7 de marzo de 2022

La guerra de Ucrania

Ucrania nace como estado independiente y democrático el 24 de agosto de 1991, cuando el Parlamento Ucraniano aprueba el Acta de Proclamación de la Independencia de Ucrania. Hasta entonces, había estado bajo algún tipo de dominio extranjero desde la invasión mongola de mediados del siglo XIII. Ucrania ha sido parte de Rusia y las historias de Rusia y de Ucrania están entrelazadas.

Ucrania es un país complejo: la parte occidental habla ucraniano y acoge a la población católica (14% del total), la parte oriental habla principalmente ruso y concentra la población con origen étnico ruso y de confesión ortodoxa-rusa (Patriarcado de Moscú: 29% de la población total). La mayor parte de la población (42% del total) es ortodoxa-ucraniana (Patriarcado de Kiev).

La lucha política de la Ucrania democrática se puede resumir como un intento de imposición de una parte sobre la otra. A grandes rasgos: Occidente mira a Europa, Oriente mira a Rusia; la población está dividida entre la asociación con Europa o con Rusia. En 2013, el 41% de los ucranianos consideraban que la prioridad para Ucrania tenía que ser la integración con la UE y el 33% preferían una unión aduanera con Rusia.

Los hechos más significativos en su historia reciente son la Revolución Naranja y el Euromaidán. La Revolución Naranja (finales de noviembre de 2004 hasta enero de 2005) fue provocada por acusaciones de corrupción y fraude en las elecciones presidenciales del 21 de noviembre de 2004 entre los candidatos Víktor Yúshchenko y el pro-ruso Víktor Yanukóvich, a favor de este último. El Tribunal Supremo de Ucrania ordenó convocar nuevas elecciones para el 26 de diciembre de 2004. Bajo el escrutinio de observadores internacionales, la segunda contienda se declaró «libre y justa». Los resultados finales revelaron una clara victoria para Yúschenko, que recibió un 52% de los votos, comparado con un 44% de Yanukóvich. Yúschenko fue presidente entre 2005 y 2010.

Viktor Yanukovich (pro-ruso) fue presidente entre 2010 y 2014. El 21 de noviembre de 2013, un día después de que el Gobierno de Ucrania suspendiera la firma del Acuerdo de Asociación y el Acuerdo de Libre Comercio con la Unión Europea comienza en Kiev el Euromaidán: una serie de manifestaciones y disturbios heterogéneos de índole europeísta y nacionalista que logra el derrocamiento del presidente electo Víktor Yanukóvich, quien huye a Rusia en febrero de 2014 y es depuesto por el Parlamento.

El 1 de marzo de 2014, el exiliado expresidente ucraniano Víktor Yanukóvich pidió a Rusia el uso de fuerzas militares «para establecer la legitimidad, la paz, la ley y el orden, la estabilidad y la defensa de las personas de Ucrania». El mismo día, el presidente ruso Vladímir Putin solicitó y recibió la autorización del Parlamento de Rusia para desplegar tropas rusas en Ucrania y tomar el control de la península de Crimea, lo que hizo al día siguiente. Por otra parte, comenzaron disturbios en las regiones del este y del sur de Ucrania. En varias ciudades de las regiones de Donetsk y Lugansk, se organizaron milicias separatistas, que con apoyo ruso acabaron tomando el control de una gran parte de la región y declarando la autonomía de las repúblicas separatistas: República Popular de Donetsk y República Popular de Lugansk.


Lo que Occidente (Europa, Estados Unidos y sus socios y aliados) no comprende es que Ucrania es vital en la concepción de seguridad rusa. No acepta que las preocupaciones de seguridad de Rusia puedan ser genuinas, algo más que una mera excusa de Putin para justificar la construcción de un nuevo imperio ruso. Los rusos consideran que la expansión de la OTAN hacia el este es una amenaza contra su país.

