31 de enero de 2025

Nueva publicación


DISPONIBLE EN:


Se trata de un proyecto de recuperación y dignificación del patrimonio local de Báguena (pequeño pueblo turolense, aunque con una gran historia) que ayuda a comprender mejor la historia de Aragón y su impacto en la historia de España. La narración combina biografías, anécdotas y contexto histórico con precisión académica y gran detalle. El lenguaje claro, didáctico y respetuoso con los temas tratados, y el tono equilibrado entre lo divulgativo y lo académico, proporcionan una lectura enriquecedora y amena.

Además, incluye códigos QR que permiten el acceso a información adicional en formato multimedia (textos, fotografías y videos de homenajes, planos, publicaciones antiguas...), por lo que supone un formato muy novedoso, que va más allá del libro clásico.

Dirigido no sólo a historiadores, sino también a un público general interesado en el patrimonio cultural y en la figura de personajes olvidados o poco conocidos en la historia oficial.


Nuevo libro: Báguena, cuna de personajes históricos.

 


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Editorial Círculo Rojo

Libros.CC


© Francisco Javier Aguirre Azaña, Enero 2025.



Báguena, pequeño pueblo turolense con una gran historia, está situado en el fértil valle del curso medio del río Jiloca. Formó parte de la antigua Comunidad de Aldeas de Daroca y sus orígenes, al abrigo de una fortaleza templaria, se remontan al tercer cuarto del siglo XII. En esos ocho siglos y medio ha sido lugar de nacimiento de un número inusitado de personajes que hicieron historia y fueron un referente en las sociedades en que vivieron. Desde el alcaide Miguel de Bernabé (siglo XIV) hasta el sargento Mariano García Esteban (siglo XX), primer carrista laureado del Ejército español, este libro recoge siete de esos personajes.

Nueva edición: La Campaña de Teruel (diciembre 1937-febrero1938). La historia completa.



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© Francisco Javier Aguirre Azaña, Febrero 2025.




La segunda edición amplía y corrige a la primera. Se amplían, por ejemplo, detalles sobre la ayuda internacional recibida por los contendientes y se modifican parcialmente algunos textos correspondientes al Asalto de Singra y la Batalla del Alfambra. También se corrigen mapas del Asalto de Singra y de la Batalla del Alfambra. Por último, se modifican el Anexo 2 y el Anexo 3, ampliando los materiales de artillería ‒incluyendo ahora artillería antiaérea y contra-carro‒ y revisando las cifras de piezas de artillería y aviones a disposición ­de los dos bandos, así como añadiendo nueva información sobre tanques.

8 de octubre de 2024

Diario del Camino Primitivo de Santiago. De Lugo a Santiago de Compostela.


Diario del Camino Primitivo de Santiago.

De Lugo a Santiago de Compostela, con Ruta de los Hospitales previa.

Caminar y contarlo.


© Francisco Javier Aguirre Azaña


30 de septiembre de 2023, Borres.

De nuevo en el Camino. Vuelvo al Camino Primitivo -camino montañero, cuya dureza se ve compensada con creces disfrutando los parajes y paisajes que recorre-, con ánimo de completarlo. El año pasado, por estas fechas, lo hice desde Oviedo a Lugo. Ahora, quiero hacerlo desde Lugo hasta Santiago de Compostela.

Son tan sólo cuatro etapas, así es que mi plan es hacer primero la Ruta de los Hospitales, entre Borres y Berducedo. El año pasado lo hice por Pola de Allande: uno tiene que elegir una de las dos alternativas. Recuerdo una conversación con otros peregrinos sobre cuál era más duro, había división de opiniones. Está vez podré formular la mía propia. Lo que sí recuerdo es que la subida del Puerto del Palo desde Pola de Allande era una de las más duras -por longitud y desnivel- de todas las que he hecho en el Camino de Santiago. En la ruta de los hospitales el desnivel es menor, puesto que Borres está más alto que Pola.

Mi plan de marcha obliga a realizar un plan de transporte un poco enrevesado y, desde luego, sub-óptimo, con dos días adicionales de movimiento por carretera, uno antes de Borres y otro después de Berducedo. Además, al apurar los tiempos de hacer las reservas, no tengo billete en el autobús directo entre Zaragoza y Oviedo, por lo que tengo que salir unas horas antes, a las 19.30 de ayer, día 29, y hacer un transbordo de dos horas en Bilbao. Al llegar a Oviedo, a las 5 de la mañana -el conductor, que ejecutaba su oficio a gran velocidad, en unas carreteras nocturnas vacías, ha llegado antes de tiempo, privándome de un rato del corto sueño que he podido disfrutar-, otras cuatro horas de espera para coger el autobús a Tineo, lo que aprovecho para desayunar en la cafetería de la estación. Intentaba no dormirme durante el desplazamiento a Tineo, para no perderme el paisaje. Voy reconociendo los lugares por los que ya pasé andando hace un año, sobre todo las poblaciones, puesto que el Camino discurre apartado de la carretera, aunque se cruzan en ocasiones.

Era una situación extraña, sentado en medio de la noche, en el autobús o en sala de espera de la estación, me sentía como un ser incorpóreo, en calma, sin propósito, sin nada que hacer, tan sólo esperar que pase el tiempo y observar como los demás van de un sitio a otro con prisa, se afanan, viven sus vidas, en las que hay ambición, temor, ilusiones, desesperanza…

Tineo
Al llegar a Tineo, recuerdo perfectamente el lugar. La vista panorámica desde el mirador -donde han colocado el nombre del pueblo, en letras grandes de color verde-, es espectacular. Recuerdo que había un restaurante de comida casera y precio económico -también se llama Tineo-, así es que me dirijo hacia él, para comprobar si está abierto. Efectivamente, encuentro al dueño preparando las mesas. Me dice que abre a la una. Le pregunto si puedo dejar el trolley allí hasta la hora de comer, y accede amablemente. Ya sin maleta, me dedico a recorrer el pueblo, aunque ya lo conocía y no encuentro ninguna novedad. Compro un chubasquero que tiene buena pinta -la previsión para mañana es de lluvia débil durante todo el día, aunque el cielo aquí está más despejado que en Oviedo y la temperatura es más alta-. También voy a la Oficina de Turismo, donde me dejan recargar el móvil, que estaba prácticamente descargado, después de una noche de mucho uso.

Después de comer, contacto para que un taxi me venga a buscar para ir al albergue en Borres. Ya había acordado los transportes en taxi y de la maleta con TaxiCamino. El encargado -Tino- parece un tipo afable y en el que se puede confiar. Me recoge otra persona en la plaza del ayuntamiento y charlamos durante el camino. Entre mi duro oído y su cerrado acento asturiano, no me entero de algunas de las cosas que me dice, pero la travesía es agradable.

Borres
Una vez en el albergue me instalo en la habitación individual -sólo hay una-. Borres es un pequeño pueblo en el que sólo hay vacas. Su olor impregna el ambiente. También hay una pequeña iglesia -de fundación medieval, según reza un cartel en su entrada-, a la que hago algunas fotos.

Un pequeño bar, al lado del albergue, llamado: el barín, ofrece a los peregrinos menú y bocadillos, pero está cerrado por la mañana y el desayuno debe hacerse en máquinas: café y bollería industrial. De lo que si estoy seguro es que me acostaré temprano y dormiré a pierna suelta, después de una noche sin ver la cama. La jornada de mañana se presenta montañera y exigente, y hay que estar preparado.


Borres, 30 de septiembre de 2024.


1 de octubre de 2024, Borres – Berducedo.

Después de una noche de descanso reparador, inicio la jornada con optimismo. Amanece sin lluvia y con una temperatura agradable. Desayuno un café con leche y un bizcocho de máquina -como tenía previsto, ya que el barín no da desayunos- y comienzo a caminar pasados unos minutos de las ocho, con las primeras luces.

El camino se inicia con una subida fuerte y se mantendrá ascendente hasta llegar a la cota de los hospitales. La luz va descubriendo un cielo con nubes y claros, y el sol parece querer ganar su espacio. Pienso que con un poco de suerte no se cumplirá la predicción meteorológica de lluvia débil. Pero, me equivoco; a partir del primer hito (Hospital de Paradiella) la predicción se cumple con toda su crudeza: lluvia, aunque no muy fuerte, y viento, este sí, con rachas fuertes, lo que hace que la sensación térmica sea de frío. Me alegro de haber comprado ayer el chubasquero, que compruebo cumple bien su cometido.

