12 de abril de 2022

Diario del Camino de Santiago. De Sarria a Santiago de Compostela (y epílogo en Muxía).

Diario del Camino de Santiago. De Sarria a Santiago de Compostela  
(y epílogo en Muxía).

Caminar y contarlo.

Francisco Javier Aguirre Azaña

3 Abril 2022. (Sarria)
De nuevo, marcho hacía el Camino. Con la determinación de llegar a Santiago, mañana, desde Sarria, emprenderé el quinto y último tramo de este viaje que inicié en Roncesvalles hace ya tiempo. La pandemia del maldito covid -que ya empezamos a sentir lejana- nos ha trastocado la vida a todos, y más a aquellos -muchos- que la han perdido, sin saber muy bien cómo, ni por qué. ¿Nos lo explicarán algún día? La pandemia también ha provocado el retraso en culminar mi viaje por el Camino (Francés) de Santiago.

De nuevo, en el tren -está vez con transbordo en Madrid; conforme me alejo de Zaragoza, las alternativas de transporte son cada vez más limitadas-, viendo pasar veloz el paisaje por la ventanilla: la sierra de Guadarrama, la llanura castellana, los montes zamoranos, Galicia ondulada y verde; debajo de un cielo de grandes nubes blancas, recortadas sobre un cielo azul, fresco, luminoso y brillante, que a veces se torna gris y brumoso, a pesar del tiempo vespertino y primaveral.

De nuevo, sensaciones reencontradas: unos días de soledad que permiten observar las cosas y las gentes desde fuera, sin preocupaciones, sin implicaciones personales; días de caminar y escribir, ...simplemente; con una única inquietud provocada por la duda sobre mi capacidad física -la de mis pies- de llevar a cabo el plan trazado: cuatro días de marcha hasta Santiago de Compostela -en lugar de los cinco que muchos peregrinos hacen-, lo que obliga a hacer tres etapas seguidas de algo más de treinta kilómetros cada una; después continuar hasta alcanzar, en tres días más, la costa. Pero, si no culmino este tramo de “propina” no me preocupa. Lo importante es llegar a Santiago.

Llego a Sarria en autobús, desde Monforte de Lemos; debido a obras en la vía del tren. La mayoría de pasajeros del repleto autobús son peregrinos que, como yo, inician el Camino en esta localidad, a 115 kilómetros de Santiago. Distancia suficiente para obtener la “Compostela”, que certifica el haber realizado la peregrinación. Observo que son ya muchas las personas en el Camino, a pesar de que la temporada -con la apertura de albergues y servicios de transporte de mochilas- acaba de comenzar hace apenas unos días, y que estamos en medio de una ola de frío -con mínimas por debajo de cero-, inusual en estas fechas.

Me alojo en una pensión junto a la “rua maior”, sobre el propio Camino. La habitación es sencilla, iluminada y caldeada por el sol de tarde que entra por la ventana. Cuenta tan sólo con una pequeña mesa, una silla y un perchero; carece de calefacción, pero la cama es amplia y cómoda -pongo una segunda manta sobre ella- y el servicio nuevo y limpio, todo lo que un peregrino necesita. Ceno en el restaurante Roma, junto a la estación del ferrocarril, que ya conozco de mi anterior estancia en el pueblo, cuando terminé aquí la caminata desde León. A pesar de no haber hecho nada para merecerlo, como opíparamente: pulpo a la gallega -con sus cachelos, regado generosamente con aceite y pimentón, y a lo que yo añado un Ribeiro fresco y oloroso- y tortilla de bonito. Mañana quemaré el exceso de calorías ingeridas.
Cruceiro de Sarria
Sarria, 3 de abril de 2022.


4 Abril 2022. (Sarria - Gonzar)
Comienzo a caminar a las ocho, con una temperatura de cero grados. El día, aunque soleado, se mantiene fresco debido al viento frío que corre tanto por la mañana como por la tarde. Aunque yo, personalmente, prefiero caminar con frío antes que con calor y no me disgusta sentir el viento en la cara en mitad del campo.

Ya en la pensión, a la hora del escueto desayuno -café con leche y pan tostado con mantequilla y mermelada-, y en la calle mayor de Sarria, encuentro gran cantidad de peregrinos. “Buen Camino”, la tradicional fórmula de saludo se repite varias veces. Pienso que el día de hoy -es lunes- es un buen día para iniciar la marcha y llegar a Santiago el viernes, y tal vez aprovechar el fin de semana allí.

Durante los diez primeros kilómetros, hasta que hago el primer alto, sobrepaso unos cincuenta peregrinos -entre ellos un grupo de veinte escolares, que cada poco tiempo rompen el silencio campestre con unos gritos que demuestran su pertenencia a una escuela en la que el respeto no forma parte de sus valores-. 
Mirador de Brea
A las dos horas hago un alto: café, me quito las botas y disfruto durante unos minutos de la vista del paisaje gallego desde el Mirador de Brea: vegetación verde y ondulante, como un mar con olas congeladas. También veo pasar a algunos de los sobrepasados, a los que volveré a rebasar más adelante. Pero ahora ya no continúo con la cuenta de los peregrinos con los que me cruzo. Al poco, otro grupo numeroso de adolescentes vociferantes -treinta o más- que colapsan el camino a lo ancho y a lo largo, delante de una tienda de “merchandising” jacobeo. “Esto no es lo que yo busco en el Camino de Santiago” pienso, aparto -mal encarado- a alguno de esos displicentes mozalbetes y continúo andando, deseando dejar atrás todas estas manadas de turistas -endiablado turismo de masas-. Más adelante, parece que he logrado mi objetivo; ya sólo de vez en cuando me cruzo con otros peregrinos. También, con una mujer de no menos de setenta años que pastorea un par de vacas en dirección contraria a mi marcha, seguramente en busca de un prado de hierba jugosa. La presencia de vacas -y el olor de sus granjas- es continúa en esta región.

