27 de octubre de 2021

Diario del Camino. De León a Sarria.

Diario del Camino de Santiago. De León a Sarria.
Caminar y contarlo.

Francisco Javier Aguirre Azaña

17 Octubre 2021. (León)
Salgo de Zaragoza a las once y media. Hago un cómodo viaje en tren. Hace ya varios años que dejé de viajar en tren, por lo que este viaje tiene ese particular sabor excitante de la novedad. Ese tipo de novedad que uno puede disfrutar cuando pasa de los sesenta, que no es sino añoranza un tanto melancólica, remembranza de las primeras veces, las primeras experiencias en que uno tenía toda la vida por delante, y prisa por apurarlas y buscar otras nuevas. Ahora, uno las saborea con serenidad, intentando sacarles todo el jugo, tal vez porque sabe que puede que no haya muchas más. Las recientes muertes tempranas de algunos amigos y compañeros de la juventud provocan esos pensamientos macabros.

El viaje se hace largo: seis horas para llegar a León. El tren parte con unos minutos de retraso, que recupera durante el recorrido. Me pongo a escribir estas líneas. Observo el discurrir del paisaje a través de las amplias ventanas. Paisaje otoñal. Los árboles comienzan a mostrar sus tonalidades ocres sobre un horizonte de nubes grisáceas, cargadas de fina lluvia en Zaragoza, y que se van llenando de luminosidad según avanza el tren hacia el oeste: Pamplona, Vitoria, Burgos. Al llegar a Palencia, dejan ver retazos de limpio cielo azul detrás de ellas, y comienzan a ser atravesadas por tímidos rayos de sol que hacen subir la temperatura unos grados. Me reafirmo en la idea de que es el momento ideal para realizar esta caminata, para disfrutar los días aún largos, pero sin el agobio del calor veraniego, y ver cómo la vegetación, día a día, se viste con sus colores otoñales.

Catedral de León
Por la tarde, una vez en León, realizo el primer acto de lo que, después de tres salidas similares a esta -la última hace ya dos años, ¡maldito covid!-, es ya una costumbre: dirigirme a la catedral (pulcra leonina, piedra y luminoso vidrio) para sellar la credencial del peregrino, pistoletazo de salida de una empresa que, como me ocurre siempre, no estoy seguro de poder finalizar en toda su extensión. Encuentro la catedral cerrada -tarde de domingo- y me dirijo a la basílica de San Isidoro, donde están celebrando misa. Cuando acaba la celebración, me dirijo a la sacristía, donde amablemente me estampan un vistoso sello de color rojo. El resto de la tarde me dedico a recorrer los lugares emblemáticos de la ciudad: el convento de San Marcos -a pocos pasos del modesto hotel en que pernocto-, con el puente aledaño sobre el río Bernesga -que aprovecho para reconocer, pues será mi punto inicial al día siguiente-;
Plaza del Grano (León)
San Isidoro; la muralla; la plaza de la catedral y la magnífica visión de su fachada; el Barrio Húmedo; la Plaza del Grano -una de las plazas medievales que más me gustan de todas las que conozco-. 
Pasear por León es siempre gratificante.

Para cenar, no puedo resistir la tentación de comer una ración de morcilla picante leonesa en La Bicha, pequeño bar en la plaza de San Martín regentado en solitario por Paco, a veces irascible y maleducado con sus clientes. Sólo sirve morcilla, chorizo y queso. Hoy está de buen humor, bromea con sus parroquianos y a mí me obsequia con un pequeño trozo de queso curado.

León, 17 de octubre de 2021.


18 Octubre 2021. (Hospital de Órbigo)
Comienzo el día con una sorpresa desagradable: no hay agua caliente en la ducha. Unos manguerazos rápidos y listo. Empiezo a caminar unos minutos después de las ocho, media hora antes de que amanezca. Atravieso el puente sobre el río Bernesga, junto al antiguo convento y hospital de peregrinos de San Marcos. 

Un poco después encuentro la primera marca -una concha incrustada en la acera, que señala hacía el oeste-. El Camino discurre por las calles leonesas y atraviesa un pequeño polígono industrial. No es hasta el kilómetro seis cuando se abandona el asfalto y se puede pisar un camino de tierra. Se pasa por unas curiosas bodegas excavadas en la tierra. Pero pronto el Camino confluye con la carretera N-120 que lleva a Astorga. Hay que volver a pisar el asfalto y las baldosas de calles de Trobajo del Camino y la Virgen -también- del Camino, pequeñas poblaciones prácticamente unidas a León.

El Camino transcurre paralelo y cercano a la carretera -que hay que cruzar en varias ocasiones- y en gran parte sobre un firme duro. El abundante tráfico provoca un desagradable ruido. Eso unido a que el páramo que atraviesa ofrece un paisaje monótono -extensiones rectilíneas en que sólo se distinguen cultivos de maíz- hacen de esta una etapa fea. El peregrino puede optar por desviarse, a su izquierda, una vez atravesado el paso bajo la autopista, hacia Villar de Mazarife, pero supone hacer algún kilómetro de más. Yo continúo por el camino clásico, pues mi destino es Hospital de Órbigo -no San Martín del Camino, a mitad de camino entre León y Astorga-, y 31 kilómetros son suficientes para un día.

A pesar de todo, encuentro momentos gratificantes en algunos trechos: el día está nublado y la temperatura es agradable para caminar. De vez en cuando se siente en la cara el mismo viento que mueve las ramas de los árboles que bordean los canales de riego -chopos, álamos y alguna acacia me parece distinguir, aunque no podría asegurarlo-. El viento hace caer las hojas amarillentas sobre el camino que piso.

