Diario del Camino Primitivo de Santiago.
De Lugo a Santiago de Compostela, con Ruta de los Hospitales previa.
Caminar y contarlo.
© Francisco Javier Aguirre Azaña
30 de septiembre de 2023, Borres.
De nuevo en el Camino. Vuelvo al Camino Primitivo -camino montañero, cuya dureza se ve compensada con creces disfrutando los parajes y paisajes que recorre-, con ánimo de completarlo. El año pasado, por estas fechas, lo hice desde Oviedo a Lugo. Ahora, quiero hacerlo desde Lugo hasta Santiago de Compostela.Son tan sólo cuatro etapas, así es que mi plan es hacer primero la Ruta de los Hospitales, entre Borres y Berducedo. El año pasado lo hice por Pola de Allande: uno tiene que elegir una de las dos alternativas. Recuerdo una conversación con otros peregrinos sobre cuál era más duro, había división de opiniones. Está vez podré formular la mía propia. Lo que sí recuerdo es que la subida del Puerto del Palo desde Pola de Allande era una de las más duras -por longitud y desnivel- de todas las que he hecho en el Camino de Santiago. En la ruta de los hospitales el desnivel es menor, puesto que Borres está más alto que Pola.
Mi plan de marcha obliga a realizar un plan de transporte un poco enrevesado y, desde luego, sub-óptimo, con dos días adicionales de movimiento por carretera, uno antes de Borres y otro después de Berducedo. Además, al apurar los tiempos de hacer las reservas, no tengo billete en el autobús directo entre Zaragoza y Oviedo, por lo que tengo que salir unas horas antes, a las 19.30 de ayer, día 29, y hacer un transbordo de dos horas en Bilbao. Al llegar a Oviedo, a las 5 de la mañana -el conductor, que ejecutaba su oficio a gran velocidad, en unas carreteras nocturnas vacías, ha llegado antes de tiempo, privándome de un rato del corto sueño que he podido disfrutar-, otras cuatro horas de espera para coger el autobús a Tineo, lo que aprovecho para desayunar en la cafetería de la estación. Intentaba no dormirme durante el desplazamiento a Tineo, para no perderme el paisaje. Voy reconociendo los lugares por los que ya pasé andando hace un año, sobre todo las poblaciones, puesto que el Camino discurre apartado de la carretera, aunque se cruzan en ocasiones.
Era una situación extraña, sentado en medio de la noche, en el autobús o en sala de espera de la estación, me sentía como un ser incorpóreo, en calma, sin propósito, sin nada que hacer, tan sólo esperar que pase el tiempo y observar como los demás van de un sitio a otro con prisa, se afanan, viven sus vidas, en las que hay ambición, temor, ilusiones, desesperanza…
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Tineo |
Al llegar a Tineo, recuerdo perfectamente el lugar. La vista panorámica desde el mirador -donde han colocado el nombre del pueblo, en letras grandes de color verde-, es espectacular. Recuerdo que había un restaurante de comida casera y precio económico -también se llama Tineo-, así es que me dirijo hacia él, para comprobar si está abierto. Efectivamente, encuentro al dueño preparando las mesas. Me dice que abre a la una. Le pregunto si puedo dejar el trolley allí hasta la hora de comer, y accede amablemente. Ya sin maleta, me dedico a recorrer el pueblo, aunque ya lo conocía y no encuentro ninguna novedad. Compro un chubasquero que tiene buena pinta -la previsión para mañana es de lluvia débil durante todo el día, aunque el cielo aquí está más despejado que en Oviedo y la temperatura es más alta-. También voy a la Oficina de Turismo, donde me dejan recargar el móvil, que estaba prácticamente descargado, después de una noche de mucho uso.Después de comer, contacto para que un taxi me venga a buscar para ir al albergue en Borres. Ya había acordado los transportes en taxi y de la maleta con TaxiCamino. El encargado -Tino- parece un tipo afable y en el que se puede confiar. Me recoge otra persona en la plaza del ayuntamiento y charlamos durante el camino. Entre mi duro oído y su cerrado acento asturiano, no me entero de algunas de las cosas que me dice, pero la travesía es agradable.
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Borres |
Una vez en el albergue me instalo en la habitación individual -sólo hay una-. Borres es un pequeño pueblo en el que sólo hay vacas. Su olor impregna el ambiente. También hay una pequeña iglesia -de fundación medieval, según reza un cartel en su entrada-, a la que hago algunas fotos.Un pequeño bar, al lado del albergue, llamado: el barín, ofrece a los peregrinos menú y bocadillos, pero está cerrado por la mañana y el desayuno debe hacerse en máquinas: café y bollería industrial. De lo que si estoy seguro es que me acostaré temprano y dormiré a pierna suelta, después de una noche sin ver la cama. La jornada de mañana se presenta montañera y exigente, y hay que estar preparado.