Paradiella
Valparaiso

Fonfaraón

Los llamados “hospitales” están en ruina: tan sólo el segundo (Fonfaraón) conserva una habitación o sala techada, los otros dos (el primero, Paradiella, y el último, Valparaíso) no son más que un montón de piedras. Lo realmente fascinante debe ser el paisaje, que en algunos momentos las nubes parece que van a permitir ver, pero debo decir que no llego a disfrutarlo. En realidad, estamos en medio de las nubes, que están pegadas a las cumbres de las montañas. A las vacas que pastan libremente por la zona, parece no importarles demasiado.

Digo “estamos” porque a pesar de caminar solo, no son pocos los peregrinos con los que comparto jornada: calculo que de Borres hemos salido quince o veinte, otros pueden tener otra procedencia, como Samblismo. A poca distancia de Borres, en la bifurcación del camino que sube a los hospitales, me encuentro una auténtica manada de diez o doce peregrinos, de los que yo llamo “peregrino oveja”, con fuerte espíritu gregario; como monopolizan el cruce de caminos, no puedo sacar una foto de los dos mojones indicando direcciones distintas. Después, adelanto algún pequeño grupo más, otros me volverán a pasar cuando haga un alto.

Poco a poco, entre lluvia y viento, avanzo. Hago una parada de unos pocos minutos, intentando protegerme del viento con unas piedras, sentándome en las más bajas. Allí, en medio de ese paisaje estepario, en lo que la niebla permite ver, bajo una fría llovizna, me viene a la mente la imagen de Amundsen esperando su destino, perdido en el Ártico. Aunque mi situación no es, ni mucho menos, tan dramática. Se que un poco más adelante hay una carretera. Como decía, avanzo, aunque, a un ritmo más lento del que esperaba. La previsión de seis horas y media para cubrir poco más de 24 kilómetros se mostrará acertada: sólo me sobrarán ocho minutos.

Llego al Alto de la Marta (1105 metros), donde cruza la carretera y algún avispado taxista ha dejado su número -seguro que más de uno se rinde y le llama-, y media hora después al Puerto del Palo. Aquí finaliza la Ruta de los Hospitales y se entra en la ruta que viene de Pola de Allande. Este tramo ya lo realicé el año pasado y lo voy recordando conforme paso: la primera bajada del Puerto del Palo, empinada y con piedra suelta; la pequeña capilla de Santiago de Montefurado, en una pequeña aldea que parece abandonada -tal vez, alguna casa utilizada por algún vaquero-; la iglesia de Santa María del Lago, con su mítico tejo anejo -los tejos, desgraciadamente en retroceso, son abundantes en esta zona-.

Llego al albergue Camino Primitivo, en Berducedo, antes de las tres. Llueve y lo seguirá haciendo, incluso más fuerte, durante toda la tarde. Afortunadamente, me asignan la cama baja de la litera. El trolley no llega hasta dos horas más tarde; Tino se disculpa: “problemas de coordinación”. Mi buena opinión sobre él decae bastante, pero no le digo nada; puesto que mañana dependo otra vez de él para que me mande un taxi. Menos mal que en la mochila llevo ropa para cambiarme y abrigarme -la que llevaba puesta estaba completamente empapada de sudor-. La atenta encargada del albergue me deja unos zuecos de goma, ya que en el albergue no se puede entrar con las botas, manchadas de barro. Llama varias veces para preguntar por la maleta. Por fin, cuando llega el trolley, puedo ducharme y cambiarme.

El albergue está atestado. La mayor parte de los peregrinos son extranjeros -no sé si es la denominación correcta, porque tal vez muchos de ellos no se consideren tal, o ni siquiera entiendan el concepto-, sobre todo angloparlantes y franceses. Otros hablan idiomas que soy incapaz de identificar. Es sorprendente la capacidad de la encargada, una muchacha joven, de hacerse entender por los extranjeros sin hablar inglés o francés, dado que muchos de estos tampoco saben una palabra de español. Está claro que cuando hay voluntad de entenderse no es necesario tener una lengua común.

Como la lluvia impide estar en la amplia terraza exterior, el espacio común en la zona del bar se queda pequeño. Hay que agarrar una silla y no soltarla. También los servicios son escasos: dos lavabos, dos duchas y dos sanitarios para hombres. Tampoco puedo realizar las tareas habituales de lavar calcetines, calzoncillo y camiseta. Lo haré mañana, tranquilamente, en Lugo.

La situación me reafirma en mi criterio de evitar albergues con dormitorios comunales siempre que pueda. Aunque, obviamente, sea más caro, prefiero una habitación individual para poder gozar de intimidad.

Hay que cenar antes de la ocho. Paso la tarde escribiendo este diario y enviando mensajes a la familia con fotos y las novedades de la jornada. Contacto para confirmar que necesito un taxi para mañana, antes de las ocho y media. Tengo que ir a Fonsagrada, ya en Galicia, para tomar allí el autobús de Lugo. Aquí, los autobuses que pasan por estos pueblos limitan su recorrido a Asturias, no pasan a otra comunidad autónoma. Veremos que tal se da la dormida en comunidad de esta noche.


Berducedo, 1 de octubre de 2024.


2 de octubre de 2024, Lugo.

Día de tránsito, sin andada. Mi plan es llegar a Lugo para iniciar allí, mañana, el tramo final del Camino Primitivo que me falta por hacer -el año pasado hice Oviedo-Lugo-.

Sigue lloviendo. Al parecer, lo ha hecho toda la noche. Los peregrinos se enfundan en sus prendas de lluvia: capas, ponchos, pantalones y trajes de lluvia, fundas de mochila, polainas… Yo me congratulo por no tener que hacer lo mismo, tan sólo me pongo un sombrero de lluvia.

La cafetería del albergue no abre para el desayuno, hay que ir al bar-tienda del pueblo que está un poco más arriba. El pequeño salón está abarrotado, la señora que lo atiende no da abasto. Sólo hay café con leche, zumo de naranja y magdalenas.

El taxi, que había apalabrado previamente, llega a su hora. No obstante, unos minutos antes llamo a Tino para asegurarme de que no hay problema; como dije anteriormente, mi confianza en él había decaído bastante tras el incidente de la maleta. Hoy, todo va bien. Recogemos una pareja en Grandas de Salime y llegamos a Fonsagrada sin novedad. Durante el recorrido reconozco algunos lugares por los que pasamos y hago memoria de lo andado el año pasado. Sigue lloviendo con fuerza. El taxista se disculpa por el retraso de ayer con la maleta y me hace un descuento de 5 euros; según él, porque según mis cuentas son 2 euros, pero yo se lo agradezco sinceramente, contento de poder tomar el autobús a Lugo sin contratiempos.

En el autobús encuentro a un canario -lo reconozco por el acento y el vocabulario que usa al hablar por teléfono-; me dice que es de Fuerteventura. Yo rememoro con él los lugares que conozco de la isla, de cuando estuve destinado en Las Palmas de Gran Canaria. Va con la bicicleta y ayer se le rompió el cable del cambio de marchas, la lleva en el autobús para repararla en Lugo. Nos despedimos cuando el autobús llega a su destino, deseo suerte y “buen Camino” al majorero. 

El autobús llega completo, pues dado el mal día que hace, algunos peregrinos han optado por dejar de andar y coger el autobús. Continúa lloviendo con ganas. Al llegar al hotel, lavo en el lavabo la ropa que no pude lavar ayer en el albergue. Después la pongo a secar, para volver a utilizarla mañana.

Catedral
Puerta Santiago
Murallas

Por la tarde, selló la credencial de peregrino y visito la catedral, después recorro las impresionantes murallas lucenses, a las que se puede subir libremente por la puerta de Santiago, enfrente de la catedral. La zona de bares próxima a la catedral se anima a la hora de la cena. Se siente en el ambiente las próxima fiesta de San Froilán, patrón de la ciudad, que se comenzarán a celebrar dentro de dos días. Poco a poco la lluvia se ha ido aplacando. La previsión es que mañana no lloverá


Lugo, 2 de octubre de 2024.


3 de octubre de 2024, Lugo – Ferreira.

Amanece seco. Al haberme alojado en un hotel, aprovecho desayunando en el buffet libre, lo que me permite aprovisionarme con un par de pequeños bocadillos de jamón y salchichón y un plátano, que serán mi comida cuando acabe de andar -eso sí, acompañados de una cerveza fresca-. Es la opción que prefiero y práctico cuando las circunstancias me lo permiten: comida ligera después de la andada y cena sustanciosa y temprana.

