27 de junio de 2025

Nuevo sitio web: La Orden del Temple.

 


Este nuevo sitio web es un proyecto personal que tiene por objeto recopilar información relevante, fidedigna y rigurosa, desde una perspectiva histórica, sobre esta fascinante Orden Militar que continúa despertando interés después de transcurridos más de siete siglos desde su desaparición.


La Orden del Temple en el Camino de Santiago.

El Camino de Santiago y la Orden del Temple están intrínsecamente ligados, ya que los Templarios desempeñaron un papel importante en el desarrollo y la protección de la ruta jacobea durante los siglos XII y XIII. Los Templarios construyeron sus propios santuarios en las encomiendas del Camino, así como infraestructuras clave, tales como hospitales, albergues y castillos a lo largo del Camino. Además de patrullar las rutas para garantizar la seguridad de los peregrinos frente a bandidos y asaltantes. No solo brindaron seguridad física a los peregrinos, sino que también contribuyeron a la expansión y desarrollo de la ruta, consolidándola como un importante centro de intercambio cultural y espiritual.

Los Templarios, con su influencia y recursos, ayudaron a promover y difundir la devoción a Santiago, convirtiendo el Camino en un destino cada vez más popular y significativo. Por tanto, la presencia templaria en el Camino de Santiago fue fundamental para su desarrollo y consolidación como una de las rutas de peregrinación más importantes de la historia, tanto por su papel en la protección de los peregrinos como por su contribución a la construcción de la infraestructura necesaria para facilitar el viaje.


1. Ermita de Santa María de Eunate (Muruzábal, Navarra).

Pese a no contar con ninguna documentación que acredite fehacientemente el origen templario de esta iglesia, sí existen ciertas características de su fisonomía que hacen creer que los Caballeros Templarios hayan tenido algo que ver con su construcción: desde su planta octogonal (algo típico de las construcciones templarias) a una supuesta similitud en cuanto a su forma con la Cúpula de la Roca de Jerusalén situada en el antiguo Templo de Salomón, en el que los Templarios tuvieron su primera sede.

2. Iglesia del Crucifijo (Puente la Reina, Navarra).

https://tours.tantatic.com/tour/iglesia-crucifijo-gares

En Puente la Reina podemos encontrar esta iglesia que data de finales del siglo XII y que fue fundada por la Orden de los Caballeros Templarios bajo el nombre de Santa María de los Huertos. Alfonso I el Batallador fundó esta villa junto al puente sobre el Arga, puente que un siglo antes patrocinara la reina Doña Mayor (o quizá su nuera la reina Estefanía) y que da nombre a la villa. La iglesia acoge, en su interior, la Virgen con Niño (siglo XII) y guarda un misterioso crucifijo de grandes dimensiones y con forma de Y que es considerado una de las mejores obras de la imaginería gótica que se conservan en España.
Su ubicación estratégica, en la entrada del Camino a Puente la Reina, convirtió al templo en un lugar de gran importancia tanto para la vida religiosa como para la protección de los peregrinos. Los Templarios, con su misión de salvaguardar a los viajeros, se establecieron en este lugar para proporcionar un refugio seguro y un espacio de culto.


3. Iglesia del Santo Sepulcro (Torres del Río, Navarra).

Existen varios documentos que vinculan a esta iglesia con la Orden, sumados a otros descubrimientos como cuerpos enterrados en las cercanías de la iglesia que lucían la vestimenta típica templaria.
La Iglesia del Santo Sepulcro, es la culminación del octógono perfecto de los Templarios en el Camino de Santiago. La Iglesia de Santo Sepulcro de Torres del Río o de Sansol, también así denominado por el cercano cerro de ese nombre, sigue en su planta el infrecuente patrón octogonal ya visto en la de Eunate. Ambos edificios comparten formas muy similares, aunque aquí falta la galería de arcos de Eunate, a modo de claustro octogonal.


4. Iglesia de San Juan (Castrojeriz, Burgos).

La iglesia de San Juan, en Castrojeriz, es de origen templario (siglo XIII). Fue reconstruida sobre una base románica en varias etapas. El ábside, la torre y el claustro parecen obra de las primeras décadas del siglo XIII (época templaria); posteriormente, en los comienzos del siglo XVI, se renovó la iglesia. Una vez disuelta la Orden del Temple, los Hospitalarios continuaron desempeñando su labor de auxilio a los peregrinos.
Es una obra de gran monumentalidad por su recia torre y el cuerpo de sus tres amplias naves elevadas a la misma altura por pilares columnarios. En las columnas, precisamente en sus capiteles, es posible observar crucetas pateadas, que atestiguan su origen templario.

5. Iglesia de Santa María de la Blanca (Villalcázar de Sirga, Palencia).

Templo-fortaleza comenzado a construir a finales del siglo XII por los Templarios, y finalizado en el siglo XIV. En Villalcázar de Sirga los Templarios, a partir de este edificio, fundaron una importante encomienda que constituyó uno de los centros religiosos más importantes del Camino de Santiago en Castilla. Esa encomienda templaria fue creciendo gracias a las donaciones y la posterior compra de otros terrenos e inmuebles cercanos.
La Iglesia de Santa María la Blanca fue un santuario para la devoción de María, Madre de Jesucristo, que tuvo una época de gran esplendor entre los siglos XIII y XVI, debido a la protección de la Corona de Castilla, entre los que se encontraban los reyes Alfonso X el Sabio y su hijo Sancho IV.


6. Terradillos de los Templarios (Palencia).

Este lugar fue un feudo de la orden militar del Temple, cuyo objetivo era salvaguardar a los peregrinos que hacían el Camino de Santiago, no siempre seguro. Aparece mencionado en la documentación conservada de la Abadía de Sahagún en el siglo XI.
Tuvo dos iglesias, la desaparecida de San Esteban y la actual que está dedicada a San Pedro. Es de ladrillo de una sola nave, alberga en su interior un Cristo gótico del siglo XIV, una Virgen del siglo XVI, un San Roque del XVII y retablos de los siglos XVII y XVIII.
Según una leyenda, la famosa gallina de los huevos de oro está enterrada en este pueblo: En el siglo XII había en las cercanías de Terradillos un hostal de peregrinos (hoy derruido) que llevaba el nombre de San Juan y que era protegido por los Caballeros del Temple. Fue en este lugar donde los últimos Templarios enterraron a la famosa gallina de los huevos de oro. Los vecinos han ubicado tradicionalmente en el Alto Torbosillo (al norte del pueblo) el emplazamiento donde se esconde el preciado animal. Según la leyenda, había en la localidad una parroquia, la de San Esteban (no se conserva en la actualidad), cuyo párroco llevaba cada año a Santiago un huevo de oro. Hasta que un día, el cabildo compostelano le dijo que no querían un solo huevo, que querían la gallina. Para que no se la pudiera llevar, los Templarios la enterraron en el Alto de Torbosillo. La gallina está asociada desde tiempos inmemoriales con el preciado metal y también la Orden del Temple y su enriquecimiento, que algunos ligaban a su dominio del arte de la alquimia y, por tanto, la fabricación de cantidades ingentes de oro.

