfuerzo principal para ocupar Sierra Gorda y El Mansueto, y avanzar hasta la carretera de Sagunto. Al norte, la División 85 cubre la línea del río hasta Alfambra.

• La División 13 pasa el río por el molino de Villalba Baja consiguiendo una penetración de tres kilómetros por la sierra. La División 150, que trataba pasar el río frente al Muletón es rechazada por la 67ª División republicana; consigue atravesar el río, en un ataque nocturno, por Tortajada. El progreso de la División 13 consigue introducir una cuña en el dispositivo republicano que trata de reducirla por medio de contraataques lanzados a lo largo de la madrugada. La reducción de la presión defensiva sobre la orilla del río permite el cruce de unidades de la 83ª División, así como del resto de la 150ª División, más al norte. Al final de la jornada del 18 de febrero las fuerzas nacionales consiguen cortar la carretera de Corbalán. La División 13, en defensiva desde Villalba Baja hasta la carretera de Corbalán, protege al resto de divisiones de posibles contrataques desde el exterior (noreste). La 84ª División toma los altos de El Tocón, El Chopo y La Torana. La 83ª División controla la cota 1077, sobre la carretera de Corbalán. Entre ellas, la 150 consigue consolidar Sierra Gorda. Se constata que la resistencia republicana ha disminuido de forma muy notable.

• En la noche del día 19 el cerco exterior sobre Teruel se cierra cuando la División 1 de Navarra (en misión de enlace entre el Cuerpo de Ejército Galicia y el Cuerpo de Ejército Castilla) ocupa Santa Bárbara y combate en el Cementerio y el Mansueto (este de Teruel). El día 20, tras un fuerte bombardeo, las fuerzas de la 101ª Brigada Mixta que defendían El Mansueto son hechas prisioneras por la División 83.

• Al sur, el CE Castilla (anteriormente del Sur del Turia) del general Varela fija al enemigo en todo su frente (noroeste de Teruel). Una vez ocupado el Cementerio y Santa Bárbara por la División 1 de Navarra, avanza para desbordar la ciudad por el norte y por el sur, y cortar la carretera de Valencia, aislando a la 46ª División republicana, que era la encargada de defender una ciudad vacía y en ruinas en que se había convertido Teruel. La División 81 cruza el río Alfambra y desborda Teruel por el norte y este y progresa hacia el sur, llevando el esfuerzo principal hasta el vértice Castellar (Castralvo); la División 61 pasa el río Turia al sur de Teruel para proseguir el avance hacia el sur, ocupa las cotas en las inmediaciones del Vértice Galiana y enlaza con la 81. La División 54 protege el flanco oeste de la 61. Los nacionales realizan un movimiento envolvente, similar al efectuado en diciembre por los republicanos, a varios kilómetros de la ciudad, pero esta vez en dirección opuesta.

• El día 21 Teruel queda cercado con un doble anillo: Divisiones 1, 150 y 81,con un frente interior hacia la ciudad y Divisiones 13, 84, 83 y 61, en el frente exterior, a 6 – 10 kilómetros de distancia. Las tropas republicanas quedan sitiadas sin suministros. El Campesino, jefe de la División 46, encargada de la defensa de la ciudad, ordena que su división abandone la plaza y evacue sus fuerzas. El día 21 por la noche, los soldados republicanos que pueden andar abandonan la ciudad siguiendo el curso inferior del río Turia, aguas abajo de la estación de ferrocarril, donde las líneas nacionales formadas por puestos aislados son más débiles. De los 2000 que salen de Teruel, 1300 logran pasar y llegar a las líneas republicanas de Villaespesa. La mañana del 22 los nacionales entran en Teruel sin apenas encontrar resistencia.


La Campaña de Teruel. Resumen -gráfico.


Imagen de elaboración propia, sobre la base de un mapa del Servicio Histórico Militar, a su vez basado en el mapa de la batalla de Alfambra de Manuel Tuñón de Lara (La batalla de Teruel, 1986).