Ponte Vella
La marcha transcurre sin grandes novedades. El cielo está cubierto, pero no llueve; la temperatura es agradable. Es un día ideal para andar. A las 8.15 estoy en la puerta de Santiago, en la muralla, en frente de la entrada a la Catedral de Lugo. Hay que descender por la Rúa de Santiago hasta el río Miño y cruzarlo por un majestuoso puente romano: Ponte Vella. Allí, veo que haré parte del recorrido sobre una calzada romana: la Vía XIX. La vista del río y el puente, con la ciudad en lo alto, todavía cubierta de bruma matinal, es realmente bonita. Un poco más adelante, la pequeña iglesia del antiguo lazareto de la ciudad -dedicada a San Lázaro, como corresponde- está abierta. Una chica joven atiende a los peregrinos y pone el sello correspondiente en las credenciales. Me explica un poco el origen de la iglesia y hablamos de que es una pena que muchas iglesias del Camino estén cerradas y no se puedan visitar porque no hay nadie que las atienda.

Los 26 kilómetros que llevan a la pequeña población de Ferreira transcurren, en su mayor parte, por carretera. Afortunadamente, el tráfico es muy escaso y, en algunos lugares, incluso inexistente. Sólo en algunos tramos se camina por tierra. Vuelven a abundar castaños y robles que depositan su fruto en el suelo, también helechos, eucaliptos y abetos que no soy capaz de distinguir.

Hasta el kilómetro 9 no hay ningún sitio para parar y tomar un café. Allí, se encuentra una especie de refugio en piedra, con máquinas de autoservicio, sillas y un servicio para los peregrinos. En la casa de enfrente, un altavoz emite una música relajante. Es de agradecer que alguien proporcione esos servicios a los peregrinos, pero se echa de menos la atención personal. Yo, después de descansar unos minutos, continúo mi marcha sin tomar nada. Evito el trato con las máquinas, ya sea expendedoras de café o esas con las que tratas por teléfono, que ahora incluso te llaman ellas, no sé para qué, porque nunca las escucho. Solo en el último tercio del recorrido se encuentran albergues, bares y los sitios de descanso habituales en el Camino. A esta altura, yo prefiero completar la jornada y comer después. Unos tragos de agua, unos minutos de descanso a la entrada de una pequeña iglesia (parroquia de San Romao da Retorta) rodeada por un cementerio, como es habitual en Galicia, y adelante.

Me avisan por WhatsApp de que me cambian el alojamiento y me pasan a un apartamento completo, manteniendo el precio. El sitio está a la entrada del pueblo y tiene un nombre revelador: KM 73 -la distancia que queda hasta Santiago-; es amplio y está nuevo. Yo realmente no necesito tanto. Tengo que acarrear el trolley que dejaron en el alojamiento que había reservado, y mañana tendré que volver a llevarlo para evitar posibles malentendidos. No es un gran inconveniente porque iré a desayunar allí y no hay que desviarse del Camino.

Ferreira. Puente romano

Ferreira es un pequeño núcleo de casas, cuyo centro social más importante, el bar, está fuera del pueblo, en la carretera que pasa por encima. Ni siquiera tiene iglesia, pero lo que si tiene es un pequeño puente romano que estaba en la vía que lleva de Lugo a Ira Flavia. Su importancia se basa en estar a una distancia de Lugo que es la que puede andar un caminante en un solo día y estar a mitad de camino entre Lugo y la unión del Camino Primitivo y el Francés, que se produce en Melide. Lo que le hace merecedor de contar con tres alojamientos para peregrinos.


Ferreira, 3 de octubre de 2024.


4 de octubre de 2024, Ferreira – Ribadiso da Baixo.

Cuando abandono mí alojamiento es todavía de noche. Recorro a oscuras los 500 metros que me separan del lugar donde desayunaré, tirando del trolley, que debo dejar en ese mismo sitio. Alguna farola, aquí y allá, rompe la nocturnidad brevemente. Después de desayunar me pongo en marcha con las primeras luces, atravesando el puente romano de Ferreira -un solo ojo y unos diez metros de longitud-.

La jornada de hoy será muy parecida a la de ayer, discurre también en parte sobre asfalto, aunque menos. El paisaje, similar, con mayor número de campos de maíz. Lo que difiere es la distancia: casi 32 kilómetros, que recorreré a un ritmo de cinco kilómetros por hora.

Toques

Es la etapa más larga de la ruta y me concentro en andar a un ritmo constante, sin distracciones. Para ello uso los bastones desde el primer momento -es como subirse en una bicicleta y empezar a pedalear-, a pesar de que el relieve y el estado del camino, que es bueno, no lo precisan. El objetivo es llegar con los pies en buen estado y las piernas enteras, aunque, obviamente, lo haga cansado.

La distancia entre Ferreira y Melide es de 20 kilómetros. Me propongo hacerla en cuatro horas. Hago una parada de diez minutos a las dos horas. Allí me encuentro en el suelo unas monedas que totalizan 1,55 euros. Pienso: “El próximo café, a cuenta del despistado que las ha perdido”. A mitad de distancia se llega a un alto del terreno desde el que se divisa Melide, aun a más de 10 kilómetros.

Llego a Melide con unos minutos más sobre las cuatro horas. Entro en el antiguo hospital de peregrinos, actualmente un museo, junto a la Iglesia de San Pedro, para que me sellen la credencial. Voy a hacer un descanso largo antes de afrontar los 11 kilómetros que restan. Me siento en la terraza de un bar en la Plaza de la Hierba, me quito las botas y con la consumición del bar me como una barrita de muesli con chocolate -energía para afrontar el próximo esfuerzo-. El tiempo, que al comienzo del día era como el de ayer: nublado y 16º, ha ido cambiando a soleado. La temperatura va subiendo. Yo me quedo en camiseta y saco las gafas de sol, aunque no el sombrero. El sol comparte cielo con las nubes, pero no es fuerte. Reanudo la marcha, ahora ya por el Camino Francés.

Habitualmente, mientras camino, pienso en mil cosas. Una de ellas es calcular el número de peregrinos que hacen el mismo tramo que yo: cuento los que voy adelantando y los que me sobrepasan -muy pocos me adelantan cuando camino, pero lo hacen cuando hago un alto-. Por ejemplo, cálculo que en Ferreira, contando la gente que hemos coincidido en el bar, la cena y el desayuno en el albergue, hemos pernoctado unos quince peregrinos. A partir de Melide, donde se unen Camino Primitivo y Francés, es imposible hacer ese cálculo. El número de peregrinos en el Camino Francés se multiplica, hay multitud de alojamientos que se encuentran en todos los pueblos y muchas casas de campo, las opciones de distancia a cubrir en el día son múltiples.

Al salir de Melide elaboro mi plan de acción para el resto de jornada: tendré que comer algo antes de llegar al final de etapa, que no podrá ser antes de pasadas las tres. Boente, a cinco kilómetros y medio, es una buena opción. Después, aproximadamente una hora más andando no es excesivo.

El primer bar que encuentra el peregrino en Boente es un Beergarden llamado “El Alemán”, que se anuncia, igualmente, en alemán. No es que no me guste la comida alemana -el codillo asado bávaro y las salchichas de Nuremberg me encantan, por no hablar del apfelstrudel-, pero creo que Galicia ofrece opciones mucho más apetecibles y en consonancia con el espíritu peregrino. En el que hay a la salida del pueblo, el paisano que atiende me dice que no le queda nada, que hoy no le han suministrado ni siquiera el pan, pero que en el próximo pueblo, a kilómetro y medio, hay dos bares más dónde comer. Me dirijo allí, el primero es un albergue cuyo aspecto no me convence. Mi experiencia en el Camino Francés, cerca ya de Santiago, es que la masificación de “presuntos” peregrinos -el fenómeno se puede considerar ya como otro hito más de turismo de masas- ha hecho que muchos de los antiguos hospederos pierdan tal carácter y se hayan convertido en ambiciosos hosteleros que ofrecen un producto pobre a precios altos. Así pues, la única opción que me queda es el bar siguiente. No tiene una carta muy extensa. Me inclino por tomar una comida ligera -ya cenaré más fuerte- y pido a la simpática chica que atiende una ración del famoso queso de Arzúa -ya estamos en el Concejo de Arzúa-, le pregunto si lo puede completar con membrillo, a lo que me contesta que tiene un membrillo casero que está mejor que el queso. Membrillo (con nueces) y queso están de muerte después de 28 kilómetros. Yo ensalzo particularmente el membrillo para halagar a la encargada del bar, pues supongo que lo ha hecho ella o alguna persona próxima.

Después, los últimos tres kilómetros. Con el estómago contento, bajo un sol acariciador y a la sombra de una rica vegetación, es un paseo muy agradable.