Río Miño (Portomarín)
La llegada a Portomarín, en el kilómetro 22, tiene su dificultad: una bajada pronunciada, encajonada entre muros, y con suelo de piedras con las que hay que tener cuidado para no resbalar. Un camino complementario evita el paso por la zona; está convenientemente señalizado, al igual que otras alternativas que se pueden encontrar por este itinerario. Aunque yo eligió siempre el camino principal. A continuación, hay que cruzar el río Miño por el andadero acondicionado en el moderno puente que sustituye al primitivo puente romano -ya desaparecido-. El río, embalsado a los pies de la población, presenta gran anchura, y cruzarlo expone al peregrino a los embates del fuerte viento, en un día como hoy. Decido dejar Portomarín a la derecha, sin entrar en él -aún quedan ocho kilómetros para finalizar la jornada de marcha- y continúo por el Camino que discurre durante un tramo paralelo al Miño. Busco un lugar para parar y descansar un rato -ya lo debería haber hecho hace un par de kilómetros, pero he esperado dado la proximidad de Portomarín-, pero no lo encuentro. Pienso que un poco más adelante quizá encuentre un bar -es buena hora para comer algo ligero y después continuar-, pero los kilómetros van cayendo y ese lugar de descanso deseado no aparece. Finalmente, cuando ya quedan menos de cinco kilómetros para llegar al destino del día, hago un alto aprovechando un colector de aguas pluviales para sentarme y quitarme de nuevo las botas por unos minutos. Espero que el haber retrasado tanto el alto no pase factura a mis pies, ya que los dos próximos días me esperan etapas muy exigentes.

Después, en algo menos de seis horas de caminar con un ritmo de once minutos y medio por kilómetro -en gran parte del recorrido por asfalto, aunque afortunadamente con pocos vehículos- llego a mi destino en la Hostería de Gonzar, que cuenta con unas instalaciones modernas y funcionales. Alrededor, tan sólo hay unas cuantas casas rodeando una pequeña iglesia y alguna granja. A la hora de la cena coincidimos los que nos hemos aventurado a progresar más: ocho personas (tres mujeres y cinco hombres, franceses y españoles); supongo que la inmensa mayoría se han quedado en Portomarín. Y de menú, el habitual del peregrino en Galicia: sempiterno caldo gallego y chuleta de ternera gallega, con patatas fritas -supongo que también de la tierra.

Gonzar, 4 de abril de 2022.


5 Abril 2022. (Gonzar - Melide)
Etapa muy similar a la anterior. Frío en el inicio de la jornada -menos dos grados a las ocho, hora a la que amanece-, y ascenso de la temperatura a lo largo de la mañana de un día seco, soleado y luminoso. Paisajes también parecidos: vegetación abundante con predominio de bosques de eucaliptos y robles, flores en pleno apogeo primaveral, y numerosos regatos. La novedad es el cambio de provincia: pasamos de Lugo a Coruña unos seis kilómetros antes del final de etapa, aunque el caminante no lo percibe. El terreno es movido, con continuas subidas y bajadas -no exento de dificultad, puesto que impide mantener un ritmo de marcha constante, sobre todo a partir de Palas de Rey-, lo que hace que el caminante perciba que cubre una distancia mayor que la real, que no es pequeña: 32 kilómetros. El peregrino sigue cruzándose con vacas y perros, estos últimos abundantes en los lugares poblados, aunque pacíficos: no se inmutan al paso de los caminantes, al igual que sus compañeros, los gatos. También atraviesa innumerables “concellos” y parroquias, tantos que es inútil el esfuerzo de recordar sus nombres.

La estrategia para afrontarla, también similar a la anterior: un alto para descalzarse las botas y un café pasadas las dos primeras horas de marcha -y sus parejos diez kilómetros, cinco por hora-; otro alto a los veinte kilómetros: largos tragos de agua para hidratar bien el cuerpo, y unos frutos secos para proporcionarle energía; a las cinco horas -26 kilómetros- encuentro un buen lugar para parar en Leboreiro, decido comer algo -me descalzo las botas- antes de iniciar el último tramo: filete de ternera con patatas fritas y una cerveza. Después de eso, afronto los últimos kilómetros con optimismo, caminando no demasiado presuroso bajo un sol acariciador. Cubro la etapa en menos de seis horas y media.

Os Lameiros
A lo largo del camino de hoy encuentro algunos monumentos destacables: a 7,9 kilómetros de Gonzar, el “cruceiro de Os Lameiros”, del año 1670; y un kilómetro antes de Melide, el puente medieval de Furelos, pequeño núcleo urbano.
Furelos
En el propio Melide, junto a la capilla reconstruida de San Roque, el “cruceiro de Melide”, del siglo XIV, considerado el más antiguo de Galicia. 
Durante todo el Camino son abundantes los hórreos, estrechos -la anchura de una persona- y alargados, de piedra y madera o ladrillo, antiguos y también modernos.