Recupero la disciplina de marcha que recuerdo me iba bien. Algo más de cinco kilómetros por hora -me cuesta 5 horas y 45 minutos llegar a mi destino del día-; una parada para tomar café a las dos horas -aprovecho para quitarme las botas y airear los pies-; después una parada de diez minutos cada hora, bebo agua; me descalzo cada diez kilómetros.

Como un par de pequeños bocadillos y un plátano al llegar a Hospital de Órbigo, sobre el majestuoso puente de diecinueve arcos del Paso Honroso, donde el noble leonés Suero de Quiñones retaba a combatir a los caballeros que cruzaban el puente entre el 10 de julio y el 9 de agosto del año 1434, para conquistar a su amada. Afortunadamente, yo no tengo que entrar en duelo con nadie para cruzar. Con un último esfuerzo cubro el kilómetro que me lleva al hotel que se encuentra junto a la carretera de Astorga, y que se llama -cómo no- el Paso Honroso.

El Paso Honroso
El Paso Honroso: en el año jacobeo de 1434, el caballero leonés Suero de Quiñones, de familia insigne, obtuvo permiso del rey Juan II de Castilla para llevar a cabo un torneo de justas en que tendrían que participar a la fuerza todos los caballeros que pasaran por el puente de Hospital de Órbigo, situado en la ruta leonesa del Camino de Santiago. Si se negaban a participar, debían depositar un guante en señal de cobardía y atravesar el río vadeándolo.

Suero de Quiñones estuvo acompañado de sus mejores amigos. Cada jueves llevaba colgada al cuello una argolla metálica, como prueba de amor hacia su dama, doña Leonor de Tovar. Su propósito era librarse de dicha argolla peregrinando a Santiago después de haber vencido a todos los caballeros que se presentasen en dicho puente, prometiendo tronchar hasta 300 lanzas.

El torneo duró un mes, comenzó el 10 de julio y terminó el 9 de agosto, día en que don Suero fue herido. Sólo hubo un descanso el día 25, festividad de Santiago. Se levantó el tinglado junto al puente y cada día se comenzaba con una misa solemne y se terminaba con un gran festín. Más de 60 caballeros llegados de Francia, Alemania, España y Portugal batieron sus armas en 727 carreras. Las crónicas cuentan que sólo hubo una muerte al cabo del mes, la de un caballero aragonés llamado Asbert de Claramunt, que recibió un lanzazo en un ojo atravesándole el cerebro. Parece ser que la Iglesia prohibió que se le enterrase en lugar sagrado.

Cuando terminó el torneo, don Suero y sus amigos se dirigieron en peregrinación a Santiago para cumplir con la promesa hecha. Don Suero depositó allí una réplica en oro de la argolla con la inscripción: “Que será de mí, señora, si no moderáis vuestro rigor” y la cinta azul que simbolizaba su amor por la dama y en la que estaba escrita una leyenda que lo atestiguaba: “Si no os place corresponderme, en verdad que no hay dicha para mí”. Un año más tarde, don Suero se casaba con doña Leonor. Veinticuatro años después, uno de los caballeros derrotados en las justas acabaría con la vida de Suero de Quiñones.

Aquel torneo fue conocido como "El Passo Honroso” y fue narrado y cantado por muchos poetas de la época. El notario real Pero Rodríguez de Lena dejó por escrito una crónica del hecho.

Desde 1951 puede verse en el puente de Hospital de Órbigo un monolito con los nombres grabados de todos los que pelearon junto a Don Suero: Lope de Estúñiga, Diego de Bazán, Pedro de Nava, Suero Gómez, Sancho de Rabanal, López de Aller, Diego de Benavides, Pedro de Ríos y Gómez de Villacorta.

Hospital de Órbigo, 18 de octubre de 2021.


19 Octubre 2021. (Astorga)
Paso una mala noche: me despierto a las cuatro debido a que el colchón de la cama está recubierto con una funda de plástico que, a pesar de las sábanas, lo hace desagradable al contacto con las piernas y el cuerpo, y extremadamente caluroso. Además, el calor de la habitación se hace insoportable durante las últimas horas de la noche -no puedo regular la calefacción-. Cuando salgo a la calle, respiro ávidamente y dejo que el aire fresco -once grados- inunde mis pulmones. Son algo más de las ocho y aún está oscuro. Cruzo la carretera N-120 y comienzo a caminar por las calles desiertas del pueblo, buscando las marcas del Camino. A la salida de la población me encuentro con los primeros peregrinos; rebaso a una joven que camina sola -¡buen camino!, nos saludamos- y veo otros cuatro que se mantienen por delante.

Los primeros metros son similares a los de la jornada anterior: el camino ancho y llano, de tierra negra, atraviesa cultivos de maíz -los tallos amarillos, secos-, entre multitud de canales de riego. El camino tuerce a la derecha, hacía Villares de Órbigo, alejándose -afortunadamente- de la carretera y del ruido y la visión del tráfico. Me gusta especialmente caminar a estas horas de la mañana, cuándo la oscuridad va dando paso al día y el ambiente es fresco. Los primeros pájaros comienzan a volar. Otro gran grupo de palomas se mantiene sobre los cables del tendido eléctrico, como mirando a los peregrinos y pensando que hacer en ese nuevo día. En un momento dado, el color negro del camino se transforma en blanco. Más adelante, se tornará rojizo.

