9 de agosto de 2024

Miguel de Bernabé. Héroe de la Guerra de los Dos Pedros.

I. La gesta de Miguel de Bernabé.

Miguel de Bernabé era el alcaide del castillo de Báguena durante la Guerra de los Dos Pedros, que se inició en agosto de 1356. Así llamada por los contendientes: Pedro IV de Aragón, el Ceremonioso; y Pedro I de Castilla, el Cruel, o también para otros: el Justiciero. Báguena pertenecía a la Comunidad de Aldeas de Daroca en aquel tiempo; actualmente se encuentra en la provincia de Teruel, mientras que Daroca pertenece a la provincia de Zaragoza.

Tras seis años de lucha, se concertó la paz entre Castilla y Aragón, gracias a los buenos oficios del nuevo legado pontificio, el Cardenal de Bolonia. El aragonés Pedro IV, confiando en el pacto alcanzado, despidió a su gente de guerra y marchó, en junio de 1362, a Perpiñán para atender a la guerra del Rosellón. Lo que fue aprovechado por Pedro I de Castilla para, en ese mismo mes, invadir Aragón, sin previa declaración de guerra, con un potente ejército de 30 000 infantes, 12 000 caballeros y 36 máquinas de batir murallas. Ante tal ejército cayeron las comarcas de Calatayud, Tarazona y Cinco Villas.

En abril de 1363, Pedro I concentró sus fuerzas en Bureta, y se dirigió a Daroca, poniendo sitio a la entonces Villa Mayor de Daroca y a los castillos de su Comunidad de Aldeas. Había castillos en: Anento, Báguena, Berrueco, Burbáguena, Cucalón, Huesa del Común, Lagueruela, Langa, Santed, Tornos, Torrecilla del Rebollar, Villahermosa, Villarreal de Huerva; más al sur se encontraba la formidable fortaleza de Peracense. Los castellanos asolaron la comarca, arrasando sus mieses, talando sus árboles, arrancando sus viñas, incendiando sus pueblos y degollando o mutilando a los que no se rendían. Pese a todo ello, los darocenses y toda su Comunidad de Aldeas se mantuvieron firmes, aunque apremiados por el hambre; sólo el castillo de Burbáguena se rindió sin apurar la defensa. Pedro I, percatado de la inutilidad del cerco de la fuertemente fortificada Villa de Daroca, trasladó sus efectivos al cercano castillo de Báguena.

Defendiendo este castillo había un pequeño grupo de comuneros darocenses al mando de su alcaide, Miguel de Bernabé, natural de Báguena, quien pertenecía a una familia bien considerada por los darocenses y que gozaba de la confianza del Rey –ya Jaime II, en el año 1306, concede la colecta de las pleitas de Báguena al abuelo de Miguel de Bernabé, quien también se llamaba Miguel de Bernabé–. El castillo era una pequeña fortaleza, asentada sobre una suave loma, a cuyos pies se extendía el pueblo cristiano y una corta aljama de moros. Su torre principal se levantaba hacia el sur. A unos 50 metros se erguía otro torreón. El recinto murado se asentaba sobre las escasas defensas naturales del terreno y su punto más vulnerable estaba al este, donde casi no había desnivel. Aunque había sido reparado en 1336 y 1344, sus defensas de fábrica eran fácilmente expugnables. En la torre principal, conforme era habitual, se alojaban la mujer, el hijo y las dos hijas del alcaide, los tres niños de corta edad.

El castillo de Báguena fue cercado por el formidable ejército castellano al mando de su rey, quien quería una rendición inmediata e incondicional, ya que el número de atacantes era infinitamente superior al de los defensores y las máquinas de batir aseguraban la destrucción de las defensas. Por otra parte, Miguel de Bernabé no podía contar con el auxilio de su rey. Sólo Daroca permanecía imbatida, y no podía ser desguarnecida para auxiliarle, algo que hubiera puesto en peligro la puerta de entrada hacia el resto de Aragón. Además las tropas de Pedro IV aún no habían empezado a concentrarse en Zaragoza, donde se las esperaba para el 23 de abril.

Buscando una pronta rendición, Pedro I ofreció al alcaide Miguel de Bernabé y a sus hombres, no sólo respetar sus vidas y dejarles libres, sino también honores y premios, si entregaban el castillo. Miguel de Bernabé contestó haciendo solemne manifestación de homenaje y fidelidad a su rey y de servicio a la Comunidad de Daroca.

