20 de noviembre de 2023

El peregrino.

Cuando comencé a andar el Camino Primitivo de Santiago era una persona normal. Lo que sucedió después, cambió mi vida.

Me gusta comenzar a caminar antes de que salga el sol, ver como la luz desplaza a las sombras y sentir los primeros rayos de sol, tibios, en la espalda.

Cebreiro 
Monumento a la peregrina

Un día, encontré a una mujer, delgada, morena con el pelo corto, sentada sobre un tronco caído, muy quieta, silenciosa, mirando fijamente al punto por el que la primera claridad anunciaba la salida del sol. Cuando la miré, sentí en mi interior una voz que decía: «Te estaba esperando». Azorado, apreté el paso. Después de pensar unos instantes sentí la necesidad de acercarme a ella y preguntarle: ¿Quién eres?, así es que di media vuelta con esa intención. Pero había desaparecido. Sobre el tronco que había ocupado no había nadie. Los avatares del día hicieron que me olvidara del incidente. Me dije que había sido una alucinación, tal vez producto de una mala noche en la que no había descansado lo suficiente.

Al día siguiente se repitió la escena. Al verla, en esta ocasión de pie, entre las brumas matinales, hierática, esperando la salida del sol; sentí en mi cabeza una voz aún más fuerte: «Te estaba esperando». Me quede paralizado en el lugar. Aterrorizado, observé cómo su figura se desvanecía con los últimos jirones de oscuridad que la primera luz desplazaba. Grité: ¿Quién eres?; ¿Qué eres? Silencio.

Mientras caminaba no dejaba de pensar en ella. Intentaba buscar un sentido a lo que había sucedido, ¿era una diosa caprichosa que disfrutaba atemorizándome?, ¿era sencillamente la muerte que anunciaba su llegada? o ¿un presagio del destino?, ¿un heraldo que me revelaría el sentido de la vida, o alguna verdad oculta?

El tercer día, cuando la vi, mis temores se disiparon; el desasosiego que sentía ‒una mano de hierro que retorcía mis entrañas, produciendo un dolor sordo‒ se evaporó.

Ella estaba quieta, mirando el horizonte, hacia oriente. Su vestimenta era una especie de vestido largo, manto o capa, de bordes indefinidos; de color grisáceo, también indefinido. Su cara, más bien pálida, no tenía edad. No era bella, pero su figura irradiaba un magnetismo atrayente, que hacía desear estar a su lado. Pero era inaprensible, como agua entre los dedos. No habló, pero entendí su mensaje: «Tu sabes quién soy: el Destino, la Muerte, Todo, Nada». Desapareció con el primer rayo de sol.

El día posterior se repitió la visión. Yo ya no tenía miedo, era inútil tenerlo ante la certeza de lo inevitable. Su mensaje fue: «Cuando termines el Camino, vendrás conmigo».

Desde entonces, recorro el Camino de Santiago, siempre buscando el recorrido más largo, la ruta más extensa. Al llegar a Santiago de Compostela, abrazo el busto del Santo y vuelvo a comenzar un nuevo camino: el Francés, el Portugués, el del Norte, el Inglés, el de San Salvador... En invierno pido cobijo en los albergues, como de lo que me dan. En verano, bebo agua de las fuentes y pernocto en los atrios de las iglesias. Y, cada día, me encuentro con ella; me mira y yo sé que me está diciendo: «Te espero». Yo continúo caminando indiferente.


O Cádavo Baleira. 3 de octubre de 2023.


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