7. Iglesia Parroquial de Rabanal del Camino (Maragatería, León).

Todo el pueblo de Rabanal del Camino posee un origen templario. Este fue fruto de una avanzada de la Orden desde Ponferrada que buscaba proteger a los peregrinos que atravesaban los Montes de León hasta su llegada al Bierzo.
En este escenario la iglesia parroquial sobresale no solo por su origen templario sino por ser también uno de los pocos ejemplos que aún existen del románico leonés. El pueblo conserva su arquitectura tradicional en buen estado.


8. El Castillo de Ponferrada (Bierzo, León).

Ponferrada (Pons Ferrata) toma su nombre del puente reforzado con hierro que el Obispo Osmundo ordenó construir en el siglo XI, para facilitar el paso del río Sil a los peregrinos que se dirigían a Santiago de Compostela.
En 1178 Ponferrada pasó a depender de la Orden del Temple, gracias a una donación de los reyes leoneses. Al llegar allí, los Templarios se encontraron con una pequeña fortaleza que en su origen había sido romana. A partir de ahí comienzan una serie de ampliaciones que tendrían como finalidad convertir al complejo en una defensa del Camino de Santiago y que terminarían en 1282 (lo que se puede ver hoy en día tiene muchas más reformas que se fueron haciendo a lo largo de los siglos).
Ponferrada fue una de las encomiendas del Temple más importantes en España. La encomienda dispuso de los castillos de Cornatel, Corullón, Sarracín (Vega de Valcarce) y quizás también del castillo de Balboa. Su jurisdicción abarcaba casi todo el Bierzo, extendiéndose desde Rabanal del Camino (Maragatería) hasta O Cebreiro en Galicia. Los monasterios del Bierzo pertenecían al Cister y el Monasterio de O Cebreiro al Cluny.
Su castillo era el enclave más importante de los Templarios en el Reino de León, desde donde desarrollaron sus labores de protección del Camino de Santiago. Tras la disolución de la Orden del Temple, en 1312, esas funciones pasaron a los Hospitalarios y a la Orden de Santiago. El castillo de Ponferrada pasó a las manos de la familia Osorio y del Conde de Lemos. A raíz de la revuelta irmandiña y las luchas entre el Conde de Lemos y su hijo, fue reclamado por los Reyes Católicos.

9. Castillo de Sarracín (Vega de Valcarce, Bierzo, León).

Vega de Valcarce (León) solía ser un punto conflictivo porque se cobraba el Portazgo, que era un pago por el derecho de paso. Los peregrinos estaban exentos, pero muchas veces eran considerados como ricos mercaderes y eran obligados al pago de dicho Portazgo. Así, se originó un camino alternativo, en paralelo al camino original, que discurra precisamente al lado del Castillo de Sarracin, por el monte de la Villela (Villaus del Codex Calixtinus), para evitar a los portazgueros del Castillo de Autares.
El Castillo de Sarracin se convirtió en uno de los enclaves principales de la Orden del Temple en el Camino de Santiago. Su misión era que los Templarios pudieran defender a los numerosos peregrinos que se dirigían a Santiago de los portazgueros que les quisieran cobrar indebidamente.


© Francisco Javier Aguirre Azaña, junio 2025.


11 de junio de 2025

Revista de la Asociación Aragonesa de Escritores. Número de junio 2025.

 

Número dedicado a La Paz.


 

Cuando, en mi calidad de militar profesional, me preguntan por mi opinión sobre el concepto de Paz, pienso que es igual que si a un médico le preguntan qué entiende él por Salud, o a un policía por la noción de Legalidad, cuando su tarea diaria es tratar con sus antagónicos, la enfermedad y el crimen, respectivamente. Y creo también que es importante definir primero que es aquello de lo que hablamos, pues no siempre todo el mundo da igual significado a la misma palabra.

Paz no es sólo una situación o estado de ausencia de violencia, una no-guerra. Paz es justicia, respeto de la dignidad humana, de las libertades individuales, y de las sociedades en las que se agrupan las personas, independientemente de nacionalidad, raza, etnia, preferencias sexuales, creencias religiosas y afiliación política.

Los valores asociados con el concepto Paz constituyen también el acervo de una sociedad democrática avanzada, hasta el punto de que sólo en el seno de esta última encontraremos una paz autentica y legítima (paz positiva), aquella que transciende la mera ausencia de guerra y violencia directa (paz negativa).

Es fácil encontrar ejemplos de estados y sociedades que no están en guerra o conflicto armado con ningún otro, cuyos ciudadanos –o al menos aquellos que no se manifiesten contrarios al poder establecido– no ven amenazada su integridad física; pero que, en cambio, deben soportar una autoridad opresora. Con ello quiero decir que un estado autocrático, no liberal, puede ser capaz de garantizar una paz imperfecta, donde no existe conflicto armado, pero donde, al mismo tiempo, se ejerce alguna clase de violencia sobre los ciudadanos, a los que se restringen sus derechos humanos y civiles.

Y es aquí donde entro a explicitar que supone la paz para mí. No es sólo una situación de ausencia de conflicto armado, sino una situación en la que se garantiza el respeto de la dignidad y libertad individual, tanto a título personal como colectivo; es decir, como miembro de una nación soberana, que es capaz de tomar sus propias decisiones de manera independiente. Es necesario un estado democrático –o mejor dicho, un conjunto de ellos– para asegurar esa PAZ con mayúsculas.

Y considerando la condición dualista de la naturaleza humana, en un contexto de intereses nacionales contrapuestos, sociedades donde conviven individuos que sustentan valores virtuosos con otros con intereses espurios, la paz no es algo que venga dado; no es un maná que cae del cielo o algo que esté en la naturaleza de las cosas y llegue como consecuencia natural de una bondadosa evolución humana. Paz es algo por lo que hay que luchar día a día.

El militar, encuadrado en un ejército regular incrustado en un estado democrático, lo hace con las armas, gestionando la fuerza que ese estado le otorga –Si vis pacem, para bellum. (Si quieres la paz, prepara la guerra)–. Lo hace normalmente mediante la disuasión, a través de una fuerza creíble que disuada a un hipotético adversario porque el daño que puede recibir en un enfrentamiento armado es superior a la ganancia a la que aspira. Y, en último extremo, cuando todo lo demás falla, lo hace utilizando esa fuerza en defensa de los propios intereses. El ciudadano no debe desentenderse de esa tarea, porque se juega mucho. Se juega su propia forma de vida, sus valores y principios, y su legado a los que le seguirán. Y la forma que tiene de hacerlo es, precisamente, ejerciendo una ciudadanía responsable –Si vis pacem, pugna pro pace–, como miembro comprometido de ese estado democrático que debe garantizar la paz y que, dada la enormidad del empeño, normalmente tendrá que hacerlo en alianza con otros estados con los que comparta valores y principios, cultura y civilización. El compromiso ciudadano es compatible con la crítica y la desaprobación, encauzadas democráticamente; pero debería alejarse del cortoplacismo –búsqueda de una ventaja inmediata en perjuicio de un dividendo estable en el futuro– y el sectarismo ideológico.