Borres, 30 de septiembre de 2024.
1 de octubre de 2024, Borres – Berducedo.
Después de una noche de descanso reparador, inicio la jornada con optimismo. Amanece sin lluvia y con una temperatura agradable. Desayuno un café con leche y un bizcocho de máquina -como tenía previsto, ya que el barín no da desayunos- y comienzo a caminar pasados unos minutos de las ocho, con las primeras luces.
El camino se inicia con una subida fuerte y se mantendrá ascendente hasta llegar a la cota de los hospitales. La luz va descubriendo un cielo con nubes y claros, y el sol parece querer ganar su espacio. Pienso que con un poco de suerte no se cumplirá la predicción meteorológica de lluvia débil. Pero, me equivoco; a partir del primer hito (Hospital de Paradiella) la predicción se cumple con toda su crudeza: lluvia, aunque no muy fuerte, y viento, este sí, con rachas fuertes, lo que hace que la sensación térmica sea de frío. Me alegro de haber comprado ayer el chubasquero, que compruebo cumple bien su cometido.
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Paradiella |
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Valparaiso |
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Fonfaraón |
Los llamados “hospitales” están en ruina: tan sólo el segundo (Fonfaraón) conserva una habitación o sala techada, los otros dos (el primero, Paradiella, y el último, Valparaíso) no son más que un montón de piedras. Lo realmente fascinante debe ser el paisaje, que en algunos momentos las nubes parece que van a permitir ver, pero debo decir que no llego a disfrutarlo. En realidad, estamos en medio de las nubes, que están pegadas a las cumbres de las montañas. A las vacas que pastan libremente por la zona, parece no importarles demasiado.
Digo “estamos” porque a pesar de caminar solo, no son pocos los peregrinos con los que comparto jornada: calculo que de Borres hemos salido quince o veinte, otros pueden tener otra procedencia, como Samblismo. A poca distancia de Borres, en la bifurcación del camino que sube a los hospitales, me encuentro una auténtica manada de diez o doce peregrinos, de los que yo llamo “peregrino oveja”, con fuerte espíritu gregario; como monopolizan el cruce de caminos, no puedo sacar una foto de los dos mojones indicando direcciones distintas. Después, adelanto algún pequeño grupo más, otros me volverán a pasar cuando haga un alto.
Poco a poco, entre lluvia y viento, avanzo. Hago una parada de unos pocos minutos, intentando protegerme del viento con unas piedras, sentándome en las más bajas. Allí, en medio de ese paisaje estepario, en lo que la niebla permite ver, bajo una fría llovizna, me viene a la mente la imagen de Amundsen esperando su destino, perdido en el Ártico. Aunque mi situación no es, ni mucho menos, tan dramática. Se que un poco más adelante hay una carretera. Como decía, avanzo, aunque, a un ritmo más lento del que esperaba. La previsión de seis horas y media para cubrir poco más de 24 kilómetros se mostrará acertada: sólo me sobrarán ocho minutos.
Llego al Alto de la Marta (1105 metros), donde cruza la carretera y algún avispado taxista ha dejado su número -seguro que más de uno se rinde y le llama-, y media hora después al Puerto del Palo. Aquí finaliza la Ruta de los Hospitales y se entra en la ruta que viene de Pola de Allande. Este tramo ya lo realicé el año pasado y lo voy recordando conforme paso: la primera bajada del Puerto del Palo, empinada y con piedra suelta; la pequeña capilla de Santiago de Montefurado, en una pequeña aldea que parece abandonada -tal vez, alguna casa utilizada por algún vaquero-; la iglesia de Santa María del Lago, con su mítico tejo anejo -los tejos, desgraciadamente en retroceso, son abundantes en esta zona-.
Llego al albergue Camino Primitivo, en Berducedo, antes de las tres. Llueve y lo seguirá haciendo, incluso más fuerte, durante toda la tarde. Afortunadamente, me asignan la cama baja de la litera. El trolley no llega hasta dos horas más tarde; Tino se disculpa: “problemas de coordinación”. Mi buena opinión sobre él decae bastante, pero no le digo nada; puesto que mañana dependo otra vez de él para que me mande un taxi. Menos mal que en la mochila llevo ropa para cambiarme y abrigarme -la que llevaba puesta estaba completamente empapada de sudor-. La atenta encargada del albergue me deja unos zuecos de goma, ya que en el albergue no se puede entrar con las botas, manchadas de barro. Llama varias veces para preguntar por la maleta. Por fin, cuando llega el trolley, puedo ducharme y cambiarme.