Entonces, Pedro I amenazó con aplicar los más horrendos tormentos a los supervivientes cuando el castillo cayera en su poder. Tal como hizo poco después en Cariñena, donde degolló y pasó a cuchillo a algunos defensores de aquella villa, a otros les cortó pies y manos, a otros les arrancó orejas y narices. Tampoco esto arredró al Bernabé, quien prefirió mantener el honor y su juramento antes que la vida.

Algunos defensores se rindieron, otros continuaron a su lado. Pero ante los recios combates, que iban demoliendo las defensas y mermando a la hueste aragonesa, todos acabaron por abandonarle. Solo él quedó defendiendo el castillo.

El recinto amurallado estaba casi totalmente demolido. Las tropas castellanas ocupaban la plaza del castillo y rodeaban la torre donde Miguel de Bernabé se encerró, y desde donde seguía asaeteando a sus enemigos.

Volvieron a hacérsele promesas de honras, riquezas y honores, si se entregaba; amenazándole con quemarle vivo si se resistía. Sólo tenía que tirar las llaves del castillo, y él y su familia serian salvos, francos e inmunes, ricos y altamente ennoblecidos. Miguel de Bernabé se negó.

Los sitiadores metieron matorrales, leña y teas encendidas por saeteras y ventanas. Un incendio pavoroso comenzó a consumir la torre del castillo. Las llamas se elevaban a gran altura. Y, en lo más alto, un brazo armado enseñaba, fuertemente agarradas, las llaves de la fortaleza; hasta que, de pronto, al hundirse el piso con estrépito, desapareció.

Miguel de Bernabé. Pintura de Salvador Gisbert, 1883.

Aquel 15 de abril de 1363, las llamas del castillo de Báguena alumbraron la lealtad heroica de su alcaide.

Pedro l levantó el cerco y marchó a la conquista de Cariñena, al mando de sus más de 40 000 hombres, después de vencer a un solo comunero de Aragón. El tiempo que Pedro l ocupó en intentar rendir Daroca y en conquistar el castillo de Báguena y la villa de Cariñena, fue decisivo para la salvación de Aragón, pues mientras tanto se fueron concentrando tropas aragonesas, catalanas y valencianas en Zaragoza; por lo que el castellano decidió marchar sobre Valencia, donde se firmaría, el mismo año 1363, el Tratado de Murviedro (actual Sagunto), que no supuso más que un respiro momentáneo en la guerra.

Cuando levantaron las ruinas del castillo de Báguena encontraron en los sótanos de la fortaleza, aún con vida, a los hijos del alcaide. Por eso se les conoció desde entonces como los libertados. Del cuerpo incinerado de Miguel de Bernabé se halló, entre cascotes y vigas calcinadas, el brazo incorrupto que sostenía las llaves firmemente asidas.

Nueve años después de la muerte de Miguel de Bernabé, las Cortes de Aragón reunidas en la Seo de Zaragoza, con asistencia del Justicia de Aragón y presididas por el Rey, trataron sobre la conveniencia de premiar su fidelidad, considerando que le eran aplicables las palabras que Pedro IV dirigiera a los darocenses cuando les otorgó el privilegio de ciudadanía: «por cuya gesta llevada a cabo con valor, se vio libre del yugo de los castellanos la mayor parte del reino de Aragón».

Los Cuatro Brazos (la Iglesia, la baja nobleza, la alta nobleza y los concejos o universidades), de común acuerdo y por unanimidad de todos sus miembros, acordaron que se debía conceder a sus descendientes un privilegio de infanzonía especial, por el que también las hembras transmitieran su nobleza, como pago a su heroísmo y para servir de ejemplo a otros súbditos. Así, el día 10 de mayo de 1372, que era lunes, en el refectorio de la Seo de Zaragoza, en presencia del Justicia y de los Cuatro Brazos y estando presente Miguel de Bernabé, menor de catorce años e hijo del Alcaide de Báguena, el rey Pedro IV aprobó y proclamó solemnemente el siguiente privilegio: «A suplicación de los Cuatros Brazos y de la Corte General, de voluntad de ellos por tenor de la presente hizo francos y exentos a Miguel Bernabé, pupilo, hijo del otrora Miguel de Bernabé, que está presente, y a sus hermanas, y a toda la posteridad de ellos y de cada uno de ellos, de toda servidumbre real y vecinal, y los declaró a ellos y a cada uno de ellos y a los descendientes de ellos y de cada uno de ellos que sean y fueran infanzones ermúneos [1] y que deben gozar el privilegio de Infanzonía según lo puede y debe gozar cualquier infanzón ermúneo de este Reino».

