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27 de junio de 2025

La Orden del Temple en el Camino de Santiago.

El Camino de Santiago y la Orden del Temple están intrínsecamente ligados, ya que los Templarios desempeñaron un papel importante en el desarrollo y la protección de la ruta jacobea durante los siglos XII y XIII. Los Templarios construyeron sus propios santuarios en las encomiendas del Camino, así como infraestructuras clave, tales como hospitales, albergues y castillos a lo largo del Camino. Además de patrullar las rutas para garantizar la seguridad de los peregrinos frente a bandidos y asaltantes. No solo brindaron seguridad física a los peregrinos, sino que también contribuyeron a la expansión y desarrollo de la ruta, consolidándola como un importante centro de intercambio cultural y espiritual.

Los Templarios, con su influencia y recursos, ayudaron a promover y difundir la devoción a Santiago, convirtiendo el Camino en un destino cada vez más popular y significativo. Por tanto, la presencia templaria en el Camino de Santiago fue fundamental para su desarrollo y consolidación como una de las rutas de peregrinación más importantes de la historia, tanto por su papel en la protección de los peregrinos como por su contribución a la construcción de la infraestructura necesaria para facilitar el viaje.


1. Ermita de Santa María de Eunate (Muruzábal, Navarra).

Pese a no contar con ninguna documentación que acredite fehacientemente el origen templario de esta iglesia, sí existen ciertas características de su fisonomía que hacen creer que los Caballeros Templarios hayan tenido algo que ver con su construcción: desde su planta octogonal (algo típico de las construcciones templarias) a una supuesta similitud en cuanto a su forma con la Cúpula de la Roca de Jerusalén situada en el antiguo Templo de Salomón, en el que los Templarios tuvieron su primera sede.

2. Iglesia del Crucifijo (Puente la Reina, Navarra).

https://tours.tantatic.com/tour/iglesia-crucifijo-gares

En Puente la Reina podemos encontrar esta iglesia que data de finales del siglo XII y que fue fundada por la Orden de los Caballeros Templarios bajo el nombre de Santa María de los Huertos. Alfonso I el Batallador fundó esta villa junto al puente sobre el Arga, puente que un siglo antes patrocinara la reina Doña Mayor (o quizá su nuera la reina Estefanía) y que da nombre a la villa. La iglesia acoge, en su interior, la Virgen con Niño (siglo XII) y guarda un misterioso crucifijo de grandes dimensiones y con forma de Y que es considerado una de las mejores obras de la imaginería gótica que se conservan en España.
Su ubicación estratégica, en la entrada del Camino a Puente la Reina, convirtió al templo en un lugar de gran importancia tanto para la vida religiosa como para la protección de los peregrinos. Los Templarios, con su misión de salvaguardar a los viajeros, se establecieron en este lugar para proporcionar un refugio seguro y un espacio de culto.


3. Iglesia del Santo Sepulcro (Torres del Río, Navarra).

Existen varios documentos que vinculan a esta iglesia con la Orden, sumados a otros descubrimientos como cuerpos enterrados en las cercanías de la iglesia que lucían la vestimenta típica templaria.
La Iglesia del Santo Sepulcro, es la culminación del octógono perfecto de los Templarios en el Camino de Santiago. La Iglesia de Santo Sepulcro de Torres del Río o de Sansol, también así denominado por el cercano cerro de ese nombre, sigue en su planta el infrecuente patrón octogonal ya visto en la de Eunate. Ambos edificios comparten formas muy similares, aunque aquí falta la galería de arcos de Eunate, a modo de claustro octogonal.


4. Iglesia de San Juan (Castrojeriz, Burgos).

La iglesia de San Juan, en Castrojeriz, es de origen templario (siglo XIII). Fue reconstruida sobre una base románica en varias etapas. El ábside, la torre y el claustro parecen obra de las primeras décadas del siglo XIII (época templaria); posteriormente, en los comienzos del siglo XVI, se renovó la iglesia. Una vez disuelta la Orden del Temple, los Hospitalarios continuaron desempeñando su labor de auxilio a los peregrinos.
Es una obra de gran monumentalidad por su recia torre y el cuerpo de sus tres amplias naves elevadas a la misma altura por pilares columnarios. En las columnas, precisamente en sus capiteles, es posible observar crucetas pateadas, que atestiguan su origen templario.

5. Iglesia de Santa María de la Blanca (Villalcázar de Sirga, Palencia).

Templo-fortaleza comenzado a construir a finales del siglo XII por los Templarios, y finalizado en el siglo XIV. En Villalcázar de Sirga los Templarios, a partir de este edificio, fundaron una importante encomienda que constituyó uno de los centros religiosos más importantes del Camino de Santiago en Castilla. Esa encomienda templaria fue creciendo gracias a las donaciones y la posterior compra de otros terrenos e inmuebles cercanos.
La Iglesia de Santa María la Blanca fue un santuario para la devoción de María, Madre de Jesucristo, que tuvo una época de gran esplendor entre los siglos XIII y XVI, debido a la protección de la Corona de Castilla, entre los que se encontraban los reyes Alfonso X el Sabio y su hijo Sancho IV.


6. Terradillos de los Templarios (Palencia).

Este lugar fue un feudo de la orden militar del Temple, cuyo objetivo era salvaguardar a los peregrinos que hacían el Camino de Santiago, no siempre seguro. Aparece mencionado en la documentación conservada de la Abadía de Sahagún en el siglo XI.
Tuvo dos iglesias, la desaparecida de San Esteban y la actual que está dedicada a San Pedro. Es de ladrillo de una sola nave, alberga en su interior un Cristo gótico del siglo XIV, una Virgen del siglo XVI, un San Roque del XVII y retablos de los siglos XVII y XVIII.
Según una leyenda, la famosa gallina de los huevos de oro está enterrada en este pueblo: En el siglo XII había en las cercanías de Terradillos un hostal de peregrinos (hoy derruido) que llevaba el nombre de San Juan y que era protegido por los Caballeros del Temple. Fue en este lugar donde los últimos Templarios enterraron a la famosa gallina de los huevos de oro. Los vecinos han ubicado tradicionalmente en el Alto Torbosillo (al norte del pueblo) el emplazamiento donde se esconde el preciado animal. Según la leyenda, había en la localidad una parroquia, la de San Esteban (no se conserva en la actualidad), cuyo párroco llevaba cada año a Santiago un huevo de oro. Hasta que un día, el cabildo compostelano le dijo que no querían un solo huevo, que querían la gallina. Para que no se la pudiera llevar, los Templarios la enterraron en el Alto de Torbosillo. La gallina está asociada desde tiempos inmemoriales con el preciado metal y también la Orden del Temple y su enriquecimiento, que algunos ligaban a su dominio del arte de la alquimia y, por tanto, la fabricación de cantidades ingentes de oro.

7. Iglesia Parroquial de Rabanal del Camino (Maragatería, León).

Todo el pueblo de Rabanal del Camino posee un origen templario. Este fue fruto de una avanzada de la Orden desde Ponferrada que buscaba proteger a los peregrinos que atravesaban los Montes de León hasta su llegada al Bierzo.
En este escenario la iglesia parroquial sobresale no solo por su origen templario sino por ser también uno de los pocos ejemplos que aún existen del románico leonés. El pueblo conserva su arquitectura tradicional en buen estado.


8. El Castillo de Ponferrada (Bierzo, León).

Ponferrada (Pons Ferrata) toma su nombre del puente reforzado con hierro que el Obispo Osmundo ordenó construir en el siglo XI, para facilitar el paso del río Sil a los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela.
En 1178 Ponferrada pasó a depender de la Orden del Temple, gracias a una donación de los reyes leoneses. Al llegar allí, los Templarios se encontraron con una pequeña fortaleza que en su origen había sido romana. A partir de ahí comienzan una serie de ampliaciones que tendrían como finalidad convertir al complejo en una defensa del Camino de Santiago y que terminarían en 1282 (lo que se puede ver hoy en día tiene muchas más reformas que se fueron haciendo a lo largo de los siglos).
Ponferrada fue una de las encomiendas del Temple más importantes en España. La encomienda dispuso de los castillos de Cornatel, Corullón, Sarracín (Vega de Valcarce) y quizás también del castillo de Balboa. Su jurisdicción abarcaba casi todo el Bierzo, extendiéndose desde Rabanal del Camino (Maragatería) hasta O Cebreiro en Galicia. Los monasterios del Bierzo pertenecían al Cister y el Monasterio de O Cebreiro al Cluny.
Su castillo era el enclave más importante de los Templarios en el Reino de León, desde donde desarrollaron sus labores de protección del Camino de Santiago. Tras la disolución de la Orden del Temple, en 1312, esas funciones pasaron a los Hospitalarios y a la Orden de Santiago. El castillo de Ponferrada pasó a las manos de la familia Osorio y del Conde de Lemos. A raíz de la revuelta irmandiña y las luchas entre el Conde de Lemos y su hijo, fue reclamado por los Reyes Católicos.

9. Castillo de Sarracín (Vega de Valcarce, Bierzo, León).

Vega de Valcarce (León) solía ser un punto conflictivo porque se cobraba el Portazgo, que era un pago por el derecho de paso. Los peregrinos estaban exentos, pero muchas veces eran considerados como ricos mercaderes y eran obligados al pago de dicho Portazgo. Así, se originó un camino alternativo, en paralelo al camino original, que discurra precisamente al lado del Castillo de Sarracin, por el monte de la Villela (Villaus del Codex Calixtinus), para evitar a los portazgueros del Castillo de Autares.
El Castillo de Sarracin se convirtió en uno de los enclaves principales de la Orden del Temple en el Camino de Santiago. Su misión era que los Templarios pudieran defender a los numerosos peregrinos que se dirigían a Santiago de los portazgueros que les quisieran cobrar indebidamente.


© Francisco Javier Aguirre Azaña, junio 2025.


8 de octubre de 2024

Diario del Camino Primitivo de Santiago. De Lugo a Santiago de Compostela.


Diario del Camino Primitivo de Santiago.

De Lugo a Santiago de Compostela, con Ruta de los Hospitales previa.

Caminar y contarlo.


© Francisco Javier Aguirre Azaña


30 de septiembre de 2023, Borres.

De nuevo en el Camino. Vuelvo al Camino Primitivo -camino montañero, cuya dureza se ve compensada con creces disfrutando los parajes y paisajes que recorre-, con ánimo de completarlo. El año pasado, por estas fechas, lo hice desde Oviedo a Lugo. Ahora, quiero hacerlo desde Lugo hasta Santiago de Compostela.

Son tan sólo cuatro etapas, así es que mi plan es hacer primero la Ruta de los Hospitales, entre Borres y Berducedo. El año pasado lo hice por Pola de Allande: uno tiene que elegir una de las dos alternativas. Recuerdo una conversación con otros peregrinos sobre cuál era más duro, había división de opiniones. Está vez podré formular la mía propia. Lo que sí recuerdo es que la subida del Puerto del Palo desde Pola de Allande era una de las más duras -por longitud y desnivel- de todas las que he hecho en el Camino de Santiago. En la ruta de los hospitales el desnivel es menor, puesto que Borres está más alto que Pola.