Pasada la primera población sucede algo infrecuente: al cruzar una carretera asfaltada hay una señal errónea. Mejor dicho: hay una señal correcta y otra errónea. Yo voy sin prestar atención, siguiendo los pasos de los cuatro peregrinos que van por delante. Me sorprende no ver más señales en el siguiente cruce de caminos. ¡El Camino siempre está señalizado, en cualquier cruce! Continúo hacia la derecha -es la dirección lógica-, detrás de los que me preceden. Pronto, aparecen un hombre y una mujer, con unos perros, que hablan con el grupo de peregrinos. Cuando llego a su altura, me dicen: “Os habéis equivocado, tenéis que volver hasta la carretera y girar a la izquierda”. Me confirman que habíamos seguido una señal falsa. Uno de los peregrinos ya camina en la dirección indicada, otro parece que continúa en la dirección que traíamos -ignoro si entiende el español, aunque la amable pareja que nos avisa de nuestro error han utilizado gestos e incluso dibujos en el suelo para hacerse comprender-. Dos mujeres francesas, de edad, hablan entre ellas; parece que no saben qué hacer. Yo les repito en inglés las indicaciones que nos han dado -no sé si han comprendido, ya en español o en inglés-. Hablan en francés entre ellas. Yo decido reemprender la marcha. La equivocación ha supuesto hacer aproximadamente un kilómetro de más. La enseñanza es que hay que estar atento, tomar tus propias decisiones y no dejarse llevar.

La orografía comienza a cambiar, el relieve se ondula y el camino sube y baja pequeños montes. El paisaje de la Maragatería comienza a mostrarse con todo su encanto. Al cabo de dos horas no encuentro lugar para hacer el alto que toca. En la cresta de un monte, dejo los bastones y la mochila junto a un pino y hago un alto de diez minutos. Me interno un poco entre los pinos que se asoman al camino y encuentro multitud de setas, de tres o cuatro clases distintas, incluyendo algunos níscalos (robellones)- son más de los que había visto nunca-. Me limito a fotografiarlos para tener prueba del hallazgo. Un kilómetro después llego a un chiringuito en el que hay varios peregrinos descansando. Un joven barbudo, con acento argentino, me da la bienvenida, me dice que me relaje y tome lo que quiera. Hay un mostrador con bebidas: café, té, bebidas de todo tipo: desnatadas, sin lactosa, de arroz y no sé cuántas cosas más, pero no veo leche normal. En otra mesa hay frutas y zumos. Escancio café de un termo, añado azúcar de caña y me siento a tomarlo en un banco con colchonetas. El lugar tiene aspecto de “chillout” rural. Llega un colombiano que nos honra a todos permitiendo escuchar la música que lleva -ese tipo de música denominada latina, que es monótona, un recitado de estupideces y barbaridades- y nos cuenta su vida. ¡Cómo envidio a los holandeses que tengo en frente o a las alemanas a mi izquierda, que no entienden el español! Me levanto, dejo el vaso vacío y unas monedas sobre la mesa y me voy pensando que la edad se nota en cosas como estas. A mí lo que me hubiera gustado es encontrar un paisano circunspecto que vendiera leche recién ordeñada y mantecada hecha por su mujer, en lugar de este remedo de “café del mar”.

Crucero de Santo Toribio
Cinco kilómetros antes de llegar a Astorga, el caminante se encuentra con el crucero de Santo Toribio. Desde el alto en el que está situado se alcanza a ver, primero San Justo de la Vega (la vega es la del Río Tuerto), y al fondo Astorga. Hoy de forma poco clara, debido a las nubes. Aunque, conforme avanza la mañana, el sol se va abriendo paso y traerá una tarde luminosa y cálida. Un hombre, al verme, comienza a tocar la guitarra y a cantar. Paso a su lado sin echar monedas en la funda de la guitarra y me pregunta si viene más gente detrás. Le digo que sí, que en el chiringuito han quedado unos cuantos. Espero que tenga más suerte con los del “chillout”.

Catedral de Astorga
Después de 19 kilómetros, y 3 horas y 40 minutos de marcha, llego a la catedral, donde me sellan la credencial del peregrino. Me dirijo al hotel que se encuentra cercano, enfrente del Palacio de Gaudí, y me dispongo a realizar las tareas propias del buen peregrino: lavar los calcetines y la ropa interior, revisar los pies en busca de ampollas. Noto que se empieza a formar una ampolla en cada pie, así es qué paso unos hilos por cada una de ellas y las desinfecto con iodo.

Después de ducharme me dirijo al restaurante La Casa Maragata, uno de los mejores para degustar el cocido maragato. Uno no puede pasar por Astorga sin hacerle honores a su cocina. Después de haber vivido casi un año en Astorga, siempre he pensado que es uno de los sitios donde mejor se come de toda España.

El cocido maragato se come al revés que el cocido normal: primero la carne -o surtido de varias carnes-, después los garbanzos y la verdura, y por último la sopa. Una leyenda dice que la costumbre se inició durante la Guerra de la Independencia. Una unidad francesa tenía prisa porque debían salir a combatir con los españoles, pero ya tenían la comida preparada y, puesto que se había tocado fajina, decidieron comer rápidamente: comenzaron con las carnes que era lo que proporcionaba más energía, pero como estaba tan bueno, pidieron comerse también los garbanzos, que estaban exquisitos; finalmente se tomaron también la sopa. Una explicación más plausible es que los arrieros maragatos -que transportaban el pescado desde Galicia (del mar) a Madrid (a los gatos, nombre con el que se conoce a los madrileños)- solían comerlo así. Llevaban el cocido, ya hecho, en tarteras, y en una parada del camino lo calentaban; pero sucedía que si se comían primero la sopa y mantenían el resto de los alimentos al fuego se les resecaban demasiado, pero si los apartaban del calor se les enfriaban los garbanzos y la carne, por lo que encontraron la solución invirtiendo el orden de ingesta. Además, comprobaron que era más fácil de digerir, por lo que incorporaron el descubrimiento a la práctica diaria, convirtiéndolo en costumbre.

Cocido maragato

Astorga, 19 de octubre de 2021.