21 de septiembre de 2020

Vidas "online".

Ormón_triplecero estaba anhelante. Sentado en su oscuro sillón ergonómico, enfrente de una gran mesa blanca de líneas nórdicas. Sobre la mesa: dos pantallas, el ratón y el teclado del ordenador. Había recogido los restos de comida preparada, la botella de Coca-Cola y los cubiertos que habitualmente quedaban sobre ella entre comida y comida. Hoy es un día especial. Se ha vestido con camisa salmón, pañuelo a juego y chaqueta oscura de brillantes solapas. El pantalón de pijama y las zapatillas de loneta no se verían en la transmisión.


En pocos minutos dará comienzo su boda telemática con Pikuka99. Habían contratado una agencia de eventos online que se ocupa de todo: la conexión de varios cientos de invitados, suma de las agendas de las redes sociales de los dos; la breve ceremonia del juzgado; y la celebración posterior, con efectos acústicos y ópticos que alimentarán sofisticados equipos individuales de hasta seis pantallas con presentaciones diferentes.


Sólo habían tenido ocasión de verse personalmente en tres ocasiones. Su relación había sido a través del móvil y el ordenador. Algo habitual debido a las restricciones que provocaban las sucesivas pandemias. Al coronavirus-19 habían seguido el virus-21, el virus-23 y los posteriores. Se habían suprimido los nombres propios de los virus, lo significativo eran los años. Normalmente cada dos años surgía uno nuevo que atacaba particularmente a un sector de la población. Las autoridades decretaban nuevas medidas y finalmente anunciaban la aparición de una vacuna, pero al poco un nuevo virus volvía a aparecer.


La gente se había vuelto desconfiada, solitaria, triste y resignada. Pero los jóvenes seguían uniéndose para vivir juntos. El ansia humana de compañía todavía perduraba. Y, además, aunque los simuladores sensoriales y los conectores táctiles a distancia eran realmente sofisticados, el sexo virtual no podía sustituir al contacto físico. La pantalla parpadea, entra un mensaje de la agencia: “Lo sentimos, Pikuka99 comunica que no se siente preparada para casarse. Ha cortado la conexión. No le dé mayor importancia. Esta reacción es más habitual de lo que pueda parecer. Deseamos que vuelva a confiar en nosotros en sus próximos eventos. Cargaremos en su tarjeta el coste previsto en el contrato para este tipo de situaciones. Tenga un buen día”.


Báguena, 21 de septiembre 2020.

1 de junio de 2020

La mujer pelirroja.

Esta relato -el segundo de Chele- y su título quedaron anidados en mi mente mientras recorría el Camino entre Logroño y Burgos, después de encontrarme con una exótica peregrina de largo cabello pelirrojo. Catorce meses después conseguí finalizarlo.

La mujer pelirroja. *

7 de abril de 2020

Asesinato perfecto.

Yo había sido feliz en mi matrimonio, hasta que asesiné a mi mujer. Cuando me dijo que quería divorciarse tuve que decidirme rápidamente. La situación creada por la pandemia del covid-19 no iba a durar siempre. La posibilidad de enmascarar una muerte entre los miles de casos de enfermedad que se computaban cada día fue lo que me decidió.

Habíamos sido una pareja feliz, incluso apasionada al principio. Después nos fuimos distanciando. Primero llegó la indiferencia, en seguida la antipatía mutua. Últimamente, casi no nos hablábamos, dejamos de compartir la cama. Ella comenzó a utilizar el wasap a todas horas. Activó el acceso de su teléfono con huella digital, por lo que me era imposible saber con quién se comunicaba.

En mitad del confinamiento durante la pandemia, me dijo que se divorciaría cuando terminase el aislamiento, que tendría que irme de la casa, que hablaríamos de la pensión, del reparto de todo. Le pregunté si tenía un amante –su actitud de los últimos meses la delataba–. Me contestó evasivamente: “¡No!, pero eso sería lo de menos. Ya no te soporto, ni tú a mí. Es lo mejor para los dos”. Supe que me mentía. Tras más de diez años como inspector de policía sé cuando me mienten.