Mi plan de marcha obliga a realizar un plan de transporte un poco enrevesado y, desde luego, sub-óptimo, con dos días adicionales de movimiento por carretera, uno antes de Borres y otro después de Berducedo. Además, al apurar los tiempos de hacer las reservas, no tengo billete en el autobús directo entre Zaragoza y Oviedo, por lo que tengo que salir unas horas antes, a las 19.30 de ayer, día 29, y hacer un transbordo de dos horas en Bilbao. Al llegar a Oviedo, a las 5 de la mañana -el conductor, que ejecutaba su oficio a gran velocidad, en unas carreteras nocturnas vacías, ha llegado antes de tiempo, privándome de un rato del corto sueño que he podido disfrutar-, otras cuatro horas de espera para coger el autobús a Tineo, lo que aprovecho para desayunar en la cafetería de la estación. Intentaba no dormirme durante el desplazamiento a Tineo, para no perderme el paisaje. Voy reconociendo los lugares por los que ya pasé andando hace un año, sobre todo las poblaciones, puesto que el Camino discurre apartado de la carretera, aunque se cruzan en ocasiones.

Era una situación extraña, sentado en medio de la noche, en el autobús o en sala de espera de la estación, me sentía como un ser incorpóreo, en calma, sin propósito, sin nada que hacer, tan sólo esperar que pase el tiempo y observar como los demás van de un sitio a otro con prisa, se afanan, viven sus vidas, en las que hay ambición, temor, ilusiones, desesperanza…

Tineo
Al llegar a Tineo, recuerdo perfectamente el lugar. La vista panorámica desde el mirador -donde han colocado el nombre del pueblo, en letras grandes de color verde-, es espectacular. Recuerdo que había un restaurante de comida casera y precio económico -también se llama Tineo-, así es que me dirijo hacia él, para comprobar si está abierto. Efectivamente, encuentro al dueño preparando las mesas. Me dice que abre a la una. Le pregunto si puedo dejar el trolley allí hasta la hora de comer, y accede amablemente. Ya sin maleta, me dedico a recorrer el pueblo, aunque ya lo conocía y no encuentro ninguna novedad. Compro un chubasquero que tiene buena pinta -la previsión para mañana es de lluvia débil durante todo el día, aunque el cielo aquí está más despejado que en Oviedo y la temperatura es más alta-. También voy a la Oficina de Turismo, donde me dejan recargar el móvil, que estaba prácticamente descargado, después de una noche de mucho uso.

Después de comer, contacto para que un taxi me venga a buscar para ir al albergue en Borres. Ya había acordado los transportes en taxi y de la maleta con TaxiCamino. El encargado -Tino- parece un tipo afable y en el que se puede confiar. Me recoge otra persona en la plaza del ayuntamiento y charlamos durante el camino. Entre mi duro oído y su cerrado acento asturiano, no me entero de algunas de las cosas que me dice, pero la travesía es agradable.

Borres
Una vez en el albergue me instalo en la habitación individual -sólo hay una-. Borres es un pequeño pueblo en el que sólo hay vacas. Su olor impregna el ambiente. También hay una pequeña iglesia -de fundación medieval, según reza un cartel en su entrada-, a la que hago algunas fotos.

Un pequeño bar, al lado del albergue, llamado: el barín, ofrece a los peregrinos menú y bocadillos, pero está cerrado por la mañana y el desayuno debe hacerse en máquinas: café y bollería industrial. De lo que si estoy seguro es que me acostaré temprano y dormiré a pierna suelta, después de una noche sin ver la cama. La jornada de mañana se presenta montañera y exigente, y hay que estar preparado.


Borres, 30 de septiembre de 2024.


1 de octubre de 2024, Borres – Berducedo.

Después de una noche de descanso reparador, inicio la jornada con optimismo. Amanece sin lluvia y con una temperatura agradable. Desayuno un café con leche y un bizcocho de máquina -como tenía previsto, ya que el barín no da desayunos- y comienzo a caminar pasados unos minutos de las ocho, con las primeras luces.

El camino se inicia con una subida fuerte y se mantendrá ascendente hasta llegar a la cota de los hospitales. La luz va descubriendo un cielo con nubes y claros, y el sol parece querer ganar su espacio. Pienso que con un poco de suerte no se cumplirá la predicción meteorológica de lluvia débil. Pero, me equivoco; a partir del primer hito (Hospital de Paradiella) la predicción se cumple con toda su crudeza: lluvia, aunque no muy fuerte, y viento, este sí, con rachas fuertes, lo que hace que la sensación térmica sea de frío. Me alegro de haber comprado ayer el chubasquero, que compruebo cumple bien su cometido.

Paradiella
Valparaiso

Fonfaraón

Los llamados “hospitales” están en ruina: tan sólo el segundo (Fonfaraón) conserva una habitación o sala techada, los otros dos (el primero, Paradiella, y el último, Valparaíso) no son más que un montón de piedras. Lo realmente fascinante debe ser el paisaje, que en algunos momentos las nubes parece que van a permitir ver, pero debo decir que no llego a disfrutarlo. En realidad, estamos en medio de las nubes, que están pegadas a las cumbres de las montañas. A las vacas que pastan libremente por la zona, parece no importarles demasiado.

Digo “estamos” porque a pesar de caminar solo, no son pocos los peregrinos con los que comparto jornada: calculo que de Borres hemos salido quince o veinte, otros pueden tener otra procedencia, como Samblismo. A poca distancia de Borres, en la bifurcación del camino que sube a los hospitales, me encuentro una auténtica manada de diez o doce peregrinos, de los que yo llamo “peregrino oveja”, con fuerte espíritu gregario; como monopolizan el cruce de caminos, no puedo sacar una foto de los dos mojones indicando direcciones distintas. Después, adelanto algún pequeño grupo más, otros me volverán a pasar cuando haga un alto.

Poco a poco, entre lluvia y viento, avanzo. Hago una parada de unos pocos minutos, intentando protegerme del viento con unas piedras, sentándome en las más bajas. Allí, en medio de ese paisaje estepario, en lo que la niebla permite ver, bajo una fría llovizna, me viene a la mente la imagen de Amundsen esperando su destino, perdido en el Ártico. Aunque mi situación no es, ni mucho menos, tan dramática. Se que un poco más adelante hay una carretera. Como decía, avanzo, aunque, a un ritmo más lento del que esperaba. La previsión de seis horas y media para cubrir poco más de 24 kilómetros se mostrará acertada: sólo me sobrarán ocho minutos.

Llego al Alto de la Marta (1105 metros), donde cruza la carretera y algún avispado taxista ha dejado su número -seguro que más de uno se rinde y le llama-, y media hora después al Puerto del Palo. Aquí finaliza la Ruta de los Hospitales y se entra en la ruta que viene de Pola de Allande. Este tramo ya lo realicé el año pasado y lo voy recordando conforme paso: la primera bajada del Puerto del Palo, empinada y con piedra suelta; la pequeña capilla de Santiago de Montefurado, en una pequeña aldea que parece abandonada -tal vez, alguna casa utilizada por algún vaquero-; la iglesia de Santa María del Lago, con su mítico tejo anejo -los tejos, desgraciadamente en retroceso, son abundantes en esta zona-.

Llego al albergue Camino Primitivo, en Berducedo, antes de las tres. Llueve y lo seguirá haciendo, incluso más fuerte, durante toda la tarde. Afortunadamente, me asignan la cama baja de la litera. El trolley no llega hasta dos horas más tarde; Tino se disculpa: “problemas de coordinación”. Mi buena opinión sobre él decae bastante, pero no le digo nada; puesto que mañana dependo otra vez de él para que me mande un taxi. Menos mal que en la mochila llevo ropa para cambiarme y abrigarme -la que llevaba puesta estaba completamente empapada de sudor-. La atenta encargada del albergue me deja unos zuecos de goma, ya que en el albergue no se puede entrar con las botas, manchadas de barro. Llama varias veces para preguntar por la maleta. Por fin, cuando llega el trolley, puedo ducharme y cambiarme.

El albergue está atestado. La mayor parte de los peregrinos son extranjeros -no sé si es la denominación correcta, porque tal vez muchos de ellos no se consideren tal, o ni siquiera entiendan el concepto-, sobre todo angloparlantes y franceses. Otros hablan idiomas que soy incapaz de identificar. Es sorprendente la capacidad de la encargada, una muchacha joven, de hacerse entender por los extranjeros sin hablar inglés o francés, dado que muchos de estos tampoco saben una palabra de español. Está claro que cuando hay voluntad de entenderse no es necesario tener una lengua común.

Como la lluvia impide estar en la amplia terraza exterior, el espacio común en la zona del bar se queda pequeño. Hay que agarrar una silla y no soltarla. También los servicios son escasos: dos lavabos, dos duchas y dos sanitarios para hombres. Tampoco puedo realizar las tareas habituales de lavar calcetines, calzoncillo y camiseta. Lo haré mañana, tranquilamente, en Lugo.

La situación me reafirma en mi criterio de evitar albergues con dormitorios comunales siempre que pueda. Aunque, obviamente, sea más caro, prefiero una habitación individual para poder gozar de intimidad.

Hay que cenar antes de la ocho. Paso la tarde escribiendo este diario y enviando mensajes a la familia con fotos y las novedades de la jornada. Contacto para confirmar que necesito un taxi para mañana, antes de las ocho y media. Tengo que ir a Fonsagrada, ya en Galicia, para tomar allí el autobús de Lugo. Aquí, los autobuses que pasan por estos pueblos limitan su recorrido a Asturias, no pasan a otra comunidad autónoma. Veremos que tal se da la dormida en comunidad de esta noche.


Berducedo, 1 de octubre de 2024.


2 de octubre de 2024, Lugo.

Día de tránsito, sin andada. Mi plan es llegar a Lugo para iniciar allí, mañana, el tramo final del Camino Primitivo que me falta por hacer -el año pasado hice Oviedo-Lugo-.

Sigue lloviendo. Al parecer, lo ha hecho toda la noche. Los peregrinos se enfundan en sus prendas de lluvia: capas, ponchos, pantalones y trajes de lluvia, fundas de mochila, polainas… Yo me congratulo por no tener que hacer lo mismo, tan sólo me pongo un sombrero de lluvia.

La cafetería del albergue no abre para el desayuno, hay que ir al bar-tienda del pueblo que está un poco más arriba. El pequeño salón está abarrotado, la señora que lo atiende no da abasto. Sólo hay café con leche, zumo de naranja y magdalenas.

El taxi, que había apalabrado previamente, llega a su hora. No obstante, unos minutos antes llamo a Tino para asegurarme de que no hay problema; como dije anteriormente, mi confianza en él había decaído bastante tras el incidente de la maleta. Hoy, todo va bien. Recogemos una pareja en Grandas de Salime y llegamos a Fonsagrada sin novedad. Durante el recorrido reconozco algunos lugares por los que pasamos y hago memoria de lo andado el año pasado. Sigue lloviendo con fuerza. El taxista se disculpa por el retraso de ayer con la maleta y me hace un descuento de 5 euros; según él, porque según mis cuentas son 2 euros, pero yo se lo agradezco sinceramente, contento de poder tomar el autobús a Lugo sin contratiempos.

En el autobús encuentro a un canario -lo reconozco por el acento y el vocabulario que usa al hablar por teléfono-; me dice que es de Fuerteventura. Yo rememoro con él los lugares que conozco de la isla, de cuando estuve destinado en Las Palmas de Gran Canaria. Va con la bicicleta y ayer se le rompió el cable del cambio de marchas, la lleva en el autobús para repararla en Lugo. Nos despedimos cuando el autobús llega a su destino, deseo suerte y “buen Camino” al majorero. 

El autobús llega completo, pues dado el mal día que hace, algunos peregrinos han optado por dejar de andar y coger el autobús. Continúa lloviendo con ganas. Al llegar al hotel, lavo en el lavabo la ropa que no pude lavar ayer en el albergue. Después la pongo a secar, para volver a utilizarla mañana.