20 Octubre 2021. (Foncebadón)
Me pongo en marcha pocos minutos después de las ocho, con una temperatura de doce grados. Salgo de Astorga, aún en sombras, por la carretera provincial LE-142. El Camino discurre por un andador de cemento junto a la carretera. A la derecha se divisa el imponente edificio del Regimiento de Artillería y la tapia que delimita el extenso acuartelamiento. Enseguida se llega a la entrada del pequeño pueblo de Valdeviejas, donde también se encuentra -a la izquierda- la ermita del Ecce Homo, construcción del siglo XVIII, completamente restaurada. Había leído que el ermitaño la abre pronto, pero todavía está cerrado y continúo mi camino sin detenerme.

El día transcurre sin grandes novedades. Hoy toca atravesar el corazón de la Maragatería: los pueblos de Murias de Rechivaldo, Santa Catalina de Somoza, El Ganso y Rabanal del Camino se van sucediendo. En Murias cojo una piedra para, siguiendo la tradición, arrojarla mañana al pie de la “Cruz de Fierro”, en lo alto del monte Irago, pasado Foncebadón -había pensado cogerla en Astorga, pero se me olvidó y no era cuestión de volver a por ella-; en Santa Catalina paro a tomar café; en Rabanal, en cambio, paso de largo, sin dejarme seducir por los cantos de sirenas que suponen la gran cantidad de restaurantes y bares -todos ellos con muy buen aspecto- que intentan retrasar al peregrino en el cumplimiento de su objetivo.

La mañana discurre con una climatología opuesta a la de los días anteriores. Al amanecer, el sol lucha con las abundantes nubes para imponerse; en algunos momentos consigue proyectar la sombra del caminante por delante de sus pasos. Pero finalmente son las nubes las que vencen. La predicción era de lluvia ligera a media mañana. Yo, precavidamente, llevo la capa y el gorro de lluvia en la pequeña mochila que hace el Camino conmigo. Pero no es necesario sacarlo, sólo caen unas pocas gotas que no llegan a mojar.

El número de peregrinos se ha incrementado notablemente. Entre León y Astorga me encontré con unos 15 o 20 cada día. Hoy calculo que ese número se ha doblado, cuando menos. Tal vez, muchos prefieran incorporarse al Camino en Astorga -pienso que es una buena elección-.

La caminata de hoy es de 25 kilómetros y hay que subir casi 600 metros de desnivel, pero se hace sin gran dificultad, disfrutando de un bonito paisaje. El camino va ganando altura poco a poco, la pendiente es ligera y se mantiene de forma constante. Aunque se hace más pronunciada en los últimos seis kilómetros, desde poco antes de Rabanal del Camino. En este tramo, el peregrino tiene que esforzarse más y su ritmo cardiaco se acelera. Pero obtiene la recompensa de poder admirar el paisaje de los montes de León, una vez dejada la meseta atrás.

Paro a comer antes de entrar en Foncebadón: un pequeño bocadillo de jamón York y queso, un yogur, una pera y un hojaldre; todos los productos provenientes del desayuno del hotel. No es mucho, pero espero resarcirme en la cena. De hecho, veo unas vacas muy lustrosas pastando libremente por las inmediaciones; espero comerme un buen trozo de alguno de sus congéneres un poco más tarde.

El pueblo del Foncebadón fue abandonado por sus habitantes a finales de los años 60 y principios de los 70 del siglo pasado. Fue víctima de saqueos que en muchos casos dañaron seriamente las casas, que acabarían derrumbándose sobre sí mismas, tal y como pasó con la hoy reformada parroquia o el colegio. Con el resurgir de la peregrinación a Santiago, en la última década del siglo XX, el pueblo ha vuelto a renacer y actualmente tiene albergues, tiendas, bares y restaurantes. Me alojo en “El Trasgu”, que cuenta con unas instalaciones nuevas y acogedoras.

Foncebadón, 20 de octubre de 2021.


21 Octubre 2021. (Ponferrada)
Inició la marcha después de desayunar en el albergue, un poco más tarde que los días anteriores. Foncebadón es un pueblo pequeño, en un momento se deja atrás, y es peligroso caminar a oscuras por la montaña. Aun así, parto antes de que amanezca, pero cuando la incipiente claridad del nuevo día ya permite ver donde se ponen los pies. Hace frío. El termómetro marca seis grados, pero el viento -que no ha parado de soplar desde que llegué la tarde anterior- y la húmeda niebla matinal hacen que la sensación térmica se aproxime a los cero grados. Me embozo bien con el chaquetón y estiro las mangas para cubrir las manos; echo de menos unos guantes que no llevo.

Cruz de Fierro
Sin embargo, me encuentro con varios peregrinos que han madrugado más que yo: ¡Buen camino!, nos saludamos. Al poco llego a la Cruz de Fierro, donde también hay otro grupo de peregrinos. Está situada en el punto más alto del puerto, a 1500 metros. Constituye también el punto más alto de todo el Camino Francés a Santiago. Está formada por un poste de madera de unos cinco metros de alto coronado por una cruz de hierro. Fue erigida a principios del siglo XI para señalar el camino -al parecer, en época romana ya se marcaba el lugar con guijarros- y servir de referencia a los caminantes durante las frecuentes nevadas. La tradición dice que el caminante tiene que arrojar una piedra, de espaldas a la cruz, para simbolizar que deja el puerto atrás. Yo hago lo propio: sobrepaso la cruz y arrojo hacia atrás la piedra que había cogido del suelo en Murias de Rechivaldo con este objeto.

La marcha matutina por el monte Irago me resulta muy estimulante: el viento en la cara y las brumas vespertinas elevándose poco a poco. El ambiente es tan limpio que los perfiles y los colores del paisaje parecen híper-reales.