Ribadixo da Baixo
Llego a Ribadiso da Baixo cerca de las cuatro de la tarde. Es pequeño, pero bonito. Se entra en el pueblo por un sólido puente romano sobre el río Iso. Anejo, a la derecha, el hospital de peregrinos, en piedra, reconvertido en albergue por la Junta de Galicia. Unas pocas casas a lo largo de la única calle que constituye el Camino, un restaurante y dos albergues privados más. El mío, albergue Los Caminantes, me proporciona una habitación individual más parca que la celda de un monje de la más severa y ruda orden monástica que pueda existir. Es un habitáculo cuya puerta da directamente a la calle. En el lavabo apenas caben las dos manos juntas; la ducha, con pulsador que no permite regular la temperatura del agua; no hay ventana, tal vez porque la habitación es tan pequeña que no cabe. Por el precio que pagué, yo esperaba bastante más. En fin, otra muestra de lo que señalaba anteriormente sobre los empresarios usureros. A pesar de todo, cubre las necesidades básicas y estoy seguro de que descansaré bien.


Ribadiso da Baixo, 4 de octubre de 2024.


5 de octubre de 2024, Ribadiso da Baixo – Amenal.

Cuando salgo de mi habitáculo, veo que el suelo está mojado. No llueve. El albergue no da desayunos, así es que me dirijo a desayunar al mismo bar-restaurante en el que cené anoche, unos metros más abajo. Al salir del desayuno ya ha comenzado a llover ligeramente.

La predicción era que empezaría a llover a las nueve, e iría de menos a más, durante todo el día. Yo me equipo con pantalón de lluvia y chubasquero, la mochila envuelta en su funda de plástico. Salgo a oscuras, antes de las ocho de la mañana. Mi plan es andar a buen ritmo, parar poco y cubrir los 25,5 kilómetros en el menor tiempo posible: el objetivo es hacer la marcha en 5 horas.

Antes de las 8,30 estoy en Arzúa. Adelanto a una japonesa que ya vi ayer; hace el Camino con botas de goma, de lluvia, de esas con la suela plana; al menos hoy le serán de utilidad, aunque lleva el talón derecho con una raja vertical. Es un ejemplo de lo que yo llamo “peregrino guiri”: parece que no entiende y no se entera de nada, observa las cosas con una expresión que no se sabe si es de curiosidad o de pasmo.

Arzúa
Conforme avanza la mañana la lluvia se intensifica y en ocasiones llega a ser torrencial. Los caminos se convierten en riachuelos; se puede saber si el camino sube o baja viendo la dirección del agua: hacia atrás o hacia adelante. Yo camino concentrado en el suelo, tratando de evitar charcos y barro; también hay que ir evitando al resto de peregrinos -hay cientos- que van más despacio, en grupos, impidiendo el paso, alguno cambia de dirección… En esos momentos yo pongo los palos horizontales y avanzo sin contemplaciones. No me fijo en los lugares por los que paso, ni siquiera paro de vez en cuando para tomar fotografías, como hago otros días.

Mientras camino si que tengo tiempo de pensar, y pienso que me ratifico en mi idea adquirida cuando terminé el Camino Francés hace un par de años: no me gusta la concentración de peregrinos que se produce en las etapas próximas a Santiago. Todo está masificado, se pierde la condición de peregrino y uno se convierte en miembro de una masa de turistas. Te tratan como tal en el albergue, en el restaurante, en los negocios, por la calle… Hay que aguantar gritos, risas y carcajadas improcedentes. Todo es un guirigay de gentes que hablan idiomas distintos y corren para coger sitio en la terraza, en la barra del bar, en la cola del servicio… Escuchas “Oh my god” cada cinco minutos -muchos de los que utilizan esa típica expresión anglo-americana lo hacen de modo snob, parece que quieren demostrar algo, aunque nunca he sabido qué-. Este no es el Camino que yo busco.

Intento ser positivo y me contrargumento que es estimulante que tanta gente, de diferentes partes del mundo, acuda a Santiago de Compostela buscando algo espiritual, que ancianos o personas con limitaciones físicas hagan este esfuerzo. Pero, me pregunto: ¿qué diría el propio Santo si levantase la cabeza y viese en lo que se ha convertido su Camino? Lo que decido es que esta es la última vez que entro en Santiago. Si continúo acudiendo al Camino, lo haré yendo a aquellos tramos en los que no se produce esta masificación.

Hago un descanso de quince minutos a los 9 kilómetros. Aprovecho para tomar un café con leche y un cruasán. El local está abarrotado de peregrinos, todos chorreamos agua. Lo mismo en el siguiente alto, en el kilómetro 18. Está vez tomo una coca cola, estoy sediento. He llegado a situarme en la cabeza de la columna multicolor de peregrinos. Mientras caminaba, he sobrepasado a centenares de ellos -literalmente-. A mí me han pasado dos hombres jóvenes.

Antes de la una y media llego a mi destino: Pensión Km 15, en Amenal, que curiosamente se encuentra junto al mojón del kilómetro 16 del Camino de Santiago. Han sido cuatro horas y cincuenta minutos de andada, descansos aparte, todo el tiempo bajo la lluvia. El trolley todavía no ha llegado -el compromiso del transportista es entregarlo antes de las dos y media, y efectivamente llega diez minutos antes de esa hora-. Aunque en la mochila no llevo ropa suficiente para cambiarme -sólo una camiseta y un niqui, afortunadamente secos por estar envueltos en una bolsa de plástico-, utilizaré las toallas. Me desvisto y me ducho. Toda la ropa chorrea agua, incluidos calcetines, camiseta y calzoncillo, las botas mojadas por fuera y por dentro, la mochila y su contenido también mojados: el agua ha entrado por el espacio entre mi espalda y el arnés. Al poco me suben la maleta que acaba de llegar. De nuevo me siento persona.

Voy a comer a un restaurante situado a 100 metros. También abarrotado, aunque tengo suerte y el camarero me atiende con prontitud -churrasco de ternera y pimientos de padrón-, pero todo el mundo está nervioso, los clientes empapados y cansados, los camareros que no dan abasto para atenderles. Surge una discusión que amaina, sin consecuencias, prontamente.

Por la tarde, me dedico principalmente a secar todo lo que llevaba encima. Incluidas botas y mochila. Afortunadamente en la habitación hay un secador, que no paro de usar en toda la tarde. También hay un radiador eléctrico que enchufo para secar la ropa. Como no hace frío, tengo que abrir las ventanas para compensar el efecto del calefactor. Tengo que cenar en el mismo lugar donde he comido, el único sitio que hay en los alrededores. Amenal es un grupo de casas que se extienden alrededor del cruce de la carretera nacional y el Camino de Santiago.


Amenal, 5 de octubre de 2024.


6 de octubre de 2024, Amenal – Santiago de Compostela.

Me despierto antes de que suene la alarma del móvil. Así es que decido emprender la marcha cuanto antes, para llegar a Santiago también cuanto antes. El bar de la pensión, que cerró ayer a las cuatro de la tarde, ya está abierto. Sólo está el propietario, colocando las cosas. Desayuno café con leche y pan tostado con mantequilla y mermelada, como lo he hecho todos los días. Cuando caminaba por Navarra, Logroño, Burgos… el desayuno del peregrino solía complementarse con zumo de naranja, fiambre, magdalenas y fruta; se ve que conforme uno se aproxima a Santiago, y la distancia disminuye, también lo hacen las calorías proporcionadas al peregrino para que pueda llegar a su meta.

Cuando comienzo a andar son las 7.25, noche oscura. Hace ya rato, por lo menos una hora, que hay peregrinos marchando. No son muchos, pero lo hacen con continuidad. Al principio, utilizo la linterna del móvil para ver donde piso. Enseguida me coloco entre otros peregrinos que llevan sus propias luces y apago la mía. Adapto mi paso al del que va unos pasos delante, alumbrando el camino; los de detrás proporcionan ráfagas de iluminación adicional. Es una experiencia interesante hacer esta marcha nocturna -que algunos hacen todos los días-, pero creo que innecesaria, puesto que el día es largo, salvo en un día excepcional, como es el de llegada a Santiago.

Iglesia Sta. Lucía
Paso por la Iglesia de Santa Lucía, en el término de San Paio. Cuando amanece, me encuentro caminando entre pinos junto a la valla del aeropuerto. El cielo está cubierto, como los días anteriores, pero de momento está seco. La predicción para hoy también es de lluvia. En San Paio, entro en su iglesia (San Pelayo) y un voluntario me sella la credencial. Según la tradición, San Pelayo es el eremita que descubrió la tumba de Santiago siguiendo el rayo de luz de una estrella en el Campo Stellae, Campo de las Estrellas o Compostela.

Veo varias furgonetas que dejan grupos de peregrinos a distintas distancias de Santiago: doce kilómetros, seis kilómetros.

Monte del Gozo
A las dos horas -quedan seis kilómetros- me obligo a hacer un alto de 10 minutos. Tomo un cortado y continúo caminando. Enseguida llego al Monte del Gozo. Efectivamente, es gozo lo que experimenta el peregrino cuando divisa desde aquí la catedral de Santiago de Compostela y ve que su esfuerzo de tantos días va a alcanzar su recompensa en breve. Vuelvo a sellar la credencial en la pequeña capilla de San Marcos, junto al Camino.