Catedral
Puerta Santiago
Murallas

Por la tarde, selló la credencial de peregrino y visito la catedral, después recorro las impresionantes murallas lucenses, a las que se puede subir libremente por la puerta de Santiago, enfrente de la catedral. La zona de bares próxima a la catedral se anima a la hora de la cena. Se siente en el ambiente las próxima fiesta de San Froilán, patrón de la ciudad, que se comenzarán a celebrar dentro de dos días. Poco a poco la lluvia se ha ido aplacando. La previsión es que mañana no lloverá


Lugo, 2 de octubre de 2024.


3 de octubre de 2024, Lugo – Ferreira.

Amanece seco. Al haberme alojado en un hotel, aprovecho desayunando en el buffet libre, lo que me permite aprovisionarme con un par de pequeños bocadillos de jamón y salchichón y un plátano, que serán mi comida cuando acabe de andar -eso sí, acompañados de una cerveza fresca-. Es la opción que prefiero y práctico cuando las circunstancias me lo permiten: comida ligera después de la andada y cena sustanciosa y temprana.

Ponte Vella
La marcha transcurre sin grandes novedades. El cielo está cubierto, pero no llueve; la temperatura es agradable. Es un día ideal para andar. A las 8.15 estoy en la puerta de Santiago, en la muralla, en frente de la entrada a la Catedral de Lugo. Hay que descender por la Rúa de Santiago hasta el río Miño y cruzarlo por un majestuoso puente romano: Ponte Vella. Allí, veo que haré parte del recorrido sobre una calzada romana: la Vía XIX. La vista del río y el puente, con la ciudad en lo alto, todavía cubierta de bruma matinal, es realmente bonita. Un poco más adelante, la pequeña iglesia del antiguo lazareto de la ciudad -dedicada a San Lázaro, como corresponde- está abierta. Una chica joven atiende a los peregrinos y pone el sello correspondiente en las credenciales. Me explica un poco el origen de la iglesia y hablamos de que es una pena que muchas iglesias del Camino estén cerradas y no se puedan visitar porque no hay nadie que las atienda.

Los 26 kilómetros que llevan a la pequeña población de Ferreira transcurren, en su mayor parte, por carretera. Afortunadamente, el tráfico es muy escaso y, en algunos lugares, incluso inexistente. Sólo en algunos tramos se camina por tierra. Vuelven a abundar castaños y robles que depositan su fruto en el suelo, también helechos, eucaliptos y abetos que no soy capaz de distinguir.

Hasta el kilómetro 9 no hay ningún sitio para parar y tomar un café. Allí, se encuentra una especie de refugio en piedra, con máquinas de autoservicio, sillas y un servicio para los peregrinos. En la casa de enfrente, un altavoz emite una música relajante. Es de agradecer que alguien proporcione esos servicios a los peregrinos, pero se echa de menos la atención personal. Yo, después de descansar unos minutos, continúo mi marcha sin tomar nada. Evito el trato con las máquinas, ya sea expendedoras de café o esas con las que tratas por teléfono, que ahora incluso te llaman ellas, no sé para qué, porque nunca las escucho. Solo en el último tercio del recorrido se encuentran albergues, bares y los sitios de descanso habituales en el Camino. A esta altura, yo prefiero completar la jornada y comer después. Unos tragos de agua, unos minutos de descanso a la entrada de una pequeña iglesia (parroquia de San Romao da Retorta) rodeada por un cementerio, como es habitual en Galicia, y adelante.

Me avisan por WhatsApp de que me cambian el alojamiento y me pasan a un apartamento completo, manteniendo el precio. El sitio está a la entrada del pueblo y tiene un nombre revelador: KM 73 -la distancia que queda hasta Santiago-; es amplio y está nuevo. Yo realmente no necesito tanto. Tengo que acarrear el trolley que dejaron en el alojamiento que había reservado, y mañana tendré que volver a llevarlo para evitar posibles malentendidos. No es un gran inconveniente porque iré a desayunar allí y no hay que desviarse del Camino.

Ferreira. Puente romano

Ferreira es un pequeño núcleo de casas, cuyo centro social más importante, el bar, está fuera del pueblo, en la carretera que pasa por encima. Ni siquiera tiene iglesia, pero lo que si tiene es un pequeño puente romano que estaba en la vía que lleva de Lugo a Ira Flavia. Su importancia se basa en estar a una distancia de Lugo que es la que puede andar un caminante en un solo día y estar a mitad de camino entre Lugo y la unión del Camino Primitivo y el Francés, que se produce en Melide. Lo que le hace merecedor de contar con tres alojamientos para peregrinos.


Ferreira, 3 de octubre de 2024.


4 de octubre de 2024, Ferreira – Ribadiso da Baixo.

Cuando abandono mí alojamiento es todavía de noche. Recorro a oscuras los 500 metros que me separan del lugar donde desayunaré, tirando del trolley, que debo dejar en ese mismo sitio. Alguna farola, aquí y allá, rompe la nocturnidad brevemente. Después de desayunar me pongo en marcha con las primeras luces, atravesando el puente romano de Ferreira -un solo ojo y unos diez metros de longitud-.

La jornada de hoy será muy parecida a la de ayer, discurre también en parte sobre asfalto, aunque menos. El paisaje, similar, con mayor número de campos de maíz. Lo que difiere es la distancia: casi 32 kilómetros, que recorreré a un ritmo de cinco kilómetros por hora.

Toques

Es la etapa más larga de la ruta y me concentro en andar a un ritmo constante, sin distracciones. Para ello uso los bastones desde el primer momento -es como subirse en una bicicleta y empezar a pedalear-, a pesar de que el relieve y el estado del camino, que es bueno, no lo precisan. El objetivo es llegar con los pies en buen estado y las piernas enteras, aunque, obviamente, lo haga cansado.

La distancia entre Ferreira y Melide es de 20 kilómetros. Me propongo hacerla en cuatro horas. Hago una parada de diez minutos a las dos horas. Allí me encuentro en el suelo unas monedas que totalizan 1,55 euros. Pienso: “El próximo café, a cuenta del despistado que las ha perdido”. A mitad de distancia se llega a un alto del terreno desde el que se divisa Melide, aun a más de 10 kilómetros.

Llego a Melide con unos minutos más sobre las cuatro horas. Entro en el antiguo hospital de peregrinos, actualmente un museo, junto a la Iglesia de San Pedro, para que me sellen la credencial. Voy a hacer un descanso largo antes de afrontar los 11 kilómetros que restan. Me siento en la terraza de un bar en la Plaza de la Hierba, me quito las botas y con la consumición del bar me como una barrita de muesli con chocolate -energía para afrontar el próximo esfuerzo-. El tiempo, que al comienzo del día era como el de ayer: nublado y 16º, ha ido cambiando a soleado. La temperatura va subiendo. Yo me quedo en camiseta y saco las gafas de sol, aunque no el sombrero. El sol comparte cielo con las nubes, pero no es fuerte. Reanudo la marcha, ahora ya por el Camino Francés.

Habitualmente, mientras camino, pienso en mil cosas. Una de ellas es calcular el número de peregrinos que hacen el mismo tramo que yo: cuento los que voy adelantando y los que me sobrepasan -muy pocos me adelantan cuando camino, pero lo hacen cuando hago un alto-. Por ejemplo, cálculo que en Ferreira, contando la gente que hemos coincidido en el bar, la cena y el desayuno en el albergue, hemos pernoctado unos quince peregrinos. A partir de Melide, donde se unen Camino Primitivo y Francés, es imposible hacer ese cálculo. El número de peregrinos en el Camino Francés se multiplica, hay multitud de alojamientos que se encuentran en todos los pueblos y muchas casas de campo, las opciones de distancia a cubrir en el día son múltiples.

Al salir de Melide elaboro mi plan de acción para el resto de jornada: tendré que comer algo antes de llegar al final de etapa, que no podrá ser antes de pasadas las tres. Boente, a cinco kilómetros y medio, es una buena opción. Después, aproximadamente una hora más andando no es excesivo.

El primer bar que encuentra el peregrino en Boente es un Beergarden llamado “El Alemán”, que se anuncia, igualmente, en alemán. No es que no me guste la comida alemana -el codillo asado bávaro y las salchichas de Nuremberg me encantan, por no hablar del apfelstrudel-, pero creo que Galicia ofrece opciones mucho más apetecibles y en consonancia con el espíritu peregrino. En el que hay a la salida del pueblo, el paisano que atiende me dice que no le queda nada, que hoy no le han suministrado ni siquiera el pan, pero que en el próximo pueblo, a kilómetro y medio, hay dos bares más dónde comer. Me dirijo allí, el primero es un albergue cuyo aspecto no me convence. Mi experiencia en el Camino Francés, cerca ya de Santiago, es que la masificación de “presuntos” peregrinos -el fenómeno se puede considerar ya como otro hito más de turismo de masas- ha hecho que muchos de los antiguos hospederos pierdan tal carácter y se hayan convertido en ambiciosos hosteleros que ofrecen un producto pobre a precios altos. Así pues, la única opción que me queda es el bar siguiente. No tiene una carta muy extensa. Me inclino por tomar una comida ligera -ya cenaré más fuerte- y pido a la simpática chica que atiende una ración del famoso queso de Arzúa -ya estamos en el Concejo de Arzúa-, le pregunto si lo puede completar con membrillo, a lo que me contesta que tiene un membrillo casero que está mejor que el queso. Membrillo (con nueces) y queso están de muerte después de 28 kilómetros. Yo ensalzo particularmente el membrillo para halagar a la encargada del bar, pues supongo que lo ha hecho ella o alguna persona próxima.

Después, los últimos tres kilómetros. Con el estómago contento, bajo un sol acariciador y a la sombra de una rica vegetación, es un paseo muy agradable.

Ribadixo da Baixo
Llego a Ribadiso da Baixo cerca de las cuatro de la tarde. Es pequeño, pero bonito. Se entra en el pueblo por un sólido puente romano sobre el río Iso. Anejo, a la derecha, el hospital de peregrinos, en piedra, reconvertido en albergue por la Junta de Galicia. Unas pocas casas a lo largo de la única calle que constituye el Camino, un restaurante y dos albergues privados más. El mío, albergue Los Caminantes, me proporciona una habitación individual más parca que la celda de un monje de la más severa y ruda orden monástica que pueda existir. Es un habitáculo cuya puerta da directamente a la calle. En el lavabo apenas caben las dos manos juntas; la ducha, con pulsador que no permite regular la temperatura del agua; no hay ventana, tal vez porque la habitación es tan pequeña que no cabe. Por el precio que pagué, yo esperaba bastante más. En fin, otra muestra de lo que señalaba anteriormente sobre los empresarios usureros. A pesar de todo, cubre las necesidades básicas y estoy seguro de que descansaré bien.


Ribadiso da Baixo, 4 de octubre de 2024.


5 de octubre de 2024, Ribadiso da Baixo – Amenal.

Cuando salgo de mi habitáculo, veo que el suelo está mojado. No llueve. El albergue no da desayunos, así es que me dirijo a desayunar al mismo bar-restaurante en el que cené anoche, unos metros más abajo. Al salir del desayuno ya ha comenzado a llover ligeramente.

La predicción era que empezaría a llover a las nueve, e iría de menos a más, durante todo el día. Yo me equipo con pantalón de lluvia y chubasquero, la mochila envuelta en su funda de plástico. Salgo a oscuras, antes de las ocho de la mañana. Mi plan es andar a buen ritmo, parar poco y cubrir los 25,5 kilómetros en el menor tiempo posible: el objetivo es hacer la marcha en 5 horas.

Antes de las 8,30 estoy en Arzúa. Adelanto a una japonesa que ya vi ayer; hace el Camino con botas de goma, de lluvia, de esas con la suela plana; al menos hoy le serán de utilidad, aunque lleva el talón derecho con una raja vertical. Es un ejemplo de lo que yo llamo “peregrino guiri”: parece que no entiende y no se entera de nada, observa las cosas con una expresión que no se sabe si es de curiosidad o de pasmo.