Esa misma noche la asfixié con la almohada mientras dormía. Al día siguiente llamé al servicio de atención a enfermos con coronavirus para comunicar que mi mujer estaba enferma. Me dijeron que permaneciese en casa, que llamarían para conocer su evolución. Sabía lo que tenía que hacer: describir un empeoramiento gradual que le llevaría a una muerte súbita a los pocos días. Vendrían a recoger el cuerpo, no habría autopsia, no habría demasiadas preguntas, un caso desgraciado más.

Mi preocupación era su amante, sus conversaciones a través del teléfono móvil. Lo desbloqueé utilizando su dedo ya inerte. Utilizaban nombres supuestos: Isabel y Diego –me pareció patético que a su edad jugasen a ser los amantes de Teruel–. Yo no tenía nombre, simplemente era “él”. Durante esos días tenía que prestar atención al wasap a todas horas, incluso en el trabajo. Fui espaciando los mensajes de Isabel, enfriando el tono apasionado que usaba, relatando los síntomas de la enfermedad que avanzaba día a día. El agravamiento llegó parejo con los remordimientos. En su último mensaje Isabel abandonaba a Diego, sólo quería superar la enfermedad y volver con su marido al que, ahora se daba cuenta, había amado siempre.

Después de ese último mensaje me sentía francamente bien. Había ejecutado el crimen perfecto, de una forma hábil e inteligente. Y había humillado al amante de mi mujer, a ese Diego Marcilla de pacotilla.

Al día siguiente me mostré desconsolado en la Jefatura: acababan de llevarse el cuerpo de mi mujer, fallecida por la infección. Estaba desecho, pero continuaría trabajando en estos momentos en que éramos más necesarios que nunca.

El que se mostró más conmovido fue mi compañero. Por un lado era normal que se interesase, habíamos sido amigos desde la Academia y llevábamos años trabajando juntos. Pero, por otra parte, comencé a sospechar ante su insistencia en preguntar y repreguntar: parecía que utilizaba la técnica que usamos con los criminales para que se contradigan. Sin embargo, estaba tranquilo; siempre había sido más inteligente que él. Y además, él también tenía algo que ocultar: su traición a un amigo.

Dos días después me encuentro trabajando en mi mesa de despacho. Veo a mi compañero que se dirige hacía mi flanqueado por dos policías de uniforme. En la mano lleva un papel de la compañía telefónica. Como un rayo mi cerebro se abre: ha comprobado que los mensajes de wasap fueron enviados desde la Jefatura, que no pudo enviarlos mi mujer desde casa. Comprobarán el cadáver. ¡Me van a detener!

Zaragoza, 7 de abril de 2020

22 de marzo de 2020

El gato.

Mi editor me pide un nuevo libro. Otro relato de terror. Lo que comenzó como un pasatiempo se ha convertido en un lucrativo negocio. Me parece irónico que alguien que se toma a broma las historias de terror se haya convertido en uno de los escritores más popular del género. Pero, tal vez por esa falta de motivación, mi imaginación está seca. Por eso, he venido a esta casa aislada en la montaña, en la que cuentan que, hace años, apareció una pareja muerta, comida por sus perros. 

Busco soledad para escribir e inspiración para mis relatos. Los ruidos nocturnos: el viento en las viejas ventanas, los crujidos de las vigas de madera, esos sonidos de pisadas en el desván, no me producen desazón, sé que son propios de una casa vieja. No son el revulsivo que busco para mi imaginación, estancada como una negra ciénaga. Lo único que llego a escribir es mi diario. Y, cuando me aburro, acaricio mi gato. 