El albergue está atestado. La mayor parte de los peregrinos son extranjeros -no sé si es la denominación correcta, porque tal vez muchos de ellos no se consideren tal, o ni siquiera entiendan el concepto-, sobre todo angloparlantes y franceses. Otros hablan idiomas que soy incapaz de identificar. Es sorprendente la capacidad de la encargada, una muchacha joven, de hacerse entender por los extranjeros sin hablar inglés o francés, dado que muchos de estos tampoco saben una palabra de español. Está claro que cuando hay voluntad de entenderse no es necesario tener una lengua común.
Como la lluvia impide estar en la amplia terraza exterior, el espacio común en la zona del bar se queda pequeño. Hay que agarrar una silla y no soltarla. También los servicios son escasos: dos lavabos, dos duchas y dos sanitarios para hombres. Tampoco puedo realizar las tareas habituales de lavar calcetines, calzoncillo y camiseta. Lo haré mañana, tranquilamente, en Lugo.
La situación me reafirma en mi criterio de evitar albergues con dormitorios comunales siempre que pueda. Aunque, obviamente, sea más caro, prefiero una habitación individual para poder gozar de intimidad.
Hay que cenar antes de la ocho. Paso la tarde escribiendo este diario y enviando mensajes a la familia con fotos y las novedades de la jornada. Contacto para confirmar que necesito un taxi para mañana, antes de las ocho y media. Tengo que ir a Fonsagrada, ya en Galicia, para tomar allí el autobús de Lugo. Aquí, los autobuses que pasan por estos pueblos limitan su recorrido a Asturias, no pasan a otra comunidad autónoma. Veremos que tal se da la dormida en comunidad de esta noche.
Berducedo, 1 de octubre de 2024.
2 de octubre de 2024, Lugo.
Día de tránsito, sin andada. Mi plan es llegar a Lugo para iniciar allí, mañana, el tramo final del Camino Primitivo que me falta por hacer -el año pasado hice Oviedo-Lugo-.
Sigue lloviendo. Al parecer, lo ha hecho toda la noche. Los peregrinos se enfundan en sus prendas de lluvia: capas, ponchos, pantalones y trajes de lluvia, fundas de mochila, polainas… Yo me congratulo por no tener que hacer lo mismo, tan sólo me pongo un sombrero de lluvia.
La cafetería del albergue no abre para el desayuno, hay que ir al bar-tienda del pueblo que está un poco más arriba. El pequeño salón está abarrotado, la señora que lo atiende no da abasto. Sólo hay café con leche, zumo de naranja y magdalenas.
El taxi, que había apalabrado previamente, llega a su hora. No obstante, unos minutos antes llamo a Tino para asegurarme de que no hay problema; como dije anteriormente, mi confianza en él había decaído bastante tras el incidente de la maleta. Hoy, todo va bien. Recogemos una pareja en Grandas de Salime y llegamos a Fonsagrada sin novedad. Durante el recorrido reconozco algunos lugares por los que pasamos y hago memoria de lo andado el año pasado. Sigue lloviendo con fuerza. El taxista se disculpa por el retraso de ayer con la maleta y me hace un descuento de 5 euros; según él, porque según mis cuentas son 2 euros, pero yo se lo agradezco sinceramente, contento de poder tomar el autobús a Lugo sin contratiempos.
En el autobús encuentro a un canario -lo reconozco por el acento y el vocabulario que usa al hablar por teléfono-; me dice que es de Fuerteventura. Yo rememoro con él los lugares que conozco de la isla, de cuando estuve destinado en Las Palmas de Gran Canaria. Va con la bicicleta y ayer se le rompió el cable del cambio de marchas, la lleva en el autobús para repararla en Lugo. Nos despedimos cuando el autobús llega a su destino, deseo suerte y “buen Camino” al majorero.
El autobús llega completo, pues dado el mal día que hace, algunos peregrinos han optado por dejar de andar y coger el autobús. Continúa lloviendo con ganas. Al llegar al hotel, lavo en el lavabo la ropa que no pude lavar ayer en el albergue. Después la pongo a secar, para volver a utilizarla mañana.
Por la tarde, selló la credencial de peregrino y visito la catedral, después recorro las impresionantes murallas lucenses, a las que se puede subir libremente por la puerta de Santiago, enfrente de la catedral. La zona de bares próxima a la catedral se anima a la hora de la cena. Se siente en el ambiente las próxima fiesta de San Froilán, patrón de la ciudad, que se comenzarán a celebrar dentro de dos días. Poco a poco la lluvia se ha ido aplacando. La previsión es que mañana no lloverá
Lugo, 2 de octubre de 2024.
3 de octubre de 2024, Lugo – Ferreira.