Arzúa
Conforme avanza la mañana la lluvia se intensifica y en ocasiones llega a ser torrencial. Los caminos se convierten en riachuelos; se puede saber si el camino sube o baja viendo la dirección del agua: hacia atrás o hacia adelante. Yo camino concentrado en el suelo, tratando de evitar charcos y barro; también hay que ir evitando al resto de peregrinos -hay cientos- que van más despacio, en grupos, impidiendo el paso, alguno cambia de dirección… En esos momentos yo pongo los palos horizontales y avanzo sin contemplaciones. No me fijo en los lugares por los que paso, ni siquiera paro de vez en cuando para tomar fotografías, como hago otros días.

Mientras camino si que tengo tiempo de pensar, y pienso que me ratifico en mi idea adquirida cuando terminé el Camino Francés hace un par de años: no me gusta la concentración de peregrinos que se produce en las etapas próximas a Santiago. Todo está masificado, se pierde la condición de peregrino y uno se convierte en miembro de una masa de turistas. Te tratan como tal en el albergue, en el restaurante, en los negocios, por la calle… Hay que aguantar gritos, risas y carcajadas improcedentes. Todo es un guirigay de gentes que hablan idiomas distintos y corren para coger sitio en la terraza, en la barra del bar, en la cola del servicio… Escuchas “Oh my god” cada cinco minutos -muchos de los que utilizan esa típica expresión anglo-americana lo hacen de modo snob, parece que quieren demostrar algo, aunque nunca he sabido qué-. Este no es el Camino que yo busco.

Intento ser positivo y me contrargumento que es estimulante que tanta gente, de diferentes partes del mundo, acuda a Santiago de Compostela buscando algo espiritual, que ancianos o personas con limitaciones físicas hagan este esfuerzo. Pero, me pregunto: ¿qué diría el propio Santo si levantase la cabeza y viese en lo que se ha convertido su Camino? Lo que decido es que esta es la última vez que entro en Santiago. Si continúo acudiendo al Camino, lo haré yendo a aquellos tramos en los que no se produce esta masificación.

Hago un descanso de quince minutos a los 9 kilómetros. Aprovecho para tomar un café con leche y un cruasán. El local está abarrotado de peregrinos, todos chorreamos agua. Lo mismo en el siguiente alto, en el kilómetro 18. Está vez tomo una coca cola, estoy sediento. He llegado a situarme en la cabeza de la columna multicolor de peregrinos. Mientras caminaba, he sobrepasado a centenares de ellos -literalmente-. A mí me han pasado dos hombres jóvenes.

Antes de la una y media llego a mi destino: Pensión Km 15, en Amenal, que curiosamente se encuentra junto al mojón del kilómetro 16 del Camino de Santiago. Han sido cuatro horas y cincuenta minutos de andada, descansos aparte, todo el tiempo bajo la lluvia. El trolley todavía no ha llegado -el compromiso del transportista es entregarlo antes de las dos y media, y efectivamente llega diez minutos antes de esa hora-. Aunque en la mochila no llevo ropa suficiente para cambiarme -sólo una camiseta y un niqui, afortunadamente secos por estar envueltos en una bolsa de plástico-, utilizaré las toallas. Me desvisto y me ducho. Toda la ropa chorrea agua, incluidos calcetines, camiseta y calzoncillo, las botas mojadas por fuera y por dentro, la mochila y su contenido también mojados: el agua ha entrado por el espacio entre mi espalda y el arnés. Al poco me suben la maleta que acaba de llegar. De nuevo me siento persona.

Voy a comer a un restaurante situado a 100 metros. También abarrotado, aunque tengo suerte y el camarero me atiende con prontitud -churrasco de ternera y pimientos de padrón-, pero todo el mundo está nervioso, los clientes empapados y cansados, los camareros que no dan abasto para atenderles. Surge una discusión que amaina, sin consecuencias, prontamente.

Por la tarde, me dedico principalmente a secar todo lo que llevaba encima. Incluidas botas y mochila. Afortunadamente en la habitación hay un secador, que no paro de usar en toda la tarde. También hay un radiador eléctrico que enchufo para secar la ropa. Como no hace frío, tengo que abrir las ventanas para compensar el efecto del calefactor. Tengo que cenar en el mismo lugar donde he comido, el único sitio que hay en los alrededores. Amenal es un grupo de casas que se extienden alrededor del cruce de la carretera nacional y el Camino de Santiago.


Amenal, 5 de octubre de 2024.


6 de octubre de 2024, Amenal – Santiago de Compostela.

Me despierto antes de que suene la alarma del móvil. Así es que decido emprender la marcha cuanto antes, para llegar a Santiago también cuanto antes. El bar de la pensión, que cerró ayer a las cuatro de la tarde, ya está abierto. Sólo está el propietario, colocando las cosas. Desayuno café con leche y pan tostado con mantequilla y mermelada, como lo he hecho todos los días. Cuando caminaba por Navarra, Logroño, Burgos… el desayuno del peregrino solía complementarse con zumo de naranja, fiambre, magdalenas y fruta; se ve que conforme uno se aproxima a Santiago, y la distancia disminuye, también lo hacen las calorías proporcionadas al peregrino para que pueda llegar a su meta.

Cuando comienzo a andar son las 7.25, noche oscura. Hace ya rato, por lo menos una hora, que hay peregrinos marchando. No son muchos, pero lo hacen con continuidad. Al principio, utilizo la linterna del móvil para ver donde piso. Enseguida me coloco entre otros peregrinos que llevan sus propias luces y apago la mía. Adapto mi paso al del que va unos pasos delante, alumbrando el camino; los de detrás proporcionan ráfagas de iluminación adicional. Es una experiencia interesante hacer esta marcha nocturna -que algunos hacen todos los días-, pero creo que innecesaria, puesto que el día es largo, salvo en un día excepcional, como es el de llegada a Santiago.

Iglesia Sta. Lucía
Paso por la Iglesia de Santa Lucía, en el término de San Paio. Cuando amanece, me encuentro caminando entre pinos junto a la valla del aeropuerto. El cielo está cubierto, como los días anteriores, pero de momento está seco. La predicción para hoy también es de lluvia. En San Paio, entro en su iglesia (San Pelayo) y un voluntario me sella la credencial. Según la tradición, San Pelayo es el eremita que descubrió la tumba de Santiago siguiendo el rayo de luz de una estrella en el Campo Stellae, Campo de las Estrellas o Compostela.

Veo varias furgonetas que dejan grupos de peregrinos a distintas distancias de Santiago: doce kilómetros, seis kilómetros.

Monte del Gozo
A las dos horas -quedan seis kilómetros- me obligo a hacer un alto de 10 minutos. Tomo un cortado y continúo caminando. Enseguida llego al Monte del Gozo. Efectivamente, es gozo lo que experimenta el peregrino cuando divisa desde aquí la catedral de Santiago de Compostela y ve que su esfuerzo de tantos días va a alcanzar su recompensa en breve. Vuelvo a sellar la credencial en la pequeña capilla de San Marcos, junto al Camino.

Hay que bajar el Monte del Gozo y volver a subir hacia Santiago, donde se entra por el barrio de San Lázaro. Comienza a llover y así lo hará durante el resto del día, a ratos con bastante intensidad. Yo pongo la funda de plástico para proteger la mochila y me calo el gorro de lluvia. De momento es suficiente, pero después volveré a terminar con toda la ropa mojada y así pasaré la mañana hasta que pueda acudir al hostal: Santiago bien vale un resfriado.


Continúo siguiendo las indicaciones que guían a través de las calles de Santiago, paso por el Monasterio de San Martín Pinario y entro en la Plaza del Obradoiro por el túnel donde siempre hay un gaitero tocando su gaita. Llueve con fuerza. Doblo a la izquierda para contemplar unos momentos la fachada de la catedral, pero me dirijo rápidamente a la Oficina del Peregrino, en la calle Carretas que baja por la derecha. Quiero sellar la credencial -último sello y el más importante-, y sacar la Compostela que acredita haber realizado el Camino, y el certificado de distancia recorrida. Son las 10.30 y quiero adelantarme a la multitud de peregrinos que irá llegando. El proceso es rápido, a pesar de que ya hay bastantes personas. Primero, introducir los datos personales en un terminal y recoger un número. Después, esperar a que llamen ese número. Hay muchos voluntarios atendiendo y me llaman en pocos minutos; inmediatamente, con los datos introducidos, me entregan Compostela y certificado de distancia. El último, hay que pagarlo (3€) en otro stand. La señora que me atiende pregunta si he venido por la Pola o por Hospitales, yo orgullosamente le respondo que he hecho las dos rutas.

Una vez realizado el trámite “administrativo” me dirijo a la catedral. Es domingo y hay muchísima gente. Se entra por la Plaza Platerías y hay que hacer cola -no ha parado de llover y yo ya estoy completamente empapado-. Una vez dentro, intento pasar por el Santo, pero no se puede hasta después de la misa del peregrino que comienza a las doce. Busco un sitio para esperar y me coloco, de pie, en el crucero, desde donde puedo ver el altar. Los guardias de seguridad son bastante estrictos, no permiten hacer fotografías, utilizar móviles, hablar o deambular por las naves hasta que acabe la misa.

Tras media hora de espera, comienza la misa de peregrinos. Una misa católica solemne, en un escenario grandioso como es una catedral, es un espectáculo magnífico: tanto visual (el colorido ropaje de los sacerdotes, el fuego de las velas, las imágenes doradas…), como auditivo (la música de órgano, el canto, en este caso de una muchacha con la voz angelical); también olfativo (el incienso, utilizado con profusión en la Catedral de Santiago), e incluso gustativo, para los comulgantes. También la entrada y salida de los sacerdotes es impresionante: una procesión de quince sacerdotes con casullas verdes, dos sacristanes en blanco y otro hombre con hábito pardo que actúa como maestro de ceremonia indicando a los demás que hacer, todos ellos precediendo al arzobispo, con su mitra y báculo obispal. Hay sacerdotes de varias nacionalidades y partes de la misa que se dicen en otros idiomas. Incluso el arzobispo saluda a los peregrinos en varios idiomas: alemán, inglés, francés, italiano y portugués, además de español. De su homilía, me gustan unas palabras en las que apunta que el peregrino sabe cuál es su meta, pero que en el mundo actual muchos, más que peregrinos, son fugitivos.

Después de la misa, hay que salir de la catedral y volver a entrar por la Plaza Quintana para pasar a ver al Santo. Yo cumplo con el rito de subir las escaleras detrás del altar mayor, abrazar la efigie de Santiago -hace dos años, cuando finalicé el Camino Francés, no pude porque seguían las restricciones impuestas durante la pandemia del COVID- y después bajar por otras escaleras, aún más estrechas, para visitar el sepulcro de Santiago. Finalmente, me dirijo a la Plaza del Obradoiro para hacerme la fotografía enfrente de la fachada principal de la catedral. Intercambio de disparos de fotos con los móviles con dos mujeres italianas, de Padova. Después de años sin utilizar el italiano, aún soy capaz de hablar unas pocas palabras con ellas y les encomio la catedral de San Antonio.


Por la tarde, después de ducharme y cambiarme de ropa en el hotel, y comer un pulpo a feira -no podía irme de Galicia sin hacerlo-, visito el recientemente restaurado pórtico de la gloria: es magnífico, espléndido, soberbio. Merece la pena pagar la visita, que no es nada barata aunque incluya el museo de la catedral.