Para finalizar, quisiera volver a incidir en el título inicial de este artículo: si quieres la paz, trabaja por ella; no creas que está garantizada –algo que la historia y la propia actualidad nos enseña repetidamente–, no lo delegues en otros para después olvidarte. La paz, como el pez necesita el agua para vivir, requiere el respeto de la dignidad humana, los derechos individuales y colectivos y la legalidad internacional. Todo ciudadano de una sociedad avanzada y democrática tiene un papel que jugar en el mantenimiento de esos principios: el de la participación responsable en la toma de decisiones y el control democrático de quienes gobiernan.


Francisco Javier Aguirre Azaña.

Zaragoza, 27 de enero de 2025.


8 de mayo de 2025

Presentaciones del libro «Báguena, cuna de personajes históricos».


Fundación Campo de Daroca, 8 de mayo de 2025


Casino de Teruel, 29 de abril de 2025


Casa de Teruel en Zaragoza, 5 de abril de 2025


23 de abril de 2025

31 de enero de 2025

Nueva publicación.


DISPONIBLE EN:



Culturaliteraria.es         Elescritor.es         Elinfluencer.es         Literatos.es         Queleer.es

Thewritersociety         Tienesqueleerlo.com         Todocultura.es


Libro recomendado: Editorial Círculo Rojo


Se trata de un proyecto de recuperación y dignificación del patrimonio local de Báguena (pequeño pueblo turolense, aunque con una gran historia) que ayuda a comprender mejor la historia de Aragón y su impacto en la historia de España. La narración combina biografías, anécdotas y contexto histórico con precisión académica y gran detalle. El lenguaje claro, didáctico y respetuoso con los temas tratados, y el tono equilibrado entre lo divulgativo y lo académico, proporcionan una lectura enriquecedora y amena.

Además, incluye códigos QR que permiten el acceso a información adicional en formato multimedia (textos, fotografías y videos de homenajes, planos, publicaciones antiguas...), por lo que supone un formato muy novedoso, que va más allá del libro clásico.

Dirigido no sólo a historiadores, sino también a un público general interesado en el patrimonio cultural y en la figura de personajes olvidados o poco conocidos en la historia oficial.


Nuevo libro: Báguena, cuna de personajes históricos.

 


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Editorial Círculo Rojo

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© Francisco Javier Aguirre Azaña, Enero 2025.



Báguena, pequeño pueblo turolense con una gran historia, está situado en el fértil valle del curso medio del río Jiloca. Formó parte de la antigua Comunidad de Aldeas de Daroca y sus orígenes, al abrigo de una fortaleza templaria, se remontan al tercer cuarto del siglo XII. En esos ocho siglos y medio ha sido lugar de nacimiento de un número inusitado de personajes que hicieron historia y fueron un referente en las sociedades en que vivieron. Desde el alcaide Miguel de Bernabé (siglo XIV) hasta el sargento Mariano García Esteban (siglo XX), primer carrista laureado del Ejército español, este libro recoge siete de esos personajes.

Nueva edición: La Campaña de Teruel (diciembre 1937-febrero1938). La historia completa.



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© Francisco Javier Aguirre Azaña, Febrero 2025.




La segunda edición amplía y corrige a la primera. Se amplían, por ejemplo, detalles sobre la ayuda internacional recibida por los contendientes y se modifican parcialmente algunos textos correspondientes al Asalto de Singra y la Batalla del Alfambra. También se corrigen mapas del Asalto de Singra y de la Batalla del Alfambra. Por último, se modifican el Anexo 2 y el Anexo 3, ampliando los materiales de artillería ‒incluyendo ahora artillería antiaérea y contra-carro‒ y revisando las cifras de piezas de artillería y aviones a disposición ­de los dos bandos, así como añadiendo nueva información sobre tanques.

8 de octubre de 2024

Diario del Camino Primitivo de Santiago. De Lugo a Santiago de Compostela.


Diario del Camino Primitivo de Santiago.

De Lugo a Santiago de Compostela, con Ruta de los Hospitales previa.

Caminar y contarlo.


© Francisco Javier Aguirre Azaña


30 de septiembre de 2023, Borres.

De nuevo en el Camino. Vuelvo al Camino Primitivo -camino montañero, cuya dureza se ve compensada con creces disfrutando los parajes y paisajes que recorre-, con ánimo de completarlo. El año pasado, por estas fechas, lo hice desde Oviedo a Lugo. Ahora, quiero hacerlo desde Lugo hasta Santiago de Compostela.

Son tan sólo cuatro etapas, así es que mi plan es hacer primero la Ruta de los Hospitales, entre Borres y Berducedo. El año pasado lo hice por Pola de Allande: uno tiene que elegir una de las dos alternativas. Recuerdo una conversación con otros peregrinos sobre cuál era más duro, había división de opiniones. Está vez podré formular la mía propia. Lo que sí recuerdo es que la subida del Puerto del Palo desde Pola de Allande era una de las más duras -por longitud y desnivel- de todas las que he hecho en el Camino de Santiago. En la ruta de los hospitales el desnivel es menor, puesto que Borres está más alto que Pola.

Mi plan de marcha obliga a realizar un plan de transporte un poco enrevesado y, desde luego, sub-óptimo, con dos días adicionales de movimiento por carretera, uno antes de Borres y otro después de Berducedo. Además, al apurar los tiempos de hacer las reservas, no tengo billete en el autobús directo entre Zaragoza y Oviedo, por lo que tengo que salir unas horas antes, a las 19.30 de ayer, día 29, y hacer un transbordo de dos horas en Bilbao. Al llegar a Oviedo, a las 5 de la mañana -el conductor, que ejecutaba su oficio a gran velocidad, en unas carreteras nocturnas vacías, ha llegado antes de tiempo, privándome de un rato del corto sueño que he podido disfrutar-, otras cuatro horas de espera para coger el autobús a Tineo, lo que aprovecho para desayunar en la cafetería de la estación. Intentaba no dormirme durante el desplazamiento a Tineo, para no perderme el paisaje. Voy reconociendo los lugares por los que ya pasé andando hace un año, sobre todo las poblaciones, puesto que el Camino discurre apartado de la carretera, aunque se cruzan en ocasiones.