Hay que subir antes de iniciar la bajada. Son unos 900 metros de desnivel en total, pero sólo algunos tramos presentan dificultad debido a la inclinación y al suelo de piedras. Los bastones resultan muy útiles en la bajada. En cualquier caso, después de los comentarios que había escuchado y leído, esperaba un descenso más duro. Consigo mantener una velocidad de marcha de casi cinco kilómetros por hora.

Después de dos horas y media llego a El Acebo, primer pueblo del Bierzo que se enorgullece de serlo. Hago una parada: café con leche y bizcocho casero. Continúo. Más adelante me quito el chaquetón, me enfundo el sombrero y las gafas de sol. Con la mañana mediada, la temperatura ha subido y el sol -hoy sí- pone en retirada a las nubes. La siguiente población grande -ya finalizado el descenso- es Molinaseca, a la que se accede cruzando un puente romano. La atravieso siguiendo su bonita calle principal, bordeada de casas antiguas bien conservadas y sólidos edificios de piedra. A partir de aquí, hasta llegar a Ponferrada -casi ocho kilómetros -, la marcha se hace cansina, en parte sobre el asfalto de la carretera o aceras de cemento. Dado que es poco más de la una, decido continuar hasta Ponferrada y comer allí. Entre Astorga y Ponferrada, el Camino discurre en paralelo con la carretera provincial LE-142, cruzándose ambos en varias ocasiones.

Castillo Templario
Ponferrada
Para llegar al centro histórico de Ponferrada hay que cruzar por el Puente Boeza, sobre el río del mismo nombre -la ciudad se encuentra entre las aguas de dos ríos: el Boeza y el Sil-, y después ascender siguiendo las señales del Camino. Lo primero que se encuentra el caminante es la impresionante entrada del castillo, que fue de la Orden del Temple durante los siglos XIII y XIV. Después se pasa por la Basílica de la Virgen de la Encina y la Torre del Reloj (siglo XVI), llegando a la plaza del ayuntamiento, con una bonita fachada barroca.

Los Templarios siempre están unidos a leyendas y mitos; se cuenta que cuando ampliaron el castillo de Ponferrada -allá por el año 1200-, al talar una encina -pues necesitaban mucha madera para construir- apareció una imagen de la Virgen con el Niño, que había sido ocultada siglos atrás para protegerla de las razias musulmanas. Esta Virgen, llamada “de la Encina”, es la patrona del Bierzo y se erigió una basílica con su advocación junto al castillo.

Otra historia interesante es la del nombre de la ciudad: en torno al año 1082, el obispo Osmundo de Astorga, con la colaboración del rey Alfonso VI de León, ordenó la construcción de un puente sobre el río Sil para facilitar el tránsito de los peregrinos del Camino de Santiago, debido a las dificultades que presentaba el anterior paso. Este nuevo puente se reforzó con hierro, y esta circunstancia dio nombre, posteriormente, a la población que creció en sus alrededores, junto al Sil: Pons Ferrata. Otra teoría propone el nombre de Ponte Ferrato como puente fortificado. Este puente es el que cruzaré mañana para continuar el Camino.

En el hotel me aconsejan un mesón cercano para comer. Allí pido botillo con garbanzos y verdura, una de las especialidades gastronómicas del Bierzo. Sin embargo, recibir la noticia del fallecimiento del último tío de mi mujer, no me permite disfrutar este plato que anhelaba probar desde hace tiempo.

Botillo berciano

Ponferrada, 21 de octubre de 2021.


22 Octubre 2021. (Villafranca del Bierzo)

Caminando Ponferrada
Suenan las últimas campanadas de las ocho en un reloj cercano cuando comienzo a caminar, una vez abandonado el hotel Los Templarios. Por una estrecha calle empedrada, casi a oscuras, desciendo hasta la calle Rañadero, que continúa bajando hasta desembocar en la avenida que cruza el río Sil a caballo del “Pons Ferrata”. Las señales del Camino se pierden un poco más adelante. Varios peregrinos avanzamos en la misma dirección, pero ante la ausencia de marcas, en un momento dado formamos un corrillo y consultamos nuestros móviles para cerciorarnos de que no nos perdemos. Un poco más adelante aparece una señal del Camino y cada uno continúa a su ritmo. Yo los voy dejando atrás. Desde ese momento las señales no faltan, pero no son tan abundantes como es habitual en otros tramos, y prácticamente no se ven las familiares y amigables flechas amarillas pintadas en el suelo.

El camino de salida de Ponferrada, al igual que el de entrada, da un rodeo. Esta vez más largo; en vez de avanzar hacia el oeste, lo hace hacía el norte, hacia Compostilla. Hay que hacer más de diez kilómetros sobre el asfalto de la carretera y las aceras de los núcleos urbanos que se suceden uno a otro -con el acompañamiento del consiguiente tráfico-, antes de pisar un camino de tierra, a la salida de Camponaraya. Enseguida, el paso elevado sobre la autovía A-6. Desde allí hasta Cacabelos el camino discurre entre un espléndido paisaje otoñal, con multitud de viñedos a ambos lados, y con la vista de los montes de León en el horizonte.

Cacabelos se extiende a la vera del río Cúa; la actividad principal de sus habitantes es el vino y los viñedos, contando con gran cantidad de bodegas que se anuncian al paso del caminante.

El Camino, hasta ahora llano, comienza a ascender hacía Villafranca del Bierzo, con algún repecho fuerte. La primera parte -algo más de la mitad de este tramo- discurre literalmente sobre la carretera, que en algunos puntos carece incluso de arcén, haciendo el paso peligroso para el peregrino.

