7 de marzo de 2021

Recovecos.

Todas las mañanas, Don miraba el buzón, pero nunca había carta de ella.
No habrá tenido tiempo, se decía. (Patricia Highsmith).


Pero pensó que era una tontería, claro que tenía tiempo en la cárcel. Empezó a preocuparse por la ausencia de esas cartas que antes llegaban regularmente. Le debía mucho, entre otras cosas su libertad. Así es que, al día siguiente, fue al centro penitenciario a visitarla. No podía esperar hasta la próxima visita que tenían concertada para semanas más tarde.

Catherine se negó a hablar con él. No quería verle. Eso incremento su preocupación. Volvió a la ciudad y se dirigió al despacho del abogado. Darrell tenía un amplio bufete con vistas a la calle principal. Podía permitírselo con las minutas que pasaba a sus clientes.

- No puedo decirte nada Don. Aunque tú seas quién paga, yo soy abogado de Catherine y no puedo romper la confidencialidad entre abogado y cliente.

- Sólo dime una cosa ¿se ha puesto en contacto contigo? –preguntó Don.

- Así es.

Don repasó mentalmente la situación. Catherine había ido a la cárcel para protegerlo a él. Había accedido a servir de testaferro en algunos negocios y se había autoinculpado cuando sus socios estafados le denunciaron. La Justicia –normalmente atascada– era rápida e indulgente ante un reconocimiento de culpabilidad. A él, reincidente, le habrían sentenciado mucho más duramente. Ya fuera por amor o por agradecimiento, o por ambas cosas, Catherine había accedido a pasar unos años en la cárcel. Pero, ahora, su entereza se había quebrado. Don supo que no aguantaría más y que ya había decidido decir la verdad. Tenía un plan ante esa contingencia.

- Darrell, he decido hacer una confesión exculpando a Catherine. Ella no puede aguantar más en prisión. Asumiré mis culpas. Prepáralo todo.

Como era previsible, Don entró en prisión y Catherine salió de ella. Aún no había terminado de superar el trauma que la cárcel había supuesto para su frágil personalidad cuando murió en un accidente de tráfico. Su coche se despeñó en la serpenteante carretera que subía a la casa de la costa. El forense encontró restos de tranquilizantes y gran cantidad de alcohol en su cadáver.

Entonces, Don dijo que ya no tenía sentido que él continuara en la cárcel. Lo había hecho por amor a Catherine y ahora estaba muerta. Él era inocente, tal como se había manifestado en el primer juicio. Pidió una revisión de su caso. Aportó nuevos documentos incriminando a Catherine. Fue puesto en libertad.

Después de varios meses en una pequeña y sombría celda, Don disfrutaba en la terraza de su casa de la costa de una luminosa y cálida mañana primaveral; en el horizonte un mar esplendoroso. Se recreaba en la sensación de triunfo. Sus planes habían resultado bien. Se sentía superior a toda esa pléyade de policías, jueces y funcionarios cuyos mezquinos trabajos les impedía ver más allá de sus narices. Y eso le halagaba. Lo de Catherine, tan inocente, tan delicada: una pena, un daño colateral. Llamaron al timbre. Era Darrell. Entró en la casa y dijo a Don:

- Quería verte porque al fin y al cabo he sido tu abogado, pero sobre todo por ver como se desmorona tu arrogancia. La policía viene hacia aquí, les he adelantado en la carretera. Les di las grabaciones que hizo Catherine de tus conversaciones con ella cuando la convenciste para que fuera a la cárcel en tu lugar, y han detenido en la frontera al sicario que causó su muerte. Yo les alerté, Catherine no tomaba tranquilizantes ni bebía una gota de alcohol desde que salió de la cárcel. Yo me preocupé de ella esos días. Para ti era una más, alguien a quien manipular, pero yo estaba enamorado de ella y tú la hiciste matar.


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