Era una situación extraña, sentado en medio de la noche, en el autobús o en sala de espera de la estación, me sentía como un ser incorpóreo, en calma, sin propósito, sin nada que hacer, tan sólo esperar que pase el tiempo y observar como los demás van de un sitio a otro con prisa, se afanan, viven sus vidas, en las que hay ambición, temor, ilusiones, desesperanza…

Tineo
Al llegar a Tineo, recuerdo perfectamente el lugar. La vista panorámica desde el mirador -donde han colocado el nombre del pueblo, en letras grandes de color verde-, es espectacular. Recuerdo que había un restaurante de comida casera y precio económico -también se llama Tineo-, así es que me dirijo hacia él, para comprobar si está abierto. Efectivamente, encuentro al dueño preparando las mesas. Me dice que abre a la una. Le pregunto si puedo dejar el trolley allí hasta la hora de comer, y accede amablemente. Ya sin maleta, me dedico a recorrer el pueblo, aunque ya lo conocía y no encuentro ninguna novedad. Compro un chubasquero que tiene buena pinta -la previsión para mañana es de lluvia débil durante todo el día, aunque el cielo aquí está más despejado que en Oviedo y la temperatura es más alta-. También voy a la Oficina de Turismo, donde me dejan recargar el móvil, que estaba prácticamente descargado, después de una noche de mucho uso.

Después de comer, contacto para que un taxi me venga a buscar para ir al albergue en Borres. Ya había acordado los transportes en taxi y de la maleta con TaxiCamino. El encargado -Tino- parece un tipo afable y en el que se puede confiar. Me recoge otra persona en la plaza del ayuntamiento y charlamos durante el camino. Entre mi duro oído y su cerrado acento asturiano, no me entero de algunas de las cosas que me dice, pero la travesía es agradable.

Borres
Una vez en el albergue me instalo en la habitación individual -sólo hay una-. Borres es un pequeño pueblo en el que sólo hay vacas. Su olor impregna el ambiente. También hay una pequeña iglesia -de fundación medieval, según reza un cartel en su entrada-, a la que hago algunas fotos.

Un pequeño bar, al lado del albergue, llamado: el barín, ofrece a los peregrinos menú y bocadillos, pero está cerrado por la mañana y el desayuno debe hacerse en máquinas: café y bollería industrial. De lo que si estoy seguro es que me acostaré temprano y dormiré a pierna suelta, después de una noche sin ver la cama. La jornada de mañana se presenta montañera y exigente, y hay que estar preparado.


Borres, 30 de septiembre de 2024.


1 de octubre de 2024, Borres – Berducedo.

Después de una noche de descanso reparador, inicio la jornada con optimismo. Amanece sin lluvia y con una temperatura agradable. Desayuno un café con leche y un bizcocho de máquina -como tenía previsto, ya que el barín no da desayunos- y comienzo a caminar pasados unos minutos de las ocho, con las primeras luces.

El camino se inicia con una subida fuerte y se mantendrá ascendente hasta llegar a la cota de los hospitales. La luz va descubriendo un cielo con nubes y claros, y el sol parece querer ganar su espacio. Pienso que con un poco de suerte no se cumplirá la predicción meteorológica de lluvia débil. Pero, me equivoco; a partir del primer hito (Hospital de Paradiella) la predicción se cumple con toda su crudeza: lluvia, aunque no muy fuerte, y viento, este sí, con rachas fuertes, lo que hace que la sensación térmica sea de frío. Me alegro de haber comprado ayer el chubasquero, que compruebo cumple bien su cometido.

Paradiella
Valparaiso

Fonfaraón

Los llamados “hospitales” están en ruina: tan sólo el segundo (Fonfaraón) conserva una habitación o sala techada, los otros dos (el primero, Paradiella, y el último, Valparaíso) no son más que un montón de piedras. Lo realmente fascinante debe ser el paisaje, que en algunos momentos las nubes parece que van a permitir ver, pero debo decir que no llego a disfrutarlo. En realidad, estamos en medio de las nubes, que están pegadas a las cumbres de las montañas. A las vacas que pastan libremente por la zona, parece no importarles demasiado.

Digo “estamos” porque a pesar de caminar solo, no son pocos los peregrinos con los que comparto jornada: calculo que de Borres hemos salido quince o veinte, otros pueden tener otra procedencia, como Samblismo. A poca distancia de Borres, en la bifurcación del camino que sube a los hospitales, me encuentro una auténtica manada de diez o doce peregrinos, de los que yo llamo “peregrino oveja”, con fuerte espíritu gregario; como monopolizan el cruce de caminos, no puedo sacar una foto de los dos mojones indicando direcciones distintas. Después, adelanto algún pequeño grupo más, otros me volverán a pasar cuando haga un alto.

Poco a poco, entre lluvia y viento, avanzo. Hago una parada de unos pocos minutos, intentando protegerme del viento con unas piedras, sentándome en las más bajas. Allí, en medio de ese paisaje estepario, en lo que la niebla permite ver, bajo una fría llovizna, me viene a la mente la imagen de Amundsen esperando su destino, perdido en el Ártico. Aunque mi situación no es, ni mucho menos, tan dramática. Se que un poco más adelante hay una carretera. Como decía, avanzo, aunque, a un ritmo más lento del que esperaba. La previsión de seis horas y media para cubrir poco más de 24 kilómetros se mostrará acertada: sólo me sobrarán ocho minutos.

Llego al Alto de la Marta (1105 metros), donde cruza la carretera y algún avispado taxista ha dejado su número -seguro que más de uno se rinde y le llama-, y media hora después al Puerto del Palo. Aquí finaliza la Ruta de los Hospitales y se entra en la ruta que viene de Pola de Allande. Este tramo ya lo realicé el año pasado y lo voy recordando conforme paso: la primera bajada del Puerto del Palo, empinada y con piedra suelta; la pequeña capilla de Santiago de Montefurado, en una pequeña aldea que parece abandonada -tal vez, alguna casa utilizada por algún vaquero-; la iglesia de Santa María del Lago, con su mítico tejo anejo -los tejos, desgraciadamente en retroceso, son abundantes en esta zona-.

Llego al albergue Camino Primitivo, en Berducedo, antes de las tres. Llueve y lo seguirá haciendo, incluso más fuerte, durante toda la tarde. Afortunadamente, me asignan la cama baja de la litera. El trolley no llega hasta dos horas más tarde; Tino se disculpa: “problemas de coordinación”. Mi buena opinión sobre él decae bastante, pero no le digo nada; puesto que mañana dependo otra vez de él para que me mande un taxi. Menos mal que en la mochila llevo ropa para cambiarme y abrigarme -la que llevaba puesta estaba completamente empapada de sudor-. La atenta encargada del albergue me deja unos zuecos de goma, ya que en el albergue no se puede entrar con las botas, manchadas de barro. Llama varias veces para preguntar por la maleta. Por fin, cuando llega el trolley, puedo ducharme y cambiarme.

El albergue está atestado. La mayor parte de los peregrinos son extranjeros -no sé si es la denominación correcta, porque tal vez muchos de ellos no se consideren tal, o ni siquiera entiendan el concepto-, sobre todo angloparlantes y franceses. Otros hablan idiomas que soy incapaz de identificar. Es sorprendente la capacidad de la encargada, una muchacha joven, de hacerse entender por los extranjeros sin hablar inglés o francés, dado que muchos de estos tampoco saben una palabra de español. Está claro que cuando hay voluntad de entenderse no es necesario tener una lengua común.