Por otro lado, hoy ya no tengo que sufrir las manadas de turistas de ayer. Me cruzo con apenas media docena de peregrinos y tres o cuatro parejas o pequeños grupos que descansan en alguno de los abundantes albergues y bares junto al Camino.

Cuando llego a la pensión, la hospedera -cuyo habla es tan cerrado que me cuesta entenderla- me aconseja una pulpería próxima para cenar. Sigo su consejo y tomo un excelente pulpo a la gallega. 
Melide, 5 de abril de 2022.


6 Abril 2022. (Melide – Pedrouzo)
Esta etapa es la más larga de todas las que he hecho desde que inicié el Camino en Roncesvalles; y después de dos etapas de más de 30 kilómetros, un auténtico rompe-piernas.

Cruceiro de Melide
Desayuno en la churrería que también lleva la dueña de la pensión en la que pernocto, quien me vaticina que mañana lloverá poco, y pasado mucho. Me pongo en camino un poco antes que los días anteriores. La temperatura matutina ya ha subido dos o tres grados con respecto a la de ayer, pero sigue siendo fría. El sol comienza a salir y se apoderará del cielo hasta media mañana; después las nubes -grises, pero sin lluvia- lo ocultarán durante el resto del día.

Melide
Ya noto las piernas cargadas: agujetas provocadas por las subidas y bajadas de ayer -que hoy tampoco faltarán, sobre todo en la entrada y salida de Arzúa-. Aunque los pies estén libres de rozaduras y ampollas, no podré mantener el ritmo de cinco minutos por kilómetro. Me concentro en la disciplina de marcha y no presto mucha atención al entorno más allá del camino que piso, que, por otra parte, no cambia mucho con respecto al de los días anteriores. Primer objetivo: el pueblo de Arzúa, catorce kilómetros en tres horas, parada y descanso. Segundo objetivo: recorrer la mitad del camino entre Arzúa y Pedrouzo, unos diez kilómetros en dos horas, descansar, comprobar como estoy y decidir la forma de afrontar los últimos diez kilómetros. Objetivo final: alcanzar Pedrouzo después de comer en uno de los múltiples restaurantes y bares que bordean el Camino. Lo hago cuando alcanzo el kilómetro 26 del día, sobre las dos de la tarde; un largo descanso que aprovecho para quitarme las botas y reponer fuerzas; un plato de jamón asado con patatas me ayuda a cumplir mi propósito. Finalmente, cubro los casi 34 kilómetros en siete horas y un minuto de caminata, poco más de ocho horas en total. Nunca me había alegrado tanto de terminar de andar.
O Pino

Melide es donde el Camino Primitivo -que viene de Oviedo- se une al Francés, y Arzúa donde se unen Camino del Norte -Irún- y Camino Francés. No sé cuántos peregrinos vienen por esas rutas, pero lo cierto es que pasado Arzúa encuentro cada vez más grupos de personas caminando o descansando, y, como no, otro grupo de escolares adolescentes que llevan la música a todo volumen, mientras hablan entre ellos a través del móvil. Pienso que sus profesores les deberían haber explicado que el Camino se recorre, muchos con espíritu religioso, y la inmensa mayoría con un sentido “espiritual”, incompatible con esos sonidos de recitados estúpidos y repetitivos que, al parecer, son la música de moda. Tengo que repetir que me sorprende, y ciertamente no me agrada, la gran cantidad de gente que se lanza al Camino -particularmente en sus últimas etapas- como si fuera una atracción turística más.

Pedrouzo es una pequeña población que se estira a los dos lados de la carretera Lugo-Santiago. Carece de patrimonio histórico de interés, pero reúne una gran cantidad de albergues y pensiones, así como de restaurantes y bares, con objeto de satisfacer a las multitudes de peregrinos que hacen aquí la última noche antes de entrar en Santiago de Compostela.

Después de las experiencias de los últimos días y observar lo que se ofrece al público -y después de cenar mal, aunque a un precio elevado-, me pregunto: ¿En qué momento he dejado de ser un peregrino y me he convertido en un turista? ¿En qué momento el Camino de Santiago se ha convertido en Salou? Conforme más me aproximo a Santiago, más tengo esa sensación. Los alojamientos, tan modernos, tan funcionales e impersonales han perdido su carácter tradicional. Los desayunos y las comidas pierden en calidad y cantidad y aumentan en precio. ¿Desde cuándo los macarrones bolognesa y las alitas de pollo con salsa barbacoa son platos gallegos? Dejan de verte como a un peregrino al que ayudar para tratarte como un “señor” al que sacar unos euros. Los sacerdotes tienen las iglesias del Camino cerradas para que no entren molestos viajeros. Tal vez sea demasiado crítico en mis comentarios, pero no puedo evitar que sean los pensamientos que me vienen a la cabeza: el Camino de Santiago se muere de puro éxito; si el Señor Santiago se levantase de su tumba se transformaría en Jesucristo expulsando a los comerciantes del Templo.

O Pedrouzo, 6 de abril de 2022.