Y con esto doy por terminado mi segundo Camino de Santiago. No sé si realizaré otro Camino completo, pero estoy seguro de que mientras viva, seguiré haciendo más caminos.


Tren Santiago de Compostela - Madrid, 7 octubre 2024.


20 de noviembre de 2023

El peregrino.


Publicado en: Revista imán núm. 30


Cuando comencé a andar el Camino Primitivo de Santiago era una persona normal. Lo que sucedió después, cambió mi vida.

Me gusta comenzar a caminar antes de que salga el sol, ver como la luz desplaza a las sombras y sentir los primeros rayos de sol, tibios, en la espalda.

Cebreiro 
Monumento a la peregrina

Un día, encontré a una mujer, delgada, morena con el pelo corto, sentada sobre un tronco caído, muy quieta, silenciosa, mirando fijamente al punto por el que la primera claridad anunciaba la salida del sol. Cuando la miré, sentí en mi interior una voz que decía: «Te estaba esperando». Azorado, apreté el paso. Después de pensar unos instantes sentí la necesidad de acercarme a ella y preguntarle: ¿Quién eres?, así es que di media vuelta con esa intención. Pero había desaparecido. Sobre el tronco que había ocupado no había nadie. Los avatares del día hicieron que me olvidara del incidente. Me dije que había sido una alucinación, tal vez producto de una mala noche en la que no había descansado lo suficiente.

Al día siguiente se repitió la escena. Al verla, en esta ocasión de pie, entre las brumas matinales, hierática, esperando la salida del sol; sentí en mi cabeza una voz aún más fuerte: «Te estaba esperando». Me quede paralizado en el lugar. Aterrorizado, observé cómo su figura se desvanecía con los últimos jirones de oscuridad que la primera luz desplazaba. Grité: ¿Quién eres?; ¿Qué eres? Silencio.

Mientras caminaba no dejaba de pensar en ella. Intentaba buscar un sentido a lo que había sucedido, ¿era una diosa caprichosa que disfrutaba atemorizándome?, ¿era sencillamente la muerte que anunciaba su llegada? o ¿un presagio del destino?, ¿un heraldo que me revelaría el sentido de la vida, o alguna verdad oculta?

El tercer día, cuando la vi, mis temores se disiparon; el desasosiego que sentía ‒una mano de hierro que retorcía mis entrañas, produciendo un dolor sordo‒ se evaporó.

Ella estaba quieta, mirando el horizonte, hacia oriente. Su vestimenta era una especie de vestido largo, manto o capa, de bordes indefinidos; de color grisáceo, también indefinido. Su cara, más bien pálida, no tenía edad. No era bella, pero su figura irradiaba un magnetismo atrayente, que hacía desear estar a su lado. Pero era inaprensible, como agua entre los dedos. No habló, pero entendí su mensaje: «Tu sabes quién soy: el Destino, la Muerte, Todo, Nada». Desapareció con el primer rayo de sol.

El día posterior se repitió la visión. Yo ya no tenía miedo, era inútil tenerlo ante la certeza de lo inevitable. Su mensaje fue: «Cuando termines el Camino, vendrás conmigo».

Desde entonces, recorro el Camino de Santiago, siempre buscando el recorrido más largo, la ruta más extensa. Al llegar a Santiago de Compostela, abrazo el busto del Santo y vuelvo a comenzar un nuevo camino: el Francés, el Portugués, el del Norte, el Inglés, el de San Salvador... En invierno pido cobijo en los albergues, como de lo que me dan. En verano, bebo agua de las fuentes y pernocto en los atrios de las iglesias. Y, cada día, me encuentro con ella; me mira y yo sé que me está diciendo: «Te espero». Yo continúo caminando indiferente.


O Cádavo Baleira. 3 de octubre de 2023.




6 de octubre de 2023

Diario del Camino Primitivo de Santiago. De Oviedo a Lugo.


Diario del Camino Primitivo de Santiago. De Oviedo a Lugo.

Caminar y contarlo.


© Francisco Javier Aguirre Azaña


25 de Septiembre de 2023. (Oviedo).

Hago el viaje a Oviedo, punto de partida del Camino Primitivo, en tren. A pesar de ser día laborable y haber acabado cumplidamente el periodo estival, encuentro los trenes llenos de pasajeros. En el de Madrid, se oye hablar más inglés que español; grupos de turistas se mueven por estaciones y trenes como rebaños con los que hay que tener cuidado para que no te engullan y te obliguen a tomar un camino que no deseas. En el que atraviesa Castilla, camino de Gijón, el paisanaje es nacional. Va abandonando el tren conforme nos alejamos de Madrid, lo que a mí ‒más proclive a la soledad que al trato gregario‒ me produce una sensación de bienestar; también físico, puesto que me permite estirar las piernas. Renfe me había vuelto a asignar uno de esos malditos asientos enfrentados en los que te ves obligado a pelear unos pocos centímetros de espacio para los pies, en una contienda encubierta con tu hasta entonces desconocido compañero de viaje, convertido en un sordo adversario.

Tras largo tiempo alejado del Camino y de la escritura narrativa, vuelvo a retomar mi vieja fórmula: caminar y escribir. Creo que si dejara pasar algo más de tiempo sin hacerlo, ya no volvería. ¿Cuándo el declive fisiológico se adueña de la voluntad de emprender nuevos retos? No lo sé, pero soy consciente de que el tiempo pasa inexorable, indiferente a nuestro deseo de agarrarlo para que no escape, como arena entre las manos.

Cada vez que inicio una etapa del Camino me pregunto si seré capaz de culminarla, si mis pies resistirán ‒sé por experiencia que son mi parte más débil‒. Ahora, también, me pregunto si podré ir haciendo el relato diario de mi viaje. Últimamente me siento como un escritor vacío, sin nada interesante que contar, sin ánimo para sentarme delante del teclado. Un auténtico drama para un escritor ¡y para sus lectores! Aunque, me digo, algo realmente intrascendente para mí, ya que los míos seguramente se podrían contar con cifras de dos dígitos.

En el control de la estación de Chamartín un incidente estuvo a punto de enturbiar el ánimo con el que inicio esta andadura. En el escáner, un guardia de seguridad se me aproxima para decirme que coja la mochila y le acompañe hasta el ignominioso espacio reservado a la inspección de equipajes. «La navaja» pienso. Efectivamente, me pide que saque la navaja, lo cual hago educadamente para no herir la susceptibilidad del preclaro representante de la autoridad. Él la examina y la abre para después contrastar su longitud con la fotocopia clavada en la pared, a todas luces de menor dimensión. Realiza la comprobación varías veces, ostensiblemente, como para demostrarme que es más grande. Le hago notar que realmente el filo, que no ocupa toda la extensión de la hoja, es del mismo tamaño que el patrón de medida. Me explica que la navaja introducida en un cuerpo humano podría entrar hasta el final de la hoja. Yo apreciando que el guardia es joven, tal vez con una sensibilidad todavía en conformación, aún pendiente de decantarse hacia la intransigencia o hacia benevolencia, le aseguro que no está entre mis intenciones acuchillar a nadie ‒aun no sabía que tendría que pelear por el espacio personal con otro viajero de abultadas dimensiones‒, que voy a hacer el Camino de Santiago y necesito la navaja para cortar el pan y usos similares. Viéndole titubear, añado «y para pelar la fruta», aunque yo no soy muy frutero, pero pienso que ese tipo de argumentos puede ser muy apreciado por una persona joven, seguramente deportista y amante de la comida sana. Finalmente, me devuelve la navaja, algo que le agradezco sinceramente, la cojo y salgo pitando.

Catedral de Oviedo

Al llegar a Oviedo, después de pasar por el hotel, me dirijo a la catedral para sellar la credencial de peregrino, pero ya está cerrada y me limito a fotografiarla con su iluminación nocturna.

La Gran Taberna

Ceno en La Gran Taberna, a pocos metros de la catedral, en su bonito patio interior, empedrado y, según reza un cartel, de «estilo italiano». Como siempre que llego a Asturias, pido un cachopo, a pesar de no haber hecho durante el día un esfuerzo físico que justifique tan abundante ingesta.


Aprovecho la espera para leer que El Camino Primitivo es la primera ruta de peregrinación, la más antigua. Enlaza Oviedo con Santiago de Compostela y discurre en parte por trazados de calzadas romanas. El primer rey peregrino fue precisamente el monarca astur-galaico Alfonso II el Casto, quien, en el primer tercio del siglo IX, quiso viajar a Santiago para confirmar que los restos que acababan de aparecer en Compostela eran realmente los del apóstol. La devoción del rey por la causa jacobea fue decisiva para cimentar el nuevo culto. Alfonso II mandaría construir, en la naciente urbe, la primera iglesia.

El Camino Primitivo fue un itinerario muy frecuentado durante el siglo IX y buena parte del X. Y por él caminó ‒en dos ocasiones‒ el sucesor de Alfonso II: Alfonso III el Magno, artífice de la consagración en Santiago de la segunda basílica en el año 899. Luego, al convertirse León en la nueva capital del reino, los monarcas potenciaron (siglos XI-XII) el Camino Francés como ruta privilegiada.


Oviedo, 25 de septiembre de 2023.



26 de Septiembre de 2023. (Oviedo - Grado).

Primera etapa del Camino Primitivo, un poco más larga (26,7 kilómetros) de lo previsto inicialmente, tal vez por los desvíos sobre el camino marcado. Tanto la salida de Oviedo como la llegada a Grado se complican algo más de lo que es habitual en poblaciones grandes. No es hasta la salida de Oviedo, por el barrio de la Florida, que uno encuentra de forma continuada las apreciadas señales del Camino. Una señora que hacía el paseo matinal a su perro, a la vista de mi estampa de peregrino despistado, me indicó la mejor forma de encontrar esa primera señal. También es fácil perder las señales en la entrada de Grado, que se realiza por un polígono industrial que es necesario rodear para salir a la carretera. Aquí, aunque uno se salga del Camino, no hay problema, pues se ve perfectamente cuál es el destino final. Grado es un pueblo grande, extendido a lo largo de la carretera nacional, y si, como en mi caso, hay que atravesarlo completamente para llegar al alojamiento, cuesta media hora o más alcanzarlo desde que se divisa el núcleo urbano.

Entre sus extremos, tal como había supuesto, el camino es ondulado,con frecuentes subidas y bajadas, que no es que lo hagan muy demandante, pero hacen que mi velocidad de marcha descienda a menos de cinco kilómetros por hora. El paisaje es excepcional ‒Asturias rural‒, discurre entre montes, vacas que hacen tintinear las campanas que llevan al cuello y caballos, y algún que otro peregrino. No muchos, me cruzo con unos quince caminantes y seis ciclistas; menos de lo habitual en el Camino Francés. El día está mayormente despejado, y el calor de sol llega a hacerse molesto a partir de media mañana, en aquellos tramos en que los árboles no protegen al caminante.

Entre esos árboles destacan los castaños, que arrojan su fruto erizado de espinas a los pies del peregrino. Aprendo que son castañas valdunas ‒a pesar de llevar el nombre de esa población, se dan en todo el Concejo de Las Regueras‒, una auténtica joya gastronómica desconocida.

Termas Romanas de Valduna
Y es en Valduna donde el peregrino se puede desviar unos trescientos metros del Camino, si no va muy justo en fuerzas, para ver los restos de unas termas romanas que se encuentran junto a la Iglesia de Santa Eulalia.

Otro tramo que se hace muy agradable es en el que el Camino discurre en paralelo con el río Nalón, entre Puerma y el puente de Peñaflor. Aprovecho para hacer un descanso mientras miro correr las aguas, espectáculo que al igual que las llamas de una hoguera, producen un hipnótico efecto relajante en el embobado espectador.


Grado, 26 de septiembre de 2023.