Como la lluvia impide estar en la amplia terraza exterior, el espacio común en la zona del bar se queda pequeño. Hay que agarrar una silla y no soltarla. También los servicios son escasos: dos lavabos, dos duchas y dos sanitarios para hombres. Tampoco puedo realizar las tareas habituales de lavar calcetines, calzoncillo y camiseta. Lo haré mañana, tranquilamente, en Lugo.

La situación me reafirma en mi criterio de evitar albergues con dormitorios comunales siempre que pueda. Aunque, obviamente, sea más caro, prefiero una habitación individual para poder gozar de intimidad.

Hay que cenar antes de la ocho. Paso la tarde escribiendo este diario y enviando mensajes a la familia con fotos y las novedades de la jornada. Contacto para confirmar que necesito un taxi para mañana, antes de las ocho y media. Tengo que ir a Fonsagrada, ya en Galicia, para tomar allí el autobús de Lugo. Aquí, los autobuses que pasan por estos pueblos limitan su recorrido a Asturias, no pasan a otra comunidad autónoma. Veremos que tal se da la dormida en comunidad de esta noche.


Berducedo, 1 de octubre de 2024.


2 de octubre de 2024, Lugo.

Día de tránsito, sin andada. Mi plan es llegar a Lugo para iniciar allí, mañana, el tramo final del Camino Primitivo que me falta por hacer -el año pasado hice Oviedo-Lugo-.

Sigue lloviendo. Al parecer, lo ha hecho toda la noche. Los peregrinos se enfundan en sus prendas de lluvia: capas, ponchos, pantalones y trajes de lluvia, fundas de mochila, polainas… Yo me congratulo por no tener que hacer lo mismo, tan sólo me pongo un sombrero de lluvia.

La cafetería del albergue no abre para el desayuno, hay que ir al bar-tienda del pueblo que está un poco más arriba. El pequeño salón está abarrotado, la señora que lo atiende no da abasto. Sólo hay café con leche, zumo de naranja y magdalenas.

El taxi, que había apalabrado previamente, llega a su hora. No obstante, unos minutos antes llamo a Tino para asegurarme de que no hay problema; como dije anteriormente, mi confianza en él había decaído bastante tras el incidente de la maleta. Hoy, todo va bien. Recogemos una pareja en Grandas de Salime y llegamos a Fonsagrada sin novedad. Durante el recorrido reconozco algunos lugares por los que pasamos y hago memoria de lo andado el año pasado. Sigue lloviendo con fuerza. El taxista se disculpa por el retraso de ayer con la maleta y me hace un descuento de 5 euros; según él, porque según mis cuentas son 2 euros, pero yo se lo agradezco sinceramente, contento de poder tomar el autobús a Lugo sin contratiempos.

En el autobús encuentro a un canario -lo reconozco por el acento y el vocabulario que usa al hablar por teléfono-; me dice que es de Fuerteventura. Yo rememoro con él los lugares que conozco de la isla, de cuando estuve destinado en Las Palmas de Gran Canaria. Va con la bicicleta y ayer se le rompió el cable del cambio de marchas, la lleva en el autobús para repararla en Lugo. Nos despedimos cuando el autobús llega a su destino, deseo suerte y “buen Camino” al majorero. 

El autobús llega completo, pues dado el mal día que hace, algunos peregrinos han optado por dejar de andar y coger el autobús. Continúa lloviendo con ganas. Al llegar al hotel, lavo en el lavabo la ropa que no pude lavar ayer en el albergue. Después la pongo a secar, para volver a utilizarla mañana.

Catedral
Puerta Santiago
Murallas

Por la tarde, selló la credencial de peregrino y visito la catedral, después recorro las impresionantes murallas lucenses, a las que se puede subir libremente por la puerta de Santiago, enfrente de la catedral. La zona de bares próxima a la catedral se anima a la hora de la cena. Se siente en el ambiente las próxima fiesta de San Froilán, patrón de la ciudad, que se comenzarán a celebrar dentro de dos días. Poco a poco la lluvia se ha ido aplacando. La previsión es que mañana no lloverá


Lugo, 2 de octubre de 2024.


3 de octubre de 2024, Lugo – Ferreira.

Amanece seco. Al haberme alojado en un hotel, aprovecho desayunando en el buffet libre, lo que me permite aprovisionarme con un par de pequeños bocadillos de jamón y salchichón y un plátano, que serán mi comida cuando acabe de andar -eso sí, acompañados de una cerveza fresca-. Es la opción que prefiero y práctico cuando las circunstancias me lo permiten: comida ligera después de la andada y cena sustanciosa y temprana.

Ponte Vella
La marcha transcurre sin grandes novedades. El cielo está cubierto, pero no llueve; la temperatura es agradable. Es un día ideal para andar. A las 8.15 estoy en la puerta de Santiago, en la muralla, en frente de la entrada a la Catedral de Lugo. Hay que descender por la Rúa de Santiago hasta el río Miño y cruzarlo por un majestuoso puente romano: Ponte Vella. Allí, veo que haré parte del recorrido sobre una calzada romana: la Vía XIX. La vista del río y el puente, con la ciudad en lo alto, todavía cubierta de bruma matinal, es realmente bonita. Un poco más adelante, la pequeña iglesia del antiguo lazareto de la ciudad -dedicada a San Lázaro, como corresponde- está abierta. Una chica joven atiende a los peregrinos y pone el sello correspondiente en las credenciales. Me explica un poco el origen de la iglesia y hablamos de que es una pena que muchas iglesias del Camino estén cerradas y no se puedan visitar porque no hay nadie que las atienda.

Los 26 kilómetros que llevan a la pequeña población de Ferreira transcurren, en su mayor parte, por carretera. Afortunadamente, el tráfico es muy escaso y, en algunos lugares, incluso inexistente. Sólo en algunos tramos se camina por tierra. Vuelven a abundar castaños y robles que depositan su fruto en el suelo, también helechos, eucaliptos y abetos que no soy capaz de distinguir.

Hasta el kilómetro 9 no hay ningún sitio para parar y tomar un café. Allí, se encuentra una especie de refugio en piedra, con máquinas de autoservicio, sillas y un servicio para los peregrinos. En la casa de enfrente, un altavoz emite una música relajante. Es de agradecer que alguien proporcione esos servicios a los peregrinos, pero se echa de menos la atención personal. Yo, después de descansar unos minutos, continúo mi marcha sin tomar nada. Evito el trato con las máquinas, ya sea expendedoras de café o esas con las que tratas por teléfono, que ahora incluso te llaman ellas, no sé para qué, porque nunca las escucho. Solo en el último tercio del recorrido se encuentran albergues, bares y los sitios de descanso habituales en el Camino. A esta altura, yo prefiero completar la jornada y comer después. Unos tragos de agua, unos minutos de descanso a la entrada de una pequeña iglesia (parroquia de San Romao da Retorta) rodeada por un cementerio, como es habitual en Galicia, y adelante.