7 Abril 2022. (Pedrouzo - Santiago de Compostela)
Última etapa del Camino. La comienzo pronto; echo a andar con los primeros rayos de luz, que no de sol, pues el sol no lo vamos a ver hoy. El suelo está mojado, pero de momento no llueve. Quiero adelantarme a las multitudes de peregrinos que van a hacer hoy este tramo final. Se me ocurre que a esos peregrinos que van en manada y se comportan como meros turistas les podríamos llamar “turigrinos”.
San Paio

Inicialmente, cumplo mi propósito. Los primeros seis kilómetros y medio son muy reconfortantes: en soledad, atravesando bosques de eucaliptos, ambiente húmedo y temperatura fresca, pero ya más alta que en los días precedentes. El viento mueve las delgadas y altas copas de los árboles y estos, al batir unas ramas contra otras, producen un sonido que me hace sentir como un emperador que entra en “Triunfo” en Roma, aclamado por sus ciudadanos.

Comienza a llover débilmente, pero continúo sin detenerme a sacar la ropa de lluvia de la mochila. El Camino llega a las balizas del aeropuerto situado en Lavacolla y continúa hacia San Paio. Allí, encuentro dos voluntarios italianos que tienen abierta la iglesia. Es pequeña, no muy antigua, del siglo XIX, pero bonita. Intercambio unas palabras en italiano con la amable chica que la enseña y pone el sello en las credenciales de los peregrinos -mi vocabulario es cada vez más pobre por falta de uso-. Dice que es de Vicenza y me sonríe cuando le digo que la conozco y es una “bella città” -cosa que, aparte de ser lo que hay que decirle siempre a un italiano, es cierta-. Pero no me explica la historia de San Paio (San Pelayo), que preside el altar. Así es que la tengo que buscar más tarde en internet: fue un niño martirizado en Córdoba, en el siglo X, durante el califato de Abderramán III. La tradición cristiana asegura que fue hecho prisionero tras la batalla de Valdejunquera, en las proximidades de Pamplona. Durante su cautiverio Abderramán III le habría requerido contactos sexuales y desmembrado con tenazas de hierro por haberse negado.

La lluvia es más densa y me pongo la capa y el gorro de lluvia antes de abandonar la iglesia. Cuando salgo, me encuentro en medio de docenas de “turigrinos” que copan el camino. Hay que avanzar abriéndose paso casi a codazos. Algunos marchan a paso de carga, no sé si es desesperación provocada por la lluvia o por llegar cuanto antes a Santiago, aunque aún faltan doce kilómetros. Yo continúo a mi paso, que no es demasiado largo, puesto que aún tengo cargadas las piernas. Un poco más adelante, vencida ya la mitad de la distancia, entro en una agradable cafetería-bar, cuyo ambiente en piedra y madera resulta muy apropiado para enmarcar el día húmedo y gris. Tomo un café con leche y aprovecho para colocar bien las cosas en la mochila, ato bien fuerte la concha con la cruz de Santiago que adquirí en el monasterio de Roncesvalles y que me ha acompañado todo este tiempo, y me coloco bien el equipo y la capa de lluvia -prenda que no es fácil de llevar, puesto que la lluvia suele venir acompañada por el viento, y la mueve a su antojo-. Así, me dispongo a entrar en Santiago.
Poco antes de cuatro kilómetros de Santiago, el peregrino llega al Monte del Gozo: elevación del terreno desde donde se divisa la ciudad y las torres de su catedral. Pero hoy, día lluvioso y brumoso, no se ven. Según una antigua tradición, cuando un grupo de peregrinos alcanzaba el lugar, echaban a correr para ver quién llegaba primero a ver las torres de la catedral, y era nombrado “Rey”, y así llamado y reconocido por sus compañeros. Hay estudios que avalan que los apellidos Roy y Leroy, franceses, y Rey, español, tienen su origen en este hecho. La Iglesia también confirió importancia al sitio: el más famoso de los arzobispos de Santiago, Diego Gelmírez, en torno a 1105, ordenó construir en este lugar la iglesia de la Santa Cruz, cuya consagración dio lugar a una impresionante procesión, el día de san Marcos, recogida en la Historia Compostelana. Probablemente la capilla actual se encuentra en el lugar donde originalmente se alzaba la iglesia.

Yo no echo a correr, me limito a observar el entorno del Parque “Monte do Gozo” y las estatuas de los dos peregrinos que alborozadamente señalan hacía la catedral, situadas sobre el Camino. A la caída del monte, se extiende un enorme y moderno complejo para acoger cientos o miles de peregrinos. Busco la recepción y les pido que estampen en mi credencial el sello de este mítico lugar. Confieso que me quedo un poco defraudado porque pensaba que encontraría un lugar ex profeso para arrojar la piedra que con ese fin eché al bolsillo a la salida de Sarria, para cumplir con el rito del peregrino de arrojar con la piedra todas las penalidades sufridas -como en la “Cruz de Fierro” en Foncebadón-. Otra costumbre de los peregrinos era depositar piedras en montones para señalar el propio Camino. Los actuales siguen haciéndolo, colocándolas sobre los mojones de señalización -a veces consiguiendo que se mantengan en sorprendente equilibrio unas sobre otras-. Reminiscencia entrañable, pero innecesaria, puesto que las autoridades (autonómicas) actuales mantienen el Camino perfectamente señalado. Yo mantengo mi piedrecita en el bolsillo y más adelante la depositaré en la entrada de la Hospedería del Monasterio de San Martín Pinario, donde me alojaré.