Mi gato era un pequeño gato gris con unas tenues rayas oscuras que le daban un bonito aspecto atigrado. Cariñoso y apacible, emitía unos maullidos suaves, nada estridentes. Imperceptiblemente al principio, con cambios apreciables de un día para otro después, se fue transformando en un gato grande y fuerte. Las rayas de color gris oscuro progresivamente empezaron a extenderse y ennegrecer hasta transformarlo en un gato de color negro intenso y brillante, como el azabache. Sus ojos también han cambiado desde que estamos en esta casa. Ahora son de color verde frío, me miran interrogadoramente, incluso amenazadoramente cuando me atrevo a tocarlo. Su maullido se ha vuelto ronco, imperioso, como avisándome de que debo hacer su voluntad. Cada día es más hosco y, a veces, agresivo. Muestra sus cada vez más afilados dientes si intento tocar su comida y en alguna ocasión me ha arañado cuando le hago bajar de mi silla. 

Por las noches, especialmente esas noches en que las tormentas descargan lluvia, relámpagos y truenos sobre la vieja casa, cuando más nítidamente se oyen las pisadas en el desván, el gato se coloca junto al último tramo de escalera y maúlla con su voz ronca. Me mira fijamente, como retándome, como diciéndome: ¡sube! 


Empiezo a odiar a este gato. Ya no es un meloso compañero. Se ha convertido en un carcelero que tutela mi vida. Empiezo a maquinar como deshacerme de él. Pero reconozco que me intimidan sus miradas verdes, secas, calculadoras.

Una noche me decido a subir al desván. Meto la libreta en que escribo en el bolsillo y abro la puerta. El gato deja de maullar y desaparece en la oscuridad de la estancia. Enciendo el interruptor. No hay luz. En unos segundos mis ojos son capaces de captar la tenue luminosidad marfileña que la luna arroja sobre el interior a través de un pequeño ventanuco al fondo de la pieza. La contraventana de madera, batida por el viento, produce ese sonido como de pisadas. Doy media vuelta y me dispongo a bajar. Mis pies se enredan con un bulto negro ¡el gato! que se ha interpuesto en mi camino. Pierdo el equilibrio. Caigo por la empinada escalera y oigo un crujido seco. Es mi columna que se ha roto. No siento las piernas ni el brazo izquierdo. No me duele nada, pero no me puedo mover.

El gato me mira con aire orgulloso, su mirada dura es ahora de satisfacción. Sé lo que está pensando: ¡me va a comer! Aunque le cueste semanas, me comerá poco a poco, y cuando muera continuará con su macabra tarea.

Zaragoza, 22 de marzo de 2020.


28 de febrero de 2020

Predestinados.

La Naturaleza es una diosa caprichosa que a veces se divierte haciendo extraños emparejamientos.

Emiliano es un hombre ambicioso, egoísta y permanentemente insatisfecho, nada es suficiente para él. Proviene de una familia humilde. Su padre, un apocado empleado de ferrocarriles, que lo único bueno que hizo en su vida –pensaba Emiliano– fue costear a su hijo, a él, los estudios en una buena universidad. A pesar de su madre: “que se sacase la oposición de auxiliar administrativo”, decía ella.

Por eso, Emiliano quiere, por encima de todo, éxito, poder y dinero, ¡sin límites! Y lo estaba consiguiendo: premio fin de carrera, el economista más prometedor de Madrid, ofertas de conservadores y progresistas para entrar en política. Y lo iba a hacer. Era la forma más rápida de alcanzar su meta. Tan sólo debía decidir con quién, pero sabía que eso daba lo mismo.

