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20 de noviembre de 2023

Elecciones generales 2023. Cifras y hechos.

Algunas cifras que ayudan a entender la situación política tras las elecciones generales del 23 de julio de 2023.


Hechos:

Diferencia en votos a favor del bloque de la derecha: 403.311.

Aunque no hay diferencias sustanciales entre los resultados obtenidos al considerar una circunscripción única o con circunscripciones electorales provinciales y método de D’Hont, en el primer caso el bloque de la izquierda obtendría 5,8 (6) escaños más, lo que le permitiría prescindir del apoyo de algún partido del bloque separatista/nacionalista.  

El bloque separatista y nacionalista, supone un 7,3% del total, atendiendo al número de votantes. Se reduce al 6,7% considerando también votos en blanco y nulos, y desagregando CC del grupo de no-constitucionalistas.

La agenda política de una minoría (6,7%) se impone a la mayoría, gracias al apoyo de esa minoría al bloque de izquierda, compuesto por los partidos que han obtenido el segundo y cuarto lugar en número de votos.

Esa agenda política no estaba en el programa electoral del partido que lidera el bloque de izquierda (PSOE). Sus electores desconocían, y por tanto, no votaron dicha agenda.

 

Zaragoza, 20 noviembre 2023.

Francisco Javier Aguirre Azaña.


7 de marzo de 2022

La guerra de Ucrania.

Ucrania nace como estado independiente y democrático el 24 de agosto de 1991, cuando el Parlamento Ucraniano aprueba el Acta de Proclamación de la Independencia de Ucrania. Hasta entonces, había estado bajo algún tipo de dominio extranjero desde la invasión mongola de mediados del siglo XIII. Ucrania ha sido parte de Rusia y las historias de Rusia y de Ucrania están entrelazadas.

Ucrania es un país complejo: la parte occidental habla ucraniano y acoge a la población católica (14% del total), la parte oriental habla principalmente ruso y concentra la población con origen étnico ruso y de confesión ortodoxa-rusa (Patriarcado de Moscú: 29% de la población total). La mayor parte de la población (42% del total) es ortodoxa-ucraniana (Patriarcado de Kiev).

La lucha política de la Ucrania democrática se puede resumir como un intento de imposición de una parte sobre la otra. A grandes rasgos: Occidente mira a Europa, Oriente mira a Rusia; la población está dividida entre la asociación con Europa o con Rusia. En 2013, el 41% de los ucranianos consideraban que la prioridad para Ucrania tenía que ser la integración con la UE y el 33% preferían una unión aduanera con Rusia.

Los hechos más significativos en su historia reciente son la Revolución Naranja y el Euromaidán. La Revolución Naranja (finales de noviembre de 2004 hasta enero de 2005) fue provocada por acusaciones de corrupción y fraude en las elecciones presidenciales del 21 de noviembre de 2004 entre los candidatos Víktor Yúshchenko y el pro-ruso Víktor Yanukóvich, a favor de este último. El Tribunal Supremo de Ucrania ordenó convocar nuevas elecciones para el 26 de diciembre de 2004. Bajo el escrutinio de observadores internacionales, la segunda contienda se declaró «libre y justa». Los resultados finales revelaron una clara victoria para Yúschenko, que recibió un 52% de los votos, comparado con un 44% de Yanukóvich. Yúschenko fue presidente entre 2005 y 2010.

Viktor Yanukovich (pro-ruso) fue presidente entre 2010 y 2014. El 21 de noviembre de 2013, un día después de que el Gobierno de Ucrania suspendiera la firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea comienza en Kiev el Euromaidán: una serie de manifestaciones y disturbios heterogéneos de índole europeísta y nacionalista que logra el derrocamiento del presidente electo Víktor Yanukóvich, quien huye a Rusia en febrero de 2014 y es depuesto por el Parlamento.

El 1 de marzo de 2014, el exiliado expresidente ucraniano Víktor Yanukóvich pidió a Rusia el uso de fuerzas militares «para establecer la legitimidad, la paz, la ley y el orden, la estabilidad y la defensa de las personas de Ucrania». El mismo día, el presidente ruso Vladímir Putin solicitó y recibió la autorización del Parlamento de Rusia para desplegar tropas rusas en Ucrania y tomar el control de la península de Crimea, lo que hizo al día siguiente. Por otra parte, comenzaron disturbios en las regiones del este y del sur de Ucrania. En varias ciudades de las regiones de Donetsk y Lugansk, se organizaron milicias separatistas, que con apoyo ruso acabaron tomando el control de una gran parte de la región y declarando la autonomía de las repúblicas separatistas: República Popular de Donetsk y República Popular de Lugansk.


Lo que Occidente (Europa, Estados Unidos y sus socios y aliados) no comprende es que Ucrania es vital en la concepción de seguridad rusa. No acepta que las preocupaciones de seguridad de Rusia puedan ser genuinas, algo más que una mera excusa de Putin para justificar la construcción de un nuevo imperio ruso. Los rusos consideran que la expansión de la OTAN hacia el este es una amenaza contra su país.