27 de Septiembre de 2023. (Grado - Salas).

Comienzo a caminar a las ocho, un cuarto de hora antes de la salida del sol, entre las brumas y el frescor de la amanecida; aunque la temperatura es agradable e irá subiendo para alcanzar los 27 grados, como ayer. La salida de Grado se hace ya en subida. Hay que superar un desnivel de 180 metros en los 4,5 kilómetros que llevan al Santuario de la Virgen del Fresno, en la cima de la sierra que separa el Concejo de Grado del de Salas. Hacia delante, la vista del valle por el que discurre el Camino es espectacular, aunque su belleza está surcada por una cicatriz, como lo es la autovía que también sigue el valle y en ocasiones se eleva sobre altísimas columnas de hormigón.

En este trecho me he encontrado hasta dieciséis peregrinos, que han salido de Grado por delante mío, caminando en grupos de dos o tres. He ido adelantando a todos, excepto al último, que se encontraba descansando en la cima cuando he llegado a su altura. A partir de ahí, encuentro tan sólo tres solitarios peregrinos más.

En Cornellana, tras más de dos horas de andar, hago un alto a la entrada del pueblo, junto al río Narcea, y después en el propio pueblo, para tomar un dulce en una de las numerosas pastelerías que hay en todos estos pueblos y un café en un bar, donde hay multitud de fotografías dedicadas al «campanu»: el primer salmón pescado en los ríos asturianos cuando se abre la veda y que se vende a precio exorbitado. Su nombre viene de que las campanas de las iglesias se tocaban para anunciar su captura. Muchos años el «campanu» se pesca en el Narcea.

En Cornellana, único población de la etapa que ofrece bares y comercios, se agolpan los peregrinos que van llegando; a partir de aquí, nos iremos pasando y sobrepasando unos a otros. También en Cornellana se encuentra el grandioso monasterio de San Salvador, fundado en el siglo XI y actualmente abandonado de la mano de Dios. El Camino pasa junto a los tres corpulentos ábsides románicos de su capilla. Unos obreros levantan andamios en su fachada. Esperamos que sea señal del comienzo de su necesaria rehabilitación.

Después de Cornellana toca, de nuevo, ascender hacia Sobrerriba ‒el nombre hace honor a su emplazamiento‒ y Santa Eulalia, para volver a bajar y subir, aunque en esta ocasión con una pendiente suave y prolongada.

El Camino discurre, en muchos tramos, entre bosque. Pero la autovía está cercana, y aunque no se pueda ver, el sonido del tráfico sí que llega a oídos del caminante. Abundan los robles y castaños, y en algunos puntos los manzanos. No quiero pasar por entendido, puesto que no lo soy, pero las castañas, manzanas y bellotas se pueden ver en el suelo. E incluso sentir en la cabeza, cuando alguna racha de viento propicia el bombardeo bellotil del caminante. Por lo demás, el tiempo seco de estos días alivia las penalidades de los peregrinos, que de otra manera tendrían que vérselas con el barro y las piedras resbaladizas por el agua, que son habituales en estos parajes.

Llego a Salas después de recorrer poco más de veintidós kilómetros en cinco horas de andada. Al igual que ayer, un terreno movido, con continuas subidas y bajadas ralentiza la velocidad de marcha. En contraprestación, el paisaje gratifica ampliamente el esfuerzo del caminante.

Palacio Valdés-Salas
Me alojo en el Palacio Valdés Salas, edificio de cantería del siglo XVI, organizado alrededor de un espléndido patio porticado con balaustradas de madera que acoge al restaurante del hotel, donde como un menú del día. El edificio alberga, además del hotel, la oficina de información y la casa de cultura, y exteriormente está unido por un arco a una torre-fortaleza medieval de planta cuadrada. En cuanto a gastronomía, Salas es la sede de la pastelería del Profesor, que primero elaboró los Carajitos del Profesor, típico dulce asturiano elaborado con avellana, huevo y azúcar. Yo ya había adquirido para llevar a casa una caja de carajitos en Cornellana, aunque los de allí llevan miel en lugar de azúcar.


Salas, 27 de septiembre de 2023.



28 de Septiembre de 2023. (Salas - Tineo).

Hoy toca una etapa corta, menos de 21 kilómetros. Aprovecho para levantarme un poco más tarde. La señora del hotel me había advertido que tenía que ir a hacerse análisis, por lo que daría el desayuno tarde. Así pues, tengo que desayunar en un bar cercano, donde ya se encuentran varios clientes, a todas luces, habituales. Después de mí, aún entra una pareja de peregrinos más, que queda haciendo su colación cuando yo emprendo el camino. Son las ocho y media y el sol manda sus primeros rayos, brillantes, sobre caminantes y resto de mortales.

Cascada de Nonaya

La salida de Salas vuelve a hacerse en ascenso, por una pendiente que no cesa hasta Portiles, a seis kilómetros. Son cuatrocientos metros de desnivel. Se hacen bien, después del reparador descanso nocturno, aunque algunos repechos al final del tramo son muy empinados. La vereda discurre paralela al río Nonaya, que baja hacia Salas. Se puede oír su sonido, aunque no verlo, debido a la frondosa vegetación que envuelve río y camino. Entre los puentes de Borra y Carcabón se encuentra el desvío que lleva a la cascada de Nonaya; son 250 metros que merece la pena recorrer si se quiere ver, y fotografiar, un bonito paraje natural.

A partir de Porciles se alternan subidas y bajadas, aunque ya más suaves. Un poco más adelante, en Bodenaya, a pie de camino, se encuentra la Iglesia de Santa María y un crucero. Es la primera iglesia que encuentro abierta ‒tanto en el Camino como en las ciudades y pueblos recorridos hasta ahora‒, en ella se puede sellar la credencial de peregrino, encender una vela y adquirir pequeñas mercaderías religiosas. Hay que depositar las monedas en un cestillo que está al alcance de todo el mundo. Yo dejo unas pocas monedas que llevo sueltas en el bolsillo, como gratificación a esta iniciativa, que representa el verdadero espíritu jacobeo, y que estaba echando en falta en el resto de lugares religiosos.

En La Espina, casi a mitad de jornada, paró a tomar un café. Ni el café, ni el pueblo que parece vivir a espaldas del Camino y sus peregrinos tienen sabor. Prosigo. El Camino se eleva a media ladera; a la izquierda, más abajo, en paralelo, la carretera que conduce a Tineo aparece bordeada de casas. Las vistas de la planicie y el horizonte son inigualables. Un poco más allá, se pasa por la pequeñísima ermita del Cristo de los Afligidos y, después, el molino de Bedures, con su cartel explicativo. En El Pedregal, Camino y carretera comparten trazado; sobre la carretera, la iglesia, también abierta, permite al peregrino volver a sellar la credencial y descansar bajo su sereno pórtico de piedra. Allí, más allá de la religiosidad de cada uno, el peregrino se siente amparado y reconfortado, y así ha sido por siglos. Con nuevo vigor, más mental que físico, acometo los últimos kilómetros del día. Hoy, la orografía del camino, la vegetación y la meteorología son similares a los dos días anteriores. Continúa el «veranillo de San Miguel», con tiempo seco y soleado, y temperaturas altas.

La entrada en Tineo se hace por el Campo de San Roque, que cuenta con una ermita dedicada al santo y una gran pradera, verde y arbolada, donde encuentro grupos de peregrinos, sentados en los bancos allí dispuestos, descansando antes de emprender la búsqueda de sus respectivos albergues. Yo, que había sido uno de los últimos en comenzar a andar, he rebasado a trece peregrinos durante la mañana ‒tan sólo se ha mantenido por delante una chica joven, que caminaba a buen paso‒ y entro en Tineo antes de las dos. Han sido cuatro horas y media a un ritmo promedio de 4,6 kilómetros por hora ‒igual que ayer‒. Una jornada suave que me permitirá afrontar la próxima ‒una de las más duras‒ en buenas condiciones físicas (pies y piernas).

Tineo
La pensión La Posada es nueva, sencilla y limpia. La señora me aconseja un restaurante cercano, también llamado Tineo, para comer. La comida es casera, buena, abundante y económica: menestra de verduras, ternera asada y tarta de queso. En el cuenco de la menestra hay raciones para cuatro, me sirvo una ración generosa y repito. Después de la copiosa comida, un poco de reposo y más tarde, como es habitual, lavar calcetines y ropa interior, preparar la etapa siguiente y escribir el diario de viaje.


Tineo, 28 de septiembre de 2023.



29 de Septiembre de 2023. (Tineo - Pola de Allande).

Tineo
Comienzo a caminar a las ocho, cuando empiezan a difuminarse las sombras nocturnas. Hoy la etapa es larga, más de 28 kilómetros, con sus correspondientes subidas ‒principalmente al principio y final de etapa‒ y bajadas. La primera cuesta, que comienza en el pueblo, sitúa al peregrino a media ladera y desde allí puede ver la sucesión de valles ‒cubiertos por las brumas matinales‒ y montes que se extiende hacia el horizonte.

Antes de llegar a la bifurcación del Monasterio de Santa María la Real de Obona, que se encuentra a unos ocho kilómetros, sobrepaso a once peregrinos que, al parecer, habían madrugado más que yo, y me sobrepasan tres que caminan a un ritmo muy fuerte.

En la bifurcación encuentro a otro peregrino, mejicano, que duda sobre el camino a seguir. Le digo que el monasterio está cerca ‒trescientos o cuatrocientos metros‒ y que merece la pena verlo, pues data del siglo XIII.

Monasterio de Obona

Nos dirigimos los dos hacia el cenobio y allí encontramos a una pareja ‒parte del trío que me había adelantado anteriormente‒. Él se presenta como los «aragoneses de Hijar», aunque viven en Barcelona. La mujer ha ido a por la llave del monasterio, que custodian en el pueblo, un poco más arriba. Entramos en la iglesia y admiramos su interior, bastante bien conservado y con algunas piezas ‒como un Cristo crucificado suspendido sobre el altar‒ que parecen valiosas, por antiguas. Después, el de Hijar vuelve al pueblo a devolver la llave, su mujer (o pareja, tal como él dice) y yo emprendemos la marcha a buen paso y el mejicano se va quedando retrasado. Finalmente, después de cinco kilómetros que hay que hacer en gran parte sobre el asfalto de la carretera, nos reunimos todos en Campiello, donde hacemos alto para tomar algo y descansar. A partir de ahí, proseguimos la marcha por separado. Yo digo a la pareja aragonesa que prosigan a su ritmo, más fuerte que el mío, pero que tampoco quiero disminuir para acompañar al mejicano. Por la tarde, en Pola de Allande, destino del día de los cuatro, nos volveremos a reunir para tomar unas cervezas.

Después de Campiello se encuentra Borres; en cualquiera de estos pueblos hay que hacer noche si se quiere proseguir al día siguiente por la «ruta de los hospitales», que discurre a más altura. Yo no pude reservar alojamiento cuando preparaba el viaje, así es que tuve poco que pensar a la hora de decidir la ruta a seguir.

Pasando el desvío de los hospitales, hay que subir los altos de Colinas, Porciles y Lavadoira, para después bajar hasta Pola de Allande, en la ribera del río Nisón. Uno de los repechos de subida es realmente fuerte y me cuesta una caída, afortunadamente sin consecuencias. Llego a Pola de Allande después de seis horas de caminar a un ritmo promedio de 4,8 kilómetros por hora. La última hora, bajo un sol inmisericorde, y con una temperatura de 25 grados, es la más dura de toda la jornada.