Amanece seco. Al haberme alojado en un hotel, aprovecho desayunando en el buffet libre, lo que me permite aprovisionarme con un par de pequeños bocadillos de jamón y salchichón y un plátano, que serán mi comida cuando acabe de andar -eso sí, acompañados de una cerveza fresca-. Es la opción que prefiero y práctico cuando las circunstancias me lo permiten: comida ligera después de la andada y cena sustanciosa y temprana.
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Ponte Vella |
La marcha transcurre sin grandes novedades. El cielo está cubierto, pero no llueve; la temperatura es agradable. Es un día ideal para andar. A las 8.15 estoy en la puerta de Santiago, en la muralla, en frente de la entrada a la Catedral de Lugo. Hay que descender por la Rúa de Santiago hasta el río Miño y cruzarlo por un majestuoso puente romano: Ponte Vella. Allí, veo que haré parte del recorrido sobre una calzada romana: la Vía XIX. La vista del río y el puente, con la ciudad en lo alto, todavía cubierta de bruma matinal, es realmente bonita. Un poco más adelante, la pequeña iglesia del antiguo lazareto de la ciudad -dedicada a San Lázaro, como corresponde- está abierta. Una chica joven atiende a los peregrinos y pone el sello correspondiente en las credenciales. Me explica un poco el origen de la iglesia y hablamos de que es una pena que muchas iglesias del Camino estén cerradas y no se puedan visitar porque no hay nadie que las atienda.Los 26 kilómetros que llevan a la pequeña población de Ferreira transcurren, en su mayor parte, por carretera. Afortunadamente, el tráfico es muy escaso y, en algunos lugares, incluso inexistente. Sólo en algunos tramos se camina por tierra. Vuelven a abundar castaños y robles que depositan su fruto en el suelo, también helechos, eucaliptos y abetos que no soy capaz de distinguir.
Hasta el kilómetro 9 no hay ningún sitio para parar y tomar un café. Allí, se encuentra una especie de refugio en piedra, con máquinas de autoservicio, sillas y un servicio para los peregrinos. En la casa de enfrente, un altavoz emite una música relajante. Es de agradecer que alguien proporcione esos servicios a los peregrinos, pero se echa de menos la atención personal. Yo, después de descansar unos minutos, continúo mi marcha sin tomar nada. Evito el trato con las máquinas, ya sea expendedoras de café o esas con las que tratas por teléfono, que ahora incluso te llaman ellas, no sé para qué, porque nunca las escucho. Solo en el último tercio del recorrido se encuentran albergues, bares y los sitios de descanso habituales en el Camino. A esta altura, yo prefiero completar la jornada y comer después. Unos tragos de agua, unos minutos de descanso a la entrada de una pequeña iglesia (parroquia de San Romao da Retorta) rodeada por un cementerio, como es habitual en Galicia, y adelante.
Me avisan por WhatsApp de que me cambian el alojamiento y me pasan a un apartamento completo, manteniendo el precio. El sitio está a la entrada del pueblo y tiene un nombre revelador: KM 73 -la distancia que queda hasta Santiago-; es amplio y está nuevo. Yo realmente no necesito tanto. Tengo que acarrear el trolley que dejaron en el alojamiento que había reservado, y mañana tendré que volver a llevarlo para evitar posibles malentendidos. No es un gran inconveniente porque iré a desayunar allí y no hay que desviarse del Camino.
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Ferreira. Puente romano |
Ferreira es un pequeño núcleo de casas, cuyo centro social más importante, el bar, está fuera del pueblo, en la carretera que pasa por encima. Ni siquiera tiene iglesia, pero lo que si tiene es un pequeño puente romano que estaba en la vía que lleva de Lugo a Ira Flavia. Su importancia se basa en estar a una distancia de Lugo que es la que puede andar un caminante en un solo día y estar a mitad de camino entre Lugo y la unión del Camino Primitivo y el Francés, que se produce en Melide. Lo que le hace merecedor de contar con tres alojamientos para peregrinos.
Ferreira, 3 de octubre de 2024.
4 de octubre de 2024, Ferreira – Ribadiso da Baixo.
Cuando abandono mí alojamiento es todavía de noche. Recorro a oscuras los 500 metros que me separan del lugar donde desayunaré, tirando del trolley, que debo dejar en ese mismo sitio. Alguna farola, aquí y allá, rompe la nocturnidad brevemente. Después de desayunar me pongo en marcha con las primeras luces, atravesando el puente romano de Ferreira -un solo ojo y unos diez metros de longitud-.
La jornada de hoy será muy parecida a la de ayer, discurre también en parte sobre asfalto, aunque menos. El paisaje, similar, con mayor número de campos de maíz. Lo que difiere es la distancia: casi 32 kilómetros, que recorreré a un ritmo de cinco kilómetros por hora.