Rusia no puede proteger sus fronteras –tiene la segunda frontera terrestre más larga del mundo– y confía su defensa en la profundidad estratégica, término que se refiere al territorio entre la frontera del país y los centros clave de población, gobierno y producción, que permite absorber un ataque enemigo y reaccionar sin poner en peligro sus fuentes de poder. Algo que Napoleón y Hitler tuvieron ocasión de comprobar. El concepto transciende del aspecto meramente militar al cultural y político, buscando un colchón que proteja el corazón ruso.

Lo que Putin no quiere aceptar es que Ucrania, como estado soberano y libre, pueda tomar decisiones propias y resuelva formar parte de la Unión Europea y, sobre todo, de la Alianza Atlántica. Putin es, de hecho, un tirano que aglutina todo el poder en Rusia, ha eliminado la oposición política, controla los medios de comunicación y la opinión pública, y por tanto no tiene que dar cuenta a nadie de sus actuaciones, por lo que hay que personalizar en él la actuación del país.

Así pues, el choque era inevitable. Occidente, por una parte, ha hecho oídos sordos a las inquietudes rusas y por otra ha ignorado las injerencias de Putin en Ucrania, que como hemos señalado se inician abiertamente en el año 2014. Y ello, quizás sea fruto de una actitud interesada: a Estados Unidos, más preocupado por la contención de China en el espacio indo-pacífico, le interesa el debilitamiento de sus posibles aliados, en este caso el eje Pekín-Moscú. La decisión de Putin de invadir Ucrania le relega a la condición de paria internacional y pone a China en una situación delicada. Occidente, por tanto, debe asumir su responsabilidad con Ucrania, quién finalmente ha recibido el golpe ruso. A pesar de las posibles responsabilidades (por omisión) de Occidente con Ucrania, Putin es el único culpable de invadir un país soberano, violar las fronteras internacionales y hacer saltar por los aires la legalidad internacional. Se ha colocado él mismo en una posición imposible ‒únicamente sustentada en la amenaza de utilizar armas nucleares‒ y se ha convertido en el primer enemigo de la precaria estabilidad mundial.

Tanque ruso en Ucrania (febrero 2022)
Tanque ruso en Ucrania (febrero 2022)

La invasión rusa de Ucrania ha desencadenado una guerra que probablemente será corta –dada la superioridad militar de Rusia sobre Ucrania–, pero que será seguida por una larga crisis. Occidente, a pesar de no participar en el conflicto militar, no puede permitir que Rusia salga victoriosa y alcance sus objetivos sin pagar un alto precio. Un precio que, al menos, le disuada de emprender nuevas aventuras expansionistas.

El inicio de la guerra ya ha provocado unas consecuencias que parecen irreversibles. Si el objetivo de Rusia era reforzar su seguridad estratégica, la invasión de Ucrania parece que va a lograr efectos contrarios:

- La población de Ucrania, antes dividida entre pro-rusos y pro-europeos, ahora es anti-rusa. Se refuerza la cohesión del país y el sentimiento nacionalista e independentista.

- Refuerzo de OTAN. La Alianza Atlántica cuya propia existencia estaba siendo puesta en duda por algunos líderes políticos y que estaba buscando su pervivencia a través de misiones no militares –tal como la lucha contra el cambio climático–, recupera su razón de ser primigenia: defensa colectiva del territorio y la población de sus miembros.

- Finlandia y Suecia tienen ahora mayores incentivos para abandonar su neutralidad y plantearse su entrada en la OTAN.

- Rearme de Europa. Incremento del gasto militar de los países (OTAN y UE) y tal vez reforzamiento de la defensa común en el seno de la Unión Europea. La decisión de Alemania de incrementar su presupuesto de defensa a los pocos días de la invasión de Ucrania es paradigmática.

- Debilitamiento de Rusia, como consecuencia de las sanciones económicas, el aislamiento internacional, la sangría social y económica si se perpetúa en el tiempo la ocupación de Ucrania, y el crecimiento de la oposición interna a Putin como resultado de todo lo anterior.


Zaragoza, 7 de marzo de 2022.

Francisco Javier Aguirre Azaña.


30 de agosto de 2021

Afganistán, reflexiones de un integrante de ISAF.

En estos días en que estamos viviendo la vergonzante retirada de Afganistán, no puedo sino recordar mi experiencia allí, entre diciembre de 2005 y abril de 2006, como teniente coronel jefe del equipo de enlace con el Ministerio del Interior afgano, responsable de canalizar todas las relaciones y comunicaciones entre el cuartel general de ISAF en Kabul (OTAN) y dicho ministerio.

No pretendo hacer un análisis de lo ocurrido –la carencia de información verídica y mi alejamiento del servicio activo, que dura ya varios años, no me lo permitiría–, pero no me resisto a poner por escrito los pensamientos que acuden a mi mente.

En primer lugar, como soldado, me siento orgulloso de haber participado en esa misión. Cumplimos con nuestro deber, lo hicimos lo mejor que supimos y que pudimos, dadas las circunstancias que encontramos, siguiendo las órdenes de nuestros generales que, a su vez, condujeron una operación militar subordinada a unos objetivos y parámetros diseñados por la autoridad política, democráticamente elegida por las sociedades de los países aliados que tomaron parte.