Por la tarde, recorro el pueblo en unos pocos minutos. Lo más destacable es el monumento al inmigrante, lo que indica que en esta zona la emigración debió de ser numerosa. También pude ver una hermosa villa a la entrada, construida por un indiano, señal de que a alguno de esos emigrantes les sonrió la fortuna.

Coincidimos los aragoneses, el mejicano y yo en un bar, y entre cervezas charlamos sobre nuestras experiencias en el Camino y planes para los próximos días. El aragonés de Hijar nos dice que él prefiere la subida al Puerto del Palo desde Pola de Allande ‒auténtico Camino Primitivo, según él‒ que la «ruta de los hospitales», a la que califica como invento para guiris. Dice que la subida es más fuerte, puesto que hay que bajar para después subir 650 metros de tirón y le gusta más. Otros dicen que es más duro hacer la ruta por los hospitales. Hasta que no haga las dos rutas no puedo tener opinión propia.

Para acabar la jornada, ceno en el restaurante del hotel, La Allandesa, con fama en la comarca. La cena es copiosa ‒sólo había comido un bocadillo‒, menú del peregrino (con precio especial enseñando la credencial): pote con compango: morcilla de carne y tocino, pastel de verduras, coliflor rellena con carne mechada de ternera y tarta de queso, todo casero y abundante.


Pola de Allande, 29 de septiembre de 2023.



30 de Septiembre de 2023. (Pola de Allande - La Mesa).

Tengo que recorrer tres bares para conseguir que me preparen una tostada de pan para desayunar. Cuando comienzo a caminar es un poco más tarde de lo que había previsto.

Puerto del Palo

El Puerto del Palo está a 1148 metros de altura. Es el punto más alto del Camino Primitivo. Desde Pola de Allande se sube siguiendo el valle del río Nisón. El Camino discurre sosegadamente junto al río, rodeado de bosque con diversidad de árboles, que desaparece al ganar altura. Son ocho kilómetros hasta culminar el puerto. En ese tramo sobrepaso a seis peregrinos, el último es Alejandro, el mejicano, con quién charlo un momento y continúo.

El primer tramo de bajada del puerto es complicado: empinado y con piedras sueltas. Camino con cuidado, mirando donde coloco los pies y clavando los bastones para evitar una caída. Durante la bajada y hasta Berducedo tan sólo me cruzo con cinco peregrinos más. Menos de los habituales otros días. Supongo que algunos han optado por la «ruta de los hospitales», o incluso por superar el puerto en taxi.

En el pequeño pueblo de Berducedo paro a descansar. Reinicio la marcha pasada la una y, al igual que ayer, el sol brilla en un cielo limpio de nubes. La temperatura ha subido a los 25 grados y, de nuevo, caminar en esas condiciones, sobre carretera, se hace fatigoso. No obstante, son poco más de cuatro kilómetros los que quedan hasta el albergue Miguelín en La Mesa, una pequeña población de pocas casas, aunque situada en un bonito paraje, entre montes y prados verdes.

Han sido 21,5 kilómetros en cinco horas, con una pendiente acumulada de unos 800 metros.

El albergue es moderno y está bien acondicionado. Hay que compartir dormitorio, servicios y duchas con la comunidad peregrina, algo que yo procuro evitar cuando es posible, pero en esta ocasión me tengo que adaptar. Aquí se reúnen peregrinos que han seguido las dos rutas: Hospitales y Pola de Allande, por lo que está lleno. Calculo que somos unos treinta los que partimos de Oviedo hace cinco días y marchamos al mismo ritmo.

Por la tarde llega Alejandro, con quien acabo compartiendo una botella de sidra en la terraza, mientras esperamos la hora de cenar e ir a la cama.


La Mesa, 30 de septiembre de 2023.



1 de Octubre de 2023. (La Mesa - Grandas de Salime).

Después de la noche de albergue, entre ronquidos de unos y toses de otras, me levanto antes que otros días. Aun así, soy de los últimos. Todos los que dormían a mi alrededor ya han desaparecido, lo cual es una ventaja, pues me permite lavarme y organizar la mochila tranquilamente. Ahora entiendo porque me encuentro por las mañanas tantos caminantes que inician su marcha mucho antes de que amanezca: si duermes en un albergue, estás deseando abandonar cuanto antes un lugar en el que careces de intimidad.

Hoy estoy dispuesto a tomarme la jornada con tranquilidad; son sólo 16 kilómetros. Un descanso dominical que me permitirá afrontar las últimas caminatas descansado. Aunque la amenaza ‒posteriormente confirmada‒ de que será el día más caluroso de todos, desaconseja que el mediodía te sorprenda con mucha distancia por recorrer.

La señora que lleva el albergue incluye en el desayuno un zumo de arándanos. Dice que es un producto típico de la zona y hay que promocionarlo. En realidad, el zumo es áspero y amargo, afortunadamente en vaso pequeño. Yo, estoicamente, me lo tomo; siempre me ha gustado probar las especialidades locales. Pero no creo que vuelva a repetir.

Con todo, a las ocho de la mañana ya estoy caminando. Cómo todos los días, hay que arrancar subiendo ‒empiezo a echar de menos los caminos de Tierra de Campos: kilómetros y kilómetros por una llamada sin fin‒. Son 150 metros de desnivel hasta coronar la Peña Coriscos, sembrada de molinos de viento. Después, todo es bajado hasta el embalse de Grandas de Salime. El camino es bueno, el paisaje espectacular y la temperatura ideal. Conforme se desciende, aumenta el tamaño del embalse; la línea alargada de agua que se aprecia desde arriba se va ensanchando hasta convertir al caminante en algo insignificante. 

La presa se encuentra a siete kilómetros de La Mesa. Antes de llegar a ella se puede entrar en la Boca de la Ballena, un mirador colgante que ofrece una vista espectacular del dique de 128 metros de altura, inaugurado en 1953. Una vez que lo cruzamos, el Camino sube suavemente y discurre por el asfalto de la carretera. 

Unos metros más adelante, paro en el Hotel Las Grandas para tomar un café y bizcocho casero. Su terraza con vistas al embalse invita a sentarse un rato y disfrutar de la naturaleza.
Finalmente, poco después de las doce, tras tres horas y media de andada, llego a mi destino del día. El último tramo se hace por una vereda muy empinada que da paso a una bucólica senda boscosa, aunque también se puede continuar por la carretera hasta llegar a Grandas de Salime.

Colegiata del Salvador

El hotel, moderno y funcional se encuentra frente a la Colegiata del Salvador. Desde el pequeño balcón de la habitación puedo ver su característico pórtico exterior jalonado por arcos de piedra.

Aprovecho lo que queda de mañana para visitar el Museo Etnográfico. Es algo que el visitante de este pueblo no se puede perder. Muestra utensilios, herramientas y máquinas (telar, torno, fragua...) del entorno rural de la zona. Se puede ver una casona con su cocina y dormitorios, un hórreo, una bodega, un molino en funcionamiento, un corral, un comercio de ultramarinos, una escuela, una panadería, una barbería, una sastrería... Ideado por «Pepe El Ferreiro» ha ido creciendo y expandiéndose para recoger el testimonio de la vida en el medio rural.

Como parece habitual en estos pueblos, hay un restaurante de referencia; en este caso se llama A Reigada y está a rebosar. Tras una corta espera me dan mesa y tomo otro copioso menú con productos de la gastronomía local: fabas con setas y calamar, salmón y requesón con miel.

Domingo tarde, tan sólo quedan abiertos dos bares. En el que se encuentra junto a la Colegiata preparan pulpo a la gallega. Pido al dueño que me ponga media ración y me siento en la terraza, junto a la iglesia. Las voces y conversaciones de los clientes del bar ‒quedan tres o cuatro‒ denotan que llevan toda la tarde bebiendo. Van desfilando y cuando entro a pagar, el único que queda ‒les hablaba a los otros de sus tiempos de legionario en el monte Gurugú‒ me saluda y quiere darme conversación. Mi experiencia es que las conversaciones con los borrachos son muy difíciles de llevar y tediosas, sobre todo si empiezan a contarte la mili. Intercambio algunas palabras con él y nos damos la mano. Me dirijo al dueño para pagarle y me doy cuenta de que, tal vez por solidaridad, no ha dejado a sus parroquianos beber solos. Con lengua medio de trapo me pregunta si me ha gustado el pulpo y cuando le digo qué estaba muy bueno, me dice que era marroquí, que en Galicia y Asturias ya no se encuentra pulpo autóctono, que no hay suficiente para lo que se consume: «A mí no me gusta engañar, es pulpo preparado a la gallega, ¡pero marroquí!». Le reitero que estaba bueno, pero que me llevo una desilusión al oír eso. Ante la disyuntiva de quedarme de conversación con la pareja ‒lo que exigiría beber una cantidad importante de vino y cerveza para ponerme a su nivel‒ o irme a dormir, elijo la segunda opción.


Grandas de Salime, 1 de octubre de 2023.



2 de Octubre de 2023. (Grandas de Salime - Fonsagrada).

Salime
Salgo de Grandas de Salime a las ocho de la mañana. Paso por la capilla del Carmen, del siglo XVIII, todavía en semioscuridad. El Camino asciende suavemente los primeros kilómetros. Al poco tiempo veo una mujer delgada, morena, con el pelo corto, sentada en un tronco, muy tiesa y quieta, mirando fijamente hacia el horizonte, hacia el punto por el que asomará el sol en pocos minutos. La imagen se me antoja un poco fantasmagórica, irreal. En mi cabeza comienza a dar vueltas una historia ‒realismo mágico‒ a partir de esa imagen. Y así van pasando los kilómetros, casi sin darme cuenta.

Después de 5 kilómetros se llega a Castro, donde se encuentra el castro de Chao Samartín, un asentamiento de la Edad de Bronce. Me aproximo a la entrada para comprobar que hoy, lunes, está cerrado. Así es que continúo mi camino. Poco después me cruzo con tres peregrinos, dos chicos y una chica. Uno de ellos está comiendo bellotas, la chica arrodillada en el suelo las está recogiendo. «Buen Camino» digo, y pienso: «buena digestión», sonriendo interiormente. Coincidí con el comedor de bellotas ayer, en el restaurante, mientras que farfullando unas pocas palabras de español ‒no creo que conociera más de una docena‒ pedía un menú vegano. El dueño del negocio, la sonrisa de medio lado, los ojos socarrones, le dijo que le podía preparar una ensalada y ponerle mucho atún; «No, no, atún no» contestó él. Menos mal que, al menos, pidió una cerveza; lo que sería su única fuente de energía para afrontar el Camino. No me extrañó verle comer las bellotas que habían caído al suelo. Con suerte podría encontrar también alguna castaña o manzana medio podrida, aunque castaños y manzanos son mucho menos frecuentes que lo que habían sido los días anteriores.

A partir de Gestoselo se hace más fuerte la subida al Puerto del Acebo. Yo la hago, en gran parte, por el arcén de la carretera. Pierdo las señales del Camino cuando tomo una senda que discurre al otro lado de la defensa de la carretera; pero el paso se acaba y me veo obligado a saltar la defensa y proseguir por el propio arcén. Un kilómetro antes de coronar el puerto, en un falso llano, me encuentro con tres peregrinos que me explican por dónde viene el camino, paralelo a la carretera y por el lado contrario al que he subido yo. Aún quedan los últimos cientos de metros de ascensión; el Camino cruza un parque eólico justo en la divisoria entre subida y bajada. Los aerogeneradores, además de afear el paisaje, producen un ruido bastante desagradable. Parece que a nadie importa la contaminación visual y acústica que producen estos monstruos, a los que Don Quijote no hubiera dudado en combatir. Los demás nos conformamos con ser Sancho.