Hay que bajar el Monte del Gozo y volver a subir hacia Santiago, donde se entra por el barrio de San Lázaro. Comienza a llover y así lo hará durante el resto del día, a ratos con bastante intensidad. Yo pongo la funda de plástico para proteger la mochila y me calo el gorro de lluvia. De momento es suficiente, pero después volveré a terminar con toda la ropa mojada y así pasaré la mañana hasta que pueda acudir al hostal: Santiago bien vale un resfriado.


Continúo siguiendo las indicaciones que guían a través de las calles de Santiago, paso por el Monasterio de San Martín Pinario y entro en la Plaza del Obradoiro por el túnel donde siempre hay un gaitero tocando su gaita. Llueve con fuerza. Doblo a la izquierda para contemplar unos momentos la fachada de la catedral, pero me dirijo rápidamente a la Oficina del Peregrino, en la calle Carretas que baja por la derecha. Quiero sellar la credencial -último sello y el más importante-, y sacar la Compostela que acredita haber realizado el Camino, y el certificado de distancia recorrida. Son las 10.30 y quiero adelantarme a la multitud de peregrinos que irá llegando. El proceso es rápido, a pesar de que ya hay bastantes personas. Primero, introducir los datos personales en un terminal y recoger un número. Después, esperar a que llamen ese número. Hay muchos voluntarios atendiendo y me llaman en pocos minutos; inmediatamente, con los datos introducidos, me entregan Compostela y certificado de distancia. El último, hay que pagarlo (3€) en otro stand. La señora que me atiende pregunta si he venido por la Pola o por Hospitales, yo orgullosamente le respondo que he hecho las dos rutas.

Una vez realizado el trámite “administrativo” me dirijo a la catedral. Es domingo y hay muchísima gente. Se entra por la Plaza Platerías y hay que hacer cola -no ha parado de llover y yo ya estoy completamente empapado-. Una vez dentro, intento pasar por el Santo, pero no se puede hasta después de la misa del peregrino que comienza a las doce. Busco un sitio para esperar y me coloco, de pie, en el crucero, desde donde puedo ver el altar. Los guardias de seguridad son bastante estrictos, no permiten hacer fotografías, utilizar móviles, hablar o deambular por las naves hasta que acabe la misa.

Tras media hora de espera, comienza la misa de peregrinos. Una misa católica solemne, en un escenario grandioso como es una catedral, es un espectáculo magnífico: tanto visual (el colorido ropaje de los sacerdotes, el fuego de las velas, las imágenes doradas…), como auditivo (la música de órgano, el canto, en este caso de una muchacha con la voz angelical); también olfativo (el incienso, utilizado con profusión en la Catedral de Santiago), e incluso gustativo, para los comulgantes. También la entrada y salida de los sacerdotes es impresionante: una procesión de quince sacerdotes con casullas verdes, dos sacristanes en blanco y otro hombre con hábito pardo que actúa como maestro de ceremonia indicando a los demás que hacer, todos ellos precediendo al arzobispo, con su mitra y báculo obispal. Hay sacerdotes de varias nacionalidades y partes de la misa que se dicen en otros idiomas. Incluso el arzobispo saluda a los peregrinos en varios idiomas: alemán, inglés, francés, italiano y portugués, además de español. De su homilía, me gustan unas palabras en las que apunta que el peregrino sabe cuál es su meta, pero que en el mundo actual muchos, más que peregrinos, son fugitivos.

Después de la misa, hay que salir de la catedral y volver a entrar por la Plaza Quintana para pasar a ver al Santo. Yo cumplo con el rito de subir las escaleras detrás del altar mayor, abrazar la efigie de Santiago -hace dos años, cuando finalicé el Camino Francés, no pude porque seguían las restricciones impuestas durante la pandemia del COVID- y después bajar por otras escaleras, aún más estrechas, para visitar el sepulcro de Santiago. Finalmente, me dirijo a la Plaza del Obradoiro para hacerme la fotografía enfrente de la fachada principal de la catedral. Intercambio de disparos de fotos con los móviles con dos mujeres italianas, de Padova. Después de años sin utilizar el italiano, aún soy capaz de hablar unas pocas palabras con ellas y les encomio la catedral de San Antonio.


Por la tarde, después de ducharme y cambiarme de ropa en el hotel, y comer un pulpo a feira -no podía irme de Galicia sin hacerlo-, visito el recientemente restaurado pórtico de la gloria: es magnífico, espléndido, soberbio. Merece la pena pagar la visita, que no es nada barata aunque incluya el museo de la catedral.

Y con esto doy por terminado mi segundo Camino de Santiago. No sé si realizaré otro Camino completo, pero estoy seguro de que mientras viva, seguiré haciendo más caminos.


Tren Santiago de Compostela - Madrid, 7 octubre 2024.


9 de agosto de 2024

Miguel de Bernabé. Héroe de la Guerra de los Dos Pedros.

I. La gesta de Miguel de Bernabé.

Miguel de Bernabé era el alcaide del castillo de Báguena durante la Guerra de los Dos Pedros, que se inició en agosto de 1356. Así llamada por los contendientes: Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso; y Pedro I de Castilla, el Cruel, o también para otros: el Justiciero. Báguena pertenecía a la Comunidad de Aldeas de Daroca en aquel tiempo; actualmente se encuentra en la provincia de Teruel, mientras que Daroca pertenece a la provincia de Zaragoza.

Tras seis años de lucha, se concertó la paz entre Castilla y Aragón, gracias a los buenos oficios del nuevo legado pontificio, el Cardenal de Bolonia. El aragonés Pedro IV, confiando en el pacto alcanzado, despidió a su gente de guerra y marchó, en junio de 1362, a Perpiñán para atender a la guerra del Rosellón. Lo que fue aprovechado por Pedro I de Castilla para, en ese mismo mes, invadir Aragón, sin previa declaración de guerra, con un potente ejército de 30 000 infantes, 12 000 caballeros y 36 máquinas de batir murallas. Ante tal ejército cayeron las comarcas de Calatayud, Tarazona y Cinco Villas.

En abril de 1363, Pedro I concentró sus fuerzas en Bureta, y se dirigió a Daroca, poniendo sitio a la entonces Villa Mayor de Daroca y a los castillos de su Comunidad de Aldeas. Había castillos en: Anento, Báguena, Berrueco, Burbáguena, Cucalón, Huesa del Común, Lagueruela, Langa, Santed, Tornos, Torrecilla del Rebollar, Villahermosa, Villarreal de Huerva; más al sur se encontraba la formidable fortaleza de Peracense. Los castellanos asolaron la comarca, arrasando sus mieses, talando sus árboles, arrancando sus viñas, incendiando sus pueblos y degollando o mutilando a los que no se rendían. Pese a todo ello, los darocenses y toda su Comunidad de Aldeas se mantuvieron firmes, aunque apremiados por el hambre; sólo el castillo de Burbáguena se rindió sin apurar la defensa. Pedro I, percatado de la inutilidad del cerco de la fuertemente fortificada Villa de Daroca, trasladó sus efectivos al cercano castillo de Báguena.

Defendiendo este castillo había un pequeño grupo de comuneros darocenses al mando de su alcaide, Miguel de Bernabé, natural de Báguena, quien pertenecía a una familia bien considerada por los darocenses y que gozaba de la confianza del Rey –ya Jaime II, en el año 1306, concede la colecta de las pleitas de Báguena al abuelo de Miguel de Bernabé, quien también se llamaba Miguel de Bernabé–. El castillo era una pequeña fortaleza, asentada sobre una suave loma, a cuyos pies se extendía el pueblo cristiano y una corta aljama de moros. Su torre principal se levantaba hacia el sur. A unos 50 metros se erguía otro torreón. El recinto murado se asentaba sobre las escasas defensas naturales del terreno y su punto más vulnerable estaba al este, donde casi no había desnivel. Aunque había sido reparado en 1336 y 1344, sus defensas de fábrica eran fácilmente expugnables. En la torre principal, conforme era habitual, se alojaban la mujer, el hijo y las dos hijas del alcaide, los tres niños de corta edad.

El castillo de Báguena fue cercado por el formidable ejército castellano al mando de su rey, quien quería una rendición inmediata e incondicional, ya que el número de atacantes era infinitamente superior al de los defensores y las máquinas de batir aseguraban la destrucción de las defensas. Por otra parte, Miguel de Bernabé no podía contar con el auxilio de su rey. Sólo Daroca permanecía imbatida, y no podía ser desguarnecida para auxiliarle, algo que hubiera puesto en peligro la puerta de entrada hacia el resto de Aragón. Además las tropas de Pedro IV aún no habían empezado a concentrarse en Zaragoza, donde se las esperaba para el 23 de abril.