Villafranca del Bierzo también es un municipio extenso. Se encuentra en el valle del río Burbia, donde éste recibe las aguas del río Valcarce. Lo primero que uno encuentra es la Iglesia de Santiago, del siglo XII, con su Puerta del Perdón en el lateral (norte) que mira hacía el Camino. Según un privilegio del siglo XV, esta puerta es la única de todo el Camino de Santiago que concede el jubileo al peregrino enfermo que no puede llegar a Santiago de Compostela, lo mismo que la Puerta Santa de la Catedral de Santiago. Y al igual que esta, sólo se abre en Año Santo. La señora que mantiene abierto el recinto me da unas pinceladas sobre los principales monumentos de Villafranca: el castillo -un poco más allá de la iglesia-, la Iglesia de San Francisco, San Nicolás el Real y la Colegiata, cuyos soberbios edificios destacan en el horizonte formado por el resto de construcciones civiles.

San Nicolás el Real
Villafranca del Bierzo
Me alojo en la hospedería del antiguo colegio jesuita de San Nicolás el Real, después de los Padres Paules, en una de las habitaciones conventuales que rodean el claustro, aunque con vistas al exterior. La sobriedad de la habitación se ve compensada por el privilegio de poder pernoctar en este edificio histórico. En el mismo edificio se encuentra el conocido museo de ciencias naturales de los Padres Paules, dedicado a zoología, conchas y minerales. Desafortunadamente está cerrado y no lo puedo visitar.

Cuando le pregunto, la hospitalera me indica un par de mesones donde comer, fuera del circuito de establecimientos orientados a la gente de paso, donde te ofrecen la carta en inglés. Elijo el más apartado, donde la clientela es local y no utilizan el inglés ¡ni falta que les hace!

Resumiendo: la jornada de marcha ha sido más corta de lo habitual, tan sólo 23 kilómetros, que he cubierto en un total de cinco horas -incluyendo paradas- a un ritmo de cinco kilómetros la hora. Me he cruzado con unos quince peregrinos durante el recorrido. El tiempo ha sido excelente: fresco por la mañana, despejado y soleado al final de la misma y por la tarde. La comida -alubias con almejas y congrio, y churrasco de ternera- excepcional.

Villafranca del Bierzo, 22 de octubre de 2021.


23 Octubre 2021. (O Cebreiro)
Desayuno en una cafetería próxima a San Nicolás el Real puesto que la del hostal no abre hasta más tarde. Como es habitual: café con leche -por estos lugares se puede elegir entre grande o pequeño- y pan tostado con mantequilla y mermelada. Me pongo en marcha a las ocho y media, cruzando el puente sobre el río Burbia. La mañana está fría -cuatro grados-. Aún se puede ver la luna llena en el horizonte, velada a veces por jirones de bruma que se elevan desde los montes que rodean el camino que asciende paralelo al río -ahora es el río Valcarce, qué baja hacía el Burbia y nos acompañará durante muchos kilómetros-. Una ligera brisa trae el olor de madera quemándose en el hogar de alguna casa cercana.

El Camino transcurre junto a la carretera N-VI -ahora sin tráfico, ya que éste circula por la autovía A-6, cuyo trazado salva el relieve con abundantes viaductos y túneles-; un murete de menos de un metro de altura los separa, protegiendo al caminante. El peregrino avanza entre el río y la carretera, bajo los viaductos de la autovía, durante más de trece kilómetros, hasta La Portela. A pesar de marchar sobre asfalto, la cercanía del río, el sonido del agua y el paisaje circundante hacen la caminata muy agradable.

Hago un alto en la estación de servicio de La Portela. Descubro con enorme placer que tienen churros. Las camareras hablan en gallego, ya que a partir de Villafranca del Bierzo se utiliza esta lengua; también se encuentra escrita en los carteles informativos.

Continúo la marcha a buen ritmo, entre robles y castaños. Sé que el Camino discurre sensiblemente llano los primeros 21 kilómetros, y a partir de ahí se inicia la subida: 600 metros en 6 kilómetros. Nunca como en esta etapa ha sido tan importante planear la forma de abordarla. Yo hago los primeros 20 kilómetros a buen ritmo -5,5 kilómetros por hora-, ya que el trazado -sobre asfalto- lo permite. Antes de coger la senda de tierra hago otro alto, me descalzo las botas para que se sequen los pies y me hidrato bien para afrontar la subida. Los bastones vuelven a demostrar su utilidad en un terreno en pendiente. Sobre las dos, llego a Laguna de Castilla en buenas condiciones de pies y piernas. Paro a reponer fuerzas con un bocadillo y una bien merecida cerveza. Después, reconfortado, me dispongo a completar los dos kilómetros que quedan hasta O Cebreiro. 
Entrada en Galicia
Al poco, un monolito marca la entrada en Galicia: fotografía obligada; yo se la hago a un italiano y el me la hace a mí. Atrás queda León, provincia que he atravesado en nueve jornadas de marcha.

A la llegada a la pequeña población de O Cebreiro quedo sorprendido por el gran patrimonio que atesora. Y que atrae gran cantidad de visitantes, no sólo peregrinos. Además, supongo que el hecho de que sea un sábado soleado y cálido explica la gran cantidad de gente que hay en esta pequeña aldea.

Iglesia Santa María la Real
O Cebreiro
Su iglesia -Santa María la Real- es uno de los monumentos más antiguos de la ruta jacobea. Fue construida en el siglo IX, aunque la fachada actual no es la original. Alberga una imagen de la Virgen de O Cebreiro, del siglo XII. En el monasterio al que pertenecía había un hospital para atender a los peregrinos. En ella tuvo lugar el que se conoce como Milagro de la Eucaristía o del Santo Grial de O Cebreiro.