Honor y gloria a los ciento y dos soldados españoles caídos en la misión, que junto con tantos otros, en otros lugares y momentos, dieron su vida al servicio de España, dentro y fuera de sus fronteras. Que nadie utilice su memoria de forma sectaria o espuria.

Mi preocupado recuerdo de Mr. B..., mi intérprete. Joven pastún, inteligente y eficacísimo colaborador; barba recortada y vestido a la occidental, quién en una ocasión me contó que ya había sido detenido por los talibanes por llevar la barba arreglada y tuvo que pasar una noche en el calabozo. Si no ha sido evacuado por Estados Unidos, le imagino oculto en algún lugar, lejos de su casa para evitar las delaciones, después de quemar su ropa y dejar crecer su barba al estilo talibán.

En lo personal, mi opinión viene marcada por un hecho que sucedió en los meses de mi despliegue en Kabul. Relatado brevemente: un afgano que trabajaba en Alemania volvió a Kabul, donde residían sus dos hijas al cuidado de sus padres, puesto que él era viudo. Quería recoger a sus hijas y llevárselas a Alemania. Estando en la casa paterna, su padre descubrió entre sus pertenencias una biblia, ya que él se había convertido al cristianismo. El padre lo denunció por apostata y fue encarcelado, a la espera de juicio. Yo trataba diariamente con el jefe del centro de operaciones del Ministerio del Interior y con el secretario personal del ministro, así como muy frecuentemente con el jefe de la policía, el jefe del negociado de los equipos de reconstrucción provinciales, el jefe de prensa y otras altas autoridades afganas. Cuando les preguntaba que opinaban del caso, todos, sin excepción, me respondían lo mismo: debía ser juzgado y ejecutado, puesto que la ley islámica prevé pena de muerte para el musulmán apostata, a no ser que se desdiga y retorne al islam.

Esas personas reconocían y agradecían el esfuerzo que la comunidad internacional estaba haciendo por su país; eran conscientes que las posiciones de responsabilidad y privilegio que ostentaban estaban garantizadas por la presencia y financiación proporcionada por dicha comunidad internacional. Pero su sistema de valores era completamente diferente y no estaban dispuestos a cambiarlo.

Está extendida la idea de que el musulmán vive en el pasado, de que cuando sean conscientes de la superioridad del sistema de valores liberal / occidental evolucionarán y lo abrazarán. Pero no es cierto, viven el mismo presente que el resto del mundo, tienen acceso a televisión vía satélite y a internet –cuyas posibilidades utilizan, a menudo, con mayor eficacia para sus objetivos que las denominadas sociedades progresistas–, simplemente sus valores son distintos, y en algunos temas sensibles, radicalmente opuestos a los occidentales, que en muchas ocasiones son considerados simplemente despreciables. Y esto no sucede únicamente con el islam –o las interpretaciones más radicales del mismo–, la idea de una “superioridad moral” occidental no es compartida por una parte significativa de la población mundial. La percepción occidental de actuar como “libertadores” choca con la evidencia de ser recibidos como “conquistadores”. Nuestras “fuerzas (civiles y militares) de liberación” son percibidas como “fuerzas de ocupación”.

Ante la evidencia de este choque cultural, la pregunta que me venía a la mente era: ¿qué hacemos aquí? Bueno, yo sabía lo que hacíamos allí: proporcionar seguridad a la población frente a la barbarie talibán y ayudar a las autoridades afganas a reconstruir –habría que hablar mejor de “crear”– un país moderno, homologable con los estándares occidentales. Tal vez la pregunta no era: ¿qué?, sino: ¿cómo?

Pero la verdadera pregunta para todos los países (aliados, amigos y socios que comparten unos valores comunes) es: ¿estamos haciéndolo bien? No sólo en Afganistán, sino también en otros lugares de Oriente Medio y África en los que la comunidad internacional desarrolla esfuerzos similares.

Después de ver como lo hecho en veinte años se desmorona en unos días –como un terrón de azúcar que se disuelve en un vaso de agua–, como los talibán ocupan el país sin combatir, frente a unas fuerzas de seguridad (ejército y policía) de más de 300 000 hombres, instruidos, financiados y organizados por la coalición internacional. Después de la humillante retirada conducida por la Administración Biden –mostrando una falta total de liderazgo que ha convertido la operación en un patético “sálvese quien pueda”–, la respuesta es: ¡No, no lo hacemos bien!

¿Y ahora? No es el momento de regodearse en la culpa y el error –algo que siempre encuentra muchos seguidores–. Lo único que se puede hacer es aprender la lección –habrá muchas lecciones aprendidas que extraer–, y no volver a cometer los mismos errores. Si no lo hacemos así, entonces sí que habremos sido completamente derrotados, sí que las vidas, los esfuerzos y los recursos enterrados en Afganistán habrán sido en balde.


Zaragoza, 30 de agosto de 2021.
Francisco Javier Aguirre Azaña.





23 de octubre de 2019

Democracia+

Democracia mejorada.

Soy de los que opinan que la Democracia es un sistema político imperfecto, fácilmente manipulable por demagogos que lo utilizan en su propio beneficio. Pero también creo que el resto de sistemas políticos conocidos son aún más imperfectos y más fácilmente doblegables por el interés particular de unos pocos frente al interés general.