Doy los últimos pasos de la peregrinación: 755 kilómetros realizados en 29 jornadas de marcha. Atravieso la plaza de la Inmaculada -donde se encuentra San Martín Pinario- y accedo a la Plaza del Obradoiro por el Arco de Palacio, amplio pasadizo en el que un músico callejero hace sonar una gaita. No puedo evitar emocionarme al ver la magnífica fachada de la Catedral de Santiago de Compostela, final del Camino. Llegar aquí como Peregrino es una experiencia que no tiene parangón.
Por supuesto, me hago una fotografía con el fondo de la catedral y la envío a Mari Paz, mis hijos, hermanos y amigos, para anunciarles que he cumplimentado el reto que me propuse hace ya más de tres años -maldito covid-. A continuación, cumplo con el ritual del peregrino: la entrada en la Catedral y la visita al Santo. Desgraciadamente, el abrazo a su busto sigue suspendido por la pandemia del covid, pero sí que puedo descender a visitar su sepulcro. Después de unos minutos sentado frente al altar, continúo con la segunda parte del ritual: dirigirme a la Oficina del Peregrino -situado al costado izquierda del Hostal de los Reyes Católicos- para obtener la Compostela y el Certificado de Distancia -este último de pago-, pruebas de haber completado la peregrinación. Por último, desando mis pasos hasta la Hospedería, edificio solemne; con habitaciones espartanas, como corresponde a un monasterio, pero renovadas y perfectamente acondicionadas, que ofrecen al peregrino todo lo que precisa. Llego a tiempo de hacer la comida allí, servida en una gran sala que parece ser el refectorio.

Dedico la tarde a descansar y escribir estas líneas. Con sentimientos contrapuestos: por un lado, la satisfacción de haber cumplido un exigente desafío, de haber transitado una ruta con doce siglos de historia y con un alto contenido emocional: fundamentalmente religioso para unos, espiritual para todos. Por otro lado, una sombra de tristeza, por haberlo finalizado. Siempre he pensado que lo importante es hacer el camino, día a día, no llegar; como es importante vivir una vida, momento a momento, independientemente de que al final se alcance el éxito profesional o no. Por la noche, continúa lloviendo sobre Santiago, sobre sus “ruas” empedradas y porticadas.

Breve historia del culto a Santiago: Santiago, el Zebedeo, fue uno de los doce discípulos de Jesús. Según la tradición bíblica, tras la muerte y resurrección de Jesús, los discípulos se reparten por el mundo para llevar la Buena Noticia. Uno de ellos, tal y como relatan los Hechos de los Apóstoles, llegaría «hasta los confines de la Tierra». ¿Quién? La tradición, y el hallazgo, en el año 818 de sus restos en Galicia, llevan a pensar que fue Santiago, de personalidad arrolladora y extrema -era conocido como «El Hijo del Trueno»-. Recorrió todo el Mediterráneo para alcanzar las costas de Hispania, seguramente por Cartagho Nova (Cartagena). Santiago y sus discípulos, Atanasio y Teodoro (encargados, después, de trasladar sus restos a Compostela, donde también están sepultados), llegaron a las faldas de Granada, donde se le apareció en carne mortal la Virgen María. Hubo hasta tres encuentros de María con Santiago en España: además de Granada, Muxía, en Finisterre (la Virgen de la Barca) y Zaragoza (la Virgen del Pilar). Málaga y Cádiz son otras de las primeras etapas de un viaje que, desde Sevilla, sigue la vía de la Plata hasta Mérida. La Vía de la Plata era, en el siglo I, uno de los caminos principales del Imperio. Desde Mérida, la tradición lleva a Santiago y a sus discípulos hasta Braga. Desde allí, Santiago llegaría hasta Padrón, donde la tradición ubica el pedrón en el que desembarcaron los discípulos del apóstol con su cuerpo tras su muerte; Muxía, en el fin del mundo, donde también se le apareció la Virgen. Ya de regreso, el apóstol habría hecho el camino contrario del que hoy recorren los peregrinos, pasando por Astorga (cruce entre la Vía de la Plata y el Camino Francés), Carrión, Briviesca, Logroño, Palencia, Calahorra y, finalmente, Zaragoza. La Virgen vuelve a aparecerse a Santiago junto a una columna de jaspe y le ordena construir la iglesia donde hoy se yergue la Basílica del Pilar. Desde Zaragoza, Santiago habría viajado hasta Tarraco, emprendiendo camino a Jerusalén, para ser decapitado, en el año 42, por Herodes Agripa, quién temía que el apóstol adquiriera demasiado poder. Sus discípulos, Atanasio y Teodoro, lograron robar su cuerpo y trasladarlo, en un viaje mítico, hasta las costas gallegas, desembarcando en el puerto de Iría Flavia y enterrándolo en Compostela. 
Allí fue olvidado durante siglos, hasta que el obispo Teodomiro volvió a hallarlo en el año 818, un siglo después de la invasión musulmana. Teodomiro, obispo de Iría Flavia, se lo comunica al rey Alfonso II el Casto, quien se encamina personalmente a Santiago para verificar los hechos, convirtiéndose en el primer peregrino desde Oviedo a Santiago, por el Camino Primitivo. Poco después comenzaron las peregrinaciones desde todas las esquinas de Europa hacia Santiago de Compostela movidos por la fe cristiana, convirtiendo de ese modo a Santiago de Compostela en el tercer gran centro de la Peregrinación Cristiana tras Jerusalén y Roma.
Durante la Reconquista se instituyó el mito de Santiago Matamoros, que muchas veces de manera milagrosa intervino, a lomos de un caballo blanco, para ayudar a los cristianos a derrotar a los moros en las muchas batallas libradas en los siglos posteriores; con capítulos como la batalla de Clavijo, o el temor de Almanzor, quién respetó el sepulcro del apóstol y al monje que lo custodiaba, cuando en el año 997 arrasó Santiago de Compostela.