Conocemos los nombres de dos de los hijos de Miguel de Bernabé: Miguel –presente y mencionado en la promulgación del edicto real de 10 de mayo de 1372– y María, de quien desciende todo el linaje según los procesos de infanzonía que se conservan; la otra hermana, quien al parecer murió sin descendencia, y por esa causa, no es mencionada en los documentos históricos. El privilegio concedido a los Bernabé supuso una verdadera innovación en el Derecho foral aragonés, ya que tradicionalmente sólo los hombres podían transmitir el privilegio nobiliario. Las mujeres eran receptoras de la cualidad, pero ésta se perdía en su persona, ya que no pasaba a sus descendientes. Ni antes, ni tampoco después, se dio un privilegio semejante; aunque algunas familias lo reclamasen erróneamente en siglos posteriores.

Los cronistas aragoneses recogieron el extraordinario suceso en sus obras:

Pedro de Gracia Dei (1465? - 1530), cronista y rey de armas [2] de Fernando el Católico, recogió la hazaña en su manuscrito Nobiliario, que escribió en verso:

«En esta entrada se vido
La gran fe de BERNABÉ;
Que bien que fue combatido
Mas nunca escuytó partido
Fasta que cremado fue,
Y ni aun por esas rendido:
Ca en sus manos abrasadas
Las claves fueron trobadas
Del Castillo que tenía,
Porque fue su nombradía
Más que las más estimadas,
Y lo es hoy su Fidalguía.
Pues son sus fembras compradas.»

Jerónimo Zurita (1512 - 1580), en su obra Anales de Aragón (Libro IX, Capítulo XLIV), escribe: «Cerco del castillo de Báguena y esfuerzo de Miguel de Bernabé; es cosa notable. Acabado esto, pasó con su ejército haciendo guerra en la comarca de Daroca; y combatiendo algunos castillos, los de Daroca salieron algunas veces en campo por socorrerlos y recibieron mucho daño de los enemigos. Entonces cercó el rey don Pedro el castillo de Báguena aldea de Daroca, y con singular esfuerzo de un vecino de aquel lugar que se decía Miguel de Bernabé se defendió el castillo en el combate que se le dio por todo el ejército; y aunque se le hicieron grandes promesas por el rey de Castilla, nunca se quiso rendir y fue quemado dentro en el mismo castillo; y por aquella hazaña mereció que se concediese hidalguía a sus descendientes por línea de varones y mujeres».

También Gonzalo de Céspedes y Meneses en su Historia apologética en los sucesos del Reino de Aragón (Discurso IV, 2), del año 1622, escribe: «Razón será que ocupe la portentosa lealtad del nunca asaz loado Miguel de Bernabé este primer lugar, el cual con más valor que Scébola no la mano como este, más todo el cuerpo se dejó hacer cenizas por no faltar al homenaje de su príncipe que entonces era el Cuarto y en Castilla el Cruel de su mismo nombre… Cercó este en las guerras que tuvo con los Aragoneses, el Castillo de Báguena, resistió el Bernabé a sus recios combates y amenazas y a sus grandes promesas, y aún al deseo y temor de sus propios soldados y compañeros; y finalmente, faltándole su ayuda y el favor de la tierra, constante persistió único y sólo; y requerido se rindiere, no queriéndolo hacer, ni entregar las llaves del castillo de su Rey, le pusieron fuego y acabó consumido, mas no el claro nombre de su fidelidad, pues en memoria de ella permitió el Cielo, que entre las ruinas de aquella fuerza al querer levantarla, se hallase las llaves, mano y brazo conservado e incorruptible».

II. El linaje Bernabé.

Escudo de armas de los Bernabé.

En el Archivo Histórico Provincial de Zaragoza (Sección de Infanzonías) se encuentra el escudo de armas de los Bernabé: «… y todos los descendientes de dicho Miguel de Bernabé habían llevado y llevaban por blasón y armas de su Infanzonía y libertad un Castillo y en lo alto de aquél una figura de hombre armado, puesto en su Celada, y en sus manos la espada y llaves de la fortaleza, y al pie de ella unas llamas de fuego, significando con esto la quema de dicho Castillo y persona de dicho Miguel de Bernabé».