Me avisan por WhatsApp de que me cambian el alojamiento y me pasan a un apartamento completo, manteniendo el precio. El sitio está a la entrada del pueblo y tiene un nombre revelador: KM 73 -la distancia que queda hasta Santiago-; es amplio y está nuevo. Yo realmente no necesito tanto. Tengo que acarrear el trolley que dejaron en el alojamiento que había reservado, y mañana tendré que volver a llevarlo para evitar posibles malentendidos. No es un gran inconveniente porque iré a desayunar allí y no hay que desviarse del Camino.

Ferreira. Puente romano

Ferreira es un pequeño núcleo de casas, cuyo centro social más importante, el bar, está fuera del pueblo, en la carretera que pasa por encima. Ni siquiera tiene iglesia, pero lo que si tiene es un pequeño puente romano que estaba en la vía que lleva de Lugo a Ira Flavia. Su importancia se basa en estar a una distancia de Lugo que es la que puede andar un caminante en un solo día y estar a mitad de camino entre Lugo y la unión del Camino Primitivo y el Francés, que se produce en Melide. Lo que le hace merecedor de contar con tres alojamientos para peregrinos.


Ferreira, 3 de octubre de 2024.


4 de octubre de 2024, Ferreira – Ribadiso da Baixo.

Cuando abandono mí alojamiento es todavía de noche. Recorro a oscuras los 500 metros que me separan del lugar donde desayunaré, tirando del trolley, que debo dejar en ese mismo sitio. Alguna farola, aquí y allá, rompe la nocturnidad brevemente. Después de desayunar me pongo en marcha con las primeras luces, atravesando el puente romano de Ferreira -un solo ojo y unos diez metros de longitud-.

La jornada de hoy será muy parecida a la de ayer, discurre también en parte sobre asfalto, aunque menos. El paisaje, similar, con mayor número de campos de maíz. Lo que difiere es la distancia: casi 32 kilómetros, que recorreré a un ritmo de cinco kilómetros por hora.

Toques

Es la etapa más larga de la ruta y me concentro en andar a un ritmo constante, sin distracciones. Para ello uso los bastones desde el primer momento -es como subirse en una bicicleta y empezar a pedalear-, a pesar de que el relieve y el estado del camino, que es bueno, no lo precisan. El objetivo es llegar con los pies en buen estado y las piernas enteras, aunque, obviamente, lo haga cansado.

La distancia entre Ferreira y Melide es de 20 kilómetros. Me propongo hacerla en cuatro horas. Hago una parada de diez minutos a las dos horas. Allí me encuentro en el suelo unas monedas que totalizan 1,55 euros. Pienso: “El próximo café, a cuenta del despistado que las ha perdido”. A mitad de distancia se llega a un alto del terreno desde el que se divisa Melide, aun a más de 10 kilómetros.

Llego a Melide con unos minutos más sobre las cuatro horas. Entro en el antiguo hospital de peregrinos, actualmente un museo, junto a la Iglesia de San Pedro, para que me sellen la credencial. Voy a hacer un descanso largo antes de afrontar los 11 kilómetros que restan. Me siento en la terraza de un bar en la Plaza de la Hierba, me quito las botas y con la consumición del bar me como una barrita de muesli con chocolate -energía para afrontar el próximo esfuerzo-. El tiempo, que al comienzo del día era como el de ayer: nublado y 16º, ha ido cambiando a soleado. La temperatura va subiendo. Yo me quedo en camiseta y saco las gafas de sol, aunque no el sombrero. El sol comparte cielo con las nubes, pero no es fuerte. Reanudo la marcha, ahora ya por el Camino Francés.

Habitualmente, mientras camino, pienso en mil cosas. Una de ellas es calcular el número de peregrinos que hacen el mismo tramo que yo: cuento los que voy adelantando y los que me sobrepasan -muy pocos me adelantan cuando camino, pero lo hacen cuando hago un alto-. Por ejemplo, cálculo que en Ferreira, contando la gente que hemos coincidido en el bar, la cena y el desayuno en el albergue, hemos pernoctado unos quince peregrinos. A partir de Melide, donde se unen Camino Primitivo y Francés, es imposible hacer ese cálculo. El número de peregrinos en el Camino Francés se multiplica, hay multitud de alojamientos que se encuentran en todos los pueblos y muchas casas de campo, las opciones de distancia a cubrir en el día son múltiples.

Al salir de Melide elaboro mi plan de acción para el resto de jornada: tendré que comer algo antes de llegar al final de etapa, que no podrá ser antes de pasadas las tres. Boente, a cinco kilómetros y medio, es una buena opción. Después, aproximadamente una hora más andando no es excesivo.

El primer bar que encuentra el peregrino en Boente es un Beergarden llamado “El Alemán”, que se anuncia, igualmente, en alemán. No es que no me guste la comida alemana -el codillo asado bávaro y las salchichas de Nuremberg me encantan, por no hablar del apfelstrudel-, pero creo que Galicia ofrece opciones mucho más apetecibles y en consonancia con el espíritu peregrino. En el que hay a la salida del pueblo, el paisano que atiende me dice que no le queda nada, que hoy no le han suministrado ni siquiera el pan, pero que en el próximo pueblo, a kilómetro y medio, hay dos bares más dónde comer. Me dirijo allí, el primero es un albergue cuyo aspecto no me convence. Mi experiencia en el Camino Francés, cerca ya de Santiago, es que la masificación de “presuntos” peregrinos -el fenómeno se puede considerar ya como otro hito más de turismo de masas- ha hecho que muchos de los antiguos hospederos pierdan tal carácter y se hayan convertido en ambiciosos hosteleros que ofrecen un producto pobre a precios altos. Así pues, la única opción que me queda es el bar siguiente. No tiene una carta muy extensa. Me inclino por tomar una comida ligera -ya cenaré más fuerte- y pido a la simpática chica que atiende una ración del famoso queso de Arzúa -ya estamos en el Concejo de Arzúa-, le pregunto si lo puede completar con membrillo, a lo que me contesta que tiene un membrillo casero que está mejor que el queso. Membrillo (con nueces) y queso están de muerte después de 28 kilómetros. Yo ensalzo particularmente el membrillo para halagar a la encargada del bar, pues supongo que lo ha hecho ella o alguna persona próxima.

Después, los últimos tres kilómetros. Con el estómago contento, bajo un sol acariciador y a la sombra de una rica vegetación, es un paseo muy agradable.