También hay historiadores que, con estudios en mano, dicen que el cuerpo que realmente descansa en la catedral de Santiago es el de Prisciliano y dos de sus seguidores. Prisciliano fue un obispo de la temprana iglesia católica, que en el siglo IV desarrolló unas creencias ascéticas y piadosas que lo hicieron chocar con la Iglesia y acabarían por costarle la vida. La doctrina de Prisciliano -el Priscilianismo- buscaba llegar a Dios a través del ascetismo, el rechazo a los bienes materiales y al dinero. Además era muy tolerante con las mujeres, que participaban en igualdad de condiciones en la fe. Rechazaba la Santísima Trinidad, apostando por la indivisibilidad de Dios. Muchos obispos contrarios a él lo vieron como un foco de problemas, por lo que se convocó el Concilio de Caesaraugusta (Zaragoza) para excomulgar a Prisciliano y a sus seguidores.
Pero Prisciliano ganó mucha más popularidad entre las clases bajas y otros hombres de la iglesia, hasta el punto de que Roma perdió el control religioso sobre la zona. El poder de Prisciliano era tal que consiguió que lo nombrasen obispo de Ávila en el 382. Y desde esa posición privilegiada decidió combatir su excomunión. Marchó hacia Roma, donde no consigue ser recibido por el papa Dámaso I, pero sí por el emperador Graciano, quien decidió levantar las prohibiciones contra él y los suyos. El Priscilianismo se extendía por el norte peninsular llegando incluso a Aquitania, pero la muerte de Graciano tras el levantamiento de Magno Máximo y la toma del poder por su parte sería el fin de los priscilianistas.
En el 385, Magno Máximo hizo decapitar a Prisciliano y desterró y despojó de sus posesiones al resto de sus seguidores; condena que horrorizó a muchos, incluso a religiosos contrarios al priscilianismo, por lo cruel del castigo. Pero esto no acabó con el movimiento, sino que lo reforzó. Ahora Prisciliano era un mártir y su palabra se extendió más. La iglesia y el estado reaccionaron presionando más y excomulgando a todos los seguidores de Prisciliano, incluidos los obispos afines. ¿Pero dónde se enterró a Prisciliano tras su decapitación? Se sabe que sus seguidores trajeron sus restos a su tierra natal, pero no sé sabe exactamente dónde lo enterraron. Existen múltiples teorías, quizás la más famosa es la que lo relaciona con la tumba del apóstol Santiago, ya que sería de Prisciliano y no de Santiago la tumba que se encontró en el siglo IX y que comenzó el culto al apóstol que llega a nuestros días.

Santiago de Compostela, 7 de abril de 2022.


8 Abril 2022. (Negreira - A Pena)
Una vez alcanzado Santiago de Compostela, quiero continuar hacía “el confín de la tierra”. Aunque después de hacer el camino desde Sarria en cuatro días, en lugar de los habituales cinco, también necesito algo de descanso.

El día amanece diluviando -cumpliendo el pronóstico meteorológico-. Tomo el autobús en Santiago y me dirijo a Negreira, a escasos veinte kilómetros. Desde allí haré ocho kilómetros andando para llegar al Albergue Rectoral de San Mamede en A Pena (Piaxe).

El autobús hace ruta por los pueblos alrededor de Santiago y le cuesta una hora llegar. El conductor es nuevo en la ruta, primer día que la hace. Una señora que se sienta dos filas detrás le va diciendo. Eso, mientras habla con otra conocida -la que habla es ella: los alquileres, los precios, los trabajos, los inmigrantes, el covid...; la otra se limita a contestar de vez en cuando y a asentir-. También se queja del servicio de la compañía de autobuses: “Claro que a usted, señor, igual le parece mal lo que digo, como trabaja para la compañía”; el conductor le contesta: “Cada uno dice lo que piensa...”. El autobús se detiene: “No pare aquí, señor, que es peligroso”; “la parada está un poco más arriba”; “lo digo porque no se puede parar en la carretera”. Le contesta el conductor: “Usted me diga, me diga...”. Más adelante: “¿Me meto por la derecha?, y la señora: “Sí, claro, que si no, no llegamos a Negreira”. Cuando el autobús entra en un pueblo junto a la carretera, la señora: “Pero no pare si nadie pide la parada, que ya va tarde y tenía que estar saliendo de Negreira”, y el conductor: “Es que no funcionan bien los pulsadores de parada”, y la señora: “Si es que la compañía... ya se sabe. Pero usted no se ofenda, como trabaja para ellos”, y el conductor: “No, usted me diga, me diga...”. Finalmente llegamos a nuestro destino. Yo también interpelo a la señora: “Señora, ¿puede decirme cómo puedo coger el Camino?”, y ella: “Pregunte usted al dueño de este bar y le dirá”. Así lo hago, y efectivamente me encamina con indicaciones muy claras.

