1 de octubre de 2020

Vida de velador.

Lo veo cada vez que salgo de casa. Sentado en la terraza de la Carbonera, el bar que está junto al portal. Es alto, hombros anchos, voz potente que se oye a varios metros de distancia. Está siempre allí, desde que abren a las nueve de la mañana hasta las ocho o las nueve de la tarde, menos el rato de la comida. Siempre con una cerveza a medias –excepto a primera hora, que toma café– y un cigarrillo humeante entre los dedos. No es muy mayor, pero debe estar prejubilado o tener alguna pensión por invalidez.

Cada vez que voy a por el pan o tengo que ir a las tiendas del barrio alcanzó a escuchar algo de lo que dice. Habla con cualquiera que se siente en las mesas de al lado, o con los camareros. A veces, alguno de los conocidos que ha hecho durante las largas horas de velador se sienta con él. Hablan del tiempo: “Mañana empieza el cierzo y tendremos que entrar dentro”; de política: “Yo voto a los del P… –el ruido del autobús que acaba de llegar a la parada no me permite escuchar más–…roban menos, pero son todos iguales”, o de cualquier tema de actualidad: “Qué follón ayer con los del Gran Hermano”; “El coronavirus viene de China”… Otras veces –voz grave–, habla por el móvil: “Aquí estoy, pasando el verano, cogiendo moreno de Carbonera”.

Y así he ido conociendo su vida. El día que pasó un muchacho con una camiseta del Asador el Sarmiento: “Pues anda que no he preparado yo caracoles en el Sarmiento”. Otro día, a la camarera: “Toda la vida trabajando, sábados y domingos incluidos, muchos días más de diez horas, y después te queda una pensión de miseria”.

Un día lo veo serio, sentado con un joven que es su propia imagen con cuarenta años menos. Ralentizo el paso, saco el móvil y hago como que lo miro:

-- Sois unos cabrones. Desde que murió vuestra madre no venís por casa. Claro, como ya no está para haceros la comida. Voy a vender el piso y me lo gasto en cervezas. No vais a ver un euro.

Conmigo también charla:

-- Te veo muchos días por aquí.

-- Es que vivo en el portal de al lado –digo.

-- ¡Joder que suerte! Ya me gustaría a mí. Cuando quieras echamos unas cañas –me contesta.

Con la llegada del invierno, los días en que se monta la terraza son cada vez más escasos. Lo he visto algún día: más flaco, menos dicharachero, mirando fijamente como se consume el cigarrillo. Finalmente dejo de verlo. Tengo que preguntar a su hijo –pienso.

Zaragoza, 1 de octubre 2020.

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