Según la leyenda del Santo Grial: cerca del año de mil trescientos había un vecino 
-Juan Santín- en un pueblo que dista media legua y quien tenía tanta devoción que por ningún motivo ni inclemencia del tiempo faltaba a oír misa. Un día, una furiosa tormenta le retrasó y llegó después de la consagración de la hostia y el vino. Mientras tanto, el sacerdote oficiaba la misa con desgana, pensaba que nadie acudiría debido a la tormenta y además era algo incrédulo y dudaba que el pan y el vino se convirtieran en el cuerpo y la sangre de Cristo durante la Eucaristía. Cuando vio entrar a Juan exclamó para sí: "¡Cuál viene este otro con una grande tempestad y tan fatigado a ver un poco de pan y de vino!" y pensó que no le merecía la pena arriesgar su vida desafiando semejante tormenta, sólo para asistir a la misa. Pero entonces sintió un estremecimiento. Miró para la patena y vio, horrorizado, como la blanca rodajita de pan blanco enrojecía, convirtiéndose en sangrante carne; y el vino del cáliz se espesaba, adquiriendo un tono más bermejo, y olía a sangre. El cura descreído cayó de rodillas al pie del altar y luego se desplomó sobre las gradas, muerto. Desde entonces el cáliz, la patena y las reliquias del milagro se conservan en la iglesia, en una capilla a la derecha del altar. El sacerdote y el campesino están enterrados, uno junto al otro, en dos arcos al lado de la capilla. La historia se difundió por toda la Europa medieval. Los Reyes Católicos conocieron el milagro en su peregrinación a Santiago de Compostela, en el año 1486, y donaron el relicario que junto con el cáliz y la patena están actualmente expuestos. El cáliz y la hostia son, además, los que figuran en el escudo de Galicia. La tradición popular cuenta que la reina Isabel quiso llevarse las reliquias. Cuando la comitiva real partió hacia Castilla, unos kilómetros más adelante, los caballos se detuvieron y fue imposible hacerlos continuar. El miedo se apoderó de la comitiva y soltaron los caballos, que regresaron a las puertas de la iglesia. Viendo esto, la reina ordenó que las reliquias continuasen en la iglesia de O Cebreiro.

En otra capilla, a la izquierda del altar, se encuentra la sepultura de don Elias Valiña, conocido por el cura del Cebreiro, fallecido en 1989. Fue sacerdote y escritor, estudioso del Camino de Santiago. Recuperó numerosos tramos perdidos a lo largo de esta ruta, desde Francia a Galicia y señalizó con flechas amarillas la ruta del Camino Francés. Para muchos, el gran impulsor del auge de las actuales peregrinaciones a Santiago de Compostela.

Pallozas de O Cebreiro
Por último, en O Cebreiro se pueden ver varias pallozas y visitar gratuitamente una de ellas, totalmente pertrechada con muebles y utensilios. La palloza es una construcción muy llamativa -anterior a la época romana-, con planta circular u ovalada, que suele oscilar entre los diez y veinte metros de diámetro. Sus paredes, de altura baja, son de piedra y el techo tiene una estructura cónica vegetal, formado normalmente por tallos de centeno y rematado en una cumbre o un pico. En ella convivían hombres y ganado -en espacios delimitados por paredes interiores- y transcurría la vida familiar y se realizaban trabajos y tareas domésticas, con objeto de protegerse del extremo clima de la montaña. Son típicas de la comarca de Los Ancares que se extiende entre León y Lugo.

En cuanto al alojamiento, casa rural La Venta Celta, encuentro que la habitación no tiene prácticamente espacio para estar, aparte de la cama; la calefacción no funciona -la mínima es de un grado-; no tiene wifi, ni televisión; se escucha a los vecinos como si estuvieran en la propia habitación; el uso del salón de la casa está prohibido. Todo ello a pesar de que el precio es superior al de algunos hoteles bien provistos. Un ejemplo de que también existe gente que ve al peregrino simplemente como alguien del que aprovecharse económicamente.

O Cebreiro, 23 de octubre de 2021.


24 Octubre 2021. (Triacastela)
Me levanto media hora más tarde -es domingo-. Realizo las mismas tareas que todos los días: aplico crema anti rozaduras en los pies, recojo la ropa de calle y la meto en la mochila grande, preparo la mochila pequeña en función de la previsión meteorológica -hoy incluyo gorro y capa de lluvia, pues hay lluvia ligera por la tarde-, llevo la mochila grande al punto de recogida, desayuno y vuelvo a la habitación para recoger la mochila pequeña y los bastones e inicio la caminata.

Peregrina
Desando unos pasos y me dirijo al mirador desde donde se ven los montes del Bierzo, al este. Cerca se encuentra la escultura a tamaño real de una peregrina descansando y observando -también- el paisaje. La vista, a estas horas, es espectacular: al fondo, delante del aura anaranjado que preludia la salida del sol, un horizonte de montes lejanos -entre ellos el Teleno-; a partir de ellos, una serie de valles verdes se van aproximando al espectador; minuto a minuto, el cuadro va ganando luminosidad, los colores realce y los perfiles de campos, praderas y árboles nitidez. A las ocho y media -con el frío pegado a mi inmovilidad- doy media vuelta y comienzo a andar hacía el oeste.


Alto de San Roque
La pista es ancha, con buen piso de tierra, cómoda para caminar. Sube y baja al compás del terreno. Pasa por el Alto de San Roque (1270 m), donde se encuentra la estatua-monumento del peregrino y llega al Alto de Poio (1335 m - el punto más alto del Camino en Galicia). El repecho de subida a Poio es corto, pero tiene mucha pendiente y hace perder el resuello al caminante. Afortunadamente, en Poio hay un par de bares en los que reponerse. La pista continúa sensiblemente llana atravesando algunas pequeñas poblaciones en las que sigue abundando vacas, perros y gatos. La bajada comienza unos seis kilómetros antes de llegar a Triacastela; la pista está en buenas condiciones, y el caminante va pisando bellotas y castañas de los robles y castañedos que además de fruto proporcionan una agradable sombra. Sin embargo, la fuerte pendiente -baja de 1200 a 660 metros- pone a prueba sus rodillas.