San Mamede
Cuando comienzo a andar ya ha dejado de llover y el resto del día se mantendrá seco. Hago los dos primeros kilómetros, hasta Zas, por el arcén de la carretera. Allí, encuentro las indicaciones del Camino, son tan claras como las que conducen a Santiago. Continúo entre eucaliptos y robles. El itinerario es muy agradable. El Camino pasa por detrás de la pequeña iglesia de San Mamede en A Pena, justo enfrente al albergue, que es mi destino del día. Sentado en la bancada de piedra que se encuentra a la entrada -cerrada- de la iglesia, me como un pequeño bocadillo que llevaba en la mochila.
Más tarde, investigaré quién fue este santo: según cuenta la leyenda, Mamede o Mamés ("el que fue amamantado") nació en el seno de una familia modesta. Algunos historiadores datan la fecha de su nacimiento en 259 y la de su martirio en 275. Nació en prisión al estar encarcelados sus padres por ser cristianos. Poco después de su nacimiento murieron martirizados el padre y la madre, y fueron santificados por la Iglesia. A partir de entonces, Mamés fue criado por una viuda rica llamada Ammia, también santa, que murió cuando Mamés tenía quince años, dejando al joven heredero de su hacienda. El gobernador de Cesárea de Capadocia (actual Turquía) sometió a tormentos a Mamés, sin conseguir que abjurara de su fe. Después, lo envió al emperador Aureliano que ordenó someterle a nuevas torturas. La cabeza del santo se conserva en la Iglesia Parroquial de Santa María Magdalena de Zaragoza y su festividad se celebra el 17 de agosto. Me sorprende que la reliquia se encuentre en mi ciudad, y me prometo ir a verla.

En este albergue me vuelvo a sentir un auténtico peregrino. No está masificado y es posible hablar distendidamente con el personal que lo atiende; surge la charla fácil: ¿De dónde vienes? ¿Dónde vas? ¿De dónde eres?... Por la tarde charlo también con el propietario, Manuel, quien abre la iglesia para que pueda verla. Me llama la atención un cuadro en la pared. Representa una procesión con el cura sujetando una custodia del Santísimo Sacramento enfrente de un bonito caballo tordo; detrás del cura, se encuentran sus feligreses, los habitantes de A Pena. La escena se desarrolla en el prado situado enfrente de la Iglesia, y al fondo pueden verse las casas del pueblo, incluida la casa rectoral, transformada ahora en albergue. La inscripción pintada en la parte inferior del cuadro reza: “Los hechos que se representan sucedieron en S. Mamés de Pena el día 18 de Agosto de 2019, coincidiendo con la fiesta del Santísimo Sacramento y siendo Párroco D. Juan José Fernández Tolcedo. Después de la eucaristía se procesiona con el Santísimo por el lugar y los asistentes al acto no prestaban suficiente atención a lo celebrado. Fue entonces que estando el dueño del Albergue “Rectoral da Pena” dando de comer manzanas a su caballo, este se fue galopando hasta inclinarse delante del Santísimo rebuznando (sic) tres veces ante el asombro de todos. VIVA JESUS SACRAMENTADO, VIVA SIEMPRE Y SEA AMADO. AMÉN.” Manuel me dice que efectivamente el caballo es el suyo y habla del interés del párroco en presentar el hecho como una especie de milagro y que tal vez dentro de cien años así sea considerado; añade que es verdad que el caballo relinchó tres veces, pero “el caballo es un caballo, y los caballos relinchan” concluye.

El ¿milagro? de S. Mamede de A Pena

A las siete y media tiene lugar la cena de peregrinos: todos juntos en mesa corrida. A pesar de que hay algunos peregrinos más -que deciden cenar en el bar- nos reunimos en el comedor tan sólo cinco personas: cuatro alemanes, que provenientes de la costa de la muerte se dirigen a Santiago, y yo. Me toca desempolvar mí oxidado inglés -único idioma común que compartimos-, pero la velada resulta muy agradable y la cena gustosa: lentejas, tortilla de patatas y flan, todo ello con auténtico sabor casero.

A Pena (Piaxe), 8 de abril de 2022.


9 Abril. (A Pena - Ponte Olveira)
Mazaricos
El día amanece con mucha niebla, que no levanta hasta buena media mañana. La temperatura es suave y llegará a ser cálida en el centro del día. La jornada transcurre sin novedad digna de mención: el camino es amplio y con buen firme, sobre asfalto en algunos tramos; el paisaje similar al de días anteriores; pocos caminantes, aunque en los dos sentidos. Poco más de veintitrés kilómetros hechos a ritmo de cinco kilómetros por hora. Lo más destacable es que hay que subir -y después bajar, esfuerzo que notan mis piernas cansadas- el Monte Aro, desde el que se divisa una gran masa de agua (Embalse de Fervenza). No es muy elevado, pero su tramo final presenta un repecho notable.

El albergue en el que me hospedo también está en línea con lo habitual: instalaciones nuevas, limpias y funcionales, que prestan al peregrino los servicios que necesita, incluyendo comidas.