Pienso, también, que una de las fortalezas de la Democracia es su flexibilidad, su capacidad de adaptarse a los cambios sociales y a las necesidades de cada época. Y, es por ello, por lo que escribo estas líneas, para exponer algunas ideas personales sobre como se podrían corregir algunas de las, a mi juicio, imperfecciones de los regímenes democráticos actuales.

¿Un hombre / Una mujer, un voto?
Siempre me ha producido cierta desazón intelectual este principio. ¿Tiene el mismo valor a la hora de elegir a los gobernantes –y por lo tanto el gobierno del interés común– la opinión de un joven inexperto de 18 años que la de una persona madura, formada, y que ha demostrado ser un buen ciudadano a lo largo de su vida? ¿Es igual el voto de un delincuente o un ser antisocial que el de una persona respetuosa con los demás y cumplidora de las leyes? ¿No hay distinción entre quién no se esfuerza, no estudia, no acepta responsabilidades personales ni familiares, huye del trabajo y vive de subvenciones, y quién acepta compromisos, se forma, progresa en su profesión, dedica tiempo y esfuerzo a ayudar a los demás implicándose en tareas sociales, o asume responsabilidades de gestión pública, o arriesga su vida en defensa del interés común en los ejércitos o en los cuerpos de seguridad y emergencias?

Por otro lado, hay que señalar a los dogmáticos que se escandalicen al leer esto, que, de hecho, el principio de un hombre un voto no se sigue en España (ni en muchos –si no en todos– los países democráticos), ya que la ley D´Hondt otorga un valor o peso diferente al voto en circunscripciones distintas. No vale lo mismo el voto de un madrileño, o un habitante de Washington en el caso de Estados Unidos, que el de un leridano, o el de un habitante de California.

Creo que el estado actual del desarrollo tecnológico permitiría, manteniendo el viejo axioma de un ciudadano, un voto, hacer más equitativo el peso del voto de cada ciudadano en función –precisamente– de su grado demostrado de civismo.

Partiendo de la base de que cualquier ciudadano, simplemente por el hecho de ser mayor de edad, tiene un voto que puede utilizar libremente, el ciudadano tendría la posibilidad de que su voto ganara peso conforme a un baremo de ciudadanía. En primer lugar, habría que determinar cual es el máximo peso posible. No parece descabellado pensar que una persona madura, con educación superior, que ha desempeñado un trabajo o profesión en el que ha ido asumiendo mayores responsabilidades, que a su vez ha criado y educado unos hijos, que ha realizado trabajos en beneficio de la sociedad, ha asumido responsabilidades de gestión social, que ha arriesgado su seguridad en profesiones de riesgo, tuviera un voto con un valor doble (por ejemplo) al de otra persona que simplemente acredite ser mayor de edad. Habría que analizar en profundidad cual es el valor máximo a otorgar, seguramente recurriendo al análisis matemático/estadístico de los efectos de tal innovación.

Cada ciudadano, a lo largo de su vida, estaría sujeto a un baremo de ciudadanía. Ese baremo se incrementaría de acuerdo con el propio desarrollo personal. Los títulos educativos, los años trabajados, el desempeño de tareas de interés para la sociedad (voluntariado, gestión pública, ciertas profesiones de riesgo…), la asunción de responsabilidades familiares, mecenazgo, etc. supondrían adiciones a ese baremo. Por otro lado, las acciones antisociales como los delitos sentenciados por la autoridad judicial, infracciones administrativas de especial gravedad o la evasión de impuestos supondrían sustracciones a ese baremo personal. Una persona comenzaría con un valor de 1 e idealmente iría obteniendo valores superiores a la vez que se desarrolla como persona y ciudadano: 1,1; 1,2…1,5… Cabría la posibilidad de que en algunos casos el baremo obtenido fuera inferior a 1, pero en estos casos el valor mínimo efectivo siempre sería 1.

La tecnología permite la instauración de un registro con esas características. Obviamente la gestión de dicho registro, la preservación de su integridad y confidencialidad es un asunto de vital importancia, pero en cualquier caso factible.

Se puede argüir que ese sistema podría entrar en colisión con algunos derechos individuales básicos, como la confidencialidad de los datos personales, y contra el carácter secreto del voto. Creo que, de nuevo, el desarrollo tecnológico permitirá minimizar o incluso obviar esos problemas. No obstante, inicialmente el sistema podría tener carácter voluntario. Cada cual debería ser libre de acogerse o no a él, después de sopesar las ventajas e inconvenientes que para él o ella ofrece el nuevo sistema. Quién no se acoja, mantendría su derecho tal como hasta el momento: un hombre/una mujer, un voto. También a quien se acoge y tiene un baremo por debajo de 1, se le reconocería ese derecho. Quien acepte, deberá asumir que sus datos personales –que ya actualmente están en manos de administraciones e instituciones públicas y privadas– van a estar reunidos en un nuevo registro cívico con objeto de aplicar el correspondiente baremo. Un adecuado tratamiento automatizado y confidencial de los datos obviaría gran parte de las reservas.