Ribadixo da Baixo
Llego a Ribadiso da Baixo cerca de las cuatro de la tarde. Es pequeño, pero bonito. Se entra en el pueblo por un sólido puente romano sobre el río Iso. Anejo, a la derecha, el hospital de peregrinos, en piedra, reconvertido en albergue por la Junta de Galicia. Unas pocas casas a lo largo de la única calle que constituye el Camino, un restaurante y dos albergues privados más. El mío, albergue Los Caminantes, me proporciona una habitación individual más parca que la celda de un monje de la más severa y ruda orden monástica que pueda existir. Es un habitáculo cuya puerta da directamente a la calle. En el lavabo apenas caben las dos manos juntas; la ducha, con pulsador que no permite regular la temperatura del agua; no hay ventana, tal vez porque la habitación es tan pequeña que no cabe. Por el precio que pagué, yo esperaba bastante más. En fin, otra muestra de lo que señalaba anteriormente sobre los empresarios usureros. A pesar de todo, cubre las necesidades básicas y estoy seguro de que descansaré bien.


Ribadiso da Baixo, 4 de octubre de 2024.


5 de octubre de 2024, Ribadiso da Baixo – Amenal.

Cuando salgo de mi habitáculo, veo que el suelo está mojado. No llueve. El albergue no da desayunos, así es que me dirijo a desayunar al mismo bar-restaurante en el que cené anoche, unos metros más abajo. Al salir del desayuno ya ha comenzado a llover ligeramente.

La predicción era que empezaría a llover a las nueve, e iría de menos a más, durante todo el día. Yo me equipo con pantalón de lluvia y chubasquero, la mochila envuelta en su funda de plástico. Salgo a oscuras, antes de las ocho de la mañana. Mi plan es andar a buen ritmo, parar poco y cubrir los 25,5 kilómetros en el menor tiempo posible: el objetivo es hacer la marcha en 5 horas.

Antes de las 8,30 estoy en Arzúa. Adelanto a una japonesa que ya vi ayer; hace el Camino con botas de goma, de lluvia, de esas con la suela plana; al menos hoy le serán de utilidad, aunque lleva el talón derecho con una raja vertical. Es un ejemplo de lo que yo llamo “peregrino guiri”: parece que no entiende y no se entera de nada, observa las cosas con una expresión que no se sabe si es de curiosidad o de pasmo.

Arzúa
Conforme avanza la mañana la lluvia se intensifica y en ocasiones llega a ser torrencial. Los caminos se convierten en riachuelos; se puede saber si el camino sube o baja viendo la dirección del agua: hacia atrás o hacia adelante. Yo camino concentrado en el suelo, tratando de evitar charcos y barro; también hay que ir evitando al resto de peregrinos -hay cientos- que van más despacio, en grupos, impidiendo el paso, alguno cambia de dirección… En esos momentos yo pongo los palos horizontales y avanzo sin contemplaciones. No me fijo en los lugares por los que paso, ni siquiera paro de vez en cuando para tomar fotografías, como hago otros días.

Mientras camino si que tengo tiempo de pensar, y pienso que me ratifico en mi idea adquirida cuando terminé el Camino Francés hace un par de años: no me gusta la concentración de peregrinos que se produce en las etapas próximas a Santiago. Todo está masificado, se pierde la condición de peregrino y uno se convierte en miembro de una masa de turistas. Te tratan como tal en el albergue, en el restaurante, en los negocios, por la calle… Hay que aguantar gritos, risas y carcajadas improcedentes. Todo es un guirigay de gentes que hablan idiomas distintos y corren para coger sitio en la terraza, en la barra del bar, en la cola del servicio… Escuchas “Oh my god” cada cinco minutos -muchos de los que utilizan esa típica expresión anglo-americana lo hacen de modo snob, parece que quieren demostrar algo, aunque nunca he sabido qué-. Este no es el Camino que yo busco.

Intento ser positivo y me contrargumento que es estimulante que tanta gente, de diferentes partes del mundo, acuda a Santiago de Compostela buscando algo espiritual, que ancianos o personas con limitaciones físicas hagan este esfuerzo. Pero, me pregunto: ¿qué diría el propio Santo si levantase la cabeza y viese en lo que se ha convertido su Camino? Lo que decido es que esta es la última vez que entro en Santiago. Si continúo acudiendo al Camino, lo haré yendo a aquellos tramos en los que no se produce esta masificación.

Hago un descanso de quince minutos a los 9 kilómetros. Aprovecho para tomar un café con leche y un cruasán. El local está abarrotado de peregrinos, todos chorreamos agua. Lo mismo en el siguiente alto, en el kilómetro 18. Está vez tomo una coca cola, estoy sediento. He llegado a situarme en la cabeza de la columna multicolor de peregrinos. Mientras caminaba, he sobrepasado a centenares de ellos -literalmente-. A mí me han pasado dos hombres jóvenes.

Antes de la una y media llego a mi destino: Pensión Km 15, en Amenal, que curiosamente se encuentra junto al mojón del kilómetro 16 del Camino de Santiago. Han sido cuatro horas y cincuenta minutos de andada, descansos aparte, todo el tiempo bajo la lluvia. El trolley todavía no ha llegado -el compromiso del transportista es entregarlo antes de las dos y media, y efectivamente llega diez minutos antes de esa hora-. Aunque en la mochila no llevo ropa suficiente para cambiarme -sólo una camiseta y un niqui, afortunadamente secos por estar envueltos en una bolsa de plástico-, utilizaré las toallas. Me desvisto y me ducho. Toda la ropa chorrea agua, incluidos calcetines, camiseta y calzoncillo, las botas mojadas por fuera y por dentro, la mochila y su contenido también mojados: el agua ha entrado por el espacio entre mi espalda y el arnés. Al poco me suben la maleta que acaba de llegar. De nuevo me siento persona.

Voy a comer a un restaurante situado a 100 metros. También abarrotado, aunque tengo suerte y el camarero me atiende con prontitud -churrasco de ternera y pimientos de padrón-, pero todo el mundo está nervioso, los clientes empapados y cansados, los camareros que no dan abasto para atenderles. Surge una discusión que amaina, sin consecuencias, prontamente.

Por la tarde, me dedico principalmente a secar todo lo que llevaba encima. Incluidas botas y mochila. Afortunadamente en la habitación hay un secador, que no paro de usar en toda la tarde. También hay un radiador eléctrico que enchufo para secar la ropa. Como no hace frío, tengo que abrir las ventanas para compensar el efecto del calefactor. Tengo que cenar en el mismo lugar donde he comido, el único sitio que hay en los alrededores. Amenal es un grupo de casas que se extienden alrededor del cruce de la carretera nacional y el Camino de Santiago.


Amenal, 5 de octubre de 2024.


6 de octubre de 2024, Amenal – Santiago de Compostela.

Me despierto antes de que suene la alarma del móvil. Así es que decido emprender la marcha cuanto antes, para llegar a Santiago también cuanto antes. El bar de la pensión, que cerró ayer a las cuatro de la tarde, ya está abierto. Sólo está el propietario, colocando las cosas. Desayuno café con leche y pan tostado con mantequilla y mermelada, como lo he hecho todos los días. Cuando caminaba por Navarra, Logroño, Burgos… el desayuno del peregrino solía complementarse con zumo de naranja, fiambre, magdalenas y fruta; se ve que conforme uno se aproxima a Santiago, y la distancia disminuye, también lo hacen las calorías proporcionadas al peregrino para que pueda llegar a su meta.