La prerrogativa que el rey Pedro IV concedió a los descendientes de Miguel de Bernabé en 1372, permitiendo que la cualidad nobiliaria fuera heredada por las mujeres, convirtió a las mujeres de este linaje en esposas perfectas para cualquier miembro acaudalado del estado llano que aspirase a ingresar en el estamento nobiliario. El casamiento con una Bernabé garantizaba que los hijos fueran considerados hidalgos de sangre, y que esta cualidad permaneciera desde ese momento en el nuevo linaje familiar. Las mujeres descendientes de los Bernabé se convirtieron en ambicionadas aspirantes a matrimonios pactados, dando origen a numerosas ramas que, poco a poco, se extendieron por toda la comarca. Los Bernabé se cruzaran con familias, nobles o plebeyas, adineradas, que aportaban gran parte de sus bienes en las capitulaciones matrimoniales. Lo cual produjo dos consecuencias: el cruce con las familias más linajudas del valle del Jiloca y el enriquecimiento de los Bernabé.

Si bien durante los siglos XIV y XV las transmisiones de infanzonía fueron limitadas –al advenir la Casa de Austria al Trono de España (año 1516), el número de familias que procedían del alcaide Miguel de Bernabé no llegaba a la docena–, en cambio durante los siglos XVI y XVII se produjo una expansión: en la década de los 70 de esta última centuria, se alegaba –de forma interesada por los contrarios– que el número de familias de Bernabé exentas de tributación era de 300, equivalente a más de 1 500 individuos.

Escudo de armas de los Gil de Bernabé (Báguena).

Los Gil de Bernabé de Báguena son una de esas familias ennoblecidas gracias a su cruce con una Bernabé, fruto del matrimonio –sobre el año 1505– de Pedro Gil con María Estevan de Bernabé, nieta de quinta generación de María de Bernabé, la hija de Miguel de Bernabé. En su escudo de armas puede observarse que junto a motivos de los Bernabé (mano agarrando las llaves y castillo en llamas) aparecen otros objetos heráldicos como la flor de lis –uno de los muebles heráldicos más difundidos universalmente– y un banderín doble.

En muchos pueblos del valle del Jiloca se conservan numerosas piedras armeras de diferentes familias que emparentaron con los Bernabé, repitiendo habitualmente los mismos motivos: un castillo en llamas y en lo alto, o asomándose por la ventana, un brazo armado del que penden dos llaves, las que Miguel de Bernabé se negó a entregar a los castellanos, junto con los propios de cada familia.

Inicio del linaje Gil de Bernabé[3]

No sabemos cuándo se inició la confusión, pero ya a comienzos del siglo XX era común el error de atribuir a Gil de Bernabé la gesta de Miguel de Bernabé, tanto en Báguena como en la, ya en esos momentos, antigua Comunidad de Daroca.

El hecho era que, en dicho siglo XVII, más de la mitad de los hidalgos en la actual comarca del Jiloca estaban entroncados directamente con los Bernabé, y el número no dejaba de crecer. La situación era insostenible para muchos Concejos, pues la presencia de un elevado porcentaje de hidalgos exentos les provocaba la disminución de los ingresos fiscales y un aumento de las cargas entre los vecinos pecheros [4]. La Comunidad de Aldeas de Daroca, los municipios y los vecinos pecheros empezaron a protestar, entablando numerosos pleitos con el linaje de los Bernabé, negándose a reconocerlos como nuevos hidalgos.

A principios del siglo XVII se produjo, en determinados núcleos de la Comunidad de Aldeas de Daroca, un movimiento –que incluso fue amparado por el propio Rey– contra el privilegio de que las hembras de los Bernabé transmitieran su infanzonía, con el fin de repartir las pechas reales y vecinales entre mayor número de vecinos. Esta actitud fue favorecida, si no provocada, por las sentencias contrarias en los procesos instados por los Gilbert y los Pérez Arnal, quienes pretendían, con base en los privilegios de los Bernabé, el reconocimiento judicial de la transmisión de su nobleza también por hembra.