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María había tenido una infancia feliz, unos padres sencillos, trabajadores, que se preocupaban por ella. Tenía una vena artística que le llevaba a practicar cualquier rama del arte: música, pintura, escultura, dibujo… Quería tener hijos, educarlos, acompañarlos en sus vidas. Pero había tenido mala suerte hasta ahora. Se había casado muy joven, alocadamente, con un hombre mayor que ella. Resultó ser un resentido, calculador e ingrato, que nunca le dijo una palabra bonita. Sólo críticas a sus “boberías bohemias”. Se divorciaron al poco.
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Emiliano también tiene que tomar otra decisión: su mujer. Sabe que no es la persona apropiada para acompañarle en el camino que se ha fijado. Cuando pensaba en ella, se acordaba de la canción de Sabina: “la falda corta y la lengua larga”. ¡Si! le gustaban sus piernas, pero no la veía desenvolviéndose en el mundo de los poderosos. No entendía que lo principal era la victoria, a cualquier precio, aunque hubiese que sacrificar el orgullo, los amigos, la familia. El mundo era así, inmisericorde con los pobres de espíritu. Ella era tan despreocupada, sus ideas tan errantes…
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María ha vuelto a ser feliz. Se volvió a casar, esta vez con el hombre adecuado 
piensa ella–. Serio y trabajador, pero que busca su compañía, le habla cariñosamente, la valora, le deja hacer a su antojo. Con él se siente mujer, sabe que le gusta mucho, sobre todo cuando se arregla un poco. Y sabe que será un buen padre, preocupado y generoso. Sale de la relojería donde ha entrado para cambiar la pila del reloj y se dirige a su encuentro. Van a comer juntos.
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Es la hora, Emiliano sale de su despacho. Mientras camina, cavila que él necesita otra cosa, una mujer entregada, sumisa, que comparta sus aspiraciones. ¡En fin, ya lo verá! Llega a la puerta del restaurante y ve aproximarse a su mujer. Tiene que reconocer que está guapa con ese vestido nuevo. “Espero que no se haya olvidado de cambiar la pila al reloj” –piensa.

Zaragoza, 28 de febrero de 2020.

24 de febrero de 2020

Tras los pasos de Mariano Gil de Bernabé

Tras los pasos de Mariano Gil de Bernabé, olvidado artillero baguenense, innovador y patriota.

Museo del Ejército (Toledo)
Mariano Gil de Bernabé es una de las figuras históricas más relevantes oriunda de Báguena. Coronel de Artillería, fundador de la Academia Militar de Sevilla en 1810, posteriormente trasladada a la Isla de León (actual San Fernando, Cádiz), cuyo objeto era preparar oficiales para integrarse en los ejércitos de operaciones que combatían al invasor francés durante la Guerra de Independencia. Prácticamente desconocido en su propio pueblo y comarca (del Jiloca). Fue un innovador, primer precedente del modelo de enseñanza general militar que proporciona una formación común (inter-armas) a las distintas armas o especialidades del ejército: infantería, caballería, artillería, ingenieros y, posteriormente, a las que fueron apareciendo. También fue un gran patriota que no sólo consagró su vida a la Patria y la entregó tempranamente sin cejar en su extenuante actividad - algo que como militar que era, entra dentro de lo esperable -, sino que también hizo uso de su propio peculio para sufragar su proyecto. Cuando murió no dejó patrimonio.




Homenaje de la Academia General Militar al Coronel Mariano Gil de Bernabé, realizado en Báguena el 18 de mayo de 2008.





20 de febrero de 2020

Angustia.


María dejó el bebé en la cama y se dispuso a abrir las dos cartas que había recogido del buzón. Con manos temblorosas abrió la del Servicio de Salud, el corazón se le disparó y las lágrimas saltaron de sus ojos. Confirmaba lo que, sin saber como, ya sabía: parálisis cerebral. Tenían que hacerle más pruebas, pero nunca llegaría a valerse por sí mismo.

Ella lo sabía desde que se lo entregaron después del parto: tan callado, tan inmóvil. Y sabía que todo había ido mal desde que se puso de parto aquel nefasto jueves, inicio de puente. En el hospital le pusieron una inyección y la mandaron a casa, que volviera el lunes le dijeron. Y ella, ¿qué podía hacer?, nada, hacer caso. Su novio, tan encantador, tan amoroso, se había ido convirtiendo en una persona hosca, hostil, incluso agresiva, durante el embarazo. No quería un hijo. Acabó no queriéndola a ella. Desapareció el mismo día del nacimiento, cuando ella le contó sus temores al ver a su hijo.