Cuando comienzo a andar son las 7.25, noche oscura. Hace ya rato, por lo menos una hora, que hay peregrinos marchando. No son muchos, pero lo hacen con continuidad. Al principio, utilizo la linterna del móvil para ver donde piso. Enseguida me coloco entre otros peregrinos que llevan sus propias luces y apago la mía. Adapto mi paso al del que va unos pasos delante, alumbrando el camino; los de detrás proporcionan ráfagas de iluminación adicional. Es una experiencia interesante hacer esta marcha nocturna -que algunos hacen todos los días-, pero creo que innecesaria, puesto que el día es largo, salvo en un día excepcional, como es el de llegada a Santiago.

Iglesia Sta. Lucía
Paso por la Iglesia de Santa Lucía, en el término de San Paio. Cuando amanece, me encuentro caminando entre pinos junto a la valla del aeropuerto. El cielo está cubierto, como los días anteriores, pero de momento está seco. La predicción para hoy también es de lluvia. En San Paio, entro en su iglesia (San Pelayo) y un voluntario me sella la credencial. Según la tradición, San Pelayo es el eremita que descubrió la tumba de Santiago siguiendo el rayo de luz de una estrella en el Campo Stellae, Campo de las Estrellas o Compostela.

Veo varias furgonetas que dejan grupos de peregrinos a distintas distancias de Santiago: doce kilómetros, seis kilómetros.

Monte del Gozo
A las dos horas -quedan seis kilómetros- me obligo a hacer un alto de 10 minutos. Tomo un cortado y continúo caminando. Enseguida llego al Monte del Gozo. Efectivamente, es gozo lo que experimenta el peregrino cuando divisa desde aquí la catedral de Santiago de Compostela y ve que su esfuerzo de tantos días va a alcanzar su recompensa en breve. Vuelvo a sellar la credencial en la pequeña capilla de San Marcos, junto al Camino.

Hay que bajar el Monte del Gozo y volver a subir hacia Santiago, donde se entra por el barrio de San Lázaro. Comienza a llover y así lo hará durante el resto del día, a ratos con bastante intensidad. Yo pongo la funda de plástico para proteger la mochila y me calo el gorro de lluvia. De momento es suficiente, pero después volveré a terminar con toda la ropa mojada y así pasaré la mañana hasta que pueda acudir al hostal: Santiago bien vale un resfriado.


Continúo siguiendo las indicaciones que guían a través de las calles de Santiago, paso por el Monasterio de San Martín Pinario y entro en la Plaza del Obradoiro por el túnel donde siempre hay un gaitero tocando su gaita. Llueve con fuerza. Doblo a la izquierda para contemplar unos momentos la fachada de la catedral, pero me dirijo rápidamente a la Oficina del Peregrino, en la calle Carretas que baja por la derecha. Quiero sellar la credencial -último sello y el más importante-, y sacar la Compostela que acredita haber realizado el Camino, y el certificado de distancia recorrida. Son las 10.30 y quiero adelantarme a la multitud de peregrinos que irá llegando. El proceso es rápido, a pesar de que ya hay bastantes personas. Primero, introducir los datos personales en un terminal y recoger un número. Después, esperar a que llamen ese número. Hay muchos voluntarios atendiendo y me llaman en pocos minutos; inmediatamente, con los datos introducidos, me entregan Compostela y certificado de distancia. El último, hay que pagarlo (3€) en otro stand. La señora que me atiende pregunta si he venido por la Pola o por Hospitales, yo orgullosamente le respondo que he hecho las dos rutas.

Una vez realizado el trámite “administrativo” me dirijo a la catedral. Es domingo y hay muchísima gente. Se entra por la Plaza Platerías y hay que hacer cola -no ha parado de llover y yo ya estoy completamente empapado-. Una vez dentro, intento pasar por el Santo, pero no se puede hasta después de la misa del peregrino que comienza a las doce. Busco un sitio para esperar y me coloco, de pie, en el crucero, desde donde puedo ver el altar. Los guardias de seguridad son bastante estrictos, no permiten hacer fotografías, utilizar móviles, hablar o deambular por las naves hasta que acabe la misa.

Tras media hora de espera, comienza la misa de peregrinos. Una misa católica solemne, en un escenario grandioso como es una catedral, es un espectáculo magnífico: tanto visual (el colorido ropaje de los sacerdotes, el fuego de las velas, las imágenes doradas…), como auditivo (la música de órgano, el canto, en este caso de una muchacha con la voz angelical); también olfativo (el incienso, utilizado con profusión en la Catedral de Santiago), e incluso gustativo, para los comulgantes. También la entrada y salida de los sacerdotes es impresionante: una procesión de quince sacerdotes con casullas verdes, dos sacristanes en blanco y otro hombre con hábito pardo que actúa como maestro de ceremonia indicando a los demás que hacer, todos ellos precediendo al arzobispo, con su mitra y báculo obispal. Hay sacerdotes de varias nacionalidades y partes de la misa que se dicen en otros idiomas. Incluso el arzobispo saluda a los peregrinos en varios idiomas: alemán, inglés, francés, italiano y portugués, además de español. De su homilía, me gustan unas palabras en las que apunta que el peregrino sabe cuál es su meta, pero que en el mundo actual muchos, más que peregrinos, son fugitivos.

Después de la misa, hay que salir de la catedral y volver a entrar por la Plaza Quintana para pasar a ver al Santo. Yo cumplo con el rito de subir las escaleras detrás del altar mayor, abrazar la efigie de Santiago -hace dos años, cuando finalicé el Camino Francés, no pude porque seguían las restricciones impuestas durante la pandemia del COVID- y después bajar por otras escaleras, aún más estrechas, para visitar el sepulcro de Santiago. Finalmente, me dirijo a la Plaza del Obradoiro para hacerme la fotografía enfrente de la fachada principal de la catedral. Intercambio de disparos de fotos con los móviles con dos mujeres italianas, de Padova. Después de años sin utilizar el italiano, aún soy capaz de hablar unas pocas palabras con ellas y les encomio la catedral de San Antonio.


Por la tarde, después de ducharme y cambiarme de ropa en el hotel, y comer un pulpo a feira -no podía irme de Galicia sin hacerlo-, visito el recientemente restaurado pórtico de la gloria: es magnífico, espléndido, soberbio. Merece la pena pagar la visita, que no es nada barata aunque incluya el museo de la catedral.

Y con esto doy por terminado mi segundo Camino de Santiago. No sé si realizaré otro Camino completo, pero estoy seguro de que mientras viva, seguiré haciendo más caminos.


Tren Santiago de Compostela - Madrid, 7 octubre 2024.