En vista de que los procesos de infanzonía que se promovían por los descendientes de Miguel de Bernabé ante la Corte del Justicia o la Audiencia Real eran resueltos por éstas favorablemente, sin que al efecto valiesen presiones en contrario, ni aun del propio Rey, las Autoridades del Reino, con el apoyo de la Comunidad de Aldeas de Daroca y de otros colectivos interesados, decidieron que el privilegio se revocase parcialmente en las Cortes del Reino de Aragón.

El asunto se llevó, pues, a las Cortes Aragonesas que se celebraron en la Seo de Zaragoza, desde el 29 de mayo de 1677 al 25 de enero de 1678. Invocando que sobre la comprensión del privilegio de los Bernabé se habían suscitado muchos pleitos y el evitarlos era del interés público, se acordó la anulación del privilegio para los descendientes de hembra no nacida a la fecha de la publicación del Acto de Corte en que así se aprobaba y se reconoció la hidalguía y el derecho a transmitirla a todos los descendientes que estuvieran vivos en dicho año, tanto hombres como mujeres, pero determinando que a partir de ese momento la cualidad nobiliaria sólo podría ser heredada por los varones que nacieran en lo sucesivo. Dicho acto se publicó el 5 de marzo de 1678 y en él se establecía: «… que en dicho Privilegio se entiendan comprendidos todos los que hasta el día de la publicación del presente Acto de Corte estuvieren nacidos, así hombres, como mujeres, descendientes del dicho Miguel de Bernabé o de alguna de dichas sus hermanas así por línea femenina como masculina. Y asimismo todos los que en adelante nacieren, y descendieren por línea de varón de los que al tiempo de la publicación de este Fuero se hallaren nacidos, o nacidas; y que el dicho Privilegio no comprenda a los que desde el día de dicha publicación en adelante descendieren de hembras, así por línea masculina, como femenina, que no estuvieren nacidas al tiempo de la publicación del presente Acto de Corte».

Así, unas Cortes sumisas al rey Carlos II derogaron un privilegio nobiliario aragonés excepcional, tras 306 años de estar en vigor, acabando con la proliferación del linaje de los Bernabé, que en los tres siglos anteriores se había extendido prácticamente por todos los pueblos del valle del Jiloca.

En el mismo Acto de Corte, del año 1678, que modificaba el Real Privilegio concedido a Miguel de Bernabé, se incluía una relación de los miembros de la familia de los Bernabé que se hallaban en el disfrute del privilegio, y que comprendía 118 personas, entre hombres, mujeres y niños, los cuales ostentaban 36 apellidos diferentes.


III. Errores modernos en la memoria histórica de Miguel de Bernabé.

La gesta de Miguel de Bernabé es comparable a la de Guzmán el Bueno, incluso más heroica, ya que el primero, antes que entregar el castillo de Báguena, sacrificó su propia vida, y estaba dispuesto a sacrificar también la de sus pequeños hijos que finalmente fueron liberados; mientras que el segundo, desde la seguridad de la muralla, lanzó su daga para que mataran con ella a su propio hijo antes que rendir la plaza de Tarifa. Sin embargo la Historia ensalzó a Guzmán y silenció a Bernabé, quizás porque en la construcción de un mito nacional es necesario ensalzar la lucha contra el poder extranjero (Guzmán se enfrentaba a los nazaríes musulmanes) y velar lo que, con criterios modernos, podría considerarse una guerra civil (la guerra entre aragoneses y castellanos).

No obstante, su memoria ha llegado hasta nosotros y los vestigios más conocidos son los más próximos a nuestra época. Ya durante las guerras carlistas del siglo XIX fue utilizado por los carlistas como ejemplo épico. También lo reivindicó Salvador Gisbert y Jimeno (1851 - 1912): pintor, ilustrador y periodista en el Heraldo de Teruel de Alcañiz y el Diario de Teruel, quién publicó numerosas leyendas y tradiciones populares turolenses en la Revista del Turia, y pintó la gesta de Miguel de Bernabé.

Pero esa memoria está, también, plagada de tergiversaciones sobre las que aquí queremos llamar la atención, con ánimo de que sean, por fin, corregidas.