Ponte Olveira, 9 de abril de 2022.


10 Abril 2022. (Ponte Olveira – Muxía)
Después de pasar una mala noche -desvelado, con constipado, sudando en la cama-, tomo una revitalizante ducha y un paracetamol con el ya repetitivo desayuno de café con leche y tostada con mantequilla y mermelada. Me encuentro en condiciones de, al menos, iniciar la última etapa de mi viaje. También es la más larga, más de 34 kilómetros. Pero pienso que siempre tengo la opción de llamar a uno de los taxis que atienden a los peregrinos.
Fisterra <> Muxía
Me pongo en camino con el amanecer. La mañana es gris, húmeda, pero no llueve. La temperatura, agradable. El paisaje, espectacular. Pasando Olveiroa, se avanza por la ladera de la montaña con unas vistas increíbles del río Xallas, que fluye encajonado por una tupida vegetación. A seis kilómetros de Olveiroa se encuentra la pequeña aldea de Hospital, y allí, la bifurcación de carreteras y caminos que llevan a Fisterra, por la izquierda, y Muxía, de frente. El mojón de Muxía marca 26,5 kilómetros -en realidad, la distancia señalada lo es hasta el santuario, más allá de un kilómetro pasado Muxía-, tres kilómetros menos que a Fisterra.

Dumbria
Continúo por el arcén de la carretera hacía Dumbria, a cuatro kilómetros. Es una población con parada del autobús Santiago-Muxía, y que podría coger en caso necesario. A la entrada de Dumbria hay una plaza con un bonito hórreo, un crucero, y la iglesia de Santa Eulalia -de los siglos XVII y XVIII y manteniendo la portada de estilo románico-. Hago parada en un bar y sentado en la terraza veo pasar el autobús; lleva quince minutos de adelanto, pero continúa su marcha sin esperar a la hora en que se supone que debería salir. ¡Bueno, no me importa! decido acometer otros doce kilómetros andando, hasta San Martiño de Ozón.

Quintans
Comienza a llover, a ratos, con un agua fina, de la que me protejo simplemente con el gorro de lluvia. El chaquetón apenas se moja, y el viento lo seca rápidamente en los intervalos secos. De esta manera continúo avanzando por la Galicia rural, cuajada de hórreos, entre eucaliptos y pinos, sin ningún orden ni concierto; por un camino ancho, bien acondicionando y bien señalado, que en algunos tramos discurre entre los muretes que delimitan las fincas y en otros sobre el arcén de la carretera. Si bien a primera hora me he encontrado con media docena de peregrinos y un pequeño grupo que seguían el Camino corriendo, ahora sólo me cruzo con una mujer que camina sola bajo la lluvia. Verdaderamente, entiendo que a esto se le llame el “confín de la tierra”.

Muxía
Llego al pequeño pueblo de San Martiño de Ozón, veinticuatro kilómetros andados. Me veo con ánimos de completar el recorrido a píe. Hago un pequeño alto para beber agua y comer unas almendras y chocolate que llevo en la mochila: energía para afrontar los últimos kilómetros. A partir de este punto hay una sucesión de subidas y bajadas que hacen pesado y largo el último tramo de la jornada. Pero, enseguida se llega a Merexo y desde allí se ve la ría. La vista del mar reconforta y hace pensar que el final de camino está cerca, aunque aún habrá que caminar otras dos horas. A la altura de Os Muiños, hago un ligero desvío a la derecha para ver sus playas de arena blanca. Finalmente, tras siete horas y media caminando, llego a mi destino: Muxía, fin del Camino y “fin de la tierra”. Primero me dirijo a la pensión para ducharme y descansar un poco; después, por la tarde, voy al Santuario de Santa María de la Barca, donde se encuentra el kilómetro cero del Camino a Santiago.

Mañana, regreso: autobús de madrugada a Santiago y desde allí en tren a Zaragoza.

El Santuario de la Virgen de la Barca se encuentra en un lugar espectacular: un saliente rocoso batido por olas bravas y la fuerte brisa marina, características de la “costa de la muerte” coruñesa. Estas piedras ya eran consideradas mágicas -con propiedades curativas y adivinatorias- antes de la llegada del cristianismo: la “Pedra Abalar” (oscilar), la “Pedra Os Cadrís” (riñones), la “Pedra dos Enamorados” (enamorados) y la “Pedra O Temón” (timón). Según la leyenda cristiana, son los restos de la embarcación en la que llegó la Virgen por mar para alentar al apóstol Santiago en su tarea de evangelización de este confín del mundo. La iglesia puede haber estado ahí desde los siglos XI o XII, pero la construcción actual es barroca. Ha sida reconstruida varias veces, se cree que cuatro; la última vez en 2015. En el día de Navidad de 2013, el santuario sufrió un trágico incendio que dejó el retablo del siglo XVII y el techo totalmente calcinados. Actualmente, un panel con la fotografía del retablo sustituye a este.
Santuario Virgen de la Barca
Y con el final del Camino, llegamos al final de éste modesto diario de viaje, que no tiene otra finalidad que la de fijar en palabras lo que la memoria del escritor irá borrando con el paso del tiempo; y también un intento de entretener al amable lector que haya decidido compartir el recorrido con él y haya llegado hasta este punto, que es punto final.

Muxía, 10 de abril de 2022.