En definitiva, esta propuesta consiste en cambiar el 
actual sesgo territorial del voto por otro con el que se potencie la “excelencia ciudadana”. 

Responsabilidad personal versus responsabilidad pública. 

En nuestros días, los políticos gozan de una prerrogativa que no tienen el resto de ciudadanos. Las consecuencias perjudiciales para el bien común de decisiones que se toman en el ejercicio de un cargo electo quedan exoneradas aplicando el principio de responsabilidad política. Los errores cometidos por los políticos, y que en ocasiones son altamente lesivos para el interés general, son condonados con su dimisión o su renuncia a la actividad política. Mientras que el resto de ciudadanos son susceptibles de responder ante la administración de justicia o la administración civil de todas sus acciones tanto en su vida personal como profesional. Ello supone, en la práctica, un estímulo a la irresponsabilidad, una red de seguridad en la toma espuria de decisiones que favorecen el interés de grupos particulares frente al interés general. Particularmente en el ámbito económico, estamos acostumbrados a ver como algunos políticos asumen –involuntariamente o a sabiendas– compromisos económicos, en ocasiones fuera de los más elementales criterios de racionalidad, cuyas consecuencias adversas afloran tiempo después, muchas veces cuando ya han abandonado el cargo. Consecuencias negativas para la sociedad en su conjunto, pero no para ellos, cuyos errores son penados, como mucho, con su alejamiento de la vida pública.

Mi propuesta es asimilar al político con el resto de profesionales. Por supuesto que el político está sujeto al principio de responsabilidad política, pero además debería estar sujeto a un principio de responsabilidad personal por sus acciones profesionales (como político), al igual que lo puede estar un médico, un militar, un piloto, un arquitecto… quienes pueden ser llamados a responder no sólo profesionalmente sino personalmente –con su libertad y/o patrimonio– de sus errores graves. No es venganza lo que se busca con ello, si no la disuasión en ese tipo de comportamientos contrarios al interés general.

Gobierno de la mayoría con respeto a las minorías.
El concepto originario de Democracia es el de gobierno del pueblo (de los ciudadanos) en que las decisiones se toman por mayoría. En una democracia representativa los ciudadanos delegan las funciones de gobierno en unos representantes que son elegidos por ellos mismos. Sin embargo, en muchas ocasiones, observamos que el sistema ha evolucionado de manera que representantes de grupos minoritarios son los que a la postre –mediante coaliciones y estrategias de “lobby”– resuelven que leyes se aprueban, imponiendo sus criterios a unas mayorías silenciosas. La necesaria protección de grupos minoritarios ha derivado en sobrerrepresentación de los mismos, patrocinio de sus postulados y discriminaciones positivas que llegan a invertir los términos de la ecuación, provocando, en ocasiones, una tiranía en que el sentir mayoritario de una sociedad se ve sometido al poder de unas minorías que saben utilizar los resortes que el sistema político dedica a su protección.

Hay muchas formas de corregir esos efectos indeseables, aunque su correcta utilización es tarea delicada, pues a su vez pueden provocar otros efectos igualmente indeseables. Son los expertos los llamados a diseñar su aplicación. Algunas podrían ser: umbral electoral o número mínimo de votos para ser tenido en cuenta, preponderancia de las listas más votadas, sesgo mayoritario en la atribución de escaños, revocación de mandato para que los ciudadanos puedan deponer al representante electo que se desvía del mandato que le han otorgado sus electores…

Contrato “político”.
Otra medida que, a la vista de los incumplimientos flagrantes de promesas que hemos tenido ocasión de ver (y padecer) en los últimos años, parece necesaria, es la instauración de un “contrato político” entre el elegido y los electores, por el cual se exigiría al cargo electo que cumpla los compromisos asumidos en su campaña electoral, y en base a los cuales es elegido. Si los rompe, por acción u omisión, tomando decisiones que van en contra de sus promesas, se consideraría que el contrato ha sido roto y el incumplidor cesado de su cargo fulminantemente.

Esto exigiría responsabilidad tanto al político a la hora de prometer como a sus votantes a la hora de entregar su mandato. El político debería exponer claramente los planes y plazos de ejecución con las que concurre a la elección en temas clave. Ejemplos claros de incumplimiento de un contrato político son: subir impuestos cuando se ha prometido bajarlos, pactar con otra fuerza política cuando se ha dicho que no se haría, no modificar una ley que se ha prometido cambiar o viceversa.

Zaragoza, 23 de octubre de 2019.


Francisco Javier Aguirre Azaña.




5 de enero de 2019

Pensamientos breves (II)

Lealtad versus Fidelidad.
Más allá de las definiciones del diccionario, tras muchos años trabajando bajo estos principios, he llegado a formar una idea personal de lo que significa cada uno de ellos.

La fidelidad es unívoca, de una persona subordinada a otra (un superior jerárquico) o a una norma cuyo cumplimiento no se cuestiona. No se tienen en cuenta las circunstancias que puedan acompañar a cada caso particular y por tanto el cumplimiento del precepto es ciego.