Le entró una desazón que no había experimentado nunca. Cuidaría a su hijo, la necesitaba. Trabajaría en lo que fuese. No podía contar con nadie más. Su madre, divorciada, subsistía con trabajos basura, y tenía bastante con su hijo pequeño: dieciséis años, no quería estudiar, enredado con una pandilla de pequeños delincuentes, navajas, peleas, robos, dos veces ante el juez de menores.

Abrió la segunda carta, del ayuntamiento. El contrato de alquiler barato terminaba en dos meses. Una empresa extranjera había comprado el bloque de viviendas sociales y ofrecía a los actuales inquilinos prorrogar los alquileres, pero a precio de mercado, más del doble. María buscó la cartilla del banco. Estaba allí, él no se la había llevado. Novecientos veintisiete euros.

No lloraba, no se quejaba, no se movía, pero chupaba con fruición cuando le daba de mamar. María no tenía mucha leche, le tendría que dar un preparado para lactantes, pero era tan caro…

Si el bebé estuviera bien lo abandonaría en un hospital, en una comisaría o en una iglesia. Tal vez, después, se tiraría desde el puente de la autovía. Pero, ahora su hijo la necesitaba. Su mente volaba sin encontrar una solución.

Zaragoza, 20 de febrero de 2020.

8 de febrero de 2020

Felice.

Felice es teniente coronel del cuerpo de Carabinieri, moreno, alto y fornido. Un observador menos benévolo lo podría describir como gordo. No es muy inteligente, o mejor dicho, utiliza su inteligencia únicamente en aquello que le reporta un beneficio personal, tal como elucubrar maneras de disfrutar más días de permiso, o atribuirse un buen trabajo de sus subordinados, o como ensalzarse él mismo criticando a los demás.


A primera hora, Felice da novedades a su jefe:

- Da su permiso Comandante.

- Pase, Felice, siéntese. Ya le he dicho varias veces que no hace falta que se cuadre como si fuese un cadete.

- Se lo agradezco Comandante. Tantos años en este benemérito Cuerpo dejan su impronta en uno.

Felice se sienta y comienza su informe:

- Ayer se produjo una seria violación de seguridad en este acuartelamiento. La cónyuge del marichalo Sorrino entró sin autorización en un área restringida y tuvo acceso a información sensible.

- Ya lo sé, me lo han contado. La pobre chica buscaba a su marido porque tenía al bebé con fiebre y como no conoce Nápoles no sabía donde ir. Sólo vio unas fotos de camorristas de baja estofa de Secondigliano.

- Copiado, si el Comandante como superior inmediato decide cerrar el caso, yo acato la orden. Simplemente cumplía mi deber, como hago siempre, en observancia de la ordenanza que nos obliga a todos a seguir con lealtad las órdenes de la superioridad, y como el Prefecto está tan preocupado por la seguridad física de las instalaciones…

- Bien Felice, no dudo de sus motivaciones. Lo que sí me preocupa es el tiroteo de ayer en el Rione Sanitá, pudo haber muertos. Eso si entra dentro de sus competencias como jefe de operaciones.

- Comandante, después de encarcelar a los capos de la camorra, los jóvenes delincuentes están sin control. Lo de ayer fue una pelea entre bandas que quieren controlar la zona. Por cierto, yo estaba de permiso. Como me quedan tantos días, tengo que cogerlos antes de que acabe el año. Además de mi servicio a la Patria debo cuidar mi matrimonio.

- Felice, lo que debe hacer es controlar el comercio ilegal de armas. Después de todos los años que lleva en Nápoles tiene que conocer a los vendedores.

- A sus órdenes Comandante, con su permiso voy a impartir las directrices oportunas al maggiore Vincenzo. Yo mañana tengo reconocimiento médico, la semana que viene tengo el curso de actualización y después unos días de permiso.

Felice, satisfecho de sí mismo, sale del despacho y se dirige al bar, a tomar su café ristreto de todas las mañanas.

Zaragoza, 8 de febrero de 2020.