María dejó el bebé en la cama y se dispuso a abrir las dos
cartas que había recogido del buzón. Con manos temblorosas abrió la del
Servicio de Salud, el corazón se le disparó y las lágrimas saltaron de sus ojos.
Confirmaba lo que, sin saber como, ya sabía: parálisis cerebral. Tenían que
hacerle más pruebas, pero nunca llegaría a valerse por sí mismo.
Ella lo sabía desde que se lo entregaron después del parto:
tan callado, tan inmóvil. Y sabía que todo había ido mal desde que se puso de
parto aquel nefasto jueves, inicio de puente. En el hospital le pusieron una
inyección y la mandaron a casa, que volviera el lunes le dijeron. Y ella, ¿qué
podía hacer?, nada, hacer caso. Su novio, tan encantador, tan amoroso, se había
ido convirtiendo en una persona hosca, hostil, incluso agresiva, durante el
embarazo. No quería un hijo. Acabó no queriéndola a ella. Desapareció el mismo
día del nacimiento, cuando ella le contó sus temores al ver a su hijo.
Le entró una desazón que no había experimentado nunca. Cuidaría
a su hijo, la necesitaba. Trabajaría en lo que fuese. No podía contar con nadie
más. Su madre, divorciada, subsistía con trabajos basura, y tenía bastante con
su hijo pequeño: dieciséis años, no quería estudiar, enredado con una pandilla de
pequeños delincuentes, navajas, peleas, robos, dos veces ante el juez de
menores.
Abrió la segunda carta, del ayuntamiento. El contrato de
alquiler barato terminaba en dos meses. Una empresa extranjera había comprado
el bloque de viviendas sociales y ofrecía a los actuales inquilinos prorrogar
los alquileres, pero a precio de mercado, más del doble. María buscó la
cartilla del banco. Estaba allí, él no se la había llevado. Novecientos
veintisiete euros.
No lloraba, no se quejaba, no se movía, pero chupaba con
fruición cuando le daba de mamar. María no tenía mucha leche, le tendría que
dar un preparado para lactantes, pero era tan caro…
Si el bebé estuviera bien lo abandonaría en un hospital, en
una comisaría o en una iglesia. Tal vez, después, se tiraría desde el puente de
la autovía. Pero, ahora su hijo la necesitaba. Su mente volaba sin encontrar
una solución.
Zaragoza, 20 de febrero de 2020.
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