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Toques |
Es la etapa más larga de la ruta y me concentro en andar a un ritmo constante, sin distracciones. Para ello uso los bastones desde el primer momento -es como subirse en una bicicleta y empezar a pedalear-, a pesar de que el relieve y el estado del camino, que es bueno, no lo precisan. El objetivo es llegar con los pies en buen estado y las piernas enteras, aunque, obviamente, lo haga cansado.
La distancia entre Ferreira y Melide es de 20 kilómetros. Me propongo hacerla en cuatro horas. Hago una parada de diez minutos a las dos horas. Allí me encuentro en el suelo unas monedas que totalizan 1,55 euros. Pienso: “El próximo café, a cuenta del despistado que las ha perdido”. A mitad de distancia se llega a un alto del terreno desde el que se divisa Melide, aun a más de 10 kilómetros.
Llego a Melide con unos minutos más sobre las cuatro horas. Entro en el antiguo hospital de peregrinos, actualmente un museo, junto a la Iglesia de San Pedro, para que me sellen la credencial. Voy a hacer un descanso largo antes de afrontar los 11 kilómetros que restan. Me siento en la terraza de un bar en la Plaza de la Hierba, me quito las botas y con la consumición del bar me como una barrita de muesli con chocolate -energía para afrontar el próximo esfuerzo-. El tiempo, que al comienzo del día era como el de ayer: nublado y 16º, ha ido cambiando a soleado. La temperatura va subiendo. Yo me quedo en camiseta y saco las gafas de sol, aunque no el sombrero. El sol comparte cielo con las nubes, pero no es fuerte. Reanudo la marcha, ahora ya por el Camino Francés.
Habitualmente, mientras camino, pienso en mil cosas. Una de ellas es calcular el número de peregrinos que hacen el mismo tramo que yo: cuento los que voy adelantando y los que me sobrepasan -muy pocos me adelantan cuando camino, pero lo hacen cuando hago un alto-. Por ejemplo, cálculo que en Ferreira, contando la gente que hemos coincidido en el bar, la cena y el desayuno en el albergue, hemos pernoctado unos quince peregrinos. A partir de Melide, donde se unen Camino Primitivo y Francés, es imposible hacer ese cálculo. El número de peregrinos en el Camino Francés se multiplica, hay multitud de alojamientos que se encuentran en todos los pueblos y muchas casas de campo, las opciones de distancia a cubrir en el día son múltiples.
Al salir de Melide elaboro mi plan de acción para el resto de jornada: tendré que comer algo antes de llegar al final de etapa, que no podrá ser antes de pasadas las tres. Boente, a cinco kilómetros y medio, es una buena opción. Después, aproximadamente una hora más andando no es excesivo.
El primer bar que encuentra el peregrino en Boente es un Beergarden llamado “El Alemán”, que se anuncia, igualmente, en alemán. No es que no me guste la comida alemana -el codillo asado bávaro y las salchichas de Nuremberg me encantan, por no hablar del apfelstrudel-, pero creo que Galicia ofrece opciones mucho más apetecibles y en consonancia con el espíritu peregrino. En el que hay a la salida del pueblo, el paisano que atiende me dice que no le queda nada, que hoy no le han suministrado ni siquiera el pan, pero que en el próximo pueblo, a kilómetro y medio, hay dos bares más dónde comer. Me dirijo allí, el primero es un albergue cuyo aspecto no me convence. Mi experiencia en el Camino Francés, cerca ya de Santiago, es que la masificación de “presuntos” peregrinos -el fenómeno se puede considerar ya como otro hito más de turismo de masas- ha hecho que muchos de los antiguos hospederos pierdan tal carácter y se hayan convertido en ambiciosos hosteleros que ofrecen un producto pobre a precios altos. Así pues, la única opción que me queda es el bar siguiente. No tiene una carta muy extensa. Me inclino por tomar una comida ligera -ya cenaré más fuerte- y pido a la simpática chica que atiende una ración del famoso queso de Arzúa -ya estamos en el Concejo de Arzúa-, le pregunto si lo puede completar con membrillo, a lo que me contesta que tiene un membrillo casero que está mejor que el queso. Membrillo (con nueces) y queso están de muerte después de 28 kilómetros. Yo ensalzo particularmente el membrillo para halagar a la encargada del bar, pues supongo que lo ha hecho ella o alguna persona próxima.
Después, los últimos tres kilómetros. Con el estómago contento, bajo un sol acariciador y a la sombra de una rica vegetación, es un paseo muy agradable.