Buscando una pronta rendición, Pedro I ofreció al alcaide Miguel de Bernabé y a sus hombres, no sólo respetar sus vidas y dejarles libres, sino también honores y premios, si entregaban el castillo. Miguel de Bernabé contestó haciendo solemne manifestación de homenaje y fidelidad a su rey y de servicio a la Comunidad de Daroca.

Entonces, Pedro I amenazó con aplicar los más horrendos tormentos a los supervivientes cuando el castillo cayera en su poder. Tal como hizo poco después en Cariñena, donde degolló y pasó a cuchillo a algunos defensores de aquella villa, a otros les cortó pies y manos, a otros les arrancó orejas y narices. Tampoco esto arredró al Bernabé, quien prefirió mantener el honor y su juramento antes que la vida.

Algunos defensores se rindieron, otros continuaron a su lado. Pero ante los recios combates, que iban demoliendo las defensas y mermando a la hueste aragonesa, todos acabaron por abandonarle. Solo él quedó defendiendo el castillo.

El recinto amurallado estaba casi totalmente demolido. Las tropas castellanas ocupaban la plaza del castillo y rodeaban la torre donde Miguel de Bernabé se encerró, y desde donde seguía asaeteando a sus enemigos.

Volvieron a hacérsele promesas de honras, riquezas y honores, si se entregaba; amenazándole con quemarle vivo si se resistía. Sólo tenía que tirar las llaves del castillo, y él y su familia serian salvos, francos e inmunes, ricos y altamente ennoblecidos. Miguel de Bernabé se negó.

Los sitiadores metieron matorrales, leña y teas encendidas por saeteras y ventanas. Un incendio pavoroso comenzó a consumir la torre del castillo. Las llamas se elevaban a gran altura. Y, en lo más alto, un brazo armado enseñaba, fuertemente agarradas, las llaves de la fortaleza; hasta que, de pronto, al hundirse el piso con estrépito, desapareció.

Miguel de Bernabé. Pintura de Salvador Gisbert, 1883.

Aquel 15 de abril de 1363, las llamas del castillo de Báguena alumbraron la lealtad heroica de su alcaide.

Pedro l levantó el cerco y marchó a la conquista de Cariñena, al mando de sus más de 40 000 hombres, después de vencer a un solo comunero de Aragón. El tiempo que Pedro l ocupó en intentar rendir Daroca y en conquistar el castillo de Báguena y la villa de Cariñena, fue decisivo para la salvación de Aragón, pues mientras tanto se fueron concentrando tropas aragonesas, catalanas y valencianas en Zaragoza; por lo que el castellano decidió marchar sobre Valencia, donde se firmaría, el mismo año 1363, el Tratado de Murviedro (actual Sagunto), que no supuso más que un respiro momentáneo en la guerra.

Cuando levantaron las ruinas del castillo de Báguena encontraron en los sótanos de la fortaleza, aún con vida, a los hijos del alcaide. Por eso se les conoció desde entonces como los libertados. Del cuerpo incinerado de Miguel de Bernabé se halló, entre cascotes y vigas calcinadas, el brazo incorrupto que sostenía las llaves firmemente asidas.

Nueve años después de la muerte de Miguel de Bernabé, las Cortes de Aragón reunidas en la Seo de Zaragoza, con asistencia del Justicia de Aragón y presididas por el Rey, trataron sobre la conveniencia de premiar su fidelidad, considerando que le eran aplicables las palabras que Pedro IV dirigiera a los darocenses cuando les otorgó el privilegio de ciudadanía: «por cuya gesta llevada a cabo con valor, se vio libre del yugo de los castellanos la mayor parte del reino de Aragón».

Los Cuatro Brazos (la Iglesia, la baja nobleza, la alta nobleza y los concejos o universidades), de común acuerdo y por unanimidad de todos sus miembros, acordaron que se debía conceder a sus descendientes un privilegio de infanzonía especial, por el que también las hembras transmitieran su nobleza, como pago a su heroísmo y para servir de ejemplo a otros súbditos. Así, el día 10 de mayo de 1372, que era lunes, en el refectorio de la Seo de Zaragoza, en presencia del Justicia y de los Cuatro Brazos y estando presente Miguel de Bernabé, menor de catorce años e hijo del Alcaide de Báguena, el rey Pedro IV aprobó y proclamó solemnemente el siguiente privilegio: «A suplicación de los Cuatros Brazos y de la Corte General, de voluntad de ellos por tenor de la presente hizo francos y exentos a Miguel Bernabé, pupilo, hijo del otrora Miguel de Bernabé, que está presente, y a sus hermanas, y a toda la posteridad de ellos y de cada uno de ellos, de toda servidumbre real y vecinal, y los declaró a ellos y a cada uno de ellos y a los descendientes de ellos y de cada uno de ellos que sean y fueran infanzones ermúneos [1] y que deben gozar el privilegio de Infanzonía según lo puede y debe gozar cualquier infanzón ermúneo de este Reino».

Conocemos los nombres de dos de los hijos de Miguel de Bernabé: Miguel –presente y mencionado en la promulgación del edicto real de 10 de mayo de 1372– y María, de quien desciende todo el linaje según los procesos de infanzonía que se conservan; la otra hermana, quien al parecer murió sin descendencia, y por esa causa, no es mencionada en los documentos históricos. El privilegio concedido a los Bernabé supuso una verdadera innovación en el Derecho foral aragonés, ya que tradicionalmente sólo los hombres podían transmitir el privilegio nobiliario. Las mujeres eran receptoras de la cualidad, pero ésta se perdía en su persona, ya que no pasaba a sus descendientes. Ni antes, ni tampoco después, se dio un privilegio semejante; aunque algunas familias lo reclamasen erróneamente en siglos posteriores.

Los cronistas aragoneses recogieron el extraordinario suceso en sus obras:

Pedro de Gracia Dei (1465? - 1530), cronista y rey de armas [2] de Fernando el Católico, recogió la hazaña en su manuscrito Nobiliario, que escribió en verso:

«En esta entrada se vido
La gran fe de BERNABÉ;
Que bien que fue combatido
Mas nunca escuytó partido
Fasta que cremado fue,
Y ni aun por esas rendido:
Ca en sus manos abrasadas
Las claves fueron trobadas
Del Castillo que tenía,
Porque fue su nombradía
Más que las más estimadas,
Y lo es hoy su Fidalguía.
Pues son sus fembras compradas.»

Jerónimo Zurita (1512 - 1580), en su obra Anales de Aragón (Libro IX, Capítulo XLIV), escribe: «Cerco del castillo de Báguena y esfuerzo de Miguel de Bernabé; es cosa notable. Acabado esto, pasó con su ejército haciendo guerra en la comarca de Daroca; y combatiendo algunos castillos, los de Daroca salieron algunas veces en campo por socorrerlos y recibieron mucho daño de los enemigos. Entonces cercó el rey don Pedro el castillo de Báguena aldea de Daroca, y con singular esfuerzo de un vecino de aquel lugar que se decía Miguel de Bernabé se defendió el castillo en el combate que se le dio por todo el ejército; y aunque se le hicieron grandes promesas por el rey de Castilla, nunca se quiso rendir y fue quemado dentro en el mismo castillo; y por aquella hazaña mereció que se concediese hidalguía a sus descendientes por línea de varones y mujeres».

También Gonzalo de Céspedes y Meneses en su Historia apologética en los sucesos del Reino de Aragón (Discurso IV, 2), del año 1622, escribe: «Razón será que ocupe la portentosa lealtad del nunca asaz loado Miguel de Bernabé este primer lugar, el cual con más valor que Scébola no la mano como este, más todo el cuerpo se dejó hacer cenizas por no faltar al homenaje de su príncipe que entonces era el Cuarto y en Castilla el Cruel de su mismo nombre… Cercó este en las guerras que tuvo con los Aragoneses, el Castillo de Báguena, resistió el Bernabé a sus recios combates y amenazas y a sus grandes promesas, y aún al deseo y temor de sus propios soldados y compañeros; y finalmente, faltándole su ayuda y el favor de la tierra, constante persistió único y sólo; y requerido se rindiere, no queriéndolo hacer, ni entregar las llaves del castillo de su Rey, le pusieron fuego y acabó consumido, mas no el claro nombre de su fidelidad, pues en memoria de ella permitió el Cielo, que entre las ruinas de aquella fuerza al querer levantarla, se hallase las llaves, mano y brazo conservado e incorruptible».

II. El linaje Bernabé.

Escudo de armas de los Bernabé.