Es un alivio llegar a la cima del Acebo; la subida, sin ser la del Puerto del Palo, es fatigosa. Yo, que mantengo mi costumbre de contar los peregrinos con los que me cruzo antes de parar y que me sobrepasen, he contado hasta diez a los que he adelantado en la ascensión.

Raya Asturias-Galicia
Antes de empezar a bajar se encuentra la raya entre Asturias y Galicia, que supone también la mitad de la etapa y la mitad del Camino Primitivo. A falta de alguna señal de las autoridades locales, autonómicas o estatales, o de alguna institución pública o privada, alguien ha marcado el lugar con una línea de piedras y una A por Asturias y otra G por Galicia.

En la bajada me encuentro con Alejandro, el peregrino mejicano. Continuamos caminando juntos, buscando un sitio donde parar y descansar. Ese lugar es el Mesón Catro Ventos, en Barbeitos; un lugar agradable en el que van parando todos los peregrinos, pues no hay más opciones. Yo me refresco con una coca cola y me quito las botas un rato. Proseguimos, en animada charla, por un camino ancho, bien cuidado, sobre un terreno ondulado, pero sin que haya que afrontar grandes desniveles. El calor del sol es atemperado por un vientecillo brioso, produciendo una sensación agradable. La señalización, ahora de la Junta de Galicia, es más clara que la asturiana, en la que algunos mojones estaban semiocultos y las flechas medio borradas o totalmente desaparecidas en algunos sitios.

En Parodanova el Camino se bifurca para volver a juntarse más de diez kilómetros más adelante. El camino de la izquierda es el que pasa por Fonsagrada, nuestro destino; el de la derecha va por Pobra de Burón. Echamos en falta un cartel que lo explique. La guía que yo había consultado tampoco lo explicaba claramente. Salomónicamente decidimos ir por el medio: la carretera, que después de dos kilómetros que requieren un esfuerzo final, nos deposita en nuestro destino del día. Han sido poco más de 26 kilómetros a un ritmo de 4,9 kilómetros por hora.

Alejandro y yo nos dirigimos al hotel, que compartimos. Allí nos dicen que el único sitio para comer en lunes es la Pulpería Caldeira, cerca de la iglesia. Después de dejar las mochilas y cambiar las botas de andar por otro calzado más abierto, nos dirigimos allí. Al lugar han llegado antes peregrinos que habían salido de Castro ‒más cercano‒, otros van llegando después. Unos continuarán y otros paran en Fonsagrada, pero todos vamos coincidiendo en los pocos establecimientos de comida que hay. Tenemos que esperar casi una hora a que se quede una mesa libre. Lo hacemos tomando una cerveza y charlando con unos y otros. La espera vale la pena: nos sirven unos sustanciosos garbanzos con callos y una excelente merluza gallega, de la que no se encuentra fuera de estas tierras. Una tarta de queso casera cierra el menú cuando son casi las cinco de la tarde. Regresamos a reposar al hotel, con el firme propósito de no cenar.


Fonsagrada, 2 de octubre de 2023.



3 de Octubre de 2023. (Fonsagrada - O Cádavo Baleira).

A Fonsagrada
El día amanece fresco y lluvioso. Hoy la temperatura no superará los 16 grados ‒diez menos que ayer‒ y durante la primera parte de la mañana tendré que caminar bajo una lluvia suave, que a veces se confunde con la niebla que se pega al terreno. No obstante, la andada es muy agradable. Utilizo un gorro de lluvia, pero no es necesaria la capa. Algunos peregrinos van con paraguas. El terreno es más abierto que el asturiano, y aunque sigue siendo ondulado, con subidas y bajadas, las pendientes son menos pronunciadas.

Nada remarcable sucede sobre el Camino. El grupo de peregrinos que coincidimos haciendo las mismas etapas cada día, nos vamos cruzando unos con otros, paramos y comemos en los mismos sitios, nos vemos por las tardes, pernoctamos en las mismas pensiones y albergues. Y así ha ido surgiendo un trato familiar: nos saludamos como viejos conocidos, nos preguntamos unos a otros como ha ido el día y nos interesamos por los problemas físicos que cada uno experimenta: los pies, una uña, la espalda, las rodillas...

La etapa de hoy son 24,5 kilómetros, que yo cubro en cinco horas de caminar. Hago el primer alto en un bar de Paradavella, a unos diez kilómetros del inicio. Lo más destacable es la subida de la Cuesta del Sapo hasta Lastra, larga y empinada, aunque el firme del camino está perfecto. El encargado del hotel en Fonsagrada me había dado la fórmula para evitarla: subir por la carretera en lugar del Camino. El Camino cruza la carretera de Lastra y baja para luego subir, haciendo la subida más larga. Yo me encuentro en buenas condiciones y decido hacer el Camino. Algún peregrino acorta por la carretera. Vencida la Cuesta, paro en el bar de Lastra a tomar una coca cola y descansar un rato. Después, de un tirón hasta O Cádavo.

Campo da Matanza
Antes de llegar al pueblo se pasa por el Campo da Matanza, donde se dice que allá por el año 813 tuvo lugar una gran batalla en la que Alfonso II venció a un ejército musulmán. Según la leyenda, la sangre corrió ladera abajo hasta llegar a la iglesia de Esperela. Pero estas afirmaciones no están contrastadas, ni siquiera está claro que el rey asturiano combatiera contra sus adversarios mahometanos en estos parajes. Lo que sí es cierto es que en algunas excavaciones arqueológicas, aquí se han descubierto armaduras, espadas y otras armas.

El albergue San Mateo no es nada especial, ofrece al peregrino lo que este necesita para lavarse ‒él y su ropa‒ y descansar. Por la tarde me reúno con Alejandro, el mejicano; tomamos unas cervezas y cenamos. Me invita a cenar el día siguiente en Lugo, ya que será mi último día de Camino. También entablamos conversación con José Miguel Hernández, asturiano, casi setenta años, autor de la página web «Guía Visual del Camino Primitivo». Gran conocedor del Camino Primitivo, investigador y promotor de su conocimiento. Nos embelesa con su sapiencia.


O Cádavo Baleira, 3 de octubre de 2023.



4 de Octubre de 2023. (O Cádavo Baleira - Lugo).

La última etapa es la más larga de todas, 31 kilómetros; aunque también la más llana. No hay grandes desniveles y se puede cubrir a una velocidad mayor que los días anteriores. Yo lo hago a un promedio de 5,3 kilómetros por hora.

En el albergue no hay desayuno, así es que tengo que ir a un bar cercano. Comienzo a caminar un poco antes de las ocho, entre niebla húmeda y oscuridad. La salida de O Cádavo se hace en subida, pero no es muy larga. La claridad del amanecer va desplazando la oscuridad de la noche; enseguida se puede sentir el calor de los primeros rayos de sol, que parecen hacer batir en retirada a la niebla. Pero acabará imponiéndose la niebla, que me acompaña durante las primeras horas de la mañana, velando el horizonte.

Al poco de comenzar a andar, el Camino se bifurca. Por la derecha sale un camino complementario que pasa por dos iglesias que el principal obvia. Es el que sigo. Encuentro primero la capilla de la Virgen del Carmen, un gran edificio rectangular y sólido, sobre la puerta ‒que está cerrada‒ tres escudos de piedra. Está rodeada de una gran pradera verde con fuente, bancos y mesas, que invitan a pararse; pero yo continúo, puesto que la etapa es larga.

Iglesia Santa María, Vilabade

En Vilabade, la iglesia de Santa María está abierta y se puede sellar la credencial de peregrino. A pesar de la hora temprana, una señora atiende a los peregrinos. Habla con una pareja que ha llegado antes que yo y después me explica que la iglesia es gótica, del siglo XV, y que formaba parte de un monasterio franciscano, hospital del Camino. Esto coincide con lo que habíamos hablado la tarde anterior: el trazado actual del Camino ha sido decidido por alguien ‒funcionarios de los gobiernos autonómicos y del Ministerio de Educación‒ con criterios políticos y administrativos más que históricos; después, cuando los investigadores y estudiosos aportan los resultados de su trabajo, en ocasiones, consiguen que se abra una ruta complementaria, como en este caso. Creo que la norma general es que el Camino siempre pasaba por iglesias, conventos y lugares en los que el peregrino podía encontrar «hospitalidad» (agua, comida, un techo, algo de paja para protegerse del frío) y seguridad.

Un par de kilómetros más adelante se llega a Castroverde, donde el camino complementario se reúne con el principal. Es una población grande con bares y tiendas, la única que ofrece estos servicios en toda la etapa. Sin embargo, considero que aún no he hecho ni un tercio del recorrido y continúo sin parar.

Souto de Torres
Marcho a buen paso, sobre buen firme, por terreno llano. Cuando llevo más de la mitad de la etapa pienso que debería parar a descansar un poco. Aunque mañana no tenga que caminar, no es cuestión de acabar con las piernas agarrotadas. Cuando quedan doce kilómetros para llegar a Lugo, hay un gran cartel que anuncia una zona de descanso para peregrinos; mesas y bancos de madera en los que ya hay varios sentados. Yo también tomo asiento y me quito las botas. Un hombre de baja estatura atiende el lugar, me trae melón y sandía sobre una bandeja de plástico, y me da una manzana que dice ser de su cosecha. Me lo como todo, me sabe a gloria. Le pregunto: «Tú haces esto porque quieres, claro...». Después de unos momentos de vacilación me explica que quiere montar un negocio en aquel lugar y está es la manera de darse a conocer. Ya ha gastado varios miles de euros en las acometidas de luz y otros trabajos que le exigen. Tiene permisos de la Junta de Galicia y de la Diputación, pero el Ayuntamiento no se lo quiere dar. «Políticos que no les importa la gente», dice con desprecio. Le deseo suerte, le doy las gracias por el refrigerio y, después de echar unas monedas en el cestillo, reemprendo la marcha.

Hasta Lugo, la única novedad es que el sol se ha vuelto a adueñar del día. Alto momentáneo para sacar el gorro de la mochila y beber agua. La temperatura va subiendo, lo que unido a la fatiga acumulada durante varias horas de caminar, hace que el caminante desee llegar cuanto antes a su destino.

Desde el barrio de Chanca, a la altura del río Rato, hay que subir al centro histórico, para cruzar la espléndida muralla lucense por la puerta de San Pedro, la misma que atravesó Alfonso II el Casto en la primera peregrinación por el Camino Primitivo. Me dirijo a la catedral, donde doy por terminado este viaje. Afortunadamente, a pesar de la hora, la catedral está abierta para visitas turísticas. Una simpática joven pone el último sello ‒por ahora‒ en mí credencial de peregrino. Me dice que la zona de bares y tapas se encuentra junto a la catedral ‒algo muy habitual en las ciudades españolas, pienso‒ y allí me dirijo para comer pulpo, el plato más característico de Lugo.

4 octubre 2023
Catedral de Lugo

Me alojo en el Hostal San Froilán, un edificio nuevo y funcional, asociado al Seminario Mayor. Por la tarde contacto con Alejandro, el mejicano, quien me dice que ha hecho todo el recorrido sin parar y que llegó a las dos de la tarde. Yo había salido más tarde que él y llegué también media hora más tarde. Tal como habíamos acordado, cenamos juntos ‒él invita‒: un excelente arroz con zamburiñas, gambas e ibérico, de esos que uno recuerda durante años. Le acompaño a su hotel y nos despedimos. Es la víspera de San Froilán, festividad de Lugo. La calle está abarrotada con grandes y chicos. Atravieso el ferial y varios conciertos/verbenas populares. Cuando llego a mi habitación, estoy realmente cansado.

Mañana cogeré el tren para regresar a casa, con el firme propósito de volver al Camino Primitivo y terminarlo.


Lugo, 4 de octubre de 2023.