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Ribadixo da Baixo |
Llego a Ribadiso da Baixo cerca de las cuatro de la tarde. Es pequeño, pero bonito. Se entra en el pueblo por un sólido puente romano sobre el río Iso. Anejo, a la derecha, el hospital de peregrinos, en piedra, reconvertido en albergue por la Junta de Galicia. Unas pocas casas a lo largo de la única calle que constituye el Camino, un restaurante y dos albergues privados más. El mío, albergue Los Caminantes, me proporciona una habitación individual más parca que la celda de un monje de la más severa y ruda orden monástica que pueda existir. Es un habitáculo cuya puerta da directamente a la calle. En el lavabo apenas caben las dos manos juntas; la ducha, con pulsador que no permite regular la temperatura del agua; no hay ventana, tal vez porque la habitación es tan pequeña que no cabe. Por el precio que pagué, yo esperaba bastante más. En fin, otra muestra de lo que señalaba anteriormente sobre los empresarios usureros. A pesar de todo, cubre las necesidades básicas y estoy seguro de que descansaré bien.
Ribadiso da Baixo, 4 de octubre de 2024.
5 de octubre de 2024, Ribadiso da Baixo – Amenal.
Cuando salgo de mi habitáculo, veo que el suelo está mojado. No llueve. El albergue no da desayunos, así es que me dirijo a desayunar al mismo bar-restaurante en el que cené anoche, unos metros más abajo. Al salir del desayuno ya ha comenzado a llover ligeramente.
La predicción era que empezaría a llover a las nueve, e iría de menos a más, durante todo el día. Yo me equipo con pantalón de lluvia y chubasquero, la mochila envuelta en su funda de plástico. Salgo a oscuras, antes de las ocho de la mañana. Mi plan es andar a buen ritmo, parar poco y cubrir los 25,5 kilómetros en el menor tiempo posible: el objetivo es hacer la marcha en 5 horas.
Antes de las 8,30 estoy en Arzúa. Adelanto a una japonesa que ya vi ayer; hace el Camino con botas de goma, de lluvia, de esas con la suela plana; al menos hoy le serán de utilidad, aunque lleva el talón derecho con una raja vertical. Es un ejemplo de lo que yo llamo “peregrino guiri”: parece que no entiende y no se entera de nada, observa las cosas con una expresión que no se sabe si es de curiosidad o de pasmo.
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Arzúa |
Conforme avanza la mañana la lluvia se intensifica y en ocasiones llega a ser torrencial. Los caminos se convierten en riachuelos; se puede saber si el camino sube o baja viendo la dirección del agua: hacia atrás o hacia adelante. Yo camino concentrado en el suelo, tratando de evitar charcos y barro; también hay que ir evitando al resto de peregrinos -hay cientos- que van más despacio, en grupos, impidiendo el paso, alguno cambia de dirección… En esos momentos yo pongo los palos horizontales y avanzo sin contemplaciones. No me fijo en los lugares por los que paso, ni siquiera paro de vez en cuando para tomar fotografías, como hago otros días.Mientras camino si que tengo tiempo de pensar, y pienso que me ratifico en mi idea adquirida cuando terminé el Camino Francés hace un par de años: no me gusta la concentración de peregrinos que se produce en las etapas próximas a Santiago. Todo está masificado, se pierde la condición de peregrino y uno se convierte en miembro de una masa de turistas. Te tratan como tal en el albergue, en el restaurante, en los negocios, por la calle… Hay que aguantar gritos, risas y carcajadas improcedentes. Todo es un guirigay de gentes que hablan idiomas distintos y corren para coger sitio en la terraza, en la barra del bar, en la cola del servicio… Escuchas “Oh my god” cada cinco minutos -muchos de los que utilizan esa típica expresión anglo-americana lo hacen de modo snob, parece que quieren demostrar algo, aunque nunca he sabido qué-. Este no es el Camino que yo busco.
Intento ser positivo y me contrargumento que es estimulante que tanta gente, de diferentes partes del mundo, acuda a Santiago de Compostela buscando algo espiritual, que ancianos o personas con limitaciones físicas hagan este esfuerzo. Pero, me pregunto: ¿qué diría el propio Santo si levantase la cabeza y viese en lo que se ha convertido su Camino? Lo que decido es que esta es la última vez que entro en Santiago. Si continúo acudiendo al Camino, lo haré yendo a aquellos tramos en los que no se produce esta masificación.
Hago un descanso de quince minutos a los 9 kilómetros. Aprovecho para tomar un café con leche y un cruasán. El local está abarrotado de peregrinos, todos chorreamos agua. Lo mismo en el siguiente alto, en el kilómetro 18. Está vez tomo una coca cola, estoy sediento. He llegado a situarme en la cabeza de la columna multicolor de peregrinos. Mientras caminaba, he sobrepasado a centenares de ellos -literalmente-. A mí me han pasado dos hombres jóvenes.