En el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (Sección de Infanzonías) se encuentra el escudo de armas de los Bernabé: «… y todos los descendientes de dicho Miguel de Bernabé habían llevado y llevaban por blasón y armas de su Infanzonía y libertad un Castillo y en lo alto de aquél una figura de hombre armado, puesto en su Celada, y en sus manos la espada y llaves de la fortaleza, y al pie de ella unas llamas de fuego, significando con esto la quema de dicho Castillo y persona de dicho Miguel de Bernabé».

La prerrogativa que el rey Pedro IV concedió a los descendientes de Miguel de Bernabé en 1372, permitiendo que la cualidad nobiliaria fuera heredada por las mujeres, convirtió a las mujeres de este linaje en esposas perfectas para cualquier miembro acaudalado del estado llano que aspirase a ingresar en el estamento nobiliario. El casamiento con una Bernabé garantizaba que los hijos fueran considerados hidalgos de sangre, y que esta cualidad permaneciera desde ese momento en el nuevo linaje familiar. Las mujeres descendientes de los Bernabé se convirtieron en ambicionadas aspirantes a matrimonios pactados, dando origen a numerosas ramas que, poco a poco, se extendieron por toda la comarca. Los Bernabé se cruzaran con familias, nobles o plebeyas, adineradas, que aportaban gran parte de sus bienes en las capitulaciones matrimoniales. Lo cual produjo dos consecuencias: el cruce con las familias más linajudas del valle del Jiloca y el enriquecimiento de los Bernabé.

Si bien durante los siglos XIV y XV las transmisiones de infanzonía fueron limitadas –al advenir la Casa de Austria al Trono de España (año 1516), el número de familias que procedían del alcaide Miguel de Bernabé no llegaba a la docena–, en cambio durante los siglos XVI y XVII se produjo una expansión: en la década de los 70 de esta última centuria, se alegaba –de forma interesada por los contrarios– que el número de familias de Bernabé exentas de tributación era de 300, equivalente a más de 1 500 individuos.

Escudo de armas de los Gil de Bernabé (Báguena).

Los Gil de Bernabé de Báguena son una de esas familias ennoblecidas gracias a su cruce con una Bernabé, fruto del matrimonio –sobre el año 1505– de Pedro Gil con María Estevan de Bernabé, nieta de quinta generación de María de Bernabé, la hija de Miguel de Bernabé. En su escudo de armas puede observarse que junto a motivos de los Bernabé (mano agarrando las llaves y castillo en llamas) aparecen otros objetos heráldicos como la flor de lis –uno de los muebles heráldicos más difundidos universalmente– y un banderín doble.

En muchos pueblos del valle del Jiloca se conservan numerosas piedras armeras de diferentes familias que emparentaron con los Bernabé, repitiendo habitualmente los mismos motivos: un castillo en llamas y en lo alto, o asomándose por la ventana, un brazo armado del que penden dos llaves, las que Miguel de Bernabé se negó a entregar a los castellanos, junto con los propios de cada familia.

Inicio del linaje Gil de Bernabé[3]

No sabemos cuándo se inició la confusión, pero ya a comienzos del siglo XX era común el error de atribuir a Gil de Bernabé la gesta de Miguel de Bernabé, tanto en Báguena como en la, ya en esos momentos, antigua Comunidad de Daroca.

El hecho era que, en dicho siglo XVII, más de la mitad de los hidalgos en la actual comarca del Jiloca estaban entroncados directamente con los Bernabé, y el número no dejaba de crecer. La situación era insostenible para muchos Concejos, pues la presencia de un elevado porcentaje de hidalgos exentos les provocaba la disminución de los ingresos fiscales y un aumento de las cargas entre los vecinos pecheros [4]. La Comunidad de Aldeas de Daroca, los municipios y los vecinos pecheros empezaron a protestar, entablando numerosos pleitos con el linaje de los Bernabé, negándose a reconocerlos como nuevos hidalgos.

A principios del siglo XVII se produjo, en determinados núcleos de la Comunidad de Aldeas de Daroca, un movimiento –que incluso fue amparado por el propio Rey– contra el privilegio de que las hembras de los Bernabé transmitieran su infanzonía, con el fin de repartir las pechas reales y vecinales entre mayor número de vecinos. Esta actitud fue favorecida, si no provocada, por las sentencias contrarias en los procesos instados por los Gilbert y los Pérez Arnal, quienes pretendían, con base en los privilegios de los Bernabé, el reconocimiento judicial de la transmisión de su nobleza también por hembra.

En vista de que los procesos de infanzonía que se promovían por los descendientes de Miguel de Bernabé ante la Corte del Justicia o la Audiencia Real eran resueltos por éstas favorablemente, sin que al efecto valiesen presiones en contrario, ni aun del propio Rey, las Autoridades del Reino, con el apoyo de la Comunidad de Aldeas de Daroca y de otros colectivos interesados, decidieron que el privilegio se revocase parcialmente en las Cortes del Reino de Aragón.

El asunto se llevó, pues, a las Cortes Aragonesas que se celebraron en la Seo de Zaragoza, desde el 29 de mayo de 1677 al 25 de enero de 1678. Invocando que sobre la comprensión del privilegio de los Bernabé se habían suscitado muchos pleitos y el evitarlos era del interés público, se acordó la anulación del privilegio para los descendientes de hembra no nacida a la fecha de la publicación del Acto de Corte en que así se aprobaba y se reconoció la hidalguía y el derecho a transmitirla a todos los descendientes que estuvieran vivos en dicho año, tanto hombres como mujeres, pero determinando que a partir de ese momento la cualidad nobiliaria sólo podría ser heredada por los varones que nacieran en lo sucesivo. Dicho acto se publicó el 5 de marzo de 1678 y en él se establecía: «… que en dicho Privilegio se entiendan comprendidos todos los que hasta el día de la publicación del presente Acto de Corte estuvieren nacidos, así hombres, como mujeres, descendientes del dicho Miguel de Bernabé o de alguna de dichas sus hermanas así por línea femenina como masculina. Y asimismo todos los que en adelante nacieren, y descendieren por línea de varón de los que al tiempo de la publicación de este Fuero se hallaren nacidos, o nacidas; y que el dicho Privilegio no comprenda a los que desde el día de dicha publicación en adelante descendieren de hembras, así por línea masculina, como femenina, que no estuvieren nacidas al tiempo de la publicación del presente Acto de Corte».

Así, unas Cortes sumisas al rey Carlos II derogaron un privilegio nobiliario aragonés excepcional, tras 306 años de estar en vigor, acabando con la proliferación del linaje de los Bernabé, que en los tres siglos anteriores se había extendido prácticamente por todos los pueblos del valle del Jiloca.

En el mismo Acto de Corte, del año 1678, que modificaba el Real Privilegio concedido a Miguel de Bernabé, se incluía una relación de los miembros de la familia de los Bernabé que se hallaban en el disfrute del privilegio, y que comprendía 118 personas, entre hombres, mujeres y niños, los cuales ostentaban 36 apellidos diferentes.


III. Errores modernos en la memoria histórica de Miguel de Bernabé.

La gesta de Miguel de Bernabé es comparable a la de Guzmán el Bueno, incluso más heroica, ya que el primero, antes que entregar el castillo de Báguena, sacrificó su propia vida, y estaba dispuesto a sacrificar también la de sus pequeños hijos que finalmente fueron liberados; mientras que el segundo, desde la seguridad de la muralla, lanzó su daga para que mataran con ella a su propio hijo antes que rendir la plaza de Tarifa. Sin embargo la Historia ensalzó a Guzmán y silenció a Bernabé, quizás porque en la construcción de un mito nacional es necesario ensalzar la lucha contra el poder extranjero (Guzmán se enfrentaba a los nazaríes musulmanes) y velar lo que, con criterios modernos, podría considerarse una guerra civil (la guerra entre aragoneses y castellanos).

No obstante, su memoria ha llegado hasta nosotros y los vestigios más conocidos son los más próximos a nuestra época. Ya durante las guerras carlistas del siglo XIX fue utilizado por los carlistas como ejemplo épico. También lo reivindicó Salvador Gisbert y Jimeno (1851 - 1912): pintor, ilustrador y periodista en el Heraldo de Teruel de Alcañiz y el Diario de Teruel, quién publicó numerosas leyendas y tradiciones populares turolenses en la Revista del Turia, y pintó la gesta de Miguel de Bernabé.

Pero esa memoria está, también, plagada de tergiversaciones sobre las que aquí queremos llamar la atención, con ánimo de que sean, por fin, corregidas.