La lealtad, en cambio, es un concepto más amplio, omnidireccional. Entre personas, es una relación biunívoca, exige fidelidad, confianza y honestidad no sólo del subordinado hacia el superior jerárquico, sino también de este último a sus subalternos, o de otra manera esa relación de lealtad se rompe. Además, exige el respeto a los principios, valores y objetivos de la institución a la que se sirve, primando el bien común, el interés público o colectivo sobre el personal.

La lealtad exige honestidad, capacidad de disentir con el jefe cuando se considera que puede estar equivocado, aunque finalmente se sigan fielmente sus órdenes una vez tomada una decisión. La fidelidad no contempla ningún tipo de crítica ni capacidad de disentir, es ciega.

Quien exige lealtad a su persona, pero no corresponde con su propia lealtad al resto; quien busca su interés particular e inmediato y está dispuesto a sacrificar el interés común, no merece esa lealtad; únicamente busca fidelidad personal, irracional, como la que un perro tiene por su amo.

Una organización que prima la fidelidad sobre la lealtad está llamada a entrar en decadencia. Los intereses personales se acaban convirtiendo en la guía de sus líderes, que no tienen contestación en su entorno y acaban endiosados, confundiendo lo que no es más que una visión personal con la verdad general. Los que quieren llegar a posiciones de liderazgo se ven obligados a eliminar cualquier criticismo y finalmente la organización es dirigida no por los mejores, sino por los que mejor se adaptan a esa línea de actuación. La organización desperdicia el potencial humano con que cuenta y va perdiendo su capacidad de innovación y adaptación a una realidad que evoluciona continuamente.

El respeto mutuo y el respeto de las normas generalmente aceptadas son las claves de una convivencia pacífica. 

Las sociedades humanas son diversas y complejas. En los países avanzados conviven multitud de grupos sociales con diferentes religiones, etnias, culturas y valores. Incluso dentro de un mismo grupo social, las personas tienen diferentes ideas, perspectivas, puntos de vista e ideologías distintas. Una imposición forzada a alguien de un sistema de valores diferente, generalmente provoca rechazo y enfrentamiento, que pueden llegar a romper la concordia y la paz social. Si se quiere mantener esa armonía, el respeto mutuo en las relaciones personales (evitando la provocación, el insulto y el desprecio) y el respeto de las normas establecidas socialmente (aceptadas por la mayoría) son la clave.

Se puede replicar que en muchas ocasiones si no se rompiesen las normas establecidas, las sociedades no evolucionarían ni progresarían. En efecto, en la historia se pueden ver muchos ejemplos de cambios a través de conflictos. Actualmente, las sociedades democráticas ofrecen mecanismos para cambiar las normas respetando precisamente los procedimientos establecidos para ello y evitando disputas violentas.

El valor de una persona se mide por sus hechos, no por sus palabras.
Hablar es fácil, especialmente cuando no se tiene intención de cumplir lo que se dice. Pero lo que tiene valor es lo que realmente se hace, la acción. La calidad de una persona se basa en la coherencia entre lo que dice y lo que realmente hace.

La experiencia nos demuestra que muchas personas hablan de una forma pero actúan de otra, no habiendo congruencia entre sus palabras y sus actos. No podemos dar nuestra confianza a quién obra de esa manera. Quién demuestra mayor coherencia entre palabras y hechos merece más consideración y respeto.

Como dijo el Evangelista Mateo: “Por sus hechos los conoceréis”.

El hombre es incoherente por naturaleza.
Hablando en términos generales, todas las personas son incongruentes en ciertas ocasiones o situaciones de su vida. Es prácticamente imposible encontrar integridad incondicional u honestidad absoluta. Cualquier persona es proclive a hacer excepciones en su forma de pensar y actuar en favor de personas cercanas. 


Las personas, de forma habitual, aplican unos criterios y estándares determinados en su vida, a la hora de juzgar los hechos que observa o de los que tiene conocimiento. Lo hacen de acuerdo con un sistema de valores que le es propio, que puede ser más o menos exigente según las características de cada cual. Pero -la experiencia nos dice- ese sistema de criterios y valores habituales se relaja cuando se aplica a personas cercanas: conyugue, hijos, amigos, también a uno mismo, buscando un posible beneficio o tratando de evitar un perjuicio. La objetividad  que se aplica a terceros se pierde cuando juzgamos lo propio.

Por otro lado, también es habitual observar que muchas personas quieren y exigen a sus gobernantes cosas contrapuestas, aun siendo conscientes de que son incongruentes entre sí, de que hay que elegir entre una y otra porque no se pueden conseguir las dos al mismo tiempo. Pero se autoengañan, se aferran a justificaciones que en su fuero interno saben que son incoherentes e incompatibles. 


Dado que, como se afirma al principio: somos incongruentes por naturaleza, para minimizar la frustración y los daños que se producen en estos casos, es necesario apoyarse en una serie de principios: el conocimiento racional antes que el sentimiento; un sistema de valores sociales basados en el bien común y la ejemplaridad; la puesta en evidencia de las incongruencias y las tácticas populistas; el establecimiento de un modelo ideal a seguir, a pesar de que pueda parecer utópico.