Antes de la una y media llego a mi destino: Pensión Km 15, en Amenal, que curiosamente se encuentra junto al mojón del kilómetro 16 del Camino de Santiago. Han sido cuatro horas y cincuenta minutos de andada, descansos aparte, todo el tiempo bajo la lluvia. El trolley todavía no ha llegado -el compromiso del transportista es entregarlo antes de las dos y media, y efectivamente llega diez minutos antes de esa hora-. Aunque en la mochila no llevo ropa suficiente para cambiarme -sólo una camiseta y un niqui, afortunadamente secos por estar envueltos en una bolsa de plástico-, utilizaré las toallas. Me desvisto y me ducho. Toda la ropa chorrea agua, incluidos calcetines, camiseta y calzoncillo, las botas mojadas por fuera y por dentro, la mochila y su contenido también mojados: el agua ha entrado por el espacio entre mi espalda y el arnés. Al poco me suben la maleta que acaba de llegar. De nuevo me siento persona.
Voy a comer a un restaurante situado a 100 metros. También abarrotado, aunque tengo suerte y el camarero me atiende con prontitud -churrasco de ternera y pimientos de padrón-, pero todo el mundo está nervioso, los clientes empapados y cansados, los camareros que no dan abasto para atenderles. Surge una discusión que amaina, sin consecuencias, prontamente.
Por la tarde, me dedico principalmente a secar todo lo que llevaba encima. Incluidas botas y mochila. Afortunadamente en la habitación hay un secador, que no paro de usar en toda la tarde. También hay un radiador eléctrico que enchufo para secar la ropa. Como no hace frío, tengo que abrir las ventanas para compensar el efecto del calefactor. Tengo que cenar en el mismo lugar donde he comido, el único sitio que hay en los alrededores. Amenal es un grupo de casas que se extienden alrededor del cruce de la carretera nacional y el Camino de Santiago.
Amenal, 5 de octubre de 2024.
6 de octubre de 2024, Amenal – Santiago de Compostela.
Me despierto antes de que suene la alarma del móvil. Así es que decido emprender la marcha cuanto antes, para llegar a Santiago también cuanto antes. El bar de la pensión, que cerró ayer a las cuatro de la tarde, ya está abierto. Sólo está el propietario, colocando las cosas. Desayuno café con leche y pan tostado con mantequilla y mermelada, como lo he hecho todos los días. Cuando caminaba por Navarra, Logroño, Burgos… el desayuno del peregrino solía complementarse con zumo de naranja, fiambre, magdalenas y fruta; se ve que conforme uno se aproxima a Santiago, y la distancia disminuye, también lo hacen las calorías proporcionadas al peregrino para que pueda llegar a su meta.
Cuando comienzo a andar son las 7.25, noche oscura. Hace ya rato, por lo menos una hora, que hay peregrinos marchando. No son muchos, pero lo hacen con continuidad. Al principio, utilizo la linterna del móvil para ver donde piso. Enseguida me coloco entre otros peregrinos que llevan sus propias luces y apago la mía. Adapto mi paso al del que va unos pasos delante, alumbrando el camino; los de detrás proporcionan ráfagas de iluminación adicional. Es una experiencia interesante hacer esta marcha nocturna -que algunos hacen todos los días-, pero creo que innecesaria, puesto que el día es largo, salvo en un día excepcional, como es el de llegada a Santiago. |
Iglesia Sta. Lucía |
Paso por la Iglesia de Santa Lucía, en el término de San Paio. Cuando amanece, me encuentro caminando entre pinos junto a la valla del aeropuerto. El cielo está cubierto, como los días anteriores, pero de momento está seco. La predicción para hoy también es de lluvia. En San Paio, entro en su iglesia (San Pelayo) y un voluntario me sella la credencial. Según la tradición, San Pelayo es el eremita que descubrió la tumba de Santiago siguiendo el rayo de luz de una estrella en el Campo Stellae, Campo de las Estrellas o Compostela.Veo varias furgonetas que dejan grupos de peregrinos a distintas distancias de Santiago: doce kilómetros, seis kilómetros.
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Monte del Gozo |
A las dos horas -quedan seis kilómetros- me obligo a hacer un alto de 10 minutos. Tomo un cortado y continúo caminando. Enseguida llego al Monte del Gozo. Efectivamente, es gozo lo que experimenta el peregrino cuando divisa desde aquí la catedral de Santiago de Compostela y ve que su esfuerzo de tantos días va a alcanzar su recompensa en breve. Vuelvo a sellar la credencial en la pequeña capilla de San Marcos, junto al Camino.Hay que bajar el Monte del Gozo y volver a subir hacia Santiago, donde se entra por el barrio de San Lázaro. Comienza a llover y así lo hará durante el resto del día, a ratos con bastante intensidad. Yo pongo la funda de plástico para proteger la mochila y me calo el gorro de lluvia. De momento es suficiente, pero después volveré a terminar con toda la ropa mojada y así pasaré la mañana hasta que pueda acudir al hostal: Santiago bien vale un resfriado.