En el año 1927 fue estrenaba en Báguena una obra de teatro que glosaba la gesta de Bernabé. Eusebio Monterde Juste nos lo explica [5]: «Mosén Manuel Sánchez Rubio, que regentó la Parroquia bastantes años hasta su fallecimiento, promovió fuera glosada la gesta de Bemabé en una obra teatral, "El castillo de Báguena", siendo autor del folleto en verso Marco Antonio Galindo, de Atea y vecino de Acered, y encargó la música a su discípulo Miguel Moneva Segura, de Almonacid de la Sierra, que la compuso en octubre de 1926. Esta obra dramático-musical, consta de tres actos, con varias escenas, algunas de ellas cantadas en solo y coros, de un gran efecto. Bajo la dirección de D. Eusebio Quintana, Maestro de tan grato recuerdo en Báguena, fue estrenada en 1927 por el Grupo Artístico Escolar con un gran éxito de los pequeños actores».

La pieza «El Castillo de Báguena» está bien fundamentada históricamente cuando habla de la división que había en la orden de Calatrava, con un maestre electo en Aragón, refugiado en el convento de Alcañiz, y otro nombrado en los reinos de Castilla; y también cuando menciona la situación personal del rey Pedro I de Castilla, quién tuvo retenida a su esposa, la reina doña Blanca, mientras vivía con su amante, doña María de Padilla. Pero comete varios errores: en primer lugar, se nombra a Miguel de Bernabé como Miguel Gil de Bernabé, ya que ambos nombres se utilizaban y se utilizan indistintamente, según también apuntan los citados Eusebio Monterde e Isaac Bureta. Sin embargo, tal como se ha señalado anteriormente, los Gil de Bernabé es una más de las muchas familias que surgieron del matrimonio de una Bernabé con miembros de otras familias linajudas. En este caso, los Gil de Bernabé son resultado del matrimonio –sobre el año 1505– de Pedro Gil con María Estevan de Bernabé, nieta de quinta generación de María de Bernabé, la hija de Miguel de Bernabé, asentados en Báguena. Otro error que se comete en la obra es obviar la existencia de las dos hijas de Miguel de Bernabé, presentando sólo al hijo, Miguel o Miguelín, como un bebé en manos de su madre.

También la Cooperativa de Báguena, fundada en 1960 y cerrada desde hace años, se llamó «Gil de Bernabé y del Santo Cristo de los Milagros». Seguramente, quienes dieron nombre a la cooperativa, además de su advocación religiosa, quisieran tributar reconocimiento al más afamado personaje histórico de la población, ligado a una pieza característica de su patrimonio: Miguel de Bernabé y el castillo; pero cometieron el mismo error que en esta obra de teatro.

En 1929, el Padre escolapio José Beltrán Roche (1882 - 1965), durante años profesor del colegio de la Escuela Pía de Daroca y su rector entre los años 1949 y 1955, publicó el libro Tradiciones y leyendas de Daroca. En el que se encuentra la leyenda del Caballero del Águila Blanca.

El Caballero del Águila Blanca era un caballero que llevaba siempre oculto el rostro con la visera del casco, y ostentaba sobre él, en vez de penacho, un águila blanca. Era uno de los defensores de la muralla de Daroca contra el ejército castellano de Pedro I el Cruel, en concreto un torreón cilíndrico, próximo a la Puerta Baja de Daroca, en la parte que mira a Manchones. También era conocido como el Almogávar, pues comandaba una tropa de 50 almogávares que se habían juramentado para defender Daroca con su sangre y su vida. Una de las hazañas de este caballero fue entablar un combate singular con el castellano Caballero de la Pluma Verde, quién llevaba por divisa la ofensiva frase: «Por encima de Aragón». El combate singular tiene lugar entre el ejército castellano, que rodea a los contendientes, y las murallas y torres darocenses. El Caballero de la Pluma Verde, jinete a caballo, se lanza furioso, enristrando la lanza contra su adversario; este se ladea, esquivando la acometida, y aquél pasa veloz. Cuando torna de nuevo, antes de embestir de nuevo, el almogávar arroja un certero dardo, con tanta fuerza que le atraviesa el cráneo hasta levantar el casco. Cae desplomado en tierra el caballero castellano; un grito de rabia resuena entre los suyos. El rey, montado en cólera, manda detener al almogávar, pero éste, tomando la lanza del vencido y cabalgando de un salto en el negro corcel, rompe el cerco que le rodea y antes que los enemigos le alcancen, los suyos le abren las puertas de la plaza, que se cierran tras él, y es recibido en triunfo por todos los darocenses. Esa misma noche, los castellanos renuevan los asaltos con más furia que nunca y se prolongan hasta el día siguiente. Una de las máquinas de batir ha logrado acercarse tanto a la muralla que amenaza abrir una brecha en el lienzo del muro. Viendo el peligro, el Caballero del Águila Blanca manda que lo descuelguen desde la almena de la torre, y llevando en la diestra la espada y en la izquierda un caldero de materias inflamables, con sobrehumano valor consigue incendiar la destructora máquina, y con la misma cuerda es ascendido por los suyos a la torre, salvando así su vida. Finalmente, los sitiados hacen una salida por las puertas menos atacadas, y acometen al enemigo con tal bravura y empuje que todo el camino de Manchones queda sembrado de cadáveres enemigos.