Rusia no puede proteger sus fronteras –tiene la segunda frontera terrestre más larga del mundo– y confía su defensa en la profundidad estratégica, término que se refiere al territorio entre la frontera del país y los centros clave de población, gobierno y producción, que permite absorber un ataque enemigo y reaccionar sin poner en peligro sus fuentes de poder. Algo que Napoleón y Hitler tuvieron ocasión de comprobar. El concepto transciende del aspecto meramente militar al cultural y político, buscando un colchón que proteja el corazón ruso.

Lo que Putin no quiere aceptar es que Ucrania, como estado soberano y libre, pueda tomar decisiones propias y resuelva formar parte de la Unión Europea y, sobre todo, de la Alianza Atlántica. Putin es, de hecho, un tirano que aglutina todo el poder en Rusia, ha eliminado la oposición política, controla los medios de comunicación y la opinión pública, y por tanto no tiene que dar cuenta a nadie de sus actuaciones, por lo que hay que personalizar en él la actuación del país.

Así pues, el choque era inevitable. Occidente, por una parte, ha hecho oídos sordos a las inquietudes rusas y por otra ha ignorado las injerencias de Putin en Ucrania, que como hemos señalado se inician abiertamente en el año 2014. Y ello, quizás sea fruto de una actitud interesada: a Estados Unidos, más preocupado por la contención de China en el espacio indo-pacífico, le interesa el debilitamiento de sus posibles aliados, en este caso el eje Pekín-Moscú. La decisión de Putin de invadir Ucrania le relega a la condición de paria internacional y pone a China en una situación delicada. Occidente, por tanto, debe asumir su responsabilidad con Ucrania, quién finalmente ha recibido el golpe ruso. A pesar de las posibles responsabilidades (por omisión) de Occidente con Ucrania, Putin es el único culpable de invadir un país soberano, violar las fronteras internacionales y hacer saltar por los aires la legalidad internacional. Se ha colocado él mismo en una posición imposible ‒únicamente sustentada en la amenaza de utilizar armas nucleares‒ y se ha convertido en el primer enemigo de la precaria estabilidad mundial.

Tanque ruso en Ucrania (febrero 2022)
Tanque ruso en Ucrania (febrero 2022)

La invasión rusa de Ucrania ha desencadenado una guerra que probablemente será corta –dada la superioridad militar de Rusia sobre Ucrania–, pero que será seguida por una larga crisis. Occidente, a pesar de no participar en el conflicto militar, no puede permitir que Rusia salga victoriosa y alcance sus objetivos sin pagar un alto precio. Un precio que, al menos, le disuada de emprender nuevas aventuras expansionistas.

El inicio de la guerra ya ha provocado unas consecuencias que parecen irreversibles. Si el objetivo de Rusia era reforzar su seguridad estratégica, la invasión de Ucrania parece que va a lograr efectos contrarios:

- La población de Ucrania, antes dividida entre pro-rusos y pro-europeos, ahora es anti-rusa. Se refuerza la cohesión del país y el sentimiento nacionalista e independentista.

- Refuerzo de OTAN. La Alianza Atlántica cuya propia existencia estaba siendo puesta en duda por algunos líderes políticos y que estaba buscando su pervivencia a través de misiones no militares –tal como la lucha contra el cambio climático–, recupera su razón de ser primigenia: defensa colectiva del territorio y la población de sus miembros.

- Finlandia y Suecia tienen ahora mayores incentivos para abandonar su neutralidad y plantearse su entrada en la OTAN.

- Rearme de Europa. Incremento del gasto militar de los países (OTAN y UE) y tal vez reforzamiento de la defensa común en el seno de la Unión Europea. La decisión de Alemania de incrementar su presupuesto de defensa a los pocos días de la invasión de Ucrania es paradigmática.

- Debilitamiento de Rusia, como consecuencia de las sanciones económicas, el aislamiento internacional, la sangría social y económica si se perpetúa en el tiempo la ocupación de Ucrania, y el crecimiento de la oposición interna a Putin como resultado de todo lo anterior.


Zaragoza, 7 de marzo de 2022.

Francisco Javier Aguirre Azaña.


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