Continúo siguiendo las indicaciones que guían a través de las calles de Santiago, paso por el Monasterio de San Martín Pinario y entro en la Plaza del Obradoiro por el túnel donde siempre hay un gaitero tocando su gaita. Llueve con fuerza. Doblo a la izquierda para contemplar unos momentos la fachada de la catedral, pero me dirijo rápidamente a la Oficina del Peregrino, en la calle Carretas que baja por la derecha. Quiero sellar la credencial -último sello y el más importante-, y sacar la Compostela que acredita haber realizado el Camino, y el certificado de distancia recorrida. Son las 10.30 y quiero adelantarme a la multitud de peregrinos que irá llegando. El proceso es rápido, a pesar de que ya hay bastantes personas. Primero, introducir los datos personales en un terminal y recoger un número. Después, esperar a que llamen ese número. Hay muchos voluntarios atendiendo y me llaman en pocos minutos; inmediatamente, con los datos introducidos, me entregan Compostela y certificado de distancia. El último, hay que pagarlo (3€) en otro stand. La señora que me atiende pregunta si he venido por la Pola o por Hospitales, yo orgullosamente le respondo que he hecho las dos rutas.
Una vez realizado el trámite “administrativo” me dirijo a la catedral. Es domingo y hay muchísima gente. Se entra por la Plaza Platerías y hay que hacer cola -no ha parado de llover y yo ya estoy completamente empapado-. Una vez dentro, intento pasar por el Santo, pero no se puede hasta después de la misa del peregrino que comienza a las doce. Busco un sitio para esperar y me coloco, de pie, en el crucero, desde donde puedo ver el altar. Los guardias de seguridad son bastante estrictos, no permiten hacer fotografías, utilizar móviles, hablar o deambular por las naves hasta que acabe la misa.
Tras media hora de espera, comienza la misa de peregrinos. Una misa católica solemne, en un escenario grandioso como es una catedral, es un espectáculo magnífico: tanto visual (el colorido ropaje de los sacerdotes, el fuego de las velas, las imágenes doradas…), como auditivo (la música de órgano, el canto, en este caso de una muchacha con la voz angelical); también olfativo (el incienso, utilizado con profusión en la Catedral de Santiago), e incluso gustativo, para los comulgantes. También la entrada y salida de los sacerdotes es impresionante: una procesión de quince sacerdotes con casullas verdes, dos sacristanes en blanco y otro hombre con hábito pardo que actúa como maestro de ceremonia indicando a los demás que hacer, todos ellos precediendo al arzobispo, con su mitra y báculo obispal. Hay sacerdotes de varias nacionalidades y partes de la misa que se dicen en otros idiomas. Incluso el arzobispo saluda a los peregrinos en varios idiomas: alemán, inglés, francés, italiano y portugués, además de español. De su homilía, me gustan unas palabras en las que apunta que el peregrino sabe cuál es su meta, pero que en el mundo actual muchos, más que peregrinos, son fugitivos.
Después de la misa, hay que salir de la catedral y volver a entrar por la Plaza Quintana para pasar a ver al Santo. Yo cumplo con el rito de subir las escaleras detrás del altar mayor, abrazar la efigie de Santiago -hace dos años, cuando finalicé el Camino Francés, no pude porque seguían las restricciones impuestas durante la pandemia del COVID- y después bajar por otras escaleras, aún más estrechas, para visitar el sepulcro de Santiago. Finalmente, me dirijo a la Plaza del Obradoiro para hacerme la fotografía enfrente de la fachada principal de la catedral. Intercambio de disparos de fotos con los móviles con dos mujeres italianas, de Padova. Después de años sin utilizar el italiano, aún soy capaz de hablar unas pocas palabras con ellas y les encomio la catedral de San Antonio.

Por la tarde, después de ducharme y cambiarme de ropa en el hotel, y comer un pulpo a feira -no podía irme de Galicia sin hacerlo-, visito el recientemente restaurado pórtico de la gloria: es magnífico, espléndido, soberbio. Merece la pena pagar la visita, que no es nada barata aunque incluya el museo de la catedral.
Y con esto doy por terminado mi segundo Camino de Santiago. No sé si realizaré otro Camino completo, pero estoy seguro de que mientras viva, seguiré haciendo más caminos.
Tren Santiago de Compostela - Madrid, 7 octubre 2024.