El hombre es el peor enemigo del hombre.
No por viejo este aforismo ha dejado de tener validez. Cuando los líderes sociales consiguen enfrentar grupos humanos entre sí 
-habitualmente buscando alcanzar sus ambiciones personales antes que los objetivos colectivos que utilizan como pretexto-, el hombre se convierte en un enemigo despiadado e inmisericorde del otro que no forma parte de su grupo, etnia, religión o ideología. 

Mi experiencia personal está basada en las guerras de los Balcanes: en Bosnia, en las zonas de mayoría serbo-croata se subyugaba a las minorías musulmanas llegando al asesinato para expulsarlos del territorio. En Kosovo, tras la intervención de OTAN para expulsar al ejército serbio, la mayoría albano-kosovar (musulmana) utilizaba los mismos procedimientos con las minorías serbias. En marzo de 2004 se quemaron iglesias y monasterios, escuelas y hospitales, y se mataron a docenas de civiles serbios. En situaciones de enfrentamiento, cuando la convivencia pacífica no está garantizada; allá donde un grupo social es fuerte, el fuerte intenta exterminar al oponente más débil, independientemente de su ideología.

La Seguridad no está garantizada, ni siquiera en las sociedades democráticas avanzadas.
Cuando se alcanza un nivel elevado de desarrollo y prosperidad, tendemos a pensar que se ha alcanzado una situación estable, que no hay alicientes para salir de ella y por tanto esa situación está garantizada en el futuro. Por lo que no es necesario distraer esfuerzo y recursos en su mantenimiento y simplemente hay que disfrutar de lo que se tiene.

Pero la realidad es que en el mundo compiten fuerzas con intereses particulares contrapuestos. La distribución de los recursos y la riqueza genera desigualdades. La evolución social y tecnológica produce cambios que provocan nuevas redistribuciones de riqueza y generan nuevas desigualdades. Las desigualdades generan conflicto. Quién se considera en una situación de inferioridad, ya sea una percepción real o ficticia, intenta cambiar el estatus quo e incrementar su cuota de bienestar, incluso recurriendo a la confrontación violenta con quien goza una posición aventajada. Y esto, no sólo entre grupos humanos diferentes (etnia, raza, religión…) sino también en el propio seno de sociedades con un alto nivel de homogeneidad.

Además, la Seguridad es una percepción subjetiva. Alguien se puede sentir inseguro aunque viva en un entorno objetivamente seguro, donde su vida, sus derechos, su libertad y su bienestar están razonablemente garantizados. Si nos sentimos inseguros tenemos que visualizar el objeto de nuestra inseguridad como algo material y eso habitualmente es otro grupo humano antagonista, con el que no compartimos valores.

Zaragoza, 4 de enero de 2019.


Francisco Javier Aguirre Azaña.

4 de enero de 2019

Pensamientos breves. (I)

He servido cuarenta años en el Ejército. He trabajado, convivido y conocido muchas personas de diferente condición y países distintos, militares y civiles. Muchos de ellos buenas personas, pero también algunos canallas. Aunque ya no recuerdo las caras y los nombres de la mayor parte de esas personas, su trato y las experiencias vividas juntos han ayudado a modelar la persona que soy ahora. He desarrollado mi actividad profesional en ambientes muy diversos. Inicié mi carrera como joven oficial con trato continuo y directo con soldados de reemplazo, en unas condiciones y contextos que poco tienen que ver con los actuales. Posteriormente, trabajé varios años en cuarteles generales internacionales con oficiales extranjeros, en situaciones de paz y también de crisis. Asimismo he desarrollado mi labor en los niveles de asesoramiento más altos del gobierno. He vivido situaciones muy diversas en diferentes países, algunas de ellas no exentas de tensión e incertidumbre. Y tras toda esa experiencia vital, quiero exponer aquí las cosas que he aprendido, que no son muchas, ni tan siquiera originales, pero de las que quiero dejar constancia, aunque sólo sea por prurito personal.

Todos tenemos algo que enseñar y algo que aprender.
Cuando uno trata con gentes de diferentes países, culturas y orígenes, es fácil dejarse llevar por los tópicos. En ocasiones uno puede sentirse superior en algunos aspectos debido a los propios orígenes, nacionalidad, formación u otros fundamentos. En otras ocasiones, se puede caer en un complejo de inferioridad considerándose por debajo de alguien, simplemente porque su procedencia parece darle cierta superioridad.

Lo cierto es que tras una convivencia directa, cuando uno llega a conocer a las personas y puede discernir más allá del tópico y del lugar común, se da cuenta de que siempre hay algo que aprender de cada persona, de su actitud vital, su profesionalidad o su experiencia, aunque su estatus personal pueda ser considerado inferior. Recíprocamente, cuando actuamos con coherencia con nuestros principios, estamos transmitiendo una enseñanza que puede ser ejemplo para cualquiera, por muy superior que quiera considerarse.

Si quieres comprender el mundo, sigue la pista del dinero.
Cualquier actividad organizada precisa financiación. Es imposible llevar a cabo un proyecto, desde los de carácter filantrópico hasta los de carácter criminal, si se carecen de recursos económicos. Para entender lo que realmente sucede hay que observar el flujo del dinero, desde sus fuentes: quién, dónde, cómo y porqué financia una actividad, y estudiar el camino que sigue el dinero hasta su empleo y destinatarios finales. De esta manera es posible comprender quién está verdaderamente apoyando una causa y porque.