En el año 1927 fue estrenaba en Báguena una obra de teatro que glosaba la gesta de Bernabé. Eusebio Monterde Juste nos lo explica [5]: «Mosén Manuel Sánchez Rubio, que regentó la Parroquia bastantes años hasta su fallecimiento, promovió fuera glosada la gesta de Bemabé en una obra teatral, "El castillo de Báguena", siendo autor del folleto en verso Marco Antonio Galindo, de Atea y vecino de Acered, y encargó la música a su discípulo Miguel Moneva Segura, de Almonacid de la Sierra, que la compuso en octubre de 1926. Esta obra dramático-musical, consta de tres actos, con varias escenas, algunas de ellas cantadas en solo y coros, de un gran efecto. Bajo la dirección de D. Eusebio Quintana, Maestro de tan grato recuerdo en Báguena, fue estrenada en 1927 por el Grupo Artístico Escolar con un gran éxito de los pequeños actores».

La pieza «El Castillo de Báguena» está bien fundamentada históricamente cuando habla de la división que había en la orden de Calatrava, con un maestre electo en Aragón, refugiado en el convento de Alcañiz, y otro nombrado en los reinos de Castilla; y también cuando menciona la situación personal del rey Pedro I de Castilla, quién tuvo retenida a su esposa, la reina doña Blanca, mientras vivía con su amante, doña María de Padilla. Pero comete varios errores: en primer lugar, se nombra a Miguel de Bernabé como Miguel Gil de Bernabé, ya que ambos nombres se utilizaban y se utilizan indistintamente, según también apuntan los citados Eusebio Monterde e Isaac Bureta. Sin embargo, tal como se ha señalado anteriormente, los Gil de Bernabé es una más de las muchas familias que surgieron del matrimonio de una Bernabé con miembros de otras familias linajudas. En este caso, los Gil de Bernabé son resultado del matrimonio –sobre el año 1505– de Pedro Gil con María Estevan de Bernabé, nieta de quinta generación de María de Bernabé, la hija de Miguel de Bernabé, asentados en Báguena. Otro error que se comete en la obra es obviar la existencia de las dos hijas de Miguel de Bernabé, presentando sólo al hijo, Miguel o Miguelín, como un bebé en manos de su madre.

También la Cooperativa de Báguena, fundada en 1960 y cerrada desde hace años, se llamó «Gil de Bernabé y del Santo Cristo de los Milagros». Seguramente, quienes dieron nombre a la cooperativa, además de su advocación religiosa, quisieran tributar reconocimiento al más afamado personaje histórico de la población, ligado a una pieza característica de su patrimonio: Miguel de Bernabé y el castillo; pero cometieron el mismo error que en esta obra de teatro.

En 1929, el Padre escolapio José Beltrán Roche (1882 - 1965), durante años profesor del colegio de la Escuela Pía de Daroca y su rector entre los años 1949 y 1955, publicó el libro Tradiciones y leyendas de Daroca. En el que se encuentra la leyenda del Caballero del Águila Blanca.

El Caballero del Águila Blanca era un caballero que llevaba siempre oculto el rostro con la visera del casco, y ostentaba sobre él, en vez de penacho, un águila blanca. Era uno de los defensores de la muralla de Daroca contra el ejército castellano de Pedro I el Cruel, en concreto un torreón cilíndrico, próximo a la Puerta Baja de Daroca, en la parte que mira a Manchones. También era conocido como el Almogávar, pues comandaba una tropa de 50 almogávares que se habían juramentado para defender Daroca con su sangre y su vida. Una de las hazañas de este caballero fue entablar un combate singular con el castellano Caballero de la Pluma Verde, quién llevaba por divisa la ofensiva frase: «Por encima de Aragón». El combate singular tiene lugar entre el ejército castellano, que rodea a los contendientes, y las murallas y torres darocenses. El Caballero de la Pluma Verde, jinete a caballo, se lanza furioso, enristrando la lanza contra su adversario; este se ladea, esquivando la acometida, y aquél pasa veloz. Cuando torna de nuevo, antes de embestir de nuevo, el almogávar arroja un certero dardo, con tanta fuerza que le atraviesa el cráneo hasta levantar el casco. Cae desplomado en tierra el caballero castellano; un grito de rabia resuena entre los suyos. El rey, montado en cólera, manda detener al almogávar, pero éste, tomando la lanza del vencido y cabalgando de un salto en el negro corcel, rompe el cerco que le rodea y antes que los enemigos le alcancen, los suyos le abren las puertas de la plaza, que se cierran tras él, y es recibido en triunfo por todos los darocenses. Esa misma noche, los castellanos renuevan los asaltos con más furia que nunca y se prolongan hasta el día siguiente. Una de las máquinas de batir ha logrado acercarse tanto a la muralla que amenaza abrir una brecha en el lienzo del muro. Viendo el peligro, el Caballero del Águila Blanca manda que lo descuelguen desde la almena de la torre, y llevando en la diestra la espada y en la izquierda un caldero de materias inflamables, con sobrehumano valor consigue incendiar la destructora máquina, y con la misma cuerda es ascendido por los suyos a la torre, salvando así su vida. Finalmente, los sitiados hacen una salida por las puertas menos atacadas, y acometen al enemigo con tal bravura y empuje que todo el camino de Manchones queda sembrado de cadáveres enemigos.

El Padre José Beltrán comienza esta leyenda diciendo que era el primero de septiembre de 1363 cuando: «Sonidos de trompas y clarines pregonan a sangre y fuego la guerra asoladora», y se inician los hechos relatados. Y la acaba declarando: «El caballero del águila blanca, que había tomado parte en la salida, al verse atacado y perseguido por un escuadrón de caballería numeroso, huye a encerrarse en el citado castillo de Báguena. […] El alcaide, vecino de Báguena y llamado Miguel de Bernabé, era el caballero del águila blanca».

Tal vez, la leyenda, como sucede tantas veces, está basada en hechos históricos, aunque mitificados. Lo que es evidente es que, si existió tal caballero y tomó parte en la defensa de Daroca durante la guerra de los dos Pedros, no pudo ser Miguel de Bernabé. El alcaide del castillo de Báguena –del que conocemos su existencia y hechos, en este caso sí, por documentos históricos– no abandonó su responsabilidad de defender el castillo, en donde vivía con su familia, y donde murió abrasado el 15 de abril de 1363; antes de la fecha del 1 de septiembre, a partir de la cual José Beltrán sitúa las hazañas del Caballero del Águila Blanca, con una evidente falta de rigor histórico y, al parecer, con la pretensión de sumar la hazaña –real– del castillo de Báguena a las –supuestas– del Caballero del Águila Blanca.


Francisco Javier Aguirre Azaña.

Zaragoza, 8 de agosto de 2024.

Notas:

[1] Infanzones ermúneos -exentos de pagar tributos reales y vecinales, además de otros derechos-, en un principio, eran los nobles descendientes de la Casa Real de Aragón y, posteriormente, los que gozaban de los mismos privilegios por concesión real.

[2] Rey de armas es el más alto rango al que puede aspirar un oficial de armas. Funcionario que tenía encomendado el registro de los blasones, la formación de los nuevos que se fuesen concediendo y la observancia de las leyes heráldicas.

[3] Isaac Bureta Anento. El linaje de Bernabé. Revista Xiloca, 12 (1993). Pág. 50.

[4] Pecheros, también llamados villanos o plebeyos, obligados a pagar pechas, los actuales impuestos.

[5] Eusebio Monterde Juste. La Villa de Báguena, orígenes, historia y generalidades. Revista Xiloca, 3 (1989). Págs. 76-77.


Fuentes históricas:

Pedro de Gracia Dei (1465?-1530): Nobiliario (Manuscrito).

Jerónimo Zurita (1512-1580): Anales de Aragón (Libro IX, Capítulo XLIV).

Gonzalo de Céspedes y Meneses (1585-1638): Historia apologética en los sucesos del Reino de Aragón, 1622 (Discurso IV, 2).

Acta Curiarum Regni Aragonum, Tomo III: Cortes del reinado de Pedro IV / 2. Gobierno de Aragón, 2008.

Fueros y Actos de Corte de el Reyno de Aragón, Años 1677 y 1678. Pasqual Bueno. Zaragoza, 1678. Original (digitalizado).

Bibliografía:

Bureta Anento, Isaac: El linaje de Bernabé. Revista Xiloca 12, Noviembre 1993, págs. 47-81. ISSN: 0214-1175.

Bureta Anento, Isaac: Historia de Báguena (2007). Ayuntamiento de Báguena. Registro: Z-996- 2007.

Monterde Juste, Eusebio. La Villa de Báguena, orígenes, historia y generalidades. Revista Xiloca, 3 (1989). Págs. 71-89.

Vicente de Cuellar, Benito: Un privilegio nobiliario aragonés excepcional. Cuadernos de Aragón nº 20, 1987, págs. 211-220. Institución Fernando el Católico. Zaragoza.