Llego después de poco más de cuatro horas de agradable caminar, bajo un cielo despejado y soleado, con una temperatura que no supera los quince grados. Por la tarde, las nubes se hacen presentes y comienza a llover, amenazando lluvia también para el día siguiente.

Iglesia Santiago
Triacastela
Triacastela no tiene mucho que ofrecer al peregrino. A su entrada se puede admirar un castaño centenario que tiene 800 años y, una vez en la población, la Iglesia parroquial de Santiago, rodeada por el camposanto, como es habitual en estas tierras. La iglesia románica fue reconstruida en el siglo XVIII. También hay un crucero en la calle principal, más abajo. Lo que sí abundan son albergues y mesones que se disputan la atención de los peregrinos. Después de varios días, los peregrinos que coincidimos en el camino y en los albergues y restaurantes nos vamos reconociendo. Yo calculo que somos alrededor de cuarenta los que estamos haciendo las mismas etapas y pernoctando en las mismas localidades, prácticamente cerrando la temporada, que en muchos lugares finalizará con el mes.

Triacastela, 24 de octubre de 2021.


25 Octubre 2021. (Sarria)
Inicio la última caminata todavía a oscuras. Nada más salir del hotel se encuentra una bifurcación del Camino: por Samos, a la izquierda, o por San Xil, a la derecha Los habitantes de Triacastela sostienen que el Camino auténtico es el segundo, lo que encuentro muy razonable, puesto que el peregrino -con unos cuantos cientos de kilómetros a sus espaldas- se ahorra siete kilómetros hasta Sarria. Yo, en cambio, decido ir por Samos y visitar su convento benedictino. Al fin y al cabo son sólo 25 kilómetros, es mi último día de caminar y en la última predicción meteorológica para la jornada ha desaparecido la lluvia.

Al principio, el camino comienza por un amplio andadero junto a la carretera, paralelo al río Sarria, también llamado Oribio, que acompaña un espectacular bosque de ribera. Y es de agradecer, puesto que en los primeros minutos, la oscuridad es tal que no puedo ver más allá de donde piso. La temperatura no es tan baja como en las etapas anteriores que transcurrían por montaña -aquí la altura es de unos 700 metros-, pero el matutino orvallo -lluvia liviana, casi imperceptible- sigue haciéndose presente. El Camino se interna en el bosque y pasa por algunos pequeños núcleos de casas, pero apenas se encuentra presencia humana. 
Señales del Camino
Lo que sí se encuentra son unas curiosas señales -similares a las de tráfico, aunque más pequeñas en tamaño- que muestran las preocupaciones de los habitantes del lugar: no defecar y precaución con las gallinas y sus polluelos.

Monasterio de Samos
A las diez llego a Samos y en la portería del convento puedo ver que la primera visita es a las diez y media. Tomo café en un bar cercano para hacer tiempo. A la hora indicada, tres personas iniciamos la visita guiados por un monje que nos explica que su comunidad está formada por nueve monjes y nos enseña la parte abierta al público del convento: un gran claustro y otro más pequeño, gótico -que es el que más me gusta-, la botica, la iglesia y la hospedería que mantienen abierta. Después de sellar la credencial de peregrino reanudo la marcha, pasando unos minutos de las once.

El camino desde Samos hasta Calvor -donde se une al que viene por San Xil- continúa paralelo al río Sarria y lo cruza en ocasiones. Es por describirlo con una única palabra: impresionante; y también el más solitario de todo el Camino de Santiago. Tan sólo me encuentro con un vaquero, quien por cierto había cerrado el camino con una cuerda y me dice que “pase sin problema”, y otro peregrino más -aunque en Samos vi tres o cuatro-. Se pasa por varias aldeas, que deben estar habitadas, pero no se ve a nadie.

En Souto de Perros -el nombre no podía ser más adecuado, como se verá- me sale al paso un mastín, ladrándome desde un metro de distancia. En esos momentos echo de menos un verdadero bordón -largo y fuerte- como los que llevaban los antiguos peregrinos para situaciones como esta, en lugar de los ligeros bastones de aluminio que usamos los peregrinos actuales. Como no queda otra, continúo andando con precaución y vigilando los movimientos del animal, que afortunadamente se limita a ladrar furiosamente hasta que me alejo. Y sin más novedades, aparte de la pequeña colación -un pequeño bocadillo y un plátano distraídos del desayuno- que hago antes de entrar en Sarria, llego en un poco menos de cinco horas de marcha a mi destino del día y del recorrido de 200 kilómetros que me había propuesto para esta ocasión.

En Sarria me alojo en un hotel justamente enfrente de la estación de ferrocarril -el Roma-, reformado, funcional y cómodo; que dispone además de un buen restaurante, en el que me permito tomar una copiosa última cena con especialidades de la región: pulpo a la gallega y churrasco de ternera.



La vuelta a Zaragoza será en tren: desde Sarria al cercano Monforte de Lemos y allí enlazar con el tren que de Coruña va a Barcelona, y que le costará nueve horas y media llevarme a mi destino.


Sarria, 25 de octubre de 2021.

1 comentario:

  1. Al leer tu estupendo relato de estos días en el Camino, siento una punzada de añoranza, de cuando yo recorría estos lugares. En mi última salida terminé en León y no sé si lo terminaré algún día, así que leerte ha sido como caminar a tu lado.
    No solo eres un buen caminante, Francisco, eres un estupendo narrador. Esperemos que el próximo año llegues a Santiago y tus lectores te podamos acompañar, si no a pie, al menos leyendo tus descripciones.

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