Por otra parte, la manera más efectiva de terminar con una actividad es precisamente atacando su financiación, cortando la generación o el flujo de dinero e impidiendo que llegue a su destino final. Para ello, en primer lugar hay que tener un conocimiento completo de cómo se produce ese flujo y quiénes son los beneficiarios finales. Después, es cuestión de voluntad y capacidad efectiva de acción.

Un buen ejemplo de lo dicho son las actividades relacionadas con el terrorismo, el crimen organizado o los movimientos de desestabilización de determinadas sociedades.

A veces queremos arreglar cosas que no necesitan arreglo.
Este punto está relacionado con las situaciones de injerencia, generalmente por razones humanitarias, en países que viven o han vivido situaciones de conflicto, crisis o guerra. La intervención en fuerza en sociedades que se encuentran atravesando una crisis nos coloca, queramos o no, en una situación de superioridad objetiva, percibida tanto por ellos (los intervenidos) como por nosotros: miembros de una coalición que generalmente busca ayudar a superar esa situación conflictiva.

Cuando nos sentimos en una situación de superioridad cultural, moral, social o de cualquier otro tipo, llegamos a pensar que nuestra razón (cultura, costumbres, valores, religión…) es cierta y superior a la de los otros, y en consecuencia sería lo mejor para ellos adoptar nuestro modelo. Elevamos nuestras creencias particulares al rango de verdades generales e incontestables y tendemos a desechar los puntos de vista diferentes. En esas situaciones, en ocasiones, se valoran ciertos acontecimientos, situaciones o comportamientos como anómalos, contraproducentes o perjudiciales para alcanzar los objetivos deseados. Todo ello de acuerdo con nuestra línea de pensamiento, pero sin tener en cuenta que puedan ser aceptados como normales (aunque sea temporalmente), el contexto y las circunstancias en que se producen. E intentamos corregir situaciones y comportamientos, en definitiva problemas que no son tal en la sociedad en la que se producen, interviniendo y provocando una serie de acciones y reacciones desestabilizadoras y contraproducentes, que en muchas ocasiones crean un verdadero problema donde no lo había.

Etnia, religión e idioma son fácilmente utilizados para crear y mantener enfrentamientos. 

La forma más habitual que tienen los líderes populistas y demagogos de alcanzar y mantener el control de un grupo humano, ya sea en beneficio propio o porque se sientan llamados a un destino particular -aunque muchas veces ambas cosas van de la mano-, es apelando al sentimiento frente a la razón, creando una conciencia del “nosotros” en contraposición al “ellos”, fomentando la diferencia, la disimilitud, la superioridad o el victimismo, o una mezcla de todo ello.

Apelar y profundizar a las diferencias étnicas, religiosas e idiomáticas es una vía segura de lograr ese objetivo de concienciar al “nosotros”, enfrentándolo con el “ellos”, y suelen ser precursores del conflicto. El recurso a la etnia, religión e idioma propio en contraposición a otros es una indicación clara de la voluntad de enfrentamiento y subsecuente conflicto. 


El simple tiene soluciones simples para resolver cuestiones complejas.
La realidad es compleja, multifacética. Los procesos sociales y económicos están interrelacionados unos con otros y una actuación en un campo suele producir efectos de primer, segundo y sucesivos órdenes en otros campos, a veces no deseados o incluso no planeados o conocidos de antemano. Las sociedades modernas también son complejas con grupos diversos con diferentes apreciaciones de la realidad y puntos de vista, valores y objetivos distintos.

En este contexto, las personas simplistas, incapaces de asimilar esa complejidad, ofrecen soluciones simples para determinados problemas, como un conflicto social o la distribución de recursos económicos escasos, sin valorar los efectos que esa solución tendría sobre otros aspectos de la realidad, aún en el caso de que puntualmente (y muchas veces sólo temporalmente) se palíe el problema.

No suele ser buena idea adoptar soluciones simplistas que ignoran la realidad de las cosas, generalmente conocida gracias a la experiencia. Ese tipo de soluciones puede funcionar por algún tiempo, pero finalmente la realidad se impone y los perjuicios posteriores y las distorsiones que se producen pueden ser mayores que el beneficio inicial.

Una persona inteligente tiene explicaciones sencillas para entender cuestiones complejas.
Muchas personas se sienten abrumadas por quién aporta información profusa y copiosa para explicar una cuestión compleja y cuando no se llega a entender todas las explicaciones, dado que la cuestión es difícil de entender, se tiende a pensar en una limitación propia y a pensar que el otro demuestra un gran conocimiento y por lo tanto es una persona con una inteligencia superior.

De la misma manera, muchas personas que quieren mostrar una superioridad intelectual recurren a esa técnica de aportar muchos datos, o hablar barrocamente sobre el tema en el que quieren mostrar su superioridad.

En mi experiencia -aunque no es frecuente encontrarlo- una persona realmente inteligente es la que es capaz de exponer una cuestión de difícil comprensión de forma sencilla y comprensible para la mayoría. 


Zaragoza, 4 de enero de 2019.

Francisco Javier Aguirre Azaña.