El Padre José Beltrán comienza esta leyenda diciendo que era el primero de septiembre de 1363 cuando: «Sonidos de trompas y clarines pregonan a sangre y fuego la guerra asoladora», y se inician los hechos relatados. Y la acaba declarando: «El caballero del águila blanca, que había tomado parte en la salida, al verse atacado y perseguido por un escuadrón de caballería numeroso, huye a encerrarse en el citado castillo de Báguena. […] El alcaide, vecino de Báguena y llamado Miguel de Bernabé, era el caballero del águila blanca».

Tal vez, la leyenda, como sucede tantas veces, está basada en hechos históricos, aunque mitificados. Lo que es evidente es que, si existió tal caballero y tomó parte en la defensa de Daroca durante la guerra de los dos Pedros, no pudo ser Miguel de Bernabé. El alcaide del castillo de Báguena –del que conocemos su existencia y hechos, en este caso sí, por documentos históricos– no abandonó su responsabilidad de defender el castillo, en donde vivía con su familia, y donde murió abrasado el 15 de abril de 1363; antes de la fecha del 1 de septiembre, a partir de la cual José Beltrán sitúa las hazañas del Caballero del Águila Blanca, con una evidente falta de rigor histórico y, al parecer, con la pretensión de sumar la hazaña –real– del castillo de Báguena a las –supuestas– del Caballero del Águila Blanca.


Francisco Javier Aguirre Azaña.

Zaragoza, 8 de agosto de 2024.

Notas:

[1] Infanzones ermúneos -exentos de pagar tributos reales y vecinales, además de otros derechos-, en un principio, eran los nobles descendientes de la Casa Real de Aragón y, posteriormente, los que gozaban de los mismos privilegios por concesión real.

[2] Rey de armas es el más alto rango al que puede aspirar un oficial de armas. Funcionario que tenía encomendado el registro de los blasones, la formación de los nuevos que se fuesen concediendo y la observancia de las leyes heráldicas.

[3] Isaac Bureta Anento. El linaje de Bernabé. Revista Xiloca, 12 (1993). Pág. 50.

[4] Pecheros, también llamados villanos o plebeyos, obligados a pagar pechas, los actuales impuestos.

[5] Eusebio Monterde Juste. La Villa de Báguena, orígenes, historia y generalidades. Revista Xiloca, 3 (1989). Págs. 76-77.


Fuentes históricas:

Pedro de Gracia Dei (1465?-1530): Nobiliario (Manuscrito).

Jerónimo Zurita (1512-1580): Anales de la Corona de Aragón (Libro IX, Capítulo XLIV). Zaragoza, 1610.

Gonzalo de Céspedes y Meneses (1585-1638): Historia apologética en los sucesos del Reino de Aragón, 1622 (Discurso IV, 2).

C. Laliena Corbera, Acta Curiarum Regni Aragonum, Tomo III: Cortes del reinado de Pedro IV / 2. Gobierno de Aragón, Zaragoza, 2008.

Fueros y Actos de Corte de el Reyno de Aragón, Años 1677 y 1678. Pasqual Bueno. Zaragoza, 1678. Original (digitalizado).

Bibliografía:

Bureta Anento, Isaac: El linaje de Bernabé. Revista Xiloca 12, Noviembre 1993, págs. 47-81. ISSN: 0214-1175.

Bureta Anento, Isaac: Historia de Báguena (2007). Ayuntamiento de Báguena. Registro: Z-996- 2007.

Monterde Juste, Eusebio. La Villa de Báguena, orígenes, historia y generalidades. Revista Xiloca, 3 (1989). Págs. 71-89.

Vicente de Cuellar, Benito: Un privilegio nobiliario aragonés excepcional. Cuadernos de Aragón nº 20, 1987, págs. 211-220. Institución Fernando